martes, 29 de abril de 2025

PÚSTULAS

No cabe duda de que Talentura es sinónimo de buena y diferente literatura; en esta ocasión ha apostado, de nuevo, por Raúl Ariza, una de las mejores voces de la narrativa actual, y si alguien lo dudaba no tiene más que leer su último libro: Pústulas, dividido de manera desigual en doce relatos y dos partes. La primera, Epidermis, contiene once historias, mientras que la segunda, Dermis, solo una: La vida desde mi ventana, cuyo protagonista es un mero observador de lo que ocurre en su entorno; conoce a los vecinos, está enamorado, pero no participa en una serie de acontecimientos espectaculares, que nos va relatando de forma lineal, en la plaza del barrio, llevados a cabo por unos vecinos con música y artificios en directo. Todos se implican en este evento y todos comparten felicidad excepto él que, aunque desea estar al lado de Maribel y su hijo Tito, expía sus pecados como si fuera el protagonista de la ópera que están representando. ¿Pretende redimirse a través del amor como Tannhäuser? En cualquier caso la algarabía de la plaza contrasta con su silencio y soledad.

Los relatos de Epidermis mantienen cierto tono decadente con el que puede enfatizar la desilusión de los protagonistas, Las últimas lluvias da fe de ello: «Dentro estoy a gusto, a pesar del calor». A través del declive expuesto aparece cierta búsqueda de la belleza que abre una finísima veta, índice de una personalidad celosa, controladora, capaz de albergar y mantener solo relaciones acaparadoras, tóxicas: «La caseta de mi familia a la que ella y yo venimos a refugiarnos, ocultarnos y a amarnos». El personaje pretende evadirse de la realidad con su «novia de siempre»; sin embargo, algo alerta al lector, se trata de dos adultos que continúan un amor «juvenil, irreal y apasionado». El protagonista nos transmite esta circunstancia como una heroicidad, pero esta proeza es en realidad una hombrada individual, por lo que cuando ella decide terminar con esa relación que ya no le aporta nada, él decide terminar con ella. El narrador, en sus recuerdos, explora las regiones más profundas de su sensibilidad y se revela como alguien que no acepta una catástrofe personal; pero es un cobarde, porque elimina lo que él cree que es la causa de su desgracia. 

En las reflexiones individuales de Epidermis aparece de forma tímida la crítica del autor hacia una iglesia que intenta aportar consuelo divino a cualquier depredador que se arrepienta en el último momento de su existencia. Será la justicia terrenal la encargada de castigar al asesino.

Hay otros relatos, como el que abre Pústulas, en donde el criminal es un maltratador que permanece inmune en una sociedad que lo acoge; deberá ser la propia naturaleza la que inflija el castigo, «Por culpa de la absoluta falta de ingesta y de las fiebres constantes, lucía unas ojeras profundas». En el nombre del Padre comienza in medias res para mostrar cómo se desarrolla un conflicto que empezó años antes. Con secuencias retrospectivas, el narrador, hijo del protagonista, va poniendo en conocimiento del lector la vida de este sádico que mantiene atemorizada a su familia desde el momento en que se casó.

Algunos relatos comienzan in extremis. En ellos la situación inicial coincide con el desenlace, justo antes de describir la coyuntura final. En Verso a verso, el narrador, en tercera persona, explicita una circunstancia en la que una pareja mantiene una situación desigual: él es quien habla «incandescente y envalentonado por la coca, mientras se le acerca hasta casi rozar su oreja con los labios tratando de salvar el barullo ambiental»; por su parte, «Ella esboza una sonrisa desganada». La situación es totalmente efectista y, una vez marcada, el narrador retrocede casi un mes para contar cómo se conocieron y qué hicieron hasta llegar al presente, en el que el desenlace, demoledor, es la consecuencia de esa situación final-inicial. Es lo que obtenemos al vendernos por interés, cuando sabemos que hemos tocado fondo pero aún seguimos intentando aparentar lo que nunca hemos llegado a ser.

Esta técnica utilizada por el autor nos deja intrigados desde el principio; una vez que conocemos el final, queremos saber más, queremos conocer cómo llegaron ahí y cómo termina realmente el cierre de la historia, el desenlace, el que reserva la información más importante, aunque el autor marca el tono del relato, como es habitual en él, desde el comienzo, «suaves y húmedos como el interior de tus muslos», «La fiesta se agota de forma alcohólica».

Si tuviera que definir la clave del estilo de Raúl Ariza, diría que es el uso inigualable de las oraciones subordinadas, que van apareciendo de forma encadenada como causa, consecuencia de la principal, como sintagmas nominales, adverbiales o adjetivales que completan la idea con precisión absoluta. Los lectores estamos deseosos de obtener más información, queremos entender la idea, queremos que, como en Maullidos nos vaya revelando detalles poco a poco, aunque sean demoledores «a Dios a veces también se le va la mano […] Jesús, el mayor de todos los vástagos de aquella esmirriada prole, tuvo que asumir el mando familiar…».

El factor común de la narrativa de Ariza —por lo tanto— es la oración larga, que imprime en el lector la sensación de reflexión. Aunque algunos relatos sean más cortos que otros, ninguno mantiene un ritmo rápido, todos invitan a leer con calma, algo que los reviste de atractivo; es la propia subordinada la que va generando interés a través de sus conectores «Desde el día de Todos los Santos; cuando […] que […] y […] para […] y […] y […] que […] por […] que […] hasta […] durante […] que…». Oraciones que pueden ocupar media página en las que se van dando a conocer relaciones tóxicas con una madre, los contrapuntos en relaciones amorosas, consecuencias de la invisibilidad (sobre todo de la mujer) la desubicación de la soledad, la necesidad de supervivencia y la aceptación de la derrota. Son relatos que se van pegando a nuestra piel y oprimen como Aquellos zapatos a su protagonista.

Otros recursos literarios conforman Pústulas como una joya que es conveniente releer: las metáforas literarias compiten con las meramente sexuales, «primero la encandiló con unos cumplidos en asonante». La personificación de símbolos religiosos y políticos constriñe con más fuerza a los desvalidos «Un rastro rancio de incienso, teñido de un azul peleón sobre el que destacaba un yugo con flechas bordado en rojo sangriento, le daba cada mañana los buenos días a la ciudad». Las comparaciones abstractas resultan evidentes por obvias. El uso de varias perífrasis verbales en un determinado contexto expresan diferentes matices de la significación del proceso narrativo «suele bajar», «puede encontrarse», «comienza a arrepentirse».

Escrito en párrafos anafóricos, Necedades, otorga notoriedad a «Algunas cosas no cambian nunca» como la desaparición de la intimidad familiar, ejecuciones y violaciones a los más débiles, engaños amorosos, el cuerpo se apaga a pesar de la mente o las relaciones frías sin amor.

El empleo de perífrasis enfatiza la información del narrador mientras crea sensaciones vertiginosas en el «desvarío corporal al que con frecuencia me someto».

La crítica irónica a la Iglesia deviene en sátira en ocasiones «antes de ser abatidos y silenciados por los que se sabían apostólicamente vencedores».

Merece la pena leer Pústulas. El estilo es apasionante. Y merece la pena el cambio de registro efectuado en Cienfuegos, en el que el humor irónico, poco reflexivo, insolente del protagonista pone en evidencia su cinismo y falta de valores. Raúl Ariza dramatiza lo cómico hasta la tragedia mientras lleva a cabo una apología del crimen y del machismo en un mundo excesivo y peligrosamente cercano.

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