miércoles, 1 de noviembre de 2023

DESAFÍO 59'

Una de las características de la novela negra es que el autor aprovecha alguna debilidad de la policía, los investigadores, las víctimas o los asesinos para criticar determinados aspectos de la sociedad, gobierno, educación, administración… Desafío 59’ es diferente; algo más de 500 páginas en las que lo más importante es destacar el comportamiento humano ante situaciones límite. Lo normal es que ese comportamiento oscile entre la desorientación ante lo inesperado y el nerviosismo de lo esperado cuando es consciente del castigo al error.

La psicología de las mentes privilegiadas puede parecer una red en la que las posibilidades van creciendo exponencialmente hasta dar la impresión de que no son mentes humanas. Por otro lado también existen cerebros que consiguen proclamar que el hombre, como tal, no está perdido.

Leyendo a Javier Marín tengo la sensación de que ha intentado plasmar un futuro desasosegante, algo descabellado y de ciencia ficción, pero si profundizamos en su novela y en la vida real, llegaremos a la conclusión de que lo expuesto no es tan irracional, de que el cerebro psicótico cuenta hoy con la ayuda de una inteligencia artificial que, en algunos casos, intimida.

Desafío 59’ es una novela negra discrepante: el tema es el comportamiento humano, la lucha por demostrar que, al margen de normas y encasillamientos, podemos ser personas, «Es algo que tengo que acabar para poder seguir con mi vida».

El autor idea una mente asesina capaz de arrastrar a otras más débiles o igual de ambiciosas, para crear una organización mundial criminal, con el objetivo evidente de estar por encima y dominar el planeta.

Pero este cerebro no puede conseguirlo solo, por lo que utiliza todos los recursos a su alcance, normalmente comprando a quienes van a ayudarle y, todos los que se resistan en un principio hasta que puedan ser doblegados, serán objeto de chantajes, «aquel individuo le mostró, a través de los cristales del coche, la imagen de su mujer llevando de la mano a su hija camino del colegio»; advertencias más o menos veladas, «Pronto lo descubrirá, no sea impaciente. Ya que se ha tomado tantas molestias para conocerme, es justo que los incluya en el plan»; amenazas directas, «Es una pena que esta cruzada en la que ha permanecido ocupada todo este tiempo con sus amigos llegue a su fin»; y pistas insuficientes para llevar a buen término la investigación, «La única pista posible, para ambos, eran aquellas inscripciones».

El título lo dice todo. La estructura es tan simple y compleja como el desafío al que una persona pueda ser sometida sin posibilidad de dar marcha atrás. Encerrada en una habitación, la víctima deberá, si quiere salir, dar con la solución a un enigma en 59 minutos; conforme va acertando o fallando, las máquinas le permiten continuar o lo castigan debilitándola, hasta que le resulta imposible pensar para resolver el acertijo, por lo que, cuando el tiempo termina, la persona muere brutalmente. Después, unos encargados de limpieza dejarán el cuerpo en su domicilio con incriminaciones a los seres más allegados; de esta forma, el caso queda cerrado y el verdadero asesino puede continuar con su plan.

Marín aporta a la novela las dosis justas de terror, sadismo, misterio y tensión. De hecho, la intriga va creciendo conforme vamos aclarando, o nos lo aclaran, quién es el asesino. Hay mucho en juego, no solo las víctimas elegidas, también los familiares afectados, la credibilidad de la policía y la confianza en los compañeros. Estamos seguros de que todo se desarrolla según lo esperado, pero esa seguridad se tambalea constantemente.

En cuanto a los personajes, creo que forman un conjunto, hasta adecuar un todo, mientras avanza la trama contra el criminal, quien tampoco actúa solo. El caso es que no encuentro ningún protagonista destacado. Es cierto que la inspectora Diana es fundamental; probablemente la más humana de todos. Apenada por la muerte de Joan, el amor de su vida, es capaz de empatizar con los que sufren; por eso, desde el principio sabe que Samuel, el principal sospechoso de la muerte de Andrea, su compañera de piso, no ha matado a nadie. Asimismo, Diana confía en Ayla desde que la ve en la discoteca sin saber que ella también va detrás de los crímenes horribles cometidos en Murcia y Valencia

El ambiente en el que circulan: grandes oficinas, empresas importantes, sectores prestigiosos y absorbentes… es bastante realista; no estamos en tugurios de alcohol barato y marihuana. Nos movemos en locales de diseño, con trabajadores exóticos, inteligentes, drogas renovadas y de eficacia imprevista y controlada. Esto por la parte antagonista y oponente. Por el contrario, los ayudantes del bien son algo típicos: el inocente y tímido chaval inteligente, la policía buena, dispuesta a llegar hasta el final, el compañero fiel incapaz de saltarse las normas, el que no está inclinado a colaborar, porque está cómodo esperando la jubilación, pero ayuda, los de fuerzas especiales sin nada que perder para organizar el contrataque… Pero estos ayudantes, aunque al principio parecen arquetipos, van evolucionando durante el trato con el resto, hasta conformar un grupo bien avenido capaz de enfrentarse al verdadero protagonista, el desafío.

Que lo venzan o no es otra historia, habrá que leer la novela para estar seguros. O no. Porque esta es una característica del autor: no dar tregua ni cuando creemos que la ha dado; la experimentamos en la trilogía de Marco Duarte y ahora, el tándem Ayla-Diana puede hacerle frente a otros desafíos si Javier se anima.

La novela es ágil, el estilo sencillo, coloquial, pero de sintaxis intachable, algo de agradecer frente a las patadas al idioma que campan felices en diferentes libros actuales. Javier Marín escribe bien, y es, además, imaginativo e intuitivo. Los capítulos varían, el narrador, en tercera persona va presentando a los personajes, «Alfonso Díaz no era un comisario al uso […] se había ganado el respeto de todos […] haciendo gala de una fuerte personalidad y determinación».

En otras ocasiones, el narrador describe al personaje y durante todo el capítulo no da su nombre; más adelante sabremos de quién se trata por algún rasgo específico, «Se deshizo la coleta con la que mantenía el largo cabello rubio y se inclinó sobre el lavabo para refrescarse […] comprendió que no, que sus ojos no la habían engañado». A veces el espacio es diferente y, mediante analepsis nos enteramos del pasado de los protagonistas. Todos se encuentran en situaciones parecidas, «mi mujer ha muerto, la han asesinado. Me acusan de ello […] Ah, añada fuga temeraria a la lista». Poco a poco irán conformando un grupo sólido con un fin: terminar con los asesinatos y descubrir al culpable.

El diario de Andrea servirá al lector para enterarse, en primera persona, de lo que supuso para ella sospechar del director de las empresas dedicadas a robótica, fibra óptica, marketing, perfumes o ropa de grandes firmas. Andrea, periodista por cuenta propia, quiere trabajar allí para conocer mejor al carismático director; algo que ha utilizado Javier Marín para homenajear al desaparecido Enrique Laso, el escritor autopublicado más influyente hasta ahora, reconocido por grandes escritores y colaborador de multinacionales, «Enrique Laso siempre me ha parecido una figura enigmática, no solo por el indiscutible éxito de las empresas que ha levantado desde cero, sino también por su toma de decisiones […] su carisma, su altruismo, su don de gentes y su sonrisa perfecta…»

Personalmente no conocí a Enrique Laso ni el leído sus novelas. Sí he conocido a Javier Marín, he hablado con él y he leído todas sus novelas. Esto consiguió que me formara una imagen de él bastante positiva. Tras este homenaje a Laso estoy convencida de que Javier es, además de buen escritor, una persona bella y me alegro de que forme parte de mi vida.

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