La novela También
esto pasará apenas tiene
argumento. La madre de Blanca ha muerto tras un largo periodo de sufrimiento,
debido a un cáncer, y ella experimenta el vacío de la separación definitiva. A
su mente acuden recuerdos de experiencias familiares. Fue una niña que tuvo una
infancia sin preocupaciones económicas y que disfrutó de una madre un tanto
peculiar, generosa incluso con los que no conocía «mi padre comentó que tenía problemas de dinero. No eran amigos, pero
charlaban […] le preguntó cuánto dinero necesitaba y se lo dio», pero
egoísta con su familia, probablemente porque nunca dejó de hacer lo que le
gustaba, sentimiento que se agudizó con los años y la enfermedad: «La enfermedad, el dolor, que algunos
médicos aseguraban que te inventabas, te convirtieron en un monstruo de
egoísmo».
Acaso el excesivo
individualismo de su madre hizo que Blanca se sintiera sola en sus momentos más
importantes, consiguiendo incluso silenciar situaciones que una hija nunca
puede ocultar a su madre. Blanca experimentó la soledad, el desarraigo hacia su
madre, en muchas de sus vivencias, «el
día que me dijiste que, tal vez, si no me venía la regla pronto, tendríamos que
ir al médico y que te contesté, tan tranquila, que hacía dos años que tenía la
regla y que no te lo había dicho porque no
era asunto tuyo».
La infancia de
Blanca y su adolescencia no debieron de ser felices. No puede ser feliz una niña,
hija única además, que no ha compartido con su madre los instantes cruciales de
su vida. No soy psicóloga, pero intuyo que tantos remordimientos de Blanca ante
la ausencia irrevocable de la madre son fruto de la falta de expresiones
cariñosas, de momentos íntimos, de detalles recibidos. La protagonista tiene 48
años y aún no ha madurado «dos hijos, dos
matrimonios, varias relaciones, varios pisos, varios trabajos».
La madre no la
ayudó a resolver sus momentos decisivos, por eso ahora a ella le cuesta soportar
una de las experiencias más duras, por eso necesita que otros la tengan en
cuenta y la afiancen a la realidad, «no
tengo ganas de otro pésame […] Y, sin embargo, me siento muy erguida, me quito
las gafas de sol y me subo un poco el vestido». Necesita la aprobación de
los demás, que sean otros quienes la hagan sentir bien, querida, admirada,
deseada, imprescindible.
La literatura de Milena Busquets es reflexiva, la autora
nos introduce en una novela de vivencias, aunque la encuentro algo superficial.
Quizás el lenguaje tan cotidiano, tan evidente, los razonamientos triviales de
la protagonista sean los responsables de que eche en falta un indiscutible
vuelo poético en la reflexión.
Blanca ha
experimentado numerosas relaciones sexuales, se ha enamorado en varias
ocasiones y sin embargo su aventura no es apasionante, no contagia emociones.
Creo que, probablemente, su dolor pasará pronto a pesar de que está
acostumbrada, como lo estuvo su madre, a tenerlo todo sin sufrir demasiadas
dificultades. Son personas de alta clase social a las que todo va bien, nunca
han asumido el fracaso, por lo que ven aquello que no tiene arreglo, como la
enfermedad o la muerte, como algo insoportable.
Milena Busquets ha encadenado pensamientos en torno a la muerte de su madre pero les falta cierto punto de vista íntimo. Echo de menos experiencias intuitivas, vitales entre madre e hija. Creo que la vivencia de Blanca no invita a la reflexión del lector, al menos desde mi recepción. En ningún momento me he sentido identificada con la protagonista. Puede que la autora pretendiera eso, que entendiéramos la soledad, la culpa, el remordimiento que provoca la falta de afecto, el dolor al darnos cuenta de que ya es tarde. Solo así tiene sentido que los sueños que se presentan con la persona que debía de ser la más importante en nuestra vida se transformen en pesadillas y generen respuestas caóticas. Pero hasta lo más traumático pasa.
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