sábado, 28 de marzo de 2020

EL DÍA EN QUE MORÍ



El día en que morí es una colección de relatos que forman parte del libro En el vagón, título que los sitúa pues, el espacio en el que se desarrollan es una estación de tren. La metáfora de este medio de transporte se instala en la propia vida para indicar en esta selección, el final del trayecto. Por otro lado, el tren es idóneo en este subgénero narrativo de condensación diegética ya que la velocidad que lleva asociada es espejo de la dinámica vital, espejo de progreso e igualación. El tren y la estación son perfectos para las narrativas ficcionales de Jesica Sabrina Canto. Los aficionados al cuento disfrutarán con estos relatos cortos porque la autora ha llevado al extremo las características narrativas y ha conseguido sorprender a un lector que recibe pocas pistas de un universo ficticio apenas perceptible, por lo que debe elaborarlo en su pensamiento.

En Una historia de fantasmas, el uso del gerundio aporta una continuidad exhaustiva tanto para la actividad de la protagonista como para la del resto de personajes: «meciendo» - «comiendo». Todos quedan igualados en un tiempo circular, eterno que marca impasible las monótonas actividades. Los límites textuales son precisos, el cronotopo queda enmarcado en un día cualquiera de una estación cualquiera, pero el planteamiento egocentrista nos acerca al proceso lírico, por lo que no ofrece la representación de la realidad sino la de una realidad textual. Asimismo la reducción total de los componentes de la exposición, desarrollo y desenlace favorece la mutación estructural hacia el sentimiento poético. Como en un poema, el título alude al tema: todos somos fantasmas, almas errantes en continuidad remarcada en la última afirmación, «es eterno». Los personajes se reducen al desarrollo de acciones, que se reparten en los tres momentos del día. Hay una inexistencia de caracterizaciones, pues son personajes planos —que se enganchan a esas almas errantes— «personas apuradas que se empujan e insultan». Los paralelismos resaltan la realización antitética, circular, de todos «sube - baja» frente a la pasividad constante del yo. En este enfrentamiento la autora trasvasa el relato a otra sugerente expresión artística. Una pintura.

En Adicciones podemos resaltar el valor de la aliteración. La repetición de la oclusiva sorda aporta un ritmo regular «escucho el eco del traqueteo, quiero» que, sin embargo, es engañoso puesto que nos lleva a un final sorpresivo, abierto. El narrador deja la historia en suspenso para que resalte el carácter subjetivo del tema: la imposibilidad de comunicación.

El plan secreto de mamá cambia la estructura, pues el final, regresivo, tiende un puente al principio del relato, con lo que el título adquiere el sentido de la exposición. En esta «estación terminal» encontramos un acoplamiento a la situación de la madre. La aliteración de la vibrante aporta la fuerza necesaria a la acción «se tiró de la terraza». La lítote del pasado refuerza la negación en el presente «no nos reíamos tanto». La subjetividad del yo, como si fuese un poema, adquiere importancia frente al nosotros del comienzo «me suena, me dice» estableciéndose una paradoja que forjará la soledad del narrador frente al impostado «todos juntos».

La antítesis dolor-felicidad que se da en la monotonía es la clave de Recuerdo aquel primer beso. El recuerdo permanece en el tiempo adherido a su piel y a su alma con la fuerza de la vibrante «arrugas. Cargo con un ramo de rosas rojas». La perífrasis durativa mantiene presentes todos los sentidos en la acción repetida de la narración: el tacto (rosas que le regala), el olfato (su colonia), la vista (su sonrisa), el oído (hablarte) y el gusto (mis labios). En este microrrelato aparece la monotonía de la soledad alimentada por los recuerdos, únicas circunstancias que crean una realidad solo posible en su intimidad. La falta de autoconfianza de la narradora nos presenta a un personaje tipo. Una mujer necesitada de un hombre a su lado para que le dé la claridad que no tiene y la excitación que necesita; la elipsis de contenido consigue agrandar el tiempo, «a mitad de la noche» en una situación interior, «calma a mi alrededor». La fortaleza que muestra es la que anuncia en el título, término unido a su pensamiento a través de la aliteración: pregunta, rondando, recuerdo, respondí, tren.

Arrepentimiento. Este sentimiento de pesar consigue, paradójicamente, rejuvenecer a la protagonista en las únicas acciones que realiza: Escucho, lo veo y doy un paso. De nuevo, la capacidad de sugerencia de este relato lo acerca a la expresión lírica.

El amor de un niño es probablemente el relato que esté dotado de una estructura más sencilla; aunque comience in medias res informa al lector de manera superficial, del espacio, los personajes, la intención de la narradora protagonista y la tensión generada por un final inesperado que, sin embargo, actúa de puente con el título. Este final regresivo consigue que dicho título sea el elemento medular del cuento: la esperanza que, en forma de «mano», «aferra la mía». Hay otra característica singular que marca este relato encadenado, el comienzo es igual al del microrrelato anterior, Arrepentimiento y sin embargo ambos son antitéticos en su significado.

La noticia de su muerte expone ya en el título el eje narrativo. Este microrrelato, carente de repeticiones alude al tiempo histórico con la continuidad que aportan el gerundio «chocando» y la reiteración «una y otra vez». La pérdida de la razón del narrador protagonista se explicita con la negación de la perífrasis de posibilidad. Los sinónimos contextuales de estructura paralelística marcan la imposibilidad de comunicación «arrugada en mi mano, encerrada en mi puño». Así, el final totalmente inesperado aparece al igualar a las dos personas referenciales «su muerte – mi pecho» en una imagen caótica de final de una película.

En Rescatista hay tres términos que unen el sentido de la vista, «negra» y el del oído, «llorando» al desastre final que sugiere el espacio, «perforada». La metáfora de la muerte permanece como paradoja explicativa de la incomunicación «el silencio cada vez se siente más», y la negación de acciones nos lleva a una conclusión negativa que contesta al título.

El relato más largo probablemente sea Obligada a huir, también es el más explícito; la metáfora del viaje como paso del tiempo está presente con el matiz pesimista que evocan los verbos finales disfrutaba, golpee, tomé y disparé.

Relacionado con el anterior, Cobardía, es la crítica social hacia la ausencia de solidaridad, de ayuda. No hay expresión de sentimientos, solo verbos que aclaran las acciones del narrador, bajo, camino, rodeo, veo, veo. Esta repetición marca la importancia de lo expuesto que, irónicamente, consigue una reacción antitética: vuelvo, subo, camino. Vivimos acompañados pero solos.

Jesica Sabrina Canto ha conseguido, en estos microrrelatos, una capacidad de sugerencia y evocación tal que los ha convertido en piezas líricas o pictóricas, pues con apenas unas pinceladas ha caracterizado la esencia del tedio social.

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