Pocas comedias
habrán sido más adaptadas que Los gemelos
desde que Plauto la escribiera allá por el siglo III antes de nuestra era. En
realidad él se basó en otra griega, anterior, de la que no se conserva nada. El
éxito de esta obra teatral se debe, probablemente, a que los equívocos que
presenta son emblemáticos del ser humano. El problema de la identidad, cómo nos
vemos nosotros o cómo nos ven los demás, no tener claro si lo que estamos
viviendo pertenece al mundo real o a la imaginación.
En Los gemelos, un mercader de Siracusa va
con sus hijos gemelos a unos juegos, donde pierde a Menecmo. Poco después muere
de pena. Menecmo ha sido adoptado por otro rico mercader, del que hereda su
fortuna. Ahora vive en Epidamno y está casado infelizmente, por lo que tiene
una amante. Por su parte, la madre de Sosicles, el otro gemelo, le cambia el
nombre en recuerdo del niño desaparecido y al morir ella, Menecmo II viaja para
encontrar a su hermano. Cuando llega a Epidamno se suceden las confusiones y
los enredos entre los criados de los hermanos Menecmos, la mujer, la amante y los
vecinos, hasta que tiene lugar la anagnórisis final y ambos regresan a
Siracusa. La obra de Plauto gana en comicidad a la griega; los personajes son
jóvenes alocados, alcahuetes y cortesanos.
Esto le dio pie a William Shakespeare en el siglo XVII para
escribir La comedia de los errores, donde dobla el enredo con dobles
parejas de gemelos. La familia del mercader Egeonte, de Siracusa, tiene gemelos
y compran otros gemelos recién nacidos a una familia necesitada, para que sean
los sirvientes de los niños. En un viaje en barco, naufragan y cada progenitor
queda con un niño y su esclavo.
Egeonte llega a
Éfeso siguiendo a su hijo Antífolo que partió en busca de su hermano. Allí
debería ser ejecutado, por saltarse la ley que prohibía pisar la ciudad a los
de Siracusa, pero al contar su triste historia le dan 24 horas para pagar una
multa a cambio de su vida. En este día sucederá todo.
El parecido entre
los dos hijos y sus respectivos gemelos, Antífolo y Dromio de Siracusa y
Antífolo y Dromio de Éfeso, genera grandes confusiones entre los habitantes y
la propia esposa de Antífolo de Éfeso, Adriana, que vive con su hermana
Luciana, dando pie al extrañamiento de esta cuando Antífolo de Siracusa intenta
enamorarla y ella lo toma por su cuñado. Si la situación de Plauto era
descabellada, Shakespeare la complica aún más. El esquema teatral fue respetado
sin embargo; lo que afirmó en Inglaterra la perfección del teatro clásico en su división en cinco
actos.
También mantiene el
efecto cómico en el uso del doble, algo que permite romper el orden establecido
y crear el enredo cuando Adriana cree que ya no le gusta a su marido. Las
confusiones son hiperbólicas al coincidir en escena el amo y el criado del
otro. Sin embargo, el bardo de Avon sigue siendo fiel a su norma en el teatro:
la libertad desenfrenada se castiga con la desgracia. Por eso, los personajes
de La comedia de los errores no
mienten, se equivocan, llevan buenas intenciones; esto les asegurará un final
feliz, aunque nunca antes de experimentar el recurso de la anagnórisis clásica.
Cuando se juntan los cuatro en escena es cuando se reconocen y se reencuentran
con sus padres. El descubrimiento familiar pone fin a las circunstancias de la
separación que habían desembocado en un ritmo trepidante durante la representación.
El desarrollo del
enredo es la base de la comedia, sin embargo no podemos dejar a un lado la
riqueza de lenguaje exhibida por el gran autor inglés que intercala en el
lenguaje cotidiano y hasta soez, bellas metáforas o expresiones poéticas «querellas intestinas y mortales», «desfallecida por la dulce carga que llevan
las mujeres».
Los recursos
literarios son variados aunque destaquen los antónimos para reforzar las
confusiones: «de qué regocijarnos y de
qué afligirnos». Estos términos contrastivos e hiperbólicos consolidan el
tema principal: El destino del ser humano, «Desventurado
Aegón, a quien los hados han marcado para probar el colmo de la desgracia».
Los enredos se
suceden encadenándose unos con otros hasta llegar a un encuentro desmedido en
el que la ocultación de la personalidad tiene lugar con todos en escena
separados por una puerta, por lo que no ven la apariencia del otro. Esto da
lugar a un pasaje humorístico exagerado en el que todos insultan a Antífolo de
Éfeso pensando que es un impostor.
Destaca, pues, la
creación de personajes memorables; la doble identidad permite explorar las
virtudes y defectos de los hombres: (Los marineros) «buscaron salvación en nuestro bote y nos abandonaron dejándonos el
barco a punto de hundirse». El poder y la ambición también quedan en
entredicho, «Tus géneros, vendidos al más
alto precio, no pueden subir cien marcos; por consiguiente la ley te condena a
morir».
Cuando comparecen
en escena Antífolo y Dromio de Siracusa con Adriana y Luciana, surge, en el
enredo de la confusión, la relación que solía ser habitual en los matrimonios
de la época: Adriana saca a relucir los celos (por la poca confianza en ella
misma y la poca libertad de ellas frente a la del hombre), Antífolo muestra el
poco interés que tiene hacia “su mujer”, Luciana expone la rabia por cómo está
siendo tratada su hermana y Dromio exterioriza la incomprensión hacia los que
tienen cierta consideración social:
Adriana.- …si tú y yo somos uno y faltas a tus votos, yo asimilo el veneno de tu carne y me prostituye tu contagio…
Antífolo de S.- ¿Me hablas a mí, bella dama? ¡Si no te conozco!
Luciana.- ¡Vaya, cuñado, cómo cambian las cosas! […] a Dromio le pidió mi hermana que te llevara a comer.
Antífolo de S.- ¿A Dromio?
Dromio.- ¿A mí?
La doble identidad
es perfecta para reflexionar sobre la vida, hasta dónde llega lo real y
empiezan los sueños. Antífolo se lamenta de algo que tampoco entendió nuestro
Segismundo «¿Qué error nos engaña los
ojos y los oídos?».
Lo sensato, para
Antífolo, es dejarse llevar por los hados y las circunstancias «Haré lo que digan sin protesta alguna y
así, en esta niebla, viviré aventuras».
También entre las
dos hermanas describen el papel social del hombre, ansiado por algunas mujeres
e ironizado por otras.
Luciana.- Los hombres, más cercanos de la divinidad,
dueños de todas esas criaturas soberanos del mundo y de los vastos y
turbulentos mares, dotados de alma y de inteligencia, de un rango más elevado
que los pájaros y los peces, son los dueños de sus esposas, y sus señores. Que
vuestra voluntad sea, pues, sometida a sus acuerdos.
Adriana.- ¿Es esta esclavitud lo que os impide casaros?
En medio del humor
y la ironía, la sociedad queda plasmada con sus vicios y sus virtudes, las
relaciones entre amo y criado son recurrentes y ayudándose de las reiteraciones
alargan las razones, injustas para el más débil
Dromio.- …Pero por gracia, señor ¿Por qué me golpeáis?
Antífolo.- ¿No lo sabes?
Dromio.- No sé nada, señor, sino que soy golpeado.
Antífolo.- ¿Quieres que te diga por qué?
Dromio.- Sí, señor, el por qué. Porque todo por qué tiene
su por qué.
Los criados son
vapuleados, insultados y animalizados, y Shakespeare no duda en exagerar estos
rasgos con degradantes hipérboles que provocan la hilaridad entre el público.
De
pies a cabeza mide igual que de cadera a cadera, señor, es redonda como el
globo de la tierra, y en ella podríamos hallar varios países.
Todos coinciden en el escenario casi al final del Acto V aún con el enredo sin resolver; deberá aparecer la abadesa del convento con una sorpresa que desembocará en el reconocimiento final y en el restablecimiento del orden.
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