Todavía
estoy alucinando. Y eso que me he enfadado con el autor por decidir dejar solo
a Harry Hole. Pero mi enfado no es otra cosa que la descarga de emociones ante
un personaje de tamaña envergadura. Harry ha nacido, en esta primera novela de
su serie, El murciélago, para estar solo. Y con suerte. Ya venía
atormentado desde Noruega, aunque en proceso de rehabilitación. Aficionado al
alcohol, termina la relación que mantenía con su novia. Borracho, conduce el
coche patrulla con su compañero de copiloto, que muere cuando Hole provoca un
accidente. En el hospital, se entera de que sus jefes le darán otra
oportunidad. Obviarán su estado en el informe. Es un aviso. Sin beber alcohol
llega a Sídney para investigar el asesinato de Inger Holter, una noruega que
trabajaba como camarera en Australia. Allí le asignan como compañero a Andrew
Kesington, detective aborigen, que desde un segundo plano conoce perfectamente
el ambiente en el que se desenvuelve el asesino, la asesinada y Birgitta, que
aparece como un ángel para cuidar y amar a Harry en todo momento.
Pero
no podemos relajarnos mientras leemos con pasión, seducidos por el estilo y el
personaje, porque nada es lo que parece. Hablamos de un asesino en serie.
Hablamos de alguien con un lado oscuro, totalmente sociópata y sádico. Tanto,
que es capaz de descargar su podredumbre y su odio en seres frágiles y mujeres
desvalidas que no van a poner trabas a sus intenciones ocultas, que van a
confiar en él porque su falta de empatía consigue mostrarlo amable, cuando le
interesa, con todos, hasta que se quita la máscara y confiesa su rencor «Ustedes nos quitaron la tierra, la violaron
y la mataron delante de nosotros […] Bueno, ahora sus mujeres sin hijos son mi
Terra Nullius, Harry. Nadie las ha fecundado y, por consiguiente, no son
propiedad de nadie. Simplemente sigo la lógica del hombre blando y actúo como
él».
Pero
esto no es del todo cierto.
El
psicópata no es un ser humano. Su cabeza no funciona como la del resto, intenta
despistar a la policía haciendo recaer la culpa en quien no la tiene, por eso
las pesquisas van pasando por el novio de Inger, por camellos, drogadictos,
amigos… todos irán muriendo también antes de que la policía se dé cuenta de que
ellos no han podido ser. Una vez terminada la novela somos conscientes de que
el asesino ha ido dejando pistas, pero es imposible que las averigüemos hasta
que no llegamos al final «¿Han
descubierto algo nuevo sobre el caso que le hizo venir aquí, Harry? —No lo sé
—contestó Harry con sinceridad— A veces […] la solución se encuentra tan cerca
que no se ve más que como algo borroso en la lente».
Hay
magia en la lectura de Jo Nesbø.
Quizá por la acumulación de leyendas, fábulas, tradiciones aborígenes
australianas que rodean la fealdad del asunto investigado por Hole y consiguen
cierta aura de irrealidad capaz de que disfrutemos de la lectura sin perder por
un momento siquiera la expectación. Todo lo contrario. Cuando más relajada es
la anécdota, un nuevo mazazo cae implacable sobre el lector que asiste,
incrédulo, al desmoronamiento del protagonista una y otra vez; que es testigo
de la pérdida de aquellos que se le acercan para mostrarle su amor, comprensión
o confianza. El lector, desconcertado, cae en la frustración, en el desánimo,
en el escepticismo al ver cómo se desvanecen las esperanzas que había puesto en
los personajes.
Pero
Nesbø es soberbio en la creación de la trama, por eso, cuando todo parece
perdido para el protagonista, resurge como el ornitorrinco de la fábula
australiana para adaptarse a las nuevas condiciones extremas y respirar en el
agua si quiere sobrevivir. Harry renace como alguien que no es de este mundo y
sale de entre las leyendas antiguas para obtener ayuda de seres fabulosos que
podrán atacar sin piedad a un contrincante mucho más fuerte que él.
El murciélago es una novela negra. Por eso
encontramos una crítica evidente hacia la injusticia cometida con los aborígenes.
Es el problema de los conquistadores blancos, que siempre verán a un «negro cabrón» desde su punto de vista «blanquito». El hombre blanco, desde su
estatus superior se permite cierta magnificencia con aquellos que vivían en una
tierra antes de que él la ocupara. Es magnánimo, paternal, pero no puede evitar
el racismo «Por supuesto, no tiene ni la
más remota posibilidad de ascender en el escalafón, pero le consideran uno de
los mejores investigadores de Sídney».
«Incluso los australianos blancos son
unos histéricos que se cuidan de no decir nada inconveniente. Esa es la
paradoja. Primero arrebatan a nuestro pueblo su orgullo y cuando ya se lo han
quitado tienen miedo de pisarlo».
Nesbø
incide en las atractivas historias fantásticas australianas, expuestas como
metáforas alusivas a la vida de los protagonistas, o a la evolución del ser
humano.
La
creación de la cigüeña y el emú, además de ser interesante, dura y bella al
mismo tiempo, es la historia de cómo el hombre es capaz de salir adelante con
los medios que cuenta. Es la que hace posible que Harry pueda vencer en su
lucha final. Y es la que advierte de los beneficios (siempre beneficios) de la
mezcla de razas: somos diferentes, con costumbres distintas, aunque capaces de
forjar nuevas tradiciones en la convivencia. Quienes no se adaptan son seres
miserables que no aceptan a los demás, algo temerán, y sacan su «Frustración por el hecho de que no se
contentan con destruir su propia vida sino que tienen que llevarse por delante
a los demás en su caída».
Harry
Hole es un acierto. Sus métodos varían según el estado de ánimo del momento,
desde los buenos modales hasta la amenaza pasando, por supuesto, por la cínica
provocación «¿Ve a aquel tipo enorme y
calvo junto a la puerta? […] es el primo del tipo al que le partieron el cráneo
con el bate ayer. Hoy se ha ofrecido encarecidamente a acompañarme hasta aquí…».
Y Jo Nesbø ha acertado de pleno al llevar a Hole desde Noruega hasta Australia porque con un estilo en el que se mezcla lo expositivo, el cuento, la fábula, la ironía, el humor y el cinismo, puede reflejar la situación laboral de aquellos que emigran a un país, que no viene a ser mucho mejor que la de los indígenas de ese país, cuando el color de su piel es negro.
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