martes, 22 de abril de 2025

MOSTURITO

Después de leer Mosturito uno se replantea el pasado, reconsidera al ser humano como tal.

Al revisar tiempos pretéritos ahora, hartos de añorar el vivir en la calle, el tener amigos con los que divertirse, tener libertad de horarios, tener las tardes libres para disfrutar… es conveniente que pensemos en la soledad de aquellos con los que nadie quería jugar, en el miedo de tantos otros de llegar a casa cuando el ambiente no era acogedor. Mucha calle, mucha libertad, pero también drogas, alcohol, vejaciones que nadie denunciaba porque era lo normal… Los pederastas existían y vivían como perfectos ciudadanos, los curas, también. Los maltratadores podían matar a palos a su mujer o a su hijo. No había compensaciones para las víctimas. Y todos callaban.

Al reflexionar hoy sobre el ser humano, a lo mejor nos damos cuenta de que no tiene tantos buenos sentimientos como creíamos; o están mal repartidos. En cualquier caso, después de leer la novela de Daniel Ruiz, comparamos lo que sucede en 2025 con lo que ocurría en los 80 y llegamos a la conclusión de que el Hombre es más despreciable de lo que pensamos. ¿Cómo toleramos el machismo? «El ventura tiene canas a los lados del pelo y unas gafas grandes y en realidad es un enano que no tiene ni dos guantazos».

Mosturito es una novela sobre la vida en los barrios de los años 80. Son personajes literarios pero es un texto real.

He leído la vida de Mosturito, Pedro Gotor Fernande, y aún llevo dentro la rabia, la pena, la compasión y las ganas de venganza.

La pobreza, la violencia y la miseria han hecho de Mosturito, Mostu, un pícaro que aprende a callar, a robar, a pensar y a sobrevivir con lo que tiene en cada momento. El amor por la Tata y la amistad del Zurdo le enseñan a ser fuerte y enfrentarse a todo con valentía.

Pedro, Periquillo, es un niño de diez u once años que vive con su Tata desde que su padre mató a su madre de una paliza y a él lo dejó deformado. Lo único que tiene en el mundo es a su tía y ella sobrevive como puede para cuidarlo, para enfrentarse a aquellos que abusan de él, se burlan, «Mosturito, Carastrujá» o le pegan. Son dos perdedores que se protegen mutuamente hasta que el niño conoce al Zurdo, un chico mayor, de la alta sociedad, drogadicto, que le demuestra su amistad y le da la oportunidad de demostrarse quién puede llegar a ser.

La historia es dura y de una ternura infinita. Es imposible no querer a ese niño contrahecho y a su tata, gorda, demasiado aficionada al alcohol, y desbordada de amor hacia su sobrino.

Y es imposible no admirar a Daniel Ruiz. La narración es fantástica. El narrador es el protagonista quien, desde su punto de vista cuenta en primera persona, y con un lenguaje oral, su historia plagada de términos del argot, tantos que a veces hemos de parar la lectura y volver atrás para entender lo que dice: «fumete, jarto, moni, palique, quinco…»; lenguaje que lo instala en un nivel sociocultural bajo. A Mosturito no le importa nombrar palabras tabú: culo grasiento, el cogollo… Las irregularidades sintácticas logran que prevalezca el sentimiento o aquello que le interesa remarcar; la dicción correcta es lo de menos. Lo observamos en oraciones agramaticales en las que queda claro dónde está la importancia del enunciado, «Está todo el día fumando, la Tata, y las paletas las tiene grises…» «y alguna vez el bocata la Tata lo tira demasiado flojito y acaba en el taller».

En la sintaxis elimina el superlativo y lo sustituye por la repetición del adjetivo en grado positivo o con expresiones propias de la jerga coloquial, «siento dolor fuerte fuerte» «de tela de lejos».

Creo que uno de los rasgos que más llama la atención es el uso continuado en la escritura de la variedad oral; el autor consigue formar nuevas palabras con todos los medios a su alcance:

– Usando escritura fonética: sielo.

Sufijaciones incorrectas, pintarraca, guapura, totalmente expresivas.

–Unión de palabras mediante haplología mentretenga, sahecho, carastrujá, pal otro lado, cagon tu madre.

–Palabras nuevas por asimilación de vocales dispierto, yanki (por yonki); o por disimilación, chiquetito.

–La composición según la fórmula verbo+ nombre también da resultado, agarraniños; o simplemente mediante apóstrofos, pal.

–Formación de palabras por supresión de sonidos, bien con aféresis: ira (mira), enga (venga), suntosociales, quillo; con síncopas: salío, hijosputa, masca (mastica), vi (voy) Gosgoblin (Go Go Goblin); con apócopes: zanca (zancadilla), pa (para), namenos; con la utilización de hipocorísticos: Puri, Periquín.

–Asimismo forma palabras mediante prótesis de sonidos: endiñarle. Y es común la trasposición, en la que usa metátesis: daleo la cabeza, mosturito, murciégalo.

–Forma palabras derivadas por similitud; así encontramos guarreosos, porquerioso… Pero no cabe duda de que la tendencia, sobre todo en la lengua oral, es a economizar sonidos y así podemos encontrar términos como oruta (eructa). Son palabras cargadas de sensibilidad que aportan una afectividad fuera de lo común en un niño por todo lo que lo rodea. A veces elimina signos ortográficos para incidir en la continuidad de lo que cuenta; esto unido al polisíndeton alarga el sufrimiento del protagonista, «y me ven de lejos y me dicen ira el mosturito ira el mosturito».

En los momentos más profundos, cuando habla de sí mismo en segunda persona nos proyecta hacia su propia intimidad y su propio dolor, «Tienen miedo. Todos tienen miedo de ti mosturito. La sensación es nueva, se parece a cuando estoy en la azotea y tengo vértigo y a la vez no me importaría tirarme».

El ritmo de la novela es ágil, influyen no solo las modalidades del lenguaje oral, también los capítulos cortos; las comparaciones con alusiones a la televisión de los 80; los latiguillos utilizados para terminar las frases, «también la Bombi, que es la de las tetas gordas y el pelo azul, quillo, Zurdo, llégate a por un litro, o qué», «y el padre cabrón tiene toda la cara de Gargamel»; al ritmo dinámico contribuyen, asimismo, la eliminación de la voz del narrador o la mezcla de exposición de hechos, pensamiento y diálogos, «la sujetan por detrás y le retienen el bate y ella sigue gritando y tranquila Tata, por dios Tata, tranquila».

A pesar de la historia despiadada, los recursos literarios bañan el argumento de dulzura, bien con elipsis, «A mi niño ni un pelo», bien con animalizaciones o cosificaciones «manos de choco gigante», «gran torre de carne». No cabe duda de que la pena es fundamental para exaltar el lirismo con metáforas «Me gustan las pecas de la Estrella, es como si alguien le hubiera echado una cucharada de canela en la nariz» o con oxímoros «Y el silencio es lo peor. Porque es un silencio lleno de ruido».

Y si no lloramos leyendo Mosturito es porque en este ambiente inhumano destaca el humor, la agudeza o la inocencia con la que Mostu describe los hechos, la ironía que emplea en momentos difíciles y su disposición para despreciar aquello que no le gusta, «vuelve con un mierdoso pastelito», «cara de burguer con extra de carne», «un cuadro de Jesucristo con los ojos azules y medio pelirrojo en el que Jesús parece un jipi gay», «es un tío calvo, encogido, bajito, se parece un poco a Filemón».

Y en esta ternura, con este humor, Daniel Ruiz pone en tela de juicio la desolación con la que los más pobres han de enfrentarse a la vida, al acoso que sufren los niños, el maltrato de género, el maltrato infantil, la pederastia, las pesadillas constantes de quienes los sufren, la pena, el miedo y la indefensión y sobre todo, el deseo de poder controlar sus vidas.

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