El
día en que morí es
una colección de relatos que forman parte del libro En el vagón, título que los sitúa pues, el espacio en el que se
desarrollan es una estación de tren. La metáfora de este medio de transporte se
instala en la propia vida para indicar en esta selección, el final del
trayecto. Por otro lado, el tren es idóneo en este subgénero narrativo de
condensación diegética ya que la velocidad que lleva asociada es espejo de la
dinámica vital, espejo de progreso e igualación. El tren y la estación son
perfectos para las narrativas ficcionales de Jesica Sabrina Canto. Los aficionados al cuento disfrutarán con
estos relatos cortos porque la autora ha llevado al extremo las características
narrativas y ha conseguido sorprender a un lector que recibe pocas pistas de un
universo ficticio apenas perceptible, por lo que debe elaborarlo en su
pensamiento.
En Una
historia de fantasmas, el uso del gerundio aporta una continuidad
exhaustiva tanto para la actividad de la protagonista como para la del resto de
personajes: «meciendo» - «comiendo».
Todos quedan igualados en un tiempo circular, eterno que marca impasible las
monótonas actividades. Los límites textuales son precisos, el cronotopo queda
enmarcado en un día cualquiera de una estación cualquiera, pero el
planteamiento egocentrista nos acerca al proceso lírico, por lo que no ofrece
la representación de la realidad sino la de una realidad textual. Asimismo la
reducción total de los componentes de la exposición, desarrollo y desenlace
favorece la mutación estructural hacia el sentimiento poético. Como en un poema,
el título alude al tema: todos somos fantasmas, almas errantes en continuidad
remarcada en la última afirmación, «es
eterno». Los personajes se reducen al desarrollo de acciones, que se
reparten en los tres momentos del día. Hay una inexistencia de
caracterizaciones, pues son personajes planos —que se enganchan a esas almas
errantes— «personas apuradas que se
empujan e insultan». Los paralelismos resaltan la realización antitética,
circular, de todos «sube - baja»
frente a la pasividad constante del yo. En este enfrentamiento la autora
trasvasa el relato a otra sugerente expresión artística. Una pintura.
En Adicciones
podemos resaltar el valor de la aliteración. La repetición de la oclusiva sorda
aporta un ritmo regular «escucho el eco
del traqueteo, quiero» que, sin embargo, es engañoso puesto que nos lleva a
un final sorpresivo, abierto. El narrador deja la historia en suspenso para que
resalte el carácter subjetivo del tema: la imposibilidad de comunicación.
El
plan secreto de mamá
cambia la estructura, pues el final, regresivo, tiende un puente al principio
del relato, con lo que el título adquiere el sentido de la exposición. En esta «estación terminal» encontramos un
acoplamiento a la situación de la madre. La aliteración de la vibrante aporta
la fuerza necesaria a la acción «se tiró
de la terraza». La lítote del pasado refuerza la negación en el presente «no nos reíamos tanto». La subjetividad
del yo, como si fuese un poema, adquiere importancia frente al nosotros del
comienzo «me suena, me dice»
estableciéndose una paradoja que forjará la soledad del narrador frente al
impostado «todos juntos».
La
antítesis dolor-felicidad que se da en la monotonía es la clave de Recuerdo
aquel primer beso. El recuerdo permanece en el tiempo adherido a su
piel y a su alma con la fuerza de la vibrante «arrugas. Cargo con un ramo de rosas rojas». La perífrasis durativa
mantiene presentes todos los sentidos en la acción repetida de la narración: el
tacto (rosas que le regala), el olfato (su colonia), la vista (su sonrisa), el
oído (hablarte) y el gusto (mis labios). En este microrrelato aparece la
monotonía de la soledad alimentada por los recuerdos, únicas circunstancias que
crean una realidad solo posible en su intimidad. La falta de autoconfianza de
la narradora nos presenta a un personaje tipo. Una mujer necesitada de un
hombre a su lado para que le dé la claridad que no tiene y la excitación que
necesita; la elipsis de contenido consigue agrandar el tiempo, «a mitad de la noche» en una situación
interior, «calma a mi alrededor». La
fortaleza que muestra es la que anuncia en el título, término unido a su
pensamiento a través de la aliteración:
pregunta, rondando, recuerdo, respondí, tren.
Arrepentimiento. Este sentimiento de pesar consigue,
paradójicamente, rejuvenecer a la protagonista en las únicas acciones que
realiza: Escucho, lo veo y doy un paso.
De nuevo, la capacidad de sugerencia de este relato lo acerca a la expresión
lírica.
El
amor de un niño
es probablemente el relato que esté dotado de una estructura más sencilla;
aunque comience in medias res informa
al lector de manera superficial, del espacio, los personajes, la intención de
la narradora protagonista y la tensión generada por un final inesperado que,
sin embargo, actúa de puente con el título. Este final regresivo consigue que
dicho título sea el elemento medular del cuento: la esperanza que, en forma de «mano», «aferra la mía». Hay otra
característica singular que marca este relato encadenado, el comienzo es igual
al del microrrelato anterior, Arrepentimiento
y sin embargo ambos son antitéticos en su significado.
La
noticia de su muerte expone
ya en el título el eje narrativo. Este microrrelato, carente de repeticiones
alude al tiempo histórico con la continuidad que aportan el gerundio «chocando» y la reiteración «una y otra vez». La pérdida de la razón
del narrador protagonista se explicita con la negación de la perífrasis de
posibilidad. Los sinónimos contextuales de estructura paralelística marcan la
imposibilidad de comunicación «arrugada
en mi mano, encerrada en mi puño». Así, el final totalmente inesperado
aparece al igualar a las dos personas referenciales «su muerte – mi pecho» en una imagen caótica de final de una
película.
En Rescatista
hay tres términos que unen el sentido de la vista, «negra» y el del oído, «llorando»
al desastre final que sugiere el espacio, «perforada». La metáfora de la
muerte permanece como paradoja explicativa de la incomunicación «el silencio cada vez se siente más», y
la negación de acciones nos lleva a una conclusión negativa que contesta al
título.
El
relato más largo probablemente sea Obligada a huir, también es el más
explícito; la metáfora del viaje como paso del tiempo está presente con el matiz
pesimista que evocan los verbos finales disfrutaba,
golpee, tomé y disparé.
Relacionado
con el anterior, Cobardía, es la crítica social hacia la ausencia de
solidaridad, de ayuda. No hay expresión de sentimientos, solo verbos que
aclaran las acciones del narrador, bajo,
camino, rodeo, veo, veo. Esta repetición marca la importancia de lo
expuesto que, irónicamente, consigue una reacción antitética: vuelvo, subo, camino. Vivimos
acompañados pero solos.
Jesica
Sabrina Canto ha conseguido, en estos microrrelatos, una capacidad de
sugerencia y evocación tal que los ha convertido en piezas líricas o
pictóricas, pues con apenas unas pinceladas ha caracterizado la esencia del
tedio social.