La última entrega
de Rocco Schiavone nos hace quererlo más. El narrador no se detiene en pequeños
detalles, tampoco se alarga en descripciones exhaustivas, Rocco va directo al
caso Y, curiosamente, no es él quien narra, pero a veces la figura del narrador
se confunde con la del protagonista y con la del autor. Me gustaría preguntarle
a Antonio Manzini qué tiene de
Rocco, o viceversa. A lo mejor nada pero el personaje está pensado con tanto
cariño que da la impresión de estar vivo.
Ay el amor el amor comienza con un narrador externo que, como si tuviera
una cámara, va contando los últimos momentos de una operación de riñón. Todo va
como debiera, «el doctor Negri se
disponía a extirpar el riñón». Pero una hemorragia masiva, sin posibilidad
de control, hace que, a pesar de todos los intentos, «A las 22 horas y 21 minutos, el cirujano Filipo Neri anunció la
defunción del paciente».
La siguiente escena
es una noticia periodística, «Muerte de
un industrial» firmada por Sandra Buccelato, donde anuncia la disposición
de la familia a denunciar la mala praxis del hospital por haber causado la
muerte de Roberto Sirchia al ponerle sangre que no era de su grupo.
Seguidamente,
pasamos a la resolución del caso. Schiavone también está hospitalizado; le han
extirpado un riñón como resultado de un balazo durante un tiroteo en el que
habían detenido a una banda de falsificadores. Rocco no cree que haya sido una
negligencia por lo que, desde el hospital, ayudará a su equipo a resolver lo
que parece un homicidio.
El subjefe sigue teniendo
mal humor, sigue haciendo gala de cierta misantropía, pero está más vulnerable,
puede que porque haya visto de cerca la muerte, puede que el hospital se preste
a ello, aunque no ha sido suficiente para calmar su carácter dinámico. En el
hospital se reúne con el equipo, en este caso algo cambiado, Antonio Scipione
ha sido ascendido a subinspector. Su éxito profesional no lo va a librar de una
hecatombe personal, que lo obligará a afrontar sus acciones de los últimos
tiempos. Esto no quita para que como buen subinspector que admira a su
superior, se haga eco de expresiones tan propias de Rocco «Lucrezia, perdóname, pero este fin de semana no puedes subir. Tenemos
una tocada de cojones de décimo grado y debo estar operativo las 24 horas».
También habrá sorpresa
para Ugo Casella, un agente de total confianza. D’Intino será el siguiente que
nos sorprenda a todos hasta el final; su ineficacia va en aumento dando lugar a
momentos histriónicos; y Deruta y Pierron continúan en su línea. La policía
científica Michaela Gambino toma en este caso mayor relevancia. Ella y el
forense Fumagalli, entre otros detalles, darán la clave para solucionar el
caso. En la vida privada del subjefe Schiavone, Gabriele y su madre, Cecilia,
también lo pillarán desprevenido, dejando abierta la relación que seguirán
manteniendo. Habremos de esperar a la próxima entrega. No sólo estos
personajes, los amigos de la infancia de Rocco protagonizarán, seguro, algún
suceso. Por ahora, Seba nos ha tenido en vilo, sin saberlo, durante la trama
causando al final un desconcierto considerable.
No hay problema si
no se ha leído nada de esta saga, su poder de atracción es tal que no hace
falta, además, a lo largo de la novela se van nombrando hechos de las
anteriores que van poniendo en situación. Asimismo las apariciones de Marina,
la mujer de Rocco, asesinada, son escasas. Continúan hablando aunque ella cree
que debe rehacer su vida «El nuevo trato
es que si hablas de recuerdos, me voy […] Se va de verdad».
En fin, como reza
el título, todos quedan tocados por el amor, sentimiento que puede ser la causa
de los actos más nobles o más abyectos. Así que habremos de leer la novela de
Manzini para disfrutar del misterio, «una
vez por el paraguas y otra vez por un gorrito de lana calado hasta las orejas,
todavía no había conseguido verle la cara», de la ironía, de descripciones
cargadas de comparaciones humorísticas y de los actos hiperbólicos de Rocco «Esa había sido su dieta desde hacía al
menos tres días, café y cruasán para desayunar, café y cruasán al mediodía y
café y cruasán para cenar, con una barrita de chocolate de postre».
Los hechos se van
narrando básicamente en dos espacios, el hospital y la comisaría. Son dos
centros de operaciones desde donde deciden qué hacer y adónde ir. No
encontraremos grandes persecuciones, porque la resolución tendrá que ver con la
inteligencia y los sospechosos están en su lugar habitual. Nadie desaparece.
Todos están convencidos de su impunidad. Schiavone, por su parte, tiene tiempo
de reflexionar sobre los riesgos del trabajo mientras recuerda a sus seres
queridos y sus aficiones, «Y con un riñón
menos […] la vida va quitándote pedazos uno a uno. ¿Cómo llego a la meta?».
También en los
diálogos, Manzini deja su punto de vista en boca de Rocco «hazte a la idea de que esta operación te la han regalado todos los
ciudadanos que sí pagan impuestos, so idiota. Te merecías haber nacido en
Estados Unidos, donde las medicinas te las pagas tú solito»; reflexiones
acertadas que describen la realidad con toda crudeza. Cuando le interesa algo,
no frena y pone a su disposición todos los recursos de que dispone, incluso
suplantación de identidad «—Comandante
Minetti […] Guardia de finanzas. Se trata de una comprobación rápida». El
humor no falta en el equipo. Todos han aprendido de su jefe, por eso, cuando es
necesario, se saltan las normas que impedirían la resolución del caso, las de
tráfico, las del juego o las del interrogatorio a los sospechosos: «El tercer golpe fue un puñetazo en el estómago
que hizo que el técnico de laboratorio se desplomara en el suelo».
El fin lo permite
casi todo si consiguen atrapar al culpable; para ello el narrador, con escenas
más bien cortas, pasa de un personaje a otro sin terminar de aclarar nada. Los
lectores sabemos menos que ellos, por eso crece nuestra tensión, pero como
también crece el enredo, el disfrute está asegurado. Otro punto fuerte, sin
duda, es el empleo del lenguaje: ironías, sarcasmo, polisemia, homonimia,
mentiras, comparaciones hiperbólicas, epítetos que pretenden ser significadores
de conductas, tecnicismos que responden a otros…
—El
seiscientos por cien. Como máximo se puede decir el cien por cien.
—Lo
sé, era una hipérbole.
—Sé
que era una hipérbole, por eso le he respondido con una tautología.
—Cuántas
cosas sabemos, ¿verdad señor Baldi?
—Bastantes…
Todo un arsenal de recursos literarios incisivos que se esfuman cuando se trata de las reflexiones íntimas de los personajes, en las que el amor y la amistad predominan sobre el interés.