miércoles, 15 de noviembre de 2023

LAS FORMAS DEL QUERER


Hay libros que están bien escritos, que se llevan premios importantes; libros que se leen con gusto, con interés incluso y, sin embargo, cuando los acabas tienes la impresión de que ha faltado algo. No sé, al menos a mí, al terminar Las formas del querer me ha faltado una resolución más literaria, quizás más benevolente con los propios protagonistas, porque Noray ha hecho desde pequeñita aquello que quiso o lo que su mente le permitió, pero la situación en la que se encuentra Ismael y, sobre todo Estrella, no es justa; son una consecuencia más de las enfermedades mentales.

Las formas del querer no es una novela que tenga acción, Inés Martín Rodrigo escribe de forma pausada porque tiene clara la importancia del recuerdo y la función de la escritura como alivio del recuerdo. El lector se sumerge en la historia familiar de Noray y no tiene prisa por saber qué ocurrió ni cuándo; de hecho, llama la atención el no encontrar años exactos o tiempo concreto transcurrido, «mi bisabuela Aurora y la tía Eulalia, que eran más viejas ya que la tana…». Solo hay una fecha precisa en la novela y tampoco trata con claridad lo ocurrido, aunque lo sepamos; pero no hay nombres, no hay personajes específicos que intervengan «aquel lunes aciago del segundo mes del calendario de 1981 se quedó en un susto gordo […] Los tanques regresaron a los cuarteles […] terminó silenciado por la sensatez de la mayoría de los que entonces vestían uniforme. Entre ellos, mi abuelo Tomás».

Noray cuenta la historia de su familia, antepasados humildes que experimentaron el valor de la amistad y la ayuda cuando las circunstancias no eran favorables.

Noray tiene una relación especial con sus abuelos maternos, ha pasado con ellos temporadas de vacaciones y se ha sentido querida por ambos y apoyada sin objeciones. A pesar de todo, puede que, por haber visto morir a su abuelo paterno de repente, cuando era muy pequeña, se activara en su cerebro una alarma que hizo que se obsesionara con cuidar de todo y de todos los que estaban a su alrededor. El fracaso familiar de sus padres le parece que ha podido ser por su culpa. También cree que debía haber sabido proteger más a su hermana para que no se fuera a Edimburgo con su novio. Noray tiene miedo de que la abandonen pero también teme ocasionar daño a los que la rodean. Probablemente por eso cuando se enamora de Ismael se siente aterrada, porque no cree que pueda salir bien y le hace daño una y otra vez y lo rechaza hasta que él se casa con Estrella. Con la muerte de sus abuelos, Tomás y Carmen, de la que también se siente responsable, termina de hundirse. Mientras está en coma, en el hospital, Ismael lee su manuscrito esperando que despierte.

Unas memorias dan para mucho, en ellas no solo se cuentan los hechos sino también los porqués y sus consecuencias.

El estilo de Inés Martín es desenfadado, incluso encontramos alguna pincelada de humor (también reposado), consecuencia de la disparidad de opiniones en ciertos matices de la vida «y al llegar a casa a comer, a eso de las cuatro, gracias a las ventajas que según sus compañeros tenía la jornada intensiva en verano, aunque él no terminaba de vérselas…», o de la falta de prudencia que muestran algunos de los que nos rodean, «A doña Concha le extrañó que llevara unos días —“dos, por lo menos”, según explicó— sin salir de casa, y decidió “tomar cartas en el asunto […] bajó a avisar al portero».

La forma de escribir de la autora es atractiva. La novela está llena de frases hechas y expresiones coloquiales que acercan lo escrito al día a día del lector «haz de tu capa un sayo», «aventurarles el oro y el moro», «va a ser pan comido», «más lista que los ratones coloraos», «más cursi que un repollo con lazos», «otro vino que bueno lo hizo», «los que no comulgan con las ruedas de molino del Régimen». Asimismo las comparaciones son con imágenes comunes y familiares para todos «Comía cual pajarillo». Y sin embargo también abundan los dialectalismos, algunos se entienden por el contexto, otros hemos de buscarlos para quedarnos con una agradable sensación, la de encontrar sentido a expresiones que, en un principio, nos parecen arbitrarias: «mestresiesta» (mientras la siesta), «cenachos» (capazos con asas), «sincio» (deseo de alguna cosa), «pindia» (empinada), «tarama» (leña delgada)…

En las formas del querer hay más de un narrador; las memorias íntimas de Noray están en bastardilla hasta que la letra continúa normal para dar paso a la memoria familiar, que también está escrita por ella en primera persona. El presente, lo que ocurre en la actualidad, está narrado en tercera persona y permite al lector enterarse de los hechos protagonizados, en ese momento, por Ismael, «Apurado, salió de la habitación y, ya en el pasillo, […] respondió a la llamada de su mujer».

Al final, conocemos perfectamente la historia, incluso sabemos algo de lo que más tarde ocurrirá, pero por efecto de las prolepsis no lo tenemos claro, por lo que nuestra inquietud e interés por conocer se acrecientan «y Paco acabó dando, de alguna manera, su vida por él. Pero no quiero adelantarme en mi narración, todo llegará cuando deba».

Además de la historia familiar, tal como reza el título, la novela es un cúmulo de sentimientos que Martín Rodrigo despierta en el lector: la hipocresía de algunos actos religiosos que, a veces, se acercan más a un carnaval que a cualquier rito; la depresión, que tanto daño hace y tanto dolor causó en quienes la sufrieron cuando no se sabía que era una enfermedad mental, cuando había que esconderla porque casi era peor el trato recibido en los manicomios que aguantarla; el horror cuando a esa depresión se le sumaba, sobre todo en las chicas, la anorexia o la bulimia porque, en bastantes ocasiones, no se podía poner remedio y las consecuencias eran órganos dañados o la muerte.

Las enfermedades mentales no se conocían, se pensaba, en general, que uno podía curarse con un mínimo de interés. Los suicidios, casi todos consecuencia de la depresión, eran tomados como una falta cometida contra Dios, por interponerse en sus decisiones, por eso había que ocultarlos, cuando se podía, para poder ser enterrados con los miembros de la familia fallecidos.

Y curiosamente, o resultado de la barbarie y el analfabetismo más profundo y doloroso, los homosexuales eran tratados como enfermos, pero enfermos depravados; la cura estaba muy clara, por lo que las distintas inclinaciones sexuales eran perseguidas; cuando se era diferente, aun ocultándolo, si alguien lo sospechaba podía tomarse la justicia por su mano, como cualquier dios, y torturar o matar a quienes no se atenían a la norma «Pero llegaron tarde. Cuando se presentaron en la prisión, el director les comunicó, con la cara de lameculos que según mi abuelo Dios le había dado, que la noche anterior Manolín había provocado una pelea y le habían rajado la barriga».

Caben muchos sentimientos en la novela y, por supuesto, todas las formas del querer, todas bellas y todas distintas: la que demuestra confianza «Pero el querer tiene muchas formas, y esto es por el bien de los dos. confía en mí, mujer»; la homosexual «…la Trini, que decidió vivir su vida sin importarle lo que dijera la gente»; la amistad verdadera «que es más importante que el amor en su forma romántica»; la aceptación de un amigo de nuestro amigo «la aceptó en su vida»; la amistad entre personas de diferente sexo «quererse como hermanos»; el amor a los abuelos «formas complementarias de amar, nunca excluyentes»; amor rutinario aun siendo infieles, por lo que duele «se nos desbarató la vida»; amor más allá del amor y de la vida «de la forma más dolorosa y generosa posible»; amor en un arrebato «la que se experimenta a primera vista»; amor a pesar de no ser correspondido «varias personas involucradas y todas terminan sufriendo».

Solo por reflexionar sobre el amor, ya merece la pena leer la novela.

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