Qué
sensación de derrota al terminar de leer Dos días de mayo. Aunque se sabe el
final desde el principio. Da igual. Como todas las novelas de la serie del
inspector Miquel Mascarell, esta es un testimonio de la condena, aún mayor, de
la posguerra, en una España en la que los vencedores se negaban a hablar de
guerra; para ellos fue un alzamiento, el que llevó a cabo el caudillo para la
gloria de España aunque la mitad de los españoles siguieran muriendo de hambre,
enfermedades, miseria o torturas del estado. Una verdadera derrota.
Pero Jordi Sierra i Fabra consigue que, aun en la amargura más absoluta, leamos con avidez esperando, en lo más profundo de nuestros corazones, que cuatro locos, idealistas, hubieran podido cambiar el rumbo de la historia, pero Mascarell lo recuerda en dos ocasiones «la historia no se cambia, continúa».
Miquel
ya no vive en la República, ha sido encarcelado, torturado, ha pasado ocho años
y medio de trabajos forzados levantando el Valle de los caídos, aun así no
puede dejar de investigar, como Sierra i Fabra quien, setenta y un años después
de que Franco diera el golpe de estado que llevó a nuestro país a una guerra
despiadada, cruel y sin sentido, escribe esta novela recogiendo documentos
históricos de medios como La Vanguardia o
El mundo deportivo, que siguen
conservando una memoria histórica. Es triste pero cierto, no podemos olvidar un
solo momento de la barbarie para no volverla a repetir. Estas novelas deberían
formar parte de la educación de todos aquellos que no vivieron la guerra
porque, además de estar basadas en una realidad histórica, relativamente
reciente, están escritas con un estilo impecable. El ritmo es dinámico, yo
diría que en esta más que en ninguna de las anteriores, porque incluso en las
descripciones, Jordi Sierra es un maestro; con dos pinceladas es capaz de reflejar
la cotidianeidad de ambientes determinados; no sobra ni falta nada para que los
lectores nos hagamos una idea del ambiente que se vivía no solo en la calle,
todo era motivo de alerta, más el alrededor de cualquier hospital, «Por un lado, los que salían y se
entretenían hablando de lo que acababan de ver u oír, aliviados o tristes; por
el otro, los que se disponían a entrar y aguardaban a los rezagados haciendo
comentarios cargados de preocupación ante lo que se iban a encontrar».
La
novela se lee con una facilidad asombrosa y estamos deseando saber qué le
ocurrirá a Mascarell pues no solo se enfrentará a la policía, también se las
verá con un pendenciero al más puro estilo español: la familia Fernández ha conseguido
con trapicheos, robar durante la república, en la guerra y ahora en el régimen
fascista, ayudando a la policía para que esta haga la vista gorda ante sus
chanchullos, «No soy republicano, ni soy
fascista. Soy de mí mismo. Mi patria es mi casa […] No me cae bien ese gordito
de voz aflautada […] Pero, mire, la verdad, mande quien mande a mí me joderá lo
mismo […] El enemigo del pueblo es siempre el poder».
En Dos días de mayo, Patro se encuentra de
viaje, visitando a una prima enferma y Miquel la echa de menos; se despierta el
lunes, 30 de mayo, con la visita de un chaval que le avisa de la muerte de
Mateo Galvany, su antiguo jefe y compañero republicano. Lo han atropellado;
pero parece que el atropello ha sido intencionado, así que María, la hija de
Mateo, le pide que se entere por qué lo mataron después de haber estado unos
días en comisaría siendo torturado.
El antiguo inspector se enfrentará a la trama desquiciada de cuatro personas para matar a Franco durante su visita a Barcelona los dos últimos días de mayo de 1949. El argumento es interesante; en casi 300 páginas, Sierra detalla a la perfección los pasos que da el protagonista hasta descubrir qué trataba su amigo al que hacía meses que no veía. Al reencontrarse con la hija de Mateo, deshecha y atemorizada, no puede evitar recuerdos que intercala en sus diálogos y en las opiniones del narrador omnisciente, con los que conocemos un poco mejor al exinspector
Miquel le puso un vaso en la mano
—Bebe
Le obedeció y él hizo lo mismo después de sentarse en otra de las sillas. Se quedó con sed, pero ni quiso volver a dejarla sola.
«quizás podrías arreglarte con ella»
—Cuéntame eso, María
Y en este caos y desgracia, aún el autor, fiel a la realidad, despliega cierto humor en la cotidianeidad. La clasificación de los taxistas es increíble, por lo real. Poco han cambiado,
…el taxista que le condujo a la dirección de Enric Macià. Era de los habladores. El tiempo, el calor, los peatones imprudentes, los motoristas, los guardias urbanos que les tenían manía […]—¿Y usted a qué se dedica? le preguntó no a las primeras pero sí a las segundas.—Soy inspector de taxis —le dijo.Fue suficiente para que cerrara la boca
Y la
inocencia de criaturas que, a pesar de contar muy pocos años, ya saben buscarse
una vida que solo les traerá más miseria, «era
muy bonita, unos ocho o nueve años […] llevaba un vestido ajado, descolorido,
el cabello ralo y sucio […] sus ojos, por increíble que pareciera, eran
transparentes […] como faros en la oscuridad de su piel aceitunada […] una
muñeca todavía perfecta, al borde de la rotura que la vida y la miseria le
impondrían». Miquel sabe de lo que habla y cada vez que se encuentra ante
niñas desprotegidas piensa en la suerte que ha tenido con Patro, un premio que
le permitirá, a pesar de todo, vivir feliz sus últimos años «A sus años, hacer el amor le liberaba, le
proporcionaba vitalidad y energía, entusiasmo y optimismo. El cansancio de no
hacer nada era mayor y más duro».
Desde
Cuatro días de enero, el inspector
Mascarell tuvo que solucionar casos para empresarios o policía del nuevo
régimen. En Dos días de mayo los
implicados son republicanos, pero no nos equivoquemos, la policía sin
escrúpulos supo acercarse a quienes les servían de confidentes y Jordi Sierra i
Fabra no desperdicia ningún argumento para denunciar las atrocidades que se
cometían en las comisarías, contra quienes en algún momento fueron sospechosos
de pensar de manera diferente a la establecida por el régimen. Al terminar de
leer esta novela no podemos evitar preguntarnos, al igual que lo hace el
narrador, si es conveniente olvidar las humillaciones, el daño físico y moral,
el dolor producido por las consecuencias de la actuación inhumana de los
vencedores de la guerra, si es más beneficioso tragar con todo para poder salir
adelante, o es más acertado seguir luchando por los derechos que, como seres
humanos, tenemos todos.
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