jueves, 10 de abril de 2025

AY EL AMOR EL AMOR

La última entrega de Rocco Schiavone nos hace quererlo más. El narrador no se detiene en pequeños detalles, tampoco se alarga en descripciones exhaustivas, Rocco va directo al caso Y, curiosamente, no es él quien narra, pero a veces la figura del narrador se confunde con la del protagonista y con la del autor. Me gustaría preguntarle a Antonio Manzini qué tiene de Rocco, o viceversa. A lo mejor nada pero el personaje está pensado con tanto cariño que da la impresión de estar vivo.

Ay el amor el amor comienza con un narrador externo que, como si tuviera una cámara, va contando los últimos momentos de una operación de riñón. Todo va como debiera, «el doctor Negri se disponía a extirpar el riñón». Pero una hemorragia masiva, sin posibilidad de control, hace que, a pesar de todos los intentos, «A las 22 horas y 21 minutos, el cirujano Filipo Neri anunció la defunción del paciente».

La siguiente escena es una noticia periodística, «Muerte de un industrial» firmada por Sandra Buccelato, donde anuncia la disposición de la familia a denunciar la mala praxis del hospital por haber causado la muerte de Roberto Sirchia al ponerle sangre que no era de su grupo.

Seguidamente, pasamos a la resolución del caso. Schiavone también está hospitalizado; le han extirpado un riñón como resultado de un balazo durante un tiroteo en el que habían detenido a una banda de falsificadores. Rocco no cree que haya sido una negligencia por lo que, desde el hospital, ayudará a su equipo a resolver lo que parece un homicidio.

El subjefe sigue teniendo mal humor, sigue haciendo gala de cierta misantropía, pero está más vulnerable, puede que porque haya visto de cerca la muerte, puede que el hospital se preste a ello, aunque no ha sido suficiente para calmar su carácter dinámico. En el hospital se reúne con el equipo, en este caso algo cambiado, Antonio Scipione ha sido ascendido a subinspector. Su éxito profesional no lo va a librar de una hecatombe personal, que lo obligará a afrontar sus acciones de los últimos tiempos. Esto no quita para que como buen subinspector que admira a su superior, se haga eco de expresiones tan propias de Rocco «Lucrezia, perdóname, pero este fin de semana no puedes subir. Tenemos una tocada de cojones de décimo grado y debo estar operativo las 24 horas».

También habrá sorpresa para Ugo Casella, un agente de total confianza. D’Intino será el siguiente que nos sorprenda a todos hasta el final; su ineficacia va en aumento dando lugar a momentos histriónicos; y Deruta y Pierron continúan en su línea. La policía científica Michaela Gambino toma en este caso mayor relevancia. Ella y el forense Fumagalli, entre otros detalles, darán la clave para solucionar el caso. En la vida privada del subjefe Schiavone, Gabriele y su madre, Cecilia, también lo pillarán desprevenido, dejando abierta la relación que seguirán manteniendo. Habremos de esperar a la próxima entrega. No sólo estos personajes, los amigos de la infancia de Rocco protagonizarán, seguro, algún suceso. Por ahora, Seba nos ha tenido en vilo, sin saberlo, durante la trama causando al final un desconcierto considerable.

No hay problema si no se ha leído nada de esta saga, su poder de atracción es tal que no hace falta, además, a lo largo de la novela se van nombrando hechos de las anteriores que van poniendo en situación. Asimismo las apariciones de Marina, la mujer de Rocco, asesinada, son escasas. Continúan hablando aunque ella cree que debe rehacer su vida «El nuevo trato es que si hablas de recuerdos, me voy […] Se va de verdad».

En fin, como reza el título, todos quedan tocados por el amor, sentimiento que puede ser la causa de los actos más nobles o más abyectos. Así que habremos de leer la novela de Manzini para disfrutar del misterio, «una vez por el paraguas y otra vez por un gorrito de lana calado hasta las orejas, todavía no había conseguido verle la cara», de la ironía, de descripciones cargadas de comparaciones humorísticas y de los actos hiperbólicos de Rocco «Esa había sido su dieta desde hacía al menos tres días, café y cruasán para desayunar, café y cruasán al mediodía y café y cruasán para cenar, con una barrita de chocolate de postre».

Los hechos se van narrando básicamente en dos espacios, el hospital y la comisaría. Son dos centros de operaciones desde donde deciden qué hacer y adónde ir. No encontraremos grandes persecuciones, porque la resolución tendrá que ver con la inteligencia y los sospechosos están en su lugar habitual. Nadie desaparece. Todos están convencidos de su impunidad. Schiavone, por su parte, tiene tiempo de reflexionar sobre los riesgos del trabajo mientras recuerda a sus seres queridos y sus aficiones, «Y con un riñón menos […] la vida va quitándote pedazos uno a uno. ¿Cómo llego a la meta?».

También en los diálogos, Manzini deja su punto de vista en boca de Rocco «hazte a la idea de que esta operación te la han regalado todos los ciudadanos que sí pagan impuestos, so idiota. Te merecías haber nacido en Estados Unidos, donde las medicinas te las pagas tú solito»; reflexiones acertadas que describen la realidad con toda crudeza. Cuando le interesa algo, no frena y pone a su disposición todos los recursos de que dispone, incluso suplantación de identidad «—Comandante Minetti […] Guardia de finanzas. Se trata de una comprobación rápida». El humor no falta en el equipo. Todos han aprendido de su jefe, por eso, cuando es necesario, se saltan las normas que impedirían la resolución del caso, las de tráfico, las del juego o las del interrogatorio a los sospechosos: «El tercer golpe fue un puñetazo en el estómago que hizo que el técnico de laboratorio se desplomara en el suelo».

El fin lo permite casi todo si consiguen atrapar al culpable; para ello el narrador, con escenas más bien cortas, pasa de un personaje a otro sin terminar de aclarar nada. Los lectores sabemos menos que ellos, por eso crece nuestra tensión, pero como también crece el enredo, el disfrute está asegurado. Otro punto fuerte, sin duda, es el empleo del lenguaje: ironías, sarcasmo, polisemia, homonimia, mentiras, comparaciones hiperbólicas, epítetos que pretenden ser significadores de conductas, tecnicismos que responden a otros…


—El seiscientos por cien. Como máximo se puede decir el cien por cien.

—Lo sé, era una hipérbole.

—Sé que era una hipérbole, por eso le he respondido con una tautología.

—Cuántas cosas sabemos, ¿verdad señor Baldi?

—Bastantes…

Todo un arsenal de recursos literarios incisivos que se esfuman cuando se trata de las reflexiones íntimas de los personajes, en las que el amor y la amistad predominan sobre el interés.

No hay comentarios:

Publicar un comentario