lunes, 30 de junio de 2025

LAS NIÑAS DEL NARANJEL


Hay novelas duras por el contenido. Otras se nos muestran con un lenguaje tan riguroso que también es difícil leerlas. Las niñas del naranjel está escrita con una suavidad casi poética, el ritmo flexible de la prosa le confiere sonoridad lírica, tanto que, en ocasiones, nuestra mente lee intentando poner melodía a los versos de la canción que tenemos ante nuestros ojos. Aunque no deseemos hacerlo, aunque pensemos que no puede ser, que no nos relaja, que es imposible que el entorno que surge pueda aportar alguna protección. Pero lo hace.

Las niñas del naranjel cuenta, a tres voces, la vida de Catalina de Erauso, la Monja Alférez. Ruiz de Alarcón escribió, sobre1626, la vida de esta dama que estuvo a cargo de su tía, en un convento, desde muy pequeña hasta que con 15 años ser escapó en busca de libertad y, como no podía ser de otra manera, la encontró bajo apariencia de hombre, algo que le dio la oportunidad de partir a América y servir al rey. Antonio de Erauso, ahora, se convierte en un soldado de renombre que debe luchar ante todo con su condición sexual hasta que el rey y el propio papa Urbano le dan su bendición y permiten que sea hombre hasta el final de sus días.

Cuatro siglos han pasado y el tema ha atraído a guionistas de cine, escritores de novela y dramaturgos. Todas las adaptaciones tienen un punto que las singulariza pero en todas se destacan los desafíos que tienen que afrontar las personas que no se sienten de acuerdo con su sexo.

En mayo estuve en el corral de comedias de Almagro donde asistí a la representación de La Monja Alférez, a cargo de La Percha Teatro, una compañía joven que en 2024 la estrenó como su segunda producción. Quedé tan maravillada que despertó mi curiosidad. Al poco, Antonio me regaló la novela de Gabriela Cabezón Cámara en la que no hay un ápice del humor teatral. La argentina aborda el tema del travestismo con un punto de irreverencia que lo hace más duro; las dificultades por las que tuvo que pasar Catalina-Antonio como monja, arriero, tendero, soldado, paje…, son terribles. Como uno de los narradores de esta novela, Antonio escribe una carta a su tía, monja, mientras recorre la selva de Perú con Michĩ y Mitãcuña, dos niñas que liberó a punto de morir de hambre y frío; con dos monitos; con una yegua y su cría a la que alimentará y compartirá su leche con las niñas; y con una perra. El grupo se enfrenta ahora a los peligros de los soldados, que buscan a Antonio, y a los de la selva.

Pero una de las mayores aves carroñeras, el jote, sobrevuela los pasos del grupo. La tensión va en aumento ante las dificultades, hasta que estamos seguros de que el jote tendrá su oportunidad con otras víctimas.

La novela va cambiando el foco: el convento, los conquistadores españoles, los indios humillados y Catalina-Antonio que debe enfrentarse, además, a su batalla personal, que confiesa sus pecados a través de la carta a su tía y reclama, a los lectores, una vida normal para aquellos de género no binario. Obra, pues, de total actualidad y universal. Gabriela Cabezón une a la exposión-denuncia del tratamiento indígena y la confluencia de razas, el problema existencial de identidad, la oposición destino-azar y la relación libertad-responsabilidad-caos.

En cuanto a la autora, mantiene el realismo en la descripción de las costumbres aberrantes de los conquistadores, poniendo en tela de juicio quiénes fueron los verdaderos salvajes, dónde residió la barbarie. Sin embargo cuando nos encontramos ante las experiencias del grupo fugitivo, el estilo se baña con la magia latinoamericana de mediados del siglo XX. Mientras el jote los sigue sobrevolando, una yaguaretesa se encarga de dar calor a las niñas por la noche. Los monitos, Tekaka y Kuaru, les traen frutos de los árboles y la yegua, Orquídea, comparte la leche del potrillo. La perrita, Roja, es el componente lúdico.

En esta irrealidad no existe la fantasía. Todo se vive de manera natural. Tampoco el tiempo se sucede de forma lineal; las constantes preguntas de las niñas hacen que Antonio deje de escribir y participe del presente hasta que los recuerdos se le amontonan y necesita sacarlos a la luz de su carta mientras las niñas pasean o juegan por la intrincada selva cantando, para que él pueda localizarlas en cualquier momento y evitarles posibles peligros.

La magia es parte de las vivencias de los personajes que la asimilan con normalidad; el narrador tampoco ofrece explicaciones sobre los hechos, se limita a contarlos, sin embargo estos elementos mágicos tienen significados profundos. Cabezón Cámara explora los sentimientos, mientras rechaza la realidad al cuestionar los poderes de la iglesia y del ejército sobre el pueblo, la supremacía del cristianismo sobre otras religiones saca a la luz otra dimensión de lo humano. Será en este aspecto religioso donde la autora agudice el sarcasmo con un estilo casi documental, la historia se mezcla con la literatura en descripciones bufonescas «El obispo, un querubín enorme, inclinó los rulos rubios que le aureolaban la cara rosada y buscó los ojos del capitán», en afirmaciones sobre la supremacía europea «No saben hacer cuentas los indios esos que hay en la selva», en imágenes que enfatizan lo maravilloso y lo exótico «que este nuevo mundo es viejo y tiene árboles antiguos y antiguas selvas pródigas en delicias». Destaca la perspectiva humanística de Antonio como participante de la conquista, limitándose a contar lo que ve, a obedecer unas veces y a desobedecer otras, cuando las barbaridades son evidentes «Ahí había dos jaulas. Adentro de una, un mono gordo, uno muy flaco y otro raquítico, ya muerto. En la otra una criatura muy pequeña y flaca como un alambre».

La crónica novelada aparece en Las niñas del naranjel en las cartas que Antonio escribe a su tía, pero sobre todo entre los diálogos que mantienen los soldados con los prelados, donde observamos el punto de vista, patente, de los españoles y el encubierto de los nativos.

Asimismo en las descripciones de los personajes la autora visibiliza, a través de la animalización, el carácter de cada uno. No podía ser de otra forma; los que allí estaban eran bestias: «O las indias bautizadas que estarían desfilando a sus habitaciones, arrastradas por las garras de los soldados»; (el obispo) «Enseguida fue presa de las moscas. Posóse una, atrevida […] empezaron a dejar sus huevos en las cavidades del ilustre prelado que vivió una metamorfosis extraordinaria a nido de larvitas».

Con solo dos palabras retrata al capitán como un depredador de los débiles, no ofrece oportunidades, solo espera a tener a todos reunidos para hacerlos desaparecer. Por el contrario, Catalina-Antonio representa la liberación, el orgullo y la fuerza que tuvo en un mundo que le fue hostil, «Antonio tiene perfil de águila y el capitán de oso hormiguero».

La historia es dura, porque realmente lo es entrar en un país y tomarlo por la fuerza. Época terrible que se repite cinco siglos después. No escarmentamos; por eso Gabriela Cabezón elige una literatura casi surrealista, casi de realismo mágico terrorífico. No podemos olvidar el daño que los hombres hemos hecho, para no volver a cometerlo. No podemos obviar el dolor de las personas que no se pueden integrar en la sociedad porque son extrañas de sí mismas; su cuerpo no les pertenece. No debemos permitir que sigan sufriendo humillaciones de los que se creen superiores o normales, sin saber que su actitud no es normal ¿o sí lo saben y les da igual?

Además de esta literatura que cabalga entre la narración, el diálogo, la epístola y la crónica, otros recursos la convierten en una obra lírica: Epanadiplosis para reforzar el sometimiento sarcástico al capitán «De nada, señor, de nada»; Metáforas poéticas que suavizan la barbarie, no de la selva sino de los conquistadores «la luna alumbra un hueco de cielo desmayado ya de naranja» Uso del condicional con el que dificulta la distinción de lo vivido «saldría yo de allí […] iría el lunes a la tienda…»; cambio de vocal en la etimología por asimilación con selva para conseguir un término más natural:


—Eso sólo hácenlo los salvajes

—¿Quién son los selvajes?

[…]

—De la selva somos selvajes

Conectores sin sentido que aportan más sinsentido a las torturas «Como porfían en su ignorancia, les hace dar una vuelta» (en el potro).

El uso de las oraciones cortas aumenta el ritmo, a veces crean una tensión desmedida en el lector, otras enfatizan momentos clave y siempre mantienen el impacto de la dureza argumental «Ha de hacer tronar el escarmiento. Ay. Espira, las ceremonias. Inspira. Ay, los tambores del patíbulo. Espira. Ay, la postura erecta. Inspira…».

En fin, obra dura, difícil de asimilar en su contenido y forma. Pero imprescindible porque, aunque resulte paradójico, la escritura es perfecta, mágica, casi establece una coreografía con las escenas que describe.

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