Demoledora
la historia de Claire Jones; sus lágrimas también asoman a los ojos de todos
aquellos que leemos la historia, lágrimas de dolor por las mujeres que se ven
obligadas, desde el momento de nacer a ir cayendo en un pozo sin fondo del que
no podrán salir. Imposible.
Lágrimas
porque todos, en algún momento, nos hemos visto abocados a la falta de
respiración por la ausencia de un ser querido que tenía, debía de estar a
nuestro lado para darnos ánimo, para reñirnos, para sentir su apoyo, para no
obedecerlo, para querernos, para hacer más llevadera la existencia...
La
historia de Claire Jones es la historia de tantas niñas que, sin abandonar la
ingenuidad ni la confianza en el ser humano se ven atrapadas de lleno en la
sociedad más podrida que puede existir, amenazas, maltrato físico, maltrato psicológico,
prostitución, engaño, robo, extorsión, asesinatos, violación, humillación,... y
todo ello envuelto en un falso cariño, en la falsedad de que sólo existe ese
tipo de vida.
A
pesar de todo, Las lágrimas de Claire Jones es una historia que no puedes
dejar de leer; sabes que el argumento no se va a arreglar, sabes lo que hay
desde el principio y, sin embargo, la comisaria María Ruiz va tirando del hilo
para, antes de llegar al final de la madeja desatar los nudos que va
encontrando, nudos que se entremezclan con los de su historia personal hasta
dar la impresión de que también para ella todo se acaba.
Y
cuando el lector piensa que no es posible tanta desolación, tanta miseria, van
apareciendo todos aquellos personajes que daban la sensación de no ser
relevantes, de tener un papel secundario en la vida de María, y le hacen ver
que no está sola, que el heroísmo de algunos se da en la vida real, porque
están respaldados por gente que los quiere, por gente convencida de que hay que
hacer justicia a costa de lo que sea y de que nadie, por muy importante que
parezca debe quedar impune.
No
había leído nada de Berna González Harbour, pero no quiero perderle la pista a esta escritora; como creadora
de tramas de novela negra es fantástica, pero como narradora es insuperable.
Sin necesidad de dar detalles demasiado escabrosos ha llegado a lo más
escabroso del ser humano. Sin necesidad de profundizar demasiado en el mundo de
la prostitución ha entrado de lleno traspasando la línea de lo moralmente
admitido por la sociedad, y ha hecho que nos miremos en el espejo de Senior
para encontrar la corrupción sabida y admitida, o en el espejo de Juana para
reconocer el racismo y la deshumanización de ese primer mundo tan civilizado y
tan asqueroso; por supuesto hemos cruzado al otro lado del espejo de Claire
para sentir piedad por todas aquellas niñas que no han tenido otra opción en la
vida que ser desvalidas, juguetes en manos peligrosas que terminan rompiéndose
de la forma más brutal.
González
Harbour sabe contar historias, además de ser buena periodista es una gran
novelista. Ha creado a una nueva heroína real, aquella que confía en su
instinto, que no cumple siempre las normas, que sabe ponerse una máscara cuando
está ante los demás para no dar la impresión de que necesita ayuda, de que está
sufriendo, aquella solitaria que no admite nada más en su vida porque en el
fondo, el dolor que la rodea es insoportable, aquella que, como su creadora, es
mujer, y honesta, y triunfadora, y fuerte, y luchadora, y sensible y, sobre todo,
incorruptible. María Ruiz es la comisaria de nombre corriente, a la que
acompañan un físico corriente y una personalidad arrolladora. Creo que ahí
reside parte del éxito de la novela, la protagonista podría pasar desapercibida
en cualquier lugar, pero no lo hace puesto que su fuerza interior es más
potente que cualquier imagen o cualquier nombre. La otra parte, del éxito, es
que los buenos policías contactan y trabajan con los buenos periodistas,
profesión de la que Berna González lo sabe todo; y el binomio engancha.
Las
descripciones son lo suficientemente detalladas para que podamos imaginar la
trama íntegra, sin caer en la morosidad «María
se mantuvo apartada sin dejar de apuntar la pistola hacia la cabina de la grúa.
Varios marcos de puertas y piezas de chapa indefinida fueron amontonándose al
lado de María. Él las dejaba caer con desorden, salpicándole del barro y agua
acumulados, y ella se colocó a la distancia suficiente para no dejarse sepultar».
Formalmente
la novela empieza con las impresiones de una mujer en el trayecto de un ferry y
termina con la carta escrita en ese trayecto. El cuerpo central está formado
por dos partes y un epílogo. La primera parte son 23 capítulos que plantean la
situación, María Ruiz está destinada en Soria, un lugar donde no pasa nada.
Hubo una muerte y alguna desaparición, ambas relacionadas. Es un castigo del
Jefe de Policía en Madrid por meterse donde no la llaman, en el informe
Limorti, del que él era un implicado. Presenta además al policía retirado en
Santander, Carlos Fuentes, quien ayuda a María y muere tras poner en marcha las
primeras investigaciones del asesinato de Claire Jones; y nos enteramos de que
Tomas, compañero y amigo íntimo de María está en coma en un hospital de Ávila.
Estos serán los espacios por donde la comisaria se desenvuelva hasta resolver
el caso.
La
segunda parte está formada por 37 capítulos más, que resuelven el caso. María,
que se creía sola es ayudada por otros policías, Rodrigo Tesón, subdelegado del
gobierno en Soria, Martín, joven agente que, desde Madrid sigue fiel primero a
Carlos y luego a María, y Víctor, agente de Carlos en Madrid, que al ir a
Santander al entierro de éste, se queda para ayudar en el caso; y dos
periodistas, Luna y Nora. Aunque no son amigos, todos son buena gente, de la
clase en la que se puede confiar y estrechar lazos de por vida, incluso dejarse
ayudar, algo a lo que en principio María es reacia.
El
tema es de total actualidad, la nueva trata de blancas «El burundanga se estaba extendiendo con permisividad en ciertos
ambientes y además había usuarios que luego compartían sus vídeos de abusos en
sus grupos de WhatsApp». Es el abuso bajo el supuesto de que todas las
chicas que están en determinados lugares dan su consentimiento cuando en
realidad son casi menores de edad que inconscientes de sus actos, bajo el
efecto de determinadas drogas, son vejadas hasta la saciedad por aquéllos que
deberían castigar estos hechos, la propia policía «No fue Marco Junior sino Marco Senior, su padre. Ese día estaba su
padre, habían bebido bastante. A veces se les va la olla y se organizan un
fiestorro. Cuando el padre quiere marcha, el hijo más bien se retira».
El
argumento está escrito con analepsis traídas por el narrador de la forma más
natural, mediante una conversación entre dos o más personas; son los personajes
testigo que irán ayudando a María a elaborar los diferentes sucesos que conforman
la historia de una familia maldita que, como no podía ser de otra manera,
termina de la forma más trágica «A
Camelia se le atragantó la voz [...] el joven Philip Wood [...] lo contó todo
[...] Que Claire era su prima [...] Que investigaba a los cuáqueros [...]
buscaba el paradero de Clarisa Jones [...] Su padre siempre había sospechado
que Alexander Jones la había asesinado...»
Argumento
delicado y valiente porque la trama se introduce en la ayuda que los cuáqueros
ofrecieron a los republicanos de la postguerra, se introduce en el consumo de
drogas que anulan sentidos y en altos mandos de la policía, corruptos, a los
que María Ruiz se enfrentará superando cualquier miedo.
Las
lágrimas de Claire Jones son las lágrimas de Clarisa y las de Juana, las
lágrimas de Camelia, las lágrimas de Mary Jones y las de todas aquellas que
desde jóvenes, o niñas, con dinero o sin medios para vivir con dignidad han
sido engañadas con la ilusión de ser llevadas a un paraíso en el que van a
vivir queridas, valoradas, protegidas, salvadas de la miseria y, sin embargo,
terminan en el más horrible de los infiernos. Son las lágrimas de todas las
mujeres que, aunque cueste creerlo, no tienen otra alternativa que la de
amoldarse a sus dueños a expensas de lo que les apetezca, incluso su vida. Son
las lágrimas de las esclavas de la época contemporánea. Pero también son las
lágrimas de María, de Nora y de todas las que intentan impedir esa situación
arriesgando no sólo su trabajo sino también su vida. Y son las lágrimas, ¿por
qué no? de Carlos, de Martín, de Víctor, de todos lo que aun no siendo mujeres
las entienden, las defienden, las protegen e intentan hacer justicia a pesar de
las situaciones de cada uno. Así pues, Las
lágrimas de Claire Jones es un homenaje a todos aquellos, policías,
periodistas, gobernantes, que se valen de su puesto para hacer que prevalezca
la justicia aunque ésta no se les aplique a ellos, aunque su vida privada quede
reducida a la soledad, y la impotencia prevalezca sobre otras sensaciones.
Me
quedo con esto. Porque el argumento es tan duro como el que vivimos en esta
sociedad, corrupta en su mayoría; los gobernantes dan muestra de ello casi a
diario. Una sociedad que no premia el esfuerzo de la carrera de fondo, la
constancia, sino el sprint, el llegar a la meta cuanto antes. Pues en esta
sociedad, en la que por supuesto el fin justifica cualquier medio, da alegría y
esperanza el saber que hay personas que anteponen la justicia y la honradez a
cualquier otro atributo.
Estupenda reseña (como siempre) y, como siempre, has dado en el clavo con tu final. Esta comisaria a mí me recuerda a los clásicos del género, y en su primera novela, "Verano en rojo", hay un pasaje que viene a darte la razón cuando dice "Y la sensación de que su trabajo podía aportar unos gramos de justicia en ese universo sucio les fue acompañando como un paseante más".
ResponderEliminarMuchas gracias y hasta siempre.
No he leído "Verano en rojo", pero pienso hacerlo. Gracias por tu apoyo constante.
ResponderEliminar¡Seguimos leyendo!