Empecé
a leer este libro porque me gusta la novela negra y, por supuesto, uno de sus
más destacados representantes, John Connolly. Me he llevado una sorpresa porque a los asesinos no los busca un
detective. Es una novela de terror en la que su protagonista debe enfrentarse a
seres fantasmales, fantásticos, que lo persiguen sin piedad para destrozarlo.
Es una novela de aprendizaje; David, un chico de doce años pasa por una
infancia traumática cuando, tras una penosa enfermedad muere su madre durante
la Segunda Guerra Mundial. A esto se añade que a los cinco meses de perderla,
su padre vuelve a casarse con Rose y, un tiempo después, la llegada de un hermano
y el cambio de casa, a la de su madrastra, en el campo, más segura y más
grande, consiguen que se sienta totalmente desamparado. En esta situación de
abandono y tristeza, David se refugia en los libros, que le hablan, le cuentan
historias como las que le contaba su madre todos los días.
El libro de las cosas perdidas
no es una novela infantil, aunque los jóvenes pueden leerla. Es una novela para
adultos en la que nos vemos reflejados en las aventuras que le ocurren al
protagonista. Los temas son universales: el miedo al abandono, a ser
invisibles, los celos como signo infantil de inmadurez convertidos en envidia
capaz de corrompernos de adultos, el dolor por la pérdida de un ser querido, la
literatura como forma de conectar con los demás… Temas que tienen cabida en
cualquier género literario y en diferentes subgéneros narrativos, pero Connolly
los presenta en forma de novela negra con elementos irreales, sobrenaturales,
situaciones en las que el protagonista será el héroe absoluto de los cuentos
infantiles. David traspasa la realidad y se introduce en un mundo onírico
poblado por las criaturas más terroríficas; el autor se encarga de introducir
elementos transgresores en escenas que se acercan al origen de estos cuentos.
Los enanos comunistas sometidos por una Blancanieves enorme y cruel, recuerdan
a las versiones de otras culturas. «Lo
cierto es que comía una barbaridad: no dejó más que los huesos de su conejo, y
después se puso a coger carne del plato del Hermano Número Seis […] Devoró […]
Bebió […] y lo bajó todo con dos pedazos de pastel de fruta horneado por el
Hermano Número Uno […] Blancanieves se alejó tambaleándose de la mesa y se
hundió en su sillón junto al fuego».
David
se ve inmerso en un despropósito real del que tiene que salir, para ello debe
ir tomando decisiones ayudado primero por el Leñador y después por el caballero
Ronland, hasta que adquiere autoconfianza y es capaz de razonar sobre cómo
vencer al Hombre Torcido, un ser maligno que, aunque no lo crea, lo guiará de
manera tremenda por todos sus miedos y traumas para poder superarlos «Y entonces los animales cayeron sobre ella,
desgarrando y mordiendo, arrancando y desmenuzando, mientras David daba la
espalda al horrendo espectáculo y huía al bosque».
David
se introduce en la literatura cuando el mundo que lo rodea es hostil, y será
precisamente este mundo imaginado el que consiga devolverlo a la realidad, pues
a través de las vivencias aprende a confiar en los demás «David, esta tierra es tan real como tú […] pueden matarte aquí y no
volverías a tu hogar» y a ir tomando confianza en sí mismo y sus
posibilidades «El niño tropezó en una
ocasión y las zarpas le rasgaron la ropa de la espalda, pero él rodó por el
suelo para apartarse».
La
estructura de la obra es muy original pues, partiendo de una novela iniciática,
el autor es capaz de introducir toda una trama detectivesca basada en cuentos
tradicionales; de este modo los elementos sobrenaturales son aceptados «El anciano escupió en el suelo, y la hierba
crepitó al recibir su saliva», los seres fabulosos forman parte de lo
habitual «El híbrido de lobo había
detectado el rastro del niño en el campo de batalla», y la metaliteratura
no interrumpe el argumento principal sino que forma parte de él; El libro de las cosas perdidas difumina
la barrera entre ficción y realidad,
«-Ahora cada presa es distinta porque
cada niño aporta algo de sí mismo al animal con el que lo fusiono.»
Y David,
el protagonista, se transforma en un héroe legendario capaz de luchar contra
otros hombres, contra animales peligrosos, seres mitológicos o incluso, contra
la propia naturaleza. Es sorprendente el parecido con la epopeya griega. Si
Ulises se alista en la guerra de Troya por miedo a ser castigado por quienes lo
rodean, David entra en el mundo fantástico al temer que sus padres pudieran
recluirlo en un manicomio «No quería que
lo ingresasen, pero los sueños le daban miedo y no quería tener más». Como
Odiseo, tiene una personalidad dual, David es el niño inocente, desvalido, y el
Hombre Torcido es su alter ego
maligno, el más sencillo de seguir, el que lo guía hasta que pueda encontrar el
libro de las cosas perdidas sin avisarle de que ese libro está compuesto de
todos los actos que hemos llevado a cabo, buenos o malos, y de las
consecuencias de nuestra ira, arrogancia o envidia. Sólo hay que destruir al
Hombre Torcido, a esa parte oscura que late en el niño, y más tarde en el
adulto, para tener una vida llena de recuerdos y experiencias capaces de ser
encontradas en todo momento.
Y
así, enfrentándose a sus dudas, temores e inseguridades, David desarrolla sus
emociones hasta que puede manejarlas como actos de valentía. No tarda 20 años
como Ulises, varios días inconsciente son suficientes para olvidarse de lo cotidiano
y vivir sus miedos tan de cerca que se da cuenta de todo lo que podría perder.
El ser humano necesita dosis regulares de ansiedad, de incertidumbre, de vencer
lo inexplicable hasta que tenga sentido; si no lo consigue es difícil que lleve
a cabo su completa formación, de ahí las cosas que se pierden durante la infancia,
irrecuperables en la edad adulta si no les hicimos frente en su momento. A
veces necesitamos ayuda, como es el caso de David, quien aprende de Roland para
encarar sus adversidades. Roland no es el héroe típico que salva a su amada;
amante de Rafael, y separado de él, debe dejar atrás su vida para encontrarlo
aun sabiendo que habrá muerto. El sacrificio de Roland y Rafael, metáfora de
los no aceptados en la sociedad, servirá para que los jóvenes —como David—
maduren en su totalidad como seres humanos.
Connolly
introduce todas las sensaciones en espacios repulsivos, desolados o
claustrofóbicos para que evoquen con claridad determinados personajes arquetípicos
que nos causan espanto. El lenguaje descriptivo es único para presentar el
pánico fantástico de la novela «Cuando se
despertó, estaba encadenado a una silla en una mazmorra oscura. Tenía la boca
abierta con un torno de metal, y había un caldero humeante suspendido sobre su
cabeza»; el lector, al igual que el protagonista, acepta la existencia de
seres sobrenaturales aunque a veces no se distinga lo real de lo irracional.
David duda en ocasiones de lo que ve, pero lo siente verdadero; la ansiedad
aumenta produciéndole un terror psicológico que se instala asimismo en nosotros
hasta que entendemos lo que presenciamos. Como los personajes secundarios de la
novela, nosotros somos testigos de la maldad que nos aprisiona y de la que
queremos liberarnos «En un dormitorio
había un hombre y una mujer desnudos, y el Hombre Torcido llevaba a los niños a
verlos […] y el hombre y la mujer les susurraban cosas en la oscuridad de la
cámara, contándoles cosas que los niños no debe saber».
El
final de El libro de las cosas perdidas,
no tiene que ver con la historia de David sino que el autor se introduce para
justificar por qué ha escrito esa novela y por qué ha quebrantado el
conocimiento que tenemos de los cuentos tradicionales.
Ha
habido pocos cambios en el comportamiento humano a lo largo de la historia.
Simplemente variadas manifestaciones. Algo que da miedo ¿o reconforta?
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