He
leído una novela, regalo de David, mi amigo en la distancia, que me ha provocado
una serie de reacciones aún inacabadas. He buscado en el diccionario (después
me he dado cuenta del Glosario final que me hubiera ahorrado alguna que otra
visita al DRAE), he releído apuntes sobre la literatura mexicana, he mirado un mapa
para situar el lugar exacto de Jalisco y Morelos (tal es mi ignorancia
geográfica), he revisado los Cuentos de
muerte y demencia de Poe, he ojeado algunas novelas gráficas como V de vendetta para cerciorarme de que Donde
el perdón no llega es una novela global, posmodernista, que acoge al
costumbrismo tranquilo de principios del siglo XX en un lenguaje pausado,
culto, con tintes del cuento tradicional «Doña
Capulina vivía de un modo humilde en una hacienda a las afueras, donde había
nacido y en la que, afrontando incontables vicisitudes, su madre, viuda
prematura, logró sacar adelante una familia numerosa», junto a un realismo
punzante, lleno de asperezas y actos sádicos que dan como resultado una
historia irreverente, agresiva, con apuntes escatológicos de la vida
contemporánea en la que el alcohol y las drogas se unen a la música, el cine,
la prensa, la publicidad e internet para dibujar un ambiente surrealista,
marcado por la alucinación y la muerte, producto de una visión curtida de la
existencia en la que «poseer un corazón incapaz
de endurecerse lo predisponía al sufrimiento».
El
mundo del cómic tradicional, «se irguió
como un obelisco al que el recién llegado tuvo que mirar con la cabeza alzada»,
conecta con el de seres fantásticos e imágenes informáticas para eliminar la
diferencia entre realidad y ficción «‟¡Guácala!
¡Cuánta sangre! Se aseguraron de que entregaban la cuchara” —ironizó el
alebrije— “Pues son ellos. No hay duda” sentenció tras agacharse sobre el
periódico con las piernas muy abiertas y acercar el hocico a la fotografía». La
interdisciplinariedad consigue que las noticias de radio expongan mediante una
tipografía adecuada, espectáculos populares destinados a adormecer la mente de
los espectadores, junto a imágenes del subconsciente, en una suerte de realidad
fantástica donde el surrealismo termina por devorar a unas mentes dañadas por
la culpa, condenadas a un caos eterno.
¡CHIVAS CERO, AMÉRICA UNO!
¡Cuauhtemoc los engañó a todos! Como el Gordo engañó
al Tuna para llevarlo al sótano de la hacienda y matarlo a golpes.
¡Se lo platicamos todo!... fffff»
Ángel Vela se vale de los mass media para tomar un punto de vista desde el que mirar el
mundo, una perspectiva que le ofrece al lector en reflexiones brillantes, para
que perciba brutales referencias que no son sino las críticas del propio autor,
aunque en ocasiones parezcan una satisfacción sádica del personaje «Tras asegurarse de que Castillo lo había
entendido, el Gordo, revolver en mano, siguió golpeándolo en la cabeza hasta
hacer que perdiera el sentido».
Vela
es un pensador que disemina por el texto actos irreverentes constantes que
repugnan, con el fin de desvelar la mentira en la que se ha convertido la
verdad pública. El autor, huyendo de prejuicios intelectuales, ha comprendido
que vivimos en una sociedad formada por una masa enfermiza ávida de terror, e
intenta solidarizarse con los necesitados, con aquellos que sufren constantes
abusos:
un
joven de trece años que era su proveedor habitual […] observaba a un enjambre
de niños enzarzados en lo que parecía una pelea de gallos […] un ejemplar del
Heraldo de Jalisco […] se esmeraba por compensar su carencia de
profesionalidad, rigor o recursos con el sensacionalismo más incendiario y truculento.
La
histeria irracional en la que nos hayamos inmersos se intensifica con imágenes
esperpénticas que bestializan al protagonista de tal manera que el calvario
sufrido se transforma, por obra de las onomatopeyas del cómic, en histriónico,
absurdo, escatológico y cruel al plantear la pérdida de excrementos como paso
previo a la última realidad vivida:
Sus
labios anestesiados por la cocaína y el alcohol y una lengua atrofiada que le
estorbaba en la boca hicieron que sonaran como el bronco ladrido de un bull
terrier […] —¿Hnnnde?, ¿aggg’hnnndetagh?— reiteró, con una nueva remesa de
ladridos y escupitajos […] una andanada de vómitos que […] le quemó la garganta
al tragar buena parte […] hasta perderse en el interior de aquella camisa que
había heredado de su padre […] incapaz de soportar el martirio, perdió el
conocimiento.
En
esta novela posmodernista el narrador no analiza los hechos, simplemente va
exponiendo una serie de costumbres enraizadas en el campo con otras que tienen
lugar en la ciudad y consigue, paradójicamente, igualar a los personajes a
través de la brutalidad. El dolor, la miseria, el alcohol son los responsables
de que todos se conviertan en animales a los que el instinto de supervivencia aconseja
aguardar la ocasión propicia para atacar. Pueden esperar inmersos en el
infierno horas, días o años, el tiempo necesario hasta estar seguros de
conseguir su trofeo.
Silencio,
pero más allá de aquel rostro torvo se advirtió un rencor mal contenido.
La presa está perdida, quebrada hasta sus
cimientos. Que se derrumbe ya solo es cuestión de tiempo.
Ángel
Vela une diferentes modos de narrar, convencional, fragmentario con analepsis y
prolepsis, inversiones en el tiempo con flashback
, variadas disposiciones de grafías… En Donde
el perdón no llega no hay centro desde el que parta el relato; toda la
novela es una sucesión constante de fragmentos, anécdotas surrealistas que se
unen a otras, evidentemente reales, en un cronoespacio caótico, en el que
resuena con fuerza la sociedad macabra gobernada por un poder divino tan falto
de piedad como el humano «la patrona tomó
a la pequeña, muerta y ungida en sangre, y la acunó […] Una escena
inmortalizada por los artistas, aunque amén de encarnar el amor filial se
consagraría a la demencia».
Los
dos protagonistas principales, El Gordo y Diego Morales, se presentan, en un
principio, como personajes antitéticos, uno vive en un campo de México, el otro
reside en Estados Unidos, uno no tiene cultura, el otro es un médico eminente.
Pero estas diferencias se van difuminando hasta que entendemos que sus papeles
son intercambiables, pues ambos han llevado una vida marcada por el odio. Esto
y un determinismo absoluto consiguen exponer la inexistencia de la salvación.
No hay perdón para quienes viven en una pérdida constante de referentes éticos,
al contrario, todos están condenados a la desesperanza, al horror de sentir
constantemente rotos sus ideales.
La
novela contiene una gran carga de estética simbólica no sólo en la
interdisciplinariedad con los media; los personajes saben dónde quieren ir
aunque cambien de opinión sin pensar en las consecuencias; no hay situaciones
cerradas para ellos, nada termina porque la vida se encargará de formar un
bucle para que se repita una y otra vez la misma reacción en los descendientes
de la culpa.
El
poder del narrador es absoluto; al igual que los personajes su actitud cambia
según la circunstancia, así encontramos al omnisciente que refleja lo que va
ocurriendo, pero sabe tanto sobre lo que piensan sus protagonistas, pobres
marionetas en sus manos, que adquiere formas fantásticas; de hecho, el alebrije
es para el Gordo un narrador que le informa y llega a transformarse en
entrevistador capaz de usurpar la mente de Morales «No te hagas el pendejo, cabrón. Claro que lo sabes. Lo sabes de sobra».
Después va tomando el aspecto de su propia conciencia para, una vez unida a las
acusaciones de Morales, caer destrozado
«Ni
modo, cabrón ¿A poco no estás viendo las pruebas? Sabes mejor que nadie que son
auténticas»
—Lo
es —sentenció Morales […]
«Son
los últimos coletazos antes de caer derrotado» intuyó Morales.
El
ritmo tampoco es constante, va cambiando con ayuda de metáforas fluviales,
gestos y términos musicales; las preguntas retóricas en pasado, anulan
determinaciones de actos que se llevarían a cabo en el presente «¿era justo que pagase por algo que no
recordaba?».
Los
términos cultos conviven con la jerga de los trabajadores, términos localistas,
tecnicismos y coloquialismos. Todo un compendio de léxico capaz de abarcar la
totalidad, como los temas: «dentadura
hermética», «spanglish», «sui generis», «singladura», «una chica fresa», «shopping»,
«circundó», «sobriedad», «carente de acritud», «amigui».
Los
adjetivos antepuestos remarcan un lugar inexistente «ignoto lugar del cerebro», los sinónimos contextuales agilizan la
lectura «recién llegado – cautivo del
tiempo». Las anáforas inciden en la dureza de la vida natural, «campos que desde la distancia […] Campos en
los que las recientes lluvias», algo que se hace evidente mediante las
comparaciones «como integrantes de un
numeroso ejército» y metáforas animalizadoras «la serpiente de polvo que la camioneta levantaba».
Asimismo
las hipérboles, de tan exageradas, aportan un aspecto humorístico, aunque a
veces, la mayoría, nos tiña de negro la narración «comenzó un trago con tintes de eternizarse mientras que el Tuna lo
contemplaba atónito», «Así prosiguió, alimentando su ánimo de nimiedades, hasta
que pisó a fondo el embrague y, en lo que parecía un frustrado intento de
partir la palanca de cambios, metió la marcha atrás».
Ángel
Vela emplea todo un arsenal de recursos y técnicas en esta increíble novela para
exponer situaciones vividas a diario, tragedias que se instalan en el ser
humano porque conjugan el dolor físico, brutal, con el psicológico, aún peor,
haciendo de los hombres peleles del destino.
Yo, que puedo presumir de conocer algo al autor en lo que a gustos e inquietudes culturales se refiere, puedo decir que lo has radiografiado con exactitud. ¡Menuda disección literaria! ¡Bravo!
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