jueves, 12 de marzo de 2020

DONDE EL PERDÓN NO LLEGA



He leído una novela, regalo de David, mi amigo en la distancia, que me ha provocado una serie de reacciones aún inacabadas. He buscado en el diccionario (después me he dado cuenta del Glosario final que me hubiera ahorrado alguna que otra visita al DRAE), he releído apuntes sobre la literatura mexicana, he mirado un mapa para situar el lugar exacto de Jalisco y Morelos (tal es mi ignorancia geográfica), he revisado los Cuentos de muerte y demencia de Poe, he ojeado algunas novelas gráficas como V de vendetta para cerciorarme de que Donde el perdón no llega es una novela global, posmodernista, que acoge al costumbrismo tranquilo de principios del siglo XX en un lenguaje pausado, culto, con tintes del cuento tradicional «Doña Capulina vivía de un modo humilde en una hacienda a las afueras, donde había nacido y en la que, afrontando incontables vicisitudes, su madre, viuda prematura, logró sacar adelante una familia numerosa», junto a un realismo punzante, lleno de asperezas y actos sádicos que dan como resultado una historia irreverente, agresiva, con apuntes escatológicos de la vida contemporánea en la que el alcohol y las drogas se unen a la música, el cine, la prensa, la publicidad e internet para dibujar un ambiente surrealista, marcado por la alucinación y la muerte, producto de una visión curtida de la existencia en la que «poseer un corazón incapaz de endurecerse lo predisponía al sufrimiento».

El mundo del cómic tradicional, «se irguió como un obelisco al que el recién llegado tuvo que mirar con la cabeza alzada», conecta con el de seres fantásticos e imágenes informáticas para eliminar la diferencia entre realidad y ficción «‟¡Guácala! ¡Cuánta sangre! Se aseguraron de que entregaban la cuchara” —ironizó el alebrije— “Pues son ellos. No hay duda” sentenció tras agacharse sobre el periódico con las piernas muy abiertas y acercar el hocico a la fotografía». La interdisciplinariedad consigue que las noticias de radio expongan mediante una tipografía adecuada, espectáculos populares destinados a adormecer la mente de los espectadores, junto a imágenes del subconsciente, en una suerte de realidad fantástica donde el surrealismo termina por devorar a unas mentes dañadas por la culpa, condenadas a un caos eterno.

¡CHIVAS CERO, AMÉRICA UNO!
¡Cuauhtemoc los engañó a todos! Como el Gordo engañó al Tuna para llevarlo al sótano de la hacienda y matarlo a golpes.
¡Se lo platicamos todo!... fffff»

Ángel Vela se vale de los mass media para tomar un punto de vista desde el que mirar el mundo, una perspectiva que le ofrece al lector en reflexiones brillantes, para que perciba brutales referencias que no son sino las críticas del propio autor, aunque en ocasiones parezcan una satisfacción sádica del personaje «Tras asegurarse de que Castillo lo había entendido, el Gordo, revolver en mano, siguió golpeándolo en la cabeza hasta hacer que perdiera el sentido».

Vela es un pensador que disemina por el texto actos irreverentes constantes que repugnan, con el fin de desvelar la mentira en la que se ha convertido la verdad pública. El autor, huyendo de prejuicios intelectuales, ha comprendido que vivimos en una sociedad formada por una masa enfermiza ávida de terror, e intenta solidarizarse con los necesitados, con aquellos que sufren constantes abusos:

un joven de trece años que era su proveedor habitual […] observaba a un enjambre de niños enzarzados en lo que parecía una pelea de gallos […] un ejemplar del Heraldo de Jalisco […] se esmeraba por compensar su carencia de profesionalidad, rigor o recursos con el sensacionalismo más incendiario y truculento.

La histeria irracional en la que nos hayamos inmersos se intensifica con imágenes esperpénticas que bestializan al protagonista de tal manera que el calvario sufrido se transforma, por obra de las onomatopeyas del cómic, en histriónico, absurdo, escatológico y cruel al plantear la pérdida de excrementos como paso previo a la última realidad vivida:

Sus labios anestesiados por la cocaína y el alcohol y una lengua atrofiada que le estorbaba en la boca hicieron que sonaran como el bronco ladrido de un bull terrier […] —¿Hnnnde?, ¿aggg’hnnndetagh?— reiteró, con una nueva remesa de ladridos y escupitajos […] una andanada de vómitos que […] le quemó la garganta al tragar buena parte […] hasta perderse en el interior de aquella camisa que había heredado de su padre […] incapaz de soportar el martirio, perdió el conocimiento.

En esta novela posmodernista el narrador no analiza los hechos, simplemente va exponiendo una serie de costumbres enraizadas en el campo con otras que tienen lugar en la ciudad y consigue, paradójicamente, igualar a los personajes a través de la brutalidad. El dolor, la miseria, el alcohol son los responsables de que todos se conviertan en animales a los que el instinto de supervivencia aconseja aguardar la ocasión propicia para atacar. Pueden esperar inmersos en el infierno horas, días o años, el tiempo necesario hasta estar seguros de conseguir su trofeo.

Silencio, pero más allá de aquel rostro torvo se advirtió un rencor mal contenido.
     La presa está perdida, quebrada hasta sus cimientos. Que se derrumbe ya solo es cuestión de tiempo.

Ángel Vela une diferentes modos de narrar, convencional, fragmentario con analepsis y prolepsis, inversiones en el tiempo con flashback , variadas disposiciones de grafías… En Donde el perdón no llega no hay centro desde el que parta el relato; toda la novela es una sucesión constante de fragmentos, anécdotas surrealistas que se unen a otras, evidentemente reales, en un cronoespacio caótico, en el que resuena con fuerza la sociedad macabra gobernada por un poder divino tan falto de piedad como el humano «la patrona tomó a la pequeña, muerta y ungida en sangre, y la acunó […] Una escena inmortalizada por los artistas, aunque amén de encarnar el amor filial se consagraría a la demencia».

Los dos protagonistas principales, El Gordo y Diego Morales, se presentan, en un principio, como personajes antitéticos, uno vive en un campo de México, el otro reside en Estados Unidos, uno no tiene cultura, el otro es un médico eminente. Pero estas diferencias se van difuminando hasta que entendemos que sus papeles son intercambiables, pues ambos han llevado una vida marcada por el odio. Esto y un determinismo absoluto consiguen exponer la inexistencia de la salvación. No hay perdón para quienes viven en una pérdida constante de referentes éticos, al contrario, todos están condenados a la desesperanza, al horror de sentir constantemente rotos sus ideales.

La novela contiene una gran carga de estética simbólica no sólo en la interdisciplinariedad con los media; los personajes saben dónde quieren ir aunque cambien de opinión sin pensar en las consecuencias; no hay situaciones cerradas para ellos, nada termina porque la vida se encargará de formar un bucle para que se repita una y otra vez la misma reacción en los descendientes de la culpa.

El poder del narrador es absoluto; al igual que los personajes su actitud cambia según la circunstancia, así encontramos al omnisciente que refleja lo que va ocurriendo, pero sabe tanto sobre lo que piensan sus protagonistas, pobres marionetas en sus manos, que adquiere formas fantásticas; de hecho, el alebrije es para el Gordo un narrador que le informa y llega a transformarse en entrevistador capaz de usurpar la mente de Morales «No te hagas el pendejo, cabrón. Claro que lo sabes. Lo sabes de sobra». Después va tomando el aspecto de su propia conciencia para, una vez unida a las acusaciones de Morales, caer destrozado

«Ni modo, cabrón ¿A poco no estás viendo las pruebas? Sabes mejor que nadie que son auténticas»
—Lo es —sentenció Morales […]
«Son los últimos coletazos antes de caer derrotado» intuyó Morales.

El ritmo tampoco es constante, va cambiando con ayuda de metáforas fluviales, gestos y términos musicales; las preguntas retóricas en pasado, anulan determinaciones de actos que se llevarían a cabo en el presente «¿era justo que pagase por algo que no recordaba?».

Los términos cultos conviven con la jerga de los trabajadores, términos localistas, tecnicismos y coloquialismos. Todo un compendio de léxico capaz de abarcar la totalidad, como los temas: «dentadura hermética», «spanglish», «sui generis», «singladura», «una chica fresa», «shopping», «circundó», «sobriedad», «carente de acritud», «amigui».

Los adjetivos antepuestos remarcan un lugar inexistente «ignoto lugar del cerebro», los sinónimos contextuales agilizan la lectura «recién llegado – cautivo del tiempo». Las anáforas inciden en la dureza de la vida natural, «campos que desde la distancia […] Campos en los que las recientes lluvias», algo que se hace evidente mediante las comparaciones «como integrantes de un numeroso ejército» y metáforas animalizadoras «la serpiente de polvo que la camioneta levantaba».

Asimismo las hipérboles, de tan exageradas, aportan un aspecto humorístico, aunque a veces, la mayoría, nos tiña de negro la narración «comenzó un trago con tintes de eternizarse mientras que el Tuna lo contemplaba atónito», «Así prosiguió, alimentando su ánimo de nimiedades, hasta que pisó a fondo el embrague y, en lo que parecía un frustrado intento de partir la palanca de cambios, metió la marcha atrás».

Ángel Vela emplea todo un arsenal de recursos y técnicas en esta increíble novela para exponer situaciones vividas a diario, tragedias que se instalan en el ser humano porque conjugan el dolor físico, brutal, con el psicológico, aún peor, haciendo de los hombres peleles del destino.

1 comentario:

  1. Yo, que puedo presumir de conocer algo al autor en lo que a gustos e inquietudes culturales se refiere, puedo decir que lo has radiografiado con exactitud. ¡Menuda disección literaria! ¡Bravo!

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