sábado, 30 de septiembre de 2023

ZONA MUERTA

 

Hay veces en las que al comienzo de la lectura de un libro da la impresión de que se avecina una larga cadena de muertes horribles.

Otras, empiezas a leer y disfrutas con la inteligencia de su protagonista y cómo consigue, legalmente, ganar un juicio; pero sabes que algo tiene que torcerse porque en eso que estás leyendo ves un final de novela antes que un principio.

Al empezar Zona muerta me vi envuelta en las dos situaciones, me equivoqué con la primera impresión, pero no con la segunda.

Si Tilly Bradshaw es fundamental en la resolución de los casos del sargento Abraham Poe, en este, actuando en la sombra, es la auténtica protagonista; da la impresión de que M. W. Craven escribió la novela pensando en ella.

En la entrega anterior, El procurador, a nuestro protagonista le dieron el ultimátum para abandonar su casa porque estaba en unos terrenos recalificados que no podían ser habitados, pues la cabaña que iba con ellos al comprarlos no debía ser ampliada ni modificada en nada que se pareciese al hogar confortable que Poe se había construido. Una vez en el juicio, nadie contaba con Tilly quien, a pesar de no ser abogada, dispone de una curiosa relación con la ley a la hora de acceder a las bases de datos: la ignora. Esto le permite llegar donde nadie más lo hace y relaciona sucesos y personas hasta dar con lo necesario. En el primer juicio, Poe se queda con su casa, pero algo dará la vuelta más adelante.

El juicio queda pendiente porque ambos deber acudir hasta un burdel en el que ha aparecido asesinado un héroe de la guerra de Afganistán, alguien que fue apresado, torturado y rescatado por los británicos cuando se encontraba a punto de morir. Sin poder dejar de culparse cuando el grupo liberador fue aniquilado poco después, Bierman abandona el país y se refugia en EE. UU. hasta que una cumbre de comercio internacional le hace volver.

En Zona muerta no hay un asesino en serie, tampoco vamos a ser testigos de más muertes violentas, pero ni a Poe ni a Tilly los pueden engañar a pesar de que esta vez hayan sido reclamados por el MI5 y las verdades les sean dichas a medias. Puede que el muerto no se llame en realidad Christopher Bierman, puede que no tuviera nada que ver con las prostitutas. O sí, pero Poe es consciente de los silencios del servicio de inteligencia del Reino Unido y no está dispuesto a que le oculten nada. A pesar de que quedan en que habrá transparencia absoluta, los miembros de la agencia contra el crimen deben reconstruir hechos y nombres una y otra vez, porque las pistas siempre llevan a un asesino falso.

En esta ocasión cuentan con la ayuda de Melody Lee, del FBI, que fue crucial para Poe en El procurador, y de Hanna Finch, del MI5 quien, aunque con altercados, finalmente también les asistirá; además Bradshaw relacionará el caso con otra muerte ocurrida tres años antes, «y ocurrieron en rincones opuestos del país, pero la conexión de la rata es curiosa».

A partir de aquí, para conectar estas dos muertes, tan diferentes en principio, deberán tener en cuenta conectores USB de cables especiales, software maligno que se transfiere a los portátiles, programas grabadores de tecleos… Problemas informáticos que Tilly deberá afrontar hasta que, después de sospechar de todos y cada uno de los que van conociendo, «quiero un análisis detallado de todas las personas involucradas en este asunto […] Mañana por la mañana iremos a hablar con la viuda de Danny North, la que creó la página de Justicia para Tango Dos-Cuatro en facebook».

Está claro que Craven conoce el funcionamiento del ejército; conoce el mundo de la informática y sabe hasta dónde puede llegar la maldad, la venganza humana. Por eso Zona muerta nos sumerge en un ambiente frío, de intrigas, ordenadores, tecnología y las consecuencias cuando todo cae en manos inadecuadas, en mentes que solo buscan ajustes de cuentas. En esta novela, el autor ha vuelto a desplegar un final absolutamente obsesivo, que, por supuesto, llevará a Poe a reconquistar su casa y a formar lazos con nuevas personas conforme va despejando incógnitas.

El lector lo entiende todo al final; no hace falta ser experto informático porque el asunto queda perfectamente aclarado.

Es curioso porque aunque en El show de las marionetas, Poe y Tilly formaban una pareja anómala, conforme hemos ido leyendo las siguientes entregas, se han ido complementando, Poe no es tan impetuoso y Tilly no es tan fría. Van alcanzando el estatus de pareja perfecta.

miércoles, 20 de septiembre de 2023

LA GRAN SERPIENTE

Conocí a Pierre Lemaitre con Irene y quedé maravillada con la forma de contar de este autor francés y con la capacidad de su protagonista, el inspector Camile Verhoeven, para asumir su diferencia; esto hizo que, página a página me fuera encariñando con él, por lo que me costó tanto asumir su desgracia que juré que no volvería a leer nada de la saga de ese policía. Y tengo los libros.

Al final, tras muchos meses, o años, me he decidido por La gran serpiente, la primera novela negra escrita por Lemaitre (ajena a la saga Verhoeven) y la última en ser publicada en España.

Pues sí, este parisino ya apuntaba maneras desde el principio. La gran serpiente es una novela dura pero se lee con facilidad; entre otras cosas, la maestría del autor a la hora de contar ya aparece en su primera novela. Además, el humor consigue que el ritmo vaya creciendo hasta llegar a un trepidante final, que estamos deseando para ver si cumple nuestras expectativas.

Con esta entrega no hay que llevarse a engaño. El autor afirma en el prólogo que se despedía del noir con la primera novela que escribió y, después de leerla, no me parece que La gran serpiente sea novela negra. Es verdad que comienza con un crimen, pero no se resuelve; de hecho, la asesina, a la que conocemos desde el principio, continúa matando una y otra vez por razones diversas, la más importante es que sufre de cierta locura, que no es transitoria y que tampoco debe de estar relacionada con la demencia senil. Es una protagonista diferente. Esta podría ser una característica en la novela de Lemaitre, sus personajes no se adaptan a la norma: «Mathilde tiene diecinueve años, es preciosa. Nada que ver con el tonel mofletudo en el que se ha convertido», «Tiene cincuenta y cuatro años. No busquemos matices para describirlo: es un retaco».

Puede que la parte negra de La gran serpiente es la que permite al lector canalizar y dar rienda suelta a su lado más oscuro. El lector no puede poner en marcha su cerebro para analizar las pistas y encontrar al asesino, simplemente se deja llevar por su locura; en este sentido estamos a merced del autor y de la protagonista, Mathilde Perrin, una sexagenaria, heroína de la resistencia francesa, que lleva treinta años trabajando con éxito para el Servicio de Inteligencia. Ella debe limitarse a estar informada del objetivo que debe liquidar, pedir un arma en Suministros, llevar a cabo la misión y deshacerse del arma tirándola por alguno de los puentes del río. Sin embargo, no ha resultado ser tan disciplinada y, con la edad, además de incumplir alguna que otra norma, olvida detalles fundamentales para llevar a cabo la misión con éxito.

La viuda Perrin, madre de una hija a la que ve poco por considerarla imbécil, pasó de matar nazis a liquidar lo que sea, «su hija no es que se diga una lumbrera, o no se habría casado con semejante gilipollas. Y encima norteamericano. Pero sobre todo, gilipollas. Norteamericano, vaya». Estar a su lado es un peligro y sin embargo, nadie sospecha de una anciana entrada en carnes que respira con dificultad y va arreglada desde que se levanta hasta que se acuesta, porque tampoco ella tiene el don de la cordialidad, no se relaciona apenas excepto con Ludo, un dálmata tranquilo y obediente, o Coockie, un cachorro de cocker, con el que piensa pasar sus días de jubilación. Parece que hubo otros perros en su vida, pero nunca más de uno a la vez. «Es un dálmata de un año con una mirada estúpida pero cariñoso […] es un perro sociable, de los que se encariñan con su ama y ya no cambian de opinión, ni siquiera los días malos».

Hay otro personaje clave para la protagonista: Henri Latournelle, el comandante por el que Mathilde siente cariño, o admiración; el caso es que se llevan bien. Henri es quien la avisa de los trabajos que debe llevar a cabo y, por miedo a estropear su relación, ninguno da un paso para intimar. En realidad ambos se conocen, saben que son asesinos y saben que no pueden confiar en el otro.

La gran serpiente no es tampoco una novela policíaca; aquí no hay enigmas que resolver excepto para la policía, que no atina en el porqué de los crímenes mientras estos se le acumulan con los de las bandas del barrio, que no hacen sino alejarla de la verdadera asesina.

En realidad, la novela es la historia de Mathilde Perrin. Esa sí que es negra, oscura; es una historia espeluznante de una asesina sin piedad, resolutiva, sin ningún tipo de empatía con nadie hasta que su cabeza empieza a jugarle malas pasadas y tiene graves despistes que traerán unas consecuencias demoledoras.

La novela se lee con facilidad. Llama la atención la descripción acertada de los personajes aun sin decir mucho de ellos. La economía de lenguaje, no cabe duda, consigue que el argumento se nos presente atractivo en todo momento, «La señora Quentin parece una viuda de toda la vida más que una viuda reciente»

La trama está escrita en presente, algo que le aporta actualidad. Da igual que las analepsis de Mathilde, en sus recuerdos, la lleven al pasado lejano o inmediato; da igual que el narrador intente referirse a un futuro o al pasado, el lector lo lee en presente, todo se cuenta desde el momento en que están ocurriendo los hechos «En cuando vea a la chica, arrancará, se dirigirá hacia ella […] A partir de ese momento, las cosas van a ir muy deprisa…»; la narración se renueva en cada frase, todo nos lleva al ahora porque incluso, el narrador, que da la impresión de ser omnisciente, cambia de perspectiva según el personaje que actúa, de manera que para él es una intriga total todo lo que no se refiera a sus propios actos. Y los lectores así lo leemos, nos enteramos de ciertos hechos cuando es el turno de un personaje determinado; es como si un testigo distinto contase lo que ve en cada momento.

En La gran serpiente no vamos a encontrar esa línea difuminada entre buenos y malos que aporta a la novela negra cierta ambigüedad moral. Aquí está claro quiénes son los buenos, por eso respiramos cuando cierta justicia poética hace su aparición. Y aun sin haber podido poner a prueba nuestra capacidad deductiva, porque la que deduce en todo momento es Mathilde, unas veces con más acierto que otras, no cabe duda de que quedamos fascinados con el final. Un final que, intuimos, hará imposible que la policía pueda atar todos los cabos. Como en la realidad. «En este tipo de asuntos, más frecuentes de lo que se cree, a menudo hay que esperar mucho tiempo antes de descubrir, por casualidad, un indicio».

La novedad de La gran serpiente es que en esta novela, dura, de estilo incisivo, de humor irónico, cáustico, sarcástico, es Mathilde la absoluta protagonista, la mordaz, la inteligente, la desequilibrada, la criminal, la que investiga el misterio, la que persigue, la que envuelve sus conversaciones con un halo, inquietante para el lector, que los personajes no saben cómo asumir.

Esta novela ingeniosa, atípica, en la que no estamos seguros de qué va a ocurrir es, más que novela negra, una comedia negra. Una trama que apena más, porque ahonda sin piedad en la decadencia humana, en lo horroroso de una vida en la que, siempre pendientes de un hilo, vivimos ajenos al destino. Es una vida que no es ficticia, que pertenece a una realidad más surrealista de lo que pensamos los que dejamos el bienestar de nuestra existencia en manos de los encargados del orden, sin tener en cuenta que son humanos, como nosotros. «Por el momento, la pista más sólida es la de los hermanos Tan».

En fin, la prosa de Lemaitre ha conseguido que le dé otra oportunidad a Camile Verhoeven.

miércoles, 13 de septiembre de 2023

ESPECIE

Creo que el maltrato se está convirtiendo en algo usual en la sociedad actual. El hombre ha creído estar por encima de cualquier otro género de seres vivos que pueble el planeta, por eso algunas especies se han extinguido, las hemos aniquilado; otras, no, gracias a que asociaciones para la defensa de los animales, y del planeta, han dado la voz de alarma. Focas, visones, ballenas… gozan hoy de protección aunque haya quien siga empeñado en obtener beneficios económicos o de otra índole, a costa de burlar las leyes.

No solo los animales, también sufrimos el maltrato a la mujer y al menor. Siempre a los más débiles. El más fuerte, el más alto, el de mayor envergadura, el de menor capacidad mental (curioso) es quien se permite abusar de quien no le obedece o, simplemente, de quien tiene a mano para descargar sobre él su ira. No hace mucho los habitantes de un pueblo de Zamora fueron noticia (algunos) por matar a perdigonazos a los gatos que se encontraban. Otra de las noticias que da escalofríos es que pandillas de adolescentes (cada vez con más frecuencia) agreden a niñas de su entorno, a sus propias compañeras de colegio.

Es aterrador. Por eso mientras leía Especie he sentido una impotencia tremenda.

Susana Martín Gijón se centra en la actualidad y repasa algunas de las muertes que, de forma natural, infligimos a los animales sin pensar en el dolor, en la angustia que pueden sufrir. O sí, pero se toman como un mal menor, como desastres colaterales para que la raza humana viva un poco mejor. Y no escatimamos a la hora de matarlos: con la fuerza, con ayuda tecnológica, química o incluso con la asistencia de otros animales adiestrados para un fin determinado.

Después de leer Especie creo que Martín Gijón lo tiene muy claro y aprovecha toda la crueldad que aparece en sus páginas para denunciar ciertas actividades que, aun hoy, están permitidas. Es un comportamiento sádico, cruel, hecho público por muchos e incluso comparado con verdaderos genocidios «Desde el premio Nobel Isaac Bashevis Singer, judío, por cierto, hasta Marguerite Yourcernar, o más recientemente, Franz-Olivier Giesbert o Charles Patterson, que publicó un libro titulado Eternal Treblinka: Nuestro trato a los animales y el Holocausto, en el que muestra el paralelismo entre la explotación y matanza de los animales en la actualidad y el Holocausto nazi».

Una de las consecuencias de este maltrato es que el límite entre hacerlo a un animal y a una persona no existe. Susana Martín Gijón lo sabe y lo demuestra en una trama que lleva de cabeza a todo el departamento de la Policía Judicial de Sevilla. Y como no podía ser de otra forma, la inspectora Camino Vargas se enfrenta a un sádico que no deja pistas pero se ha empeñado en acabar con quienes han dañado en algún momento a alguna especie animal. El problema es múltiple, ¿Por dónde buscar? ¿Qué empresas no utilizan a animales para su beneficio?

El equipo de Vargas se pone en marcha, no hay efectivos para cubrir toda Sevilla, así que se verán ayudados por Paco Arenas que, a pesar de encontrarse aún de baja, tras el coma que superó en Progenie, no puede dejar sola a Camino, su gran amor «Camino se ha acostumbrado a contarle las decisiones a Paco y dejar que le dé su opinión». Todos son sospechosos, los animalistas y los depredadores de animales. El giro que da la trama, muy al final de la novela, nos tendrá en vilo hasta terminar la lectura, cuando nos demos cuenta de que, en realidad, las matanzas dirigidas a cualquier especie solo traen dolor, rencor y locura.

Los personajes han cambiado, no solo el inspector Arenas aparece, también la comisaria Ángeles Mora se implica en el caso como otra más del equipo, para ayudar en el campo de acción, y la novata Eva Gallego que junto a su novio, un abogado animalista, tendrán un papel fundamental en el caso.

Por otro lado, Pascual Molina desvela su lado más humano que nos enternece del todo en su relación con Camino «Él la mira con cara de pasmo. Le parece inconcebible que la gran jefa del Grupo de Homicidios lleve el teléfono silenciado y solo lo revise cuando se acuerda. Pero se cuida muy bien de decirlo porque es la jefa y porque no le iba a hacer ni puñetero caso».

La forense Micaela Velasco continúa trabajando entre cadáveres a pesar de su estado de gestación «a todo el operativo allí trasladado le llegan con una claridad meridiana las arcadas de la forense. Ha vuelto a vomitar».

Y gracias a los veganos animalistas reflexionamos sobre expresiones cotidianas a las que no damos importancia pero que, curiosamente, denostan a mujeres, hombres y animales comparados: víbora (mujer mala), foca (mujer gorda), más puta que las gallinas (que son forzadas a criar para aumentar la producción), hacer de conejillo de indias, poner toda la carne en el asador, matar dos pájaros de un tiro

La autora, no desaprovecha la ocasión para recordarnos el papel que aún desempeñan algunos hombres en nuestra sociedad, para vergüenza de todos, «el hombre mira a Pascual, un policía grande y fornido, con bigote de los de antes. Ese sí le inspira confianza y no la rubia regordeta que no le llama ni de usted».

En fin, cualquier personaje es bueno para denunciar determinadas actuaciones, crueldad física, crueldad psicológica, machismo, corporativismo, incluso las prácticas sadomasoquistas le sirven a la autora para evidenciar situaciones que, aun siendo normales para unos, pueden desembocar en malentendidos.

Susana Martín Gijón no se anda por las ramas. La novela tiene 460 páginas y en ningún momento se hace pesada. Puede que los capítulos cortos ayuden. Puede que cuando el narrador deja paso a la voz de las víctimas (personas o animales) también fomente la lectura. Puede que ir uniendo los pasos que dan en la investigación a los sentimientos personales, también sea efectivo. Puede que, presentarnos un equipo humano, que comete errores, que disfruta de los momentos de ayuda entre ellos, que exterioriza la rabia hacia determinados actos de los compañeros, que antepone en alguna ocasión la vida personal a la laboral, llegue a conformar situaciones que dan pie a los lectores para reflexionar, para opinar, para enfadarnos o alegrarnos con ellos y por ellos.

Son personajes cercanos, tremendamente reales y eso contribuye a generar empatía en el lector, que en un momento determinado se ve superado por las circunstancias. Los cadáveres se multiplican y traspasan las fronteras.

Nos encontramos ante uno de los problemas de la globalización. El ritmo es frenético. En pocos días deben resolver el asunto porque hay muchas vidas en juego. El estilo es directo, las expresiones coloquiales de Camino contrastan con las más cultas y técnicas de los animalistas o los científicos. Todo tiene su lugar y su momento, el humor, la ironía, el sarcasmo y el dolor. La autora no tiene problemas con la escritura desafiante, directa, apoyándose en unos personajes diferentes por separado y que forman un grupo de trabajo excelente. El argumento es fabuloso, original y la trama, vibrante.

En ocasiones he estado tentada de saltarme alguna línea, por la dureza contenida, pero no lo he hecho porque es bueno saber dónde vivimos y hasta dónde podemos llegar; es bueno pensar si debemos cambiar algo nuestra forma de vivir. Estamos recibiendo muchas llamadas de atención: el cambio climático es, probablemente, la consecuencia de cómo se mueve el hombre en su entorno y con quienes tiene a su alrededor. Nos queda la certeza, tras leer Especie, de que las muertes de animales ya están pasando factura a todos los habitantes del planeta, incluidos los humanos.

miércoles, 6 de septiembre de 2023

EL PROCURADOR

Cuando una pareja funciona bien en la literatura, la lectura de sus peripecias es agradable. Cuando a esa pareja se le añade un equipo, no hace falta que sea numeroso, en el que sus miembros se respetan, creen en ellos, en sus posibilidades y en las del otro y, lo más importante, además de ser buenos compañeros, son amigos, la lectura es amena. Cuando la novela en la que se mueven esos personajes tiene 420 páginas y estás en tensión porque no sabes cómo acabará todo hasta la última línea de la página 420, esa lectura ha sido trepidante.

Esto ocurre cuando abres El procurador. El comienzo es desasosegante, no entiendes bien qué ocurre pero es cruel, de un sadismo absoluto. Es solo una página. Después, la Navidad se instala para darnos un respiro; entonces leemos más relajados aunque tras cada capítulo esperamos que todo cambie para Washington Poe y su equipo, Matilda Bradshaw y Elizabeth Flynn.

M. W. Craven se ha superado. Si en El show de las marionetas, el hombre inmolación nos mantuvo en tensión, El procurador consigue que el estrés nos lleve al desasosiego, aunque en ningún momento podemos dejar la novela. El autor es un maestro del thriller. Ya tengo preparada Zona muerta porque, aun sufriendo, los lectores reconocemos un estilo impecable en el que la presión, a veces, se diluye en el humor; el argumento concebido desde la imaginación más siniestra se nos presenta con una trama espeluznante fruto de una mente perversa.

Cada vez estoy más convencida de que las peores acciones del ser humano son las que derivan de la envidia. El envidioso sufre una tortura psicológica constante por lo que perfectamente puede torturar a quien sea. Sin piedad.

En fin, es Navidad; el clima de Cumbria, un condado inglés fronterizo al norte con Escocia y al oeste con el mar de Irlanda, es en invierno especialmente frío, con temperaturas bajo cero, nieve, viento y lluvias que van a dificultar la solución de tres asesinatos, de los que solo ha aparecido un cuerpo. De los otros dos, dos dedos de cada víctima son la prueba, ya que uno fue cortado ante mortem y el otro, tras morir. En principio las víctimas no tenían nada en común, ni su trabajo, ni su vivienda las vinculaba, «Si lo de Teasdale era una caverna glorificada, esto era un hogar» pero Poe sabe que deben estar relacionadas; por eso no duda en trabajar con la forense Estelle Doyle: probablemente su sarcasmo sea lo único que sobrepasa a su inteligencia, «—Feliz Navidad, Poe […] Inspectora Flynn, me alegro de volver a verla. ¿En qué lío le ha metido esta vez la versión cumbriana de C. Auguste Dupin?». Tampoco Flynn, a pesar de su avanzado embarazo dejará a Poe solo en la investigación «—Me matan los pies y mis tobillos tienen el doble de su tamaño normal. ¿Podemos pasar directamente al momento en que ya hemos discutido y he ganado yo, pero Tilly hace lo que le da la gana igualmente?». Y, por supuesto, Tilly sigue a su lado, «—Matilda Bradshaw —contestó— Trabajo con el sargento Washington Poe y la inspectora Stephanie Flynn, de la Agencia Nacional del Crimen».

La comisaria Jo Nightingale es la encargada de reclutar a Poe y Flynn; Tilly va en el pack, sin ella nada tiene sentido, «Créame es imposible sobrevalorar la aportación de Tilly Bradshaw a la investigación».

Por si fuera poco, en esta ocasión Melody Lee, del FBI, es quien le aporta a Poe una pista fundamental que, en su propio departamento habían desechado por no encontrarle ninguna lógica. Pero Craven ha ideado a un sargento que trabaja bien con las mujeres y se fía de ellas. Son mujeres inteligentes capaces de ocupar cargos importantes; mujeres atractivas cuya forma de ser las hace únicas y cuyo conocimiento las vuelve irresistibles. Esto no cabe duda de que es un añadido para leer a Craven. Otro, por supuesto, es la incertidumbre constante. No se puede parar de leer porque la mente de Craven va por delante de la nuestra, pobres ilusos que creíamos poder resolver el caso; y el intelecto de nuestro escritor va más allá del que posea el asesino más retorcido y degradado. El autor razona como si su mayor pecado fuese la envidia, y con el razonamiento del envidioso es capaz de solucionar los diversos conflictos a los que deben enfrentarse aquellos personajes que han de luchar contra alguien depravado que los pervierte, a ellos y a otros, a través de la informática (cuánto daño está haciendo), mientras los protagonistas se valen de ella para salvar sus vidas (cuánto bien nos proporciona).

No quiero desvelar nada porque el lector va de sorpresa en sorpresa. A cada página surgen nuevos descubrimientos que desatan nuevas preguntas, y son muchas, ¿cómo cortaron los dedos que aparecen?, ¿dónde están los cadáveres?, ¿por qué los oculta el asesino?, ¿cómo entra en los lugares para dejar los miembros amputados sin dejar rastro de él? En fin, seguimos leyendo. Hemos de hacerlo, hasta el final. Entonces se abandona con pena la novela, casi queremos volver a empezar. Estamos pletóricos de la energía con que Craven impregna su prosa; no deja nada al azar, el humor, el ingenio y la tensión son constantes, las alusiones a novelas anteriores ofrecen una continuidad real a Poe «…él había convertido aquella ruinosa cabaña de pastor en un hogar que estaba convencido ya nunca abandonaría», la forma de actuar de Washington Poe, en la que su intuición lo lleva a descubrir en cualquier momento la verdad, tras haber sido engañado más de una vez, lo hacen decidido, con agallas; no lo pensamos solo los lectores, también sus amigas, que lo conocen y valoran, y por eso mismo temen que pueda actuar de manera irracional.

—Estoy en deuda con usted —continuó Doyle— tengo entendido que sacó a este arriscado hombre de un edificio en llamas, ¿no es así?

Bradshaw contestó:

—Es mi amigo

Las alusiones a los maestros de la novela negra ofrecen una continuidad al género «…y lo del final era una cita de Edgar Allan Poe. Es de “El hombre de la multitud”. Poe frunció el ceño. Qué extraño había sido todo».

Y las oraciones bimembres mantienen la agilidad necesaria que debe llevar el ritmo del thriller.

Nada es lo que parece en las novelas de Craven, los secretos están agazapados hasta que el autor quiere revelarlos, poco a poco. Seguro que los protagonistas también esconden algunos de los que nos enteraremos en las siguientes entregas.

El show de las marionetas nos descubrió la fragilidad del ser humano. Verano negro pone de manifiesto hasta dónde puede llegar la ambición. El procurador evidencia el poder de la envidia. Todas estas transgresiones conscientes transforman al hombre en un absoluto psicópata.

¿Qué se reserva Craven?

Sea lo que sea sus personajes son los suficientemente fuertes como para impulsar la historia y su pluma lo suficientemente clara como para denunciar aspectos de la realidad ocultos en su ficción.

miércoles, 30 de agosto de 2023

BREVE ENSAYO SOBRE EL EXTERMINIO DE LAS FLORES

No se puede decir tanto en tan poco espacio y Björn Blanca van Goch lo hace. Breve ensayo sobre el exterminio de las flores es un canto a todos aquellos que han soportado los embates de la maldad humana, especialmente el pueblo judío. Un homenaje a los más débiles que por diversas circunstancias han sufrido, individualmente y como pueblo, acciones intensamente dañinas repetidas en el tiempo; repetidas porque quienes las infligían los consideraban prescindibles.

Hay que leer este poemario para ponernos en el lugar del agredido: no hay nadie irrelevante, nadie es accesorio; hasta la flor más débil, más pequeña, cumple su función y es bella. Todas lo son. Y, lo más importante: no son destructibles porque siempre nacerán otras.

Para entender esto hemos de hacer lo que el autor: mirar en nuestro interior, ahí donde residen los miedos, las frustraciones; enfrentarnos a ellos, asimilarlos hasta entender que no tienen sentido. Solo así podremos dejar de justificar aquellas acciones que atentan contra el otro y, por tanto, contra la propia sociedad en la que vivimos.

Breve ensayo sobre el exterminio de las flores está dividido en cuatro partes: Arbeit macht Frei, Vegetabilia, Líquidos y liquidaciones y Locus amoenus. En la primera parte Björn iguala el hombre a la naturaleza, los campos de exterminio son campos de flores y cada una de ellas un hombre judío. A pesar de ser arrastradas cuando ya no tienen vida, las flores, el pueblo judío, siguen luchando para permanecer «plantados en la tierra» (Tempestad).

El poeta consigue crear cierta tensión cuando descubre los sentimientos que despertaron esos campos, donde el trabajo no iba a ser una liberación para los hombres allí apresados. Para vergüenza de la humanidad, Blanca van Goch nos recuerda las matanzas a sangre fría con versos anafóricos que inciden en el odio sufrido, la angustia, el dolor, la tristeza, la tortura. Algo que podría haber sido evitado con la conexión necesaria para percibir los sentimientos del agredido


Siempre habría sido posible

sentir la primavera

(פרילינג)

Vegetabilia dota al pueblo judío de una cualidad natural: que tiene la posibilidad de crecer. Como cualquier vegetal que, además, a pesar de ser marcado como infame con el estigma de la tortura, posee el estigma de las flores «un símbolo de vida».

El pueblo judío, aun martirizado, permanece embellecido y poetizado, en los versos libres de Björn, con el refuerzo de la derivación:


Flores

con el alma

a flor de piel

(Saberes)

Como algo sagrado, estos tres versos conforman uno solo. En este verso, roto, las flores forman parte del ser humano; el alma permanece encerrada en la materia para ser junto a ella un mismo cuerpo; constituye la esencia, el centro del ser donde la muerte, como concepto, desaparece y solo queda la noción de morir, cuando el cuerpo trasciende lo material para que sea el alma la que perviva «…más allá / de la última frontera» (Riego).

En realidad, tanta barbarie no puede ser aceptada sino desde lo más íntimo, desde lo espiritual; sólo la palabra es capaz de cambiar esa crueldad. Y el poeta es un maestro de la palabra, por eso suprime las que no quiere, en Paisaje bucólico, hasta conformar otra verdad


Respirar aquel aire de las cámaras

 

era suficiente para elevar el alma

Formalmente, el verso elidido (arriba) sugiere en la mente del lector lo contrario de lo expresado en el último: el alma se eleva cuando ha quedado aplastado el cuerpo inocente.

Los cuerpos más inocentes permiten que sus almas sencillas florezcan con más energía, por eso los niños de Reino vegetal son declarados «…los reyes / de aquella monarquía».

El pueblo judío toma la fuerza que aporta la aliteración de la vibrante múltiple para apoderarse de raíces que lo dejan bajo tierra, mientras nos descubre una imagen renacentista de sí mismo como árbol enraizado al cielo que aspira a la eternidad; el cuerpo muerto no importa, porque si ha sido bello y luminoso será eterno


Las flores —sin colores—

brillan como las estrellas

(Sin color)

Esas flores, cada una diferente a la otra, consideradas como ramo para cometer uno de los peores genocidios, quedarán secas y esparcidas por la tierra, por eso la palabra de Blanca van Goch pasa del verso libre a la prosa cuando no encuentra belleza en el hecho ocurrido, hasta que, de nuevo, el pueblo judío resurge con cierto lirismo afligido, con el que nuestro ánimo se hunde


Es imposible… imposible cargar

con el peso de la tristeza de ese ramo

(Taxonomía Linneana)

Hay tristeza en los poemas, pero las imágenes sugestivas y las metáforas sinestésicas viven en los versos para convertir los rostros de ese pueblo lacerado en símbolo de pureza y amor


un poema sobre alambradas

que son rosales

llenos de rosas

(Espinas y espinos)

¿Puede un mismo elemento ser fuente de vida y destrucción? En Líquidos y liquidaciones la pluma de Björn se desliza implacable para dibujar palabras; a veces basta repetir un verso suprimiendo las comas para que el significado se ajuste a la libertad que anuncia la forma; otras, el apoyo de la rima iguala la vida a la poesía, el agua al renacer tras la destrucción, más evidente, si cabe, al ver el último verso quebrado: «lirismo-bautismo», «transparente-fuente»,


en esos campos fuiste solo

 

 

 

abismo

(Agua)

Los poemas tienen finales impactantes que en ocasiones resumen, con pareados anafóricos, el contraste implacable de los antónimos, unidos para conformar un todo «Obra viva y obra muerta» (Línea de flotación).

Otras veces, los versos van desapareciendo, con ayuda de síncopas «sufri  ento», omisiones completas o apócopes, «quebr  », para poner de manifiesto cómo fueron siendo vaciados los seres humanos.

En Cortar de raíz nuestro poeta malagueño-holandés expone la denuncia más efectiva de ese genocidio al sacralizar su recuerdo mediante un anatema de carácter científico


otra cosa es

que te gaseen en masa

con pesticida Zyklon B

(Cortar de raíz)

Un genocidio que supuso tronchar millones de vidas antes de completarse, por eso Björn en La siega corta el soneto por la mitad y deja solo las dos primeras estrofas. El poema es el propio pueblo judío, cercenado.

En Locus amoenus, la muerte de los judíos queda inmortalizada con la sustantivación de una forma no personal. El paso del tiempo, tan usual en la poesía del siglo XVII, y el desengaño metafísico de Quevedo reviven en nuestra memoria cuando leemos


Nací.

Mi muerte es gerundio

desde entonces.

Pero el pesimismo barroco queda relegado cuando Blanca van Goch se muestra vengativo en Hoja por hoja con aquellas palabras que le quitan el sueño, mientras él aspira a la quietud en Florecer.

Sin embargo, todos agradecemos que no deje de escribir, porque leyendo a Björn pensamos mejor, reflexionamos mejor e intentamos ser mejores personas.

sábado, 26 de agosto de 2023

NUNCA SABES QUIÉN LLAMA

Si consideramos al psicópata como alguien con tendencia antisocial capaz de cometer actos delictivos graves, capaz de pasar de tranquilo a violento en cuestión de segundos sin mostrar sentimiento de culpa ni una pizca de empatía, el protagonista de Nunca sabes quién llama es un psicópata. La autora, Mar Moreno, ni siquiera lo ha dotado de nombre, con esto ha querido resaltar esa característica de invisibilidad con la que ciertas personas se muestran ante otras; algo fácil de observar, concretamente, en las relaciones entre ciudadanos pertenecientes a los dos extremos sociales, los que forman parte del escalón más alto, los potentados, y aquellos que circulan por los barrios más deprimidos. Estamos en un contexto extremo y, como tal, cualquier cosa puede pasar. En la realidad es difícil que dejemos entrar a un extraño a nuestra casa. Aquellos que esperan un pedido confían en que el supermercado tenga un control de sus empleados, pero no siempre es así.

Y esto es lo que ocurre en ciertas urbanizaciones de lujo de las afueras de Madrid. Personas que viven rodeadas de comodidades, con grandes espacios exteriores y sin vecinos demasiado cerca para que la tranquilidad no se vea mermada. Personas que requieren un servicio a domicilio de casi todas sus necesidades. Y hasta allí van los encargados de ofrecer el servicio. El problema viene cuando una de estas personas no es un simple repartidor sino que apenas gana para sobrevivir, mal, en la calle, haciendo uso de la beneficencia porque su entorno ha sido horroroso. 

El protagonista de la novela tiene todas las papeletas para acabar mal; criado en un cuchitril, con un padre borracho, analfabeto y maltratador, con una madre excesivamente ingenua, y sufridora hasta límites insospechados, una hermana que pasa de ser violada por su jefe a ver en la prostitución una salida a su miseria, unos compañeros de colegio crueles que, por envidia, lo acosan por preocuparse y destacar en los estudios… Aun así consigue situarse más o menos en la sociedad. Aun así consigue quedarse en la más absoluta miseria. Ante este panorama había de ser un mártir o un superhéroe para salir indemne. Así que no es de extrañar que su cerebro hiciera “clic” en un momento determinado y explotase. Se podía haber matado simplemente, pero, inteligente como era, idea la forma de no abandonar este mundo sin probar aquello que le han prohibido durante toda su vida. Tras controlar qué hacen los residentes de ciertos chalets, decide asegurarse de que la mujer está sola para ocupar el lugar del dueño. Durante ese fin de semana él será su marido, ella deberá llamarlo por el nombre de él si quiere volver a verlo, y tratarlo como si fuera su propio esposo. Pero esto es imposible; una mujer violada, aterrorizada, extorsionada no puede tratar a su maltratador como si fuera un ser querido. A esta angustia se suma la de no tener claro si su marido sigue vivo y si, una vez pasado el plazo, él la dejará con vida «Me estás jodiendo el viernes, pija de mierda. Si no dejas de llorar en este momento, me iré […] Hay un cabrón en tu casa que ha secuestrado a tu marido […] al que vas a tener que complacer en todo lo que te pida durante un fin de semana».

Puede escapar, pero no lo hace por miedo a que el extorsionador cumpla su palabra de dejar morir a su marido, y por esta razón tampoco llama a la policía. Este es el planteamiento de Nunca sabes quién llama. Mar Moreno ha programado una idea bastante original para una novela negra, sin embargo, ha desarrollado tres allanamientos en los que prácticamente el pensamiento del asesino se repite, consiguiendo que el lector pueda perder la tensión de la primera vez.

Tres irrupciones en tres casas distintas mientras él mantiene la convicción de que es un justiciero que viene a ejecutar una merecida sentencia; no puede haber piedad para todos aquellos culpables de haberle impedido integrarse en la sociedad, para todos los que no le ayudaron ni les importó lo más mínimo. Ahora es el momento de que paguen las consecuencias.

La primera vez, cuando el violador es Alfredo, el lector está desprevenido y la conmoción, al llegar al final de ese fin de semana, es evidente. Después, cuando es Marcial nos encontramos en un bucle, no por las reacciones de las mujeres, nunca son las mismas, sino porque él piensa en su vida, constantemente, en lo bien que él quiso hacerlo en todo momento y en lo mal que han actuado con él desde el principio, «Tú no sabes el calor que desprenden los cuerpos cuando seis o siete personas conviven en un salón de veinte metros cuadrados». Creo que queda algo repetitivo; el lector sabe lo que va a ocurrir, por lo que la lectura pierde algo de interés, no nos terminamos de creer tanta desgracia, probablemente porque vemos a una víctima comportándose como un verdugo ante inocentes. No todos los de la alta sociedad son iguales, no todos se enriquecen de la misma manera, no podemos justificar ningún atentado porque al final se eliminaría la razón y nos moveríamos por impulsos animales. Sin embargo, el aliciente se recupera en la tercera parte, cuando encuentra una mujer inteligente, a su altura; Rosa, a pesar de la duda, no se deja manejar por el supuesto Enrique «El extraño acepta la explicación con una mueca aspirante a sonrisa. Rosa lo encuentra demasiado risueño, le preocupan sus cambios de carácter, no quiere sufrir más agresiones».

El final es trepidante, los lectores estamos deseando que Rosa lleve a cabo su plan para desbancar lo que, desde un principio, el narrador y el propio protagonista nos hacen creer: que vivimos envueltos en un determinismo en el que el ser humano no puede salir de la miseria por las condiciones de la propia miseria. Ningún acto conseguirá salvarlo, por lo que todas sus acciones están preestablecidas. Esto es muy duro de asimilar, porque en realidad, quienes hacen que el protagonista vaya por un mal camino, son los de su propio nivel sociocultural que no aceptan los ideales que tiene de niño. Cuando la sociedad comienza a integrarlo, serán los delincuentes quienes se lo impidan.

Está claro que de la miseria se sale a través de la cultura, algo difícil de instaurar en ciertos ambientes, pero no imposible. Solo con la educación, nunca con el dinero, seremos capaces de que la gente se comporte como personas, porque el aprendizaje es lo que abre puertas y sobre todo mentes. Esto no quita para que nos encontremos a veces, con envidiosos o depravados de cualquier nivel de la sociedad, tanto el más bajo: «Un problema es estar bajo cero y que unos desgraciados se hayan meado en los cuatro cartones y las dos mantas raídas que tienes para dormir», como en el más alto «Maldito hijo de puta […] ¿Por qué no te vas de mi casa? ¿Qué sabrás tú lo que he tenido que pasar para llegar hasta aquí? […] Te pone someterme, ignoras que yo ya era una experta en sumisión antes de que entraras por esa puerta».

Esta es nuestra sociedad, un lugar donde no es oro todo lo que reluce, ni todo es blanco o negro.

sábado, 19 de agosto de 2023

LA LÓGICA DE LA LUZ

Gusta leer una novela ambientada en un pueblo, casi idílico, donde las calles dan al mar y los vecinos están para acompañarte y echar una mano cuando es necesario. En este escenario se desenvuelve Vanina Garrasi, una subinspectora siciliana que cuenta con un equipo de confianza, que la aprecia, sabe su valía y no duda en trabajar lo que haga falta. Menos mal, porque el caso que llevan entre manos en La lógica de la luz es algo enrevesado. Leí Arena negra, de Cristina Cassar Scalia, básicamente porque había oído que era la sucesora de Camilleri, y disfruté con la novela, así que el segundo caso de esta policía de Catania me apetecía muchísimo.

La autora continúa con el sello de la novela negra clásica italiana, el gusto por la comida de la subinspectora es evidente; en esta ocasión se encuentra con el pediatra Manfredi Monterreale que supera incluso las dotes culinarias de Bettina, por lo que Vanina va a disfrutar de los mejores platos sicilianos.

Las alusiones a Arena negra son casi constantes, de esta forma nos enteramos de la vida privada de la subinspectora, el asesinato de su padre, «el inspector, Giovanni Garrasi, asesinado veinticinco años atrás por un comando de la Cosa Nostra delante de sus propios ojos»; su relación sentimental, que promete eterna e inconclusa, con el juez Paolo Malfitano «la precipitada boda de Paolo con Nicoletta Longo solo había sido una consecuencia más de esa gilipollez»; el respeto y cariño que finalmente le tiene a la nueva pareja de su madre y el aire fresco del contexto que, curiosamente, viene de la mano del comisario octogenario Biagio Patané quien a pesar de estar jubilado juega de nuevo un papel esencial en la resolución del caso.

La intriga está servida: Una chica, Lorenza Iannino, desaparece al tiempo que encuentran una maleta en el mar, vacía y con restos de sangre. Monterreale y el periodista Sante Tammaro, amigos del inspector Spanó, ven a alguien la noche anterior transportando una maleta pesada que deja en las rocas del acantilado. Todo indica que se trata del mismo asunto, así que el equipo de Garrasi se pone en marcha para descubrir lo que pasó realmente.

En esta novela nada es lo que parece, Iannino recibía dinero de su hermano y su cuñada para poder llegar a fin de mes, pero tenía alquilado un apartamento de lujo y era dueña de un vestuario exclusivo de gran valor. Además, todos los personajes implicados van complicando la resolución incluso, como en Arena negra, el sospechoso los lleva a otro caso de cuarenta años atrás, en el que a pesar de haber sido acusado por la hermana de la víctima, sale indemne por el testimonio de los propios padres de las chicas. Aquí, la labor de Patané es clave, por lo que finalmente solucionarán ambos casos y sacarán a la luz asuntos en los que, cómo no, la mafia está implicada.

La trama mantiene la expectación, hay varios giros finales que ayudan a que el lector permanezca en vilo a pesar del ritmo lento del principio. Habremos de pasar el ecuador de la novela para que la acción surja. Las primeras cien páginas contienen información sobre el entorno de la desaparecida y ciertas digresiones sobre la vida y fracaso familiar de algunos de los policías de Catania. Con la llegada de nuevos personajes, lo que parecía sencillo se complica, hasta dar la impresión de que no va a ser posible resolver el problema del inicio, pero Vanina tiene un sexto sentido que se acrecienta con el trabajo constante, «Esta vez, sin embargo, había algo distinto, una urgencia que la obligaba a pisar el acelerador […] la pista justa, seguida con la determinación de un perro de caza que corre hacia su presa siguiendo algo que sólo él capta».

El asunto engancha pues, si el crimen es casi perfecto, la investigación también. Además siempre es agradable recordar argumentos del maestro Camilleri en las denuncias a la mala gestión que los políticos realizan en los municipios aunque, en lo referente a las costumbres, Cassar Scalia mantiene la ironía oculta en un cariño absoluto por su tierra «Casi echaba de menos la mugre de las escaleras de hierro, empinadas e incómodas; la imagen del mostrador repleto de arancine que chorreaba aceite, medio aplastadas en bandejas que llevaban meses sin ver un estropajo […] ¡Ah, Sicilia! ¡Ah, Italia!».

El método Camilleri se mantiene en el título y la leyenda que lo rodea, que siempre arroja cierta claridad en la resolución del caso, «La pesca al candil tiene su propia lógica. Hay que encender la luz…». Y, por supuesto, el buen humor entre compañeros no falta en ningún momento. Probablemente, por el buen hacer de todos y una profesionalidad intachable, por el papel tan igual que la mujer y el hombre juegan en el trabajo y en la vida privada de la novela, me llama la atención la forma en que Vanina se dirige a su equipo «—A ver, niños, vamos a hablar claro», en más de una ocasión. Asimismo rechinan faltas de concordancia y ortografía, fruto, no me cabe duda de un defecto de traducción, pero no favorecen a la autora. «Incluida el comisario», «sino podrían haber parado a cenar», «Ni un aspirante a sacerdote que resulta ser alérgico a las ostias».

Aun así, la novela es entretenida y recomendable.