Queremos celebrar este
día tan especial de una forma revolucionaria: leyendo. Y lo haremos
homenajeando a una mujer a la que la sociedad no reconoció sus méritos
precisamente por serlo, pero nunca se rindió y sus palabras nos siguen llenando
de emoción.
A las cigarreras se les abrió el horizonte
republicano de varias maneras: por medio de la propaganda oral, a la sazón tan
activa, y también, muy principalmente, de los periódicos que pululaban. Hubo en
cada taller una o dos lectoras; les abonaban sus compañeras el tiempo perdido,
y adelante. Amparo fue de las más apreciadas, por el sentido que daba a la
lectura; tenía ya adquirido hábito de leer, habiéndolo practicado en la
barbería tantas veces. Su lengua era suelta, incansable su laringe, robusto su
acento. Declamaba, más bien que leía, con fuego y expresión, subrayando los
pasajes que merecían subrayarse, realzando las palabras de letra bastardilla,
añadiendo la mímica necesaria cuando lo requería el caso, y comenzando con
lentitud y misterio, y en voz contenida, los párrafos importantes, para subir
la ansiedad al grado eminente y arrancar involuntarios estremecimientos de
entusiasmo al auditorio, cuando adoptaba entonación más rápida y vibrante a
cada paso. Su alma impresionable, combustible, móvil y superficial, se teñía
fácilmente del color del periódico que andaba en sus manos, y lo reflejaba con
viveza y fidelidad extraordinarias. Nadie más a propósito para un oficio que
requiere gran fogosidad, pero externa; caudal de energía incesantemente
renovado y disponible para gastarlo en exclamaciones, en escenas de indignación
y de fanática esperanza. La figura de la muchacha, el brillo de sus ojos, las
inflexiones cálidas y pastosas de su timbrada voz de contralto, contribuían al
sorprendente efecto de la lectura.
Emilia Pardo Bazán (La tribuna)
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