miércoles, 23 de febrero de 2022

LA CASA DE LAS MAGNOLIAS

He de agradecer, una vez más a Babelio, el descubrimiento de una autora. Nuria Quintana asombra por su capacidad de novelar en su primera obra. La casa de las magnolias es una novela de tintes clásicos y carácter decimonónico, aunque de narrativa actual. Algo bastante ambicioso para una jovencísima escritora.

La casa de las magnolias es la historia de la familia Velarde, matrimonio en el que Ignacio es un rico comerciante que hace su vida entre Santillana y La Habana, y su mujer, Adela, permanece en la mansión añorando una convivencia tradicional. Cristina, la hija, tiene la suerte de contar con Aurora, su mejor amiga, una niña de su misma edad, hija del matrimonio de confianza de los Velarde, Francisco y Pilar.

Así que aunque haya diferentes familias en la casa, forman una unidad que se mueve en torno al majestuoso edificio. Todo transcurrirá con cierta normalidad hasta que Aurora, al cumplir los 14 años, pase a desempeñar un trabajo de responsabilidad. Será la doncella de Cristina y, aunque en principio quieren que todo siga igual, los celos, la falta de confianza y las traiciones harán de sus vidas un infierno. Con la llegada de la Guerra Civil todos abandonarán la casa y quedará destruida para reaparecer, años después, convertida en un hotel.

Hay dos personajes fundamentales en esta historia: la casa y la naturaleza. Ambos son simbólicos para el resto del elenco. La casa, enorme, acoge a las mujeres que viven en ella, protegiéndolas de cualquier peligro. Por el contrario, la naturaleza, símbolo de libertad, lo es solo para el hombre «Hago más vida fuera que dentro […] Me paso el día por los prados», pues a la mujer puede resultarle peligrosa «Esta zona lindaba con el bosque, pero no podíamos sobrepasar aquel límite».

Las mujeres de La casa de las magnolias son perfectamente reconocibles como las que, en general, poblaron el siglo XX. Daba igual la posición social; la mujer debía permanecer en casa, sentirse protegida por la seguridad que le ofrecían sus muros y además, comprendida y querida por el padre o el marido. La figura de la madre es la de confidente, la que ayuda, pero el padre es el protector.

Cristina no cuenta con su padre, por eso no es feliz. Adela también se siente abandonada por Ignacio, desprotegida, de ahí que se vuelque en posibles amantes en vez de dar el cariño que su hija necesita; Adela no es feliz por lo que no puede hacer feliz a nadie, ni siquiera a su hija; la niña pone sus esperanzas en Aurora, pues su vida familiar es envidiable y Cristina la desea para ella. Pero algo desestabiliza este ambiente, aunque sea de manera indirecta. En la casa de las magnolias hay un antes y un después de la guerra. Si antes predominaba la unión del grupo, la guerra trae la destrucción y separación de quienes se querían.

De la novela sentimental, Nuria Quintana adopta la descripción minuciosa, larga, cuya misión es ser depositaria de la función poética, literaria con la que, mediante un lenguaje sencillo, consigue que fluyan la belleza y los sentimientos, de manera que el lector se siente atrapado en una narrativa amena con un punto de intriga. Lo que ayuda a crear esta tensión es el cambio de narrador en primera persona, pues las confesiones de un personaje, que hacen partícipe al lector, están vetadas para otros, que llegan a la desesperación y a la locura.

La historia se presenta como algo individual, donde la casa y la naturaleza que la rodea se erigen por sí mismas como protagonistas absolutas para decidir lo que les ocurrirá al resto. De hecho, los acontecimientos históricos, externos, sociales pueden desligarse de la trama, a pesar de constituir el periodo más convulso del país. La guerra es un detalle más, algo que marca el antes y el después, pero lo que condiciona a Aurora y Léonard, son realmente la naturaleza y la casa como símbolos maternos, de destrucción.

Probablemente sea esa la razón por la que la obra, en sí misma, es capaz de comunicar a cada lector un mensaje diferente; los habitantes de la casa, hombres y mujeres, realizan los actos obligados a su naturaleza tradicional. El padre de Cristina no puede permanecer encerrado, no encuentra la vida ahí, necesita viajar, alejarse para realizarse como persona; las mujeres, en cambio, están a gusto dentro. Salen cuando no tienen más remedio, nunca por voluntad propia.

Cristina no ha tenido un eslabón afectivo con su madre. Aurora lo pierde en la adolescencia. Esto hará que ninguna realice una transición adecuada a la vida adulta. La ausencia de la figura materna es esencial a la hora de apreciar el giro en la evolución de las protagonistas. Ambas tienen una infancia que transcurre en el paraíso, sin embargo lo pierden en la madurez: La finalidad de Aurora es lograr un proceso de individualización como ser humano, para ello se realiza en su hija, proyecta su futuro a través de Isabel. El objetivo de Cristina es emprender una evolución personal como Aurora, pero no tiene ninguna posibilidad al quedarse sola.

Llegados a este punto parece que la formación de Aurora es el tema y la razón de la novela. Es el centro de la historia. Ella representa a la mujer protectora. En la casa de las magnolias ofrece su amor a todos. Incluso huérfana, dependen de ella Luis, Adela, Léonard y Cristina «no lograba apartar de mi mente la visión de Léonard ocupando el sitio que me correspondía a mí, que hasta entonces solamente yo había ocupado».

Cuando Léonard quiere dotar a Aurora de libertad, es la naturaleza la que lo impide, y ella, tras ser castigada, vuelve a quedar encerrada, ahora en la pastelería, consiguiendo que Isabel, Carmen y Luis queden bajo su protección, este último llevado por la culpa, «para compensarla por mi silencio, decidí permanecer a su lado […] no tenía ningún sitio al que regresar ni trabajo que retomar».

Y si el centro es Aurora, el protagonista es Léonard, el que ocupa en la novela el lugar del salvador, el héroe que quiere liberar a Aurora de la opresión de la casa, y al que los fenómenos naturales reprimen por ello, apartándolo del entorno y de su amada. Sin embargo aún aparecerá al final para mostrarle a Isabel la diferencia entre la concepción del mundo que ella tenía asumida y la realidad en sí misma.

Como novela sentimental, se presenta en primera persona, pero Quintana desdobla la voz narrativa en las tres mujeres protagonistas. Aurora, Cristina e Isabel se encargan de narrar sus venturas y desventuras en las que predominan las emociones, elemento principal en sus relaciones, a las que asistimos experimentando la misma exaltación que quienes las viven.

Son personajes extremos en situaciones al límite, con lo que consiguen que la literatura quede por encima de la realidad «Me sentía desprotegida e indefensa. Sola ante un futuro por el que ya no sentía ilusión, tan solo temor».

Al principio tenemos la sensación de que las mujeres están idealizadas, pero conforme entramos en la casa vemos los defectos agrandados por el ambiente opresivo. Las personificaciones ayudan a diferenciar el espacio adecuado para cada sexo, de hecho si algo intenta cambiar, la naturaleza y la casa avisan enfurecidas «el cielo crujió con tal magnitud que hizo temblar paredes y techos […] Temí el viaje, incluso que nuestro plan se arruinase».

Cuando Isabel decide abandonar los sentimientos, dejarse llevar por la razón y buscar a su padre, se embarca en una serie de aventuras que la llevan a vencer los obstáculos que no le permitieron conocerlo; por fin, vive una anagnórisis en la que descubre el amor entre sus padres y la bondad del que pudo ser su progenitor. Su padre representa el ideal humano capaz de conseguir que Isabel perdone a su amigo, a su madre y a sí misma, con lo que en su madurez puede darse una nueva oportunidad para ser feliz.

Novela de amor, celos, soledad, traición, que nos recuerda a cada momento la necesidad de comunicarnos, de no encerrarnos en nosotros mismos si queremos tener más opciones para llevar una vida plena.

viernes, 18 de febrero de 2022

UNA PRIMAVERA DE PERROS

Solo en Aosta, y en otros sitios de montaña, puede llover a cántaros en primavera, nevar en primavera y hacer el mismo frío que en invierno. Por eso Rocco Schiavone lleva nueve pares de Clark echados a perder, ya que ha decidido que por simples nevadas no va a cambiar de marca de zapatos, con los que ha caminado toda su vida por Roma. Algo tiene que ver el clima de los Alpes italianos para que el caso que lleva entre manos demore su resolución. Un número de teléfono equivocado es el culpable, y la carretera en mal estado también «La furgoneta pilló un bache y ambos pegaron un bote. —¡Que voy a vomitar –exclamó el hombre del acento extranjero, mientras se llevaba el móvil a la oreja». En un bote del vehículo es fácil marcar un número por otro. En una carretera sin visibilidad, con curvas y mojada por una lluvia torrencial, es fácil derrapar. Y morir si vas en el coche.

Con esta intriga empieza Una primavera de perros: la muerte accidental de dos delincuentes que van en un coche, con la matrícula robada, se enlaza a la voz de Chiara. La chica, en la escasa lucidez que se le permite, nos introduce en su propio misterio desde donde intenta dominar su incomprensible circunstancia «Todavía me escuece. Tengo que dormirme. Si me duermo se irá el dolor y la peste, y podré respirar».

El lector intuye que ambas situaciones están relacionadas pero la policía no sabe nada. La matrícula robada es lo que alerta a Rocco para investigar el accidente, que lo lleva a la desaparición de la hija de un rico constructor. Esto anima a prever un final feliz y a seguir leyendo. Si no avanza la investigación por ahí, Chiara puede morir sola, abandonada. Las dudas vuelven a la patrulla, y a los lectores, cuando aparece asesinado el principal sospechoso; el tiempo sigue corriendo y Chiara continúa en peligro. Cada vez más. Las esperanzas casi se esfuman para el lector quien, además, es consciente de otro caso en el que la vida privada de Rocco está implicada. Y él tampoco lo sabe. Imaginamos que Antonio Manzini tiene la venganza preparada para la siguiente entrega. Por ahora, un nuevo personaje se une a Rocco Schiavone, Loba, un cachorrito que encuentran a punto de morir.

El ambiente que se respira en Una primavera de perros se caracteriza por el contraste. Por un lado nos encontramos a la familia Berguet, dueña de Construcciones Edil. ber, perteneciente a la clase alta y, sin embargo, envuelta en los bajos fondos con asuntos sórdidos que no casan del todo con el refinamiento al que los afectados están acostumbrados. Por eso es un caso idóneo para el subjefe Schiavone, totalmente desencantado con el mundo en general, cínico con quienes lo rodean, al filo de la ley cuando se trata de aprovecharse del dinero de ladrones, para que lo disfruten otros necesitados o él mismo, e implacable cuando considera que los transgresores han sobrepasado la raya de «tocadas de cojones». Sin embargo, toda la ira, el resentimiento y el dolor que lleva dentro se dulcifica al llegar a casa y hablar con Marina, su mujer, a la que mataron cinco años atrás. Marina le sirve para reflexionar consigo mismo y dejar ver a los lectores cómo es en realidad, alguien atormentado por el dolor de la soledad, tolerante con quienes sufren por causas ajenas, intransigente con los corruptos, observador minucioso con todos y conocedor de la psicología humana: «Tenía una dentadura perfecta, idéntica a la de su hijo. Se recreó un poco en la carcajada, como para exhibir la perfección […] La de veces que habría ensayado esa pose ante el espejo».

Antonio Manzini intenta quitar algo de gravedad al argumento con descripciones detalladas que recuerdan, en parte, a la novela costumbrista, sobre todo en la utilización de cierto tono burlesco con el que ironiza sobre el funcionamiento de la policía, del tráfico, de las rutinas sociales, de la impunidad de los bancos…

No había paso de cebra […] Los indígenas de la capital, Rocco entre ellos, están acostumbrados a cruzar hasta una carretera de siete carriles en curva con un tráfico endemoniado. Hay que reconocer, sin embargo, que gran parte del gasto municipal en sanidad se reserva a las personas atropelladas por bólidos enloquecidos.

Sin embargo la visión pesimista que subyace en el carácter impaciente, irrespetuoso del protagonista, acerca el estilo de la novela al del thriller norteamericano, donde el insulto al más necio o al que se las quiere dar de perspicaz es visto con total normalidad, incluso es necesario para establecer cierta complicidad con el lector «—Escucha, soplapollas, una cosa te voy a decir […] te la voy a decir. Estoy intentando salvarle la vida a una de tus alumnas […] ¿Te queda claro ahora, o tengo que recurrir a la mano dura?»

Son situaciones extremas en las que casi todo está permitido para este subjefe de la policía, desde la amenaza al que no colabora hasta acciones fuera de la ley para quienes la hacen cumplir «Y yo tendría que pinchar los teléfonos sin denuncia de por medio». En un país en el que la mafia campa a sus anchas hay que intentar que no se salga con la suya, al menos, alguna vez. Y para eso Rocco no tiene ningún problema, excepto al poner al tanto de sus acciones a sus jefes, por si acaso, «Rocco se lo contó todo sin saltarse un solo detalle… aparte del trato con el juez Baldi, el trato con el notario Charbonnier, el trato con la familia Berguet y el falso registro de la tienda Chiquiviesos».

Con esta actitud y esta forma de pensar no es raro que Schiavone sea el causante de deseos de venganza entre los que están al otro lado, algo que causará más de un tormento a él y a sus allegados.

Leer a Antonio Manzini es entrar de lleno en la buena literatura; a los crímenes y sucesos escabrosos les añade el humor, sarcasmo e ironía para pasar un buen rato y la descripción de una realidad en la que los horrores son cada vez mayores y la sociedad está cada vez más distorsionada.

Con un lenguaje actual influido por el del cine atrapa de inmediato al lector, pues ofrece una técnica casi televisiva con la que el protagonista continúa sus andanzas en nuevas entregas, con la que aparecen y desaparecen personajes, con la que enferman y envejecen, con la que se equivocan y vuelven atrás, como en la vida. No hay personajes perfectos ni a un lado ni al otro. Todos tienen sus defectos y todos pueden caer en cualquier momento. No hay moralidades de las que alardear, pero Rocco engancha precisamente por eso, porque es completamente humano.

domingo, 13 de febrero de 2022

DIARIO DE UN GATO ASESINO. EL RETORNO



Desde sus orígenes, el hombre ha contado cuentos para entretener, normalmente, a los más pequeños, para educarlos y transmitirles ciertos valores morales, pero…no cabe duda de que algo ha cambiado el contenido de los cuentos en la nueva sociedad. Y la forma.

El niño ya no es aquel ser minúsculo que obedecía sin pestañear a sus mayores y se creía, inocentemente, todo lo que le contaban. Ahora sigue siendo inocente pero pregunta, cuestiona e incluso llega a acuerdos con sus padres y profesores. La infancia ya no es lo que era. Los gatos tampoco.

Tuffy no es un criminal, tal y como nos quiere hacer creer Anne Fine al titular su cuento, aunque es bastante arrogante, o al menos esa es la imagen que reclama para sí con sus actos y palabras, pero si leemos Diario de un gato asesino. El retorno, nos damos cuenta de que Tuffy es bastante normal, tanto que podría parecer un niño. Puede que por eso el libro sea perfecto para que lo lean los más pequeños; se van a sentir identificados con muchas de las peripecias a las que se enfrenta este gatito, un verdadero torbellino que, como un pequeño dictador de su casa, consigue que su dueña se lo tolere casi todo.

Y en el casi está la cuestión, porque cuando la familia se va de vacaciones Tuffy se las promete muy felices «¿Una semana entera? Fantasía […] Una semana haciendo el vago sobre la tele sin tener que oír las quejas del padre de Ellie: “¡Tuffy! ¡Aparta la cola que no me dejas ver el partido!”». Sin embargo el encargado de cuidarlo será el cura, alguien estricto que no tolerará destrozos en los muebles ni gastos superfluos con la comida «No, Tuffy, no te abro una latita hasta que no termines la de ayer». Nuestro gato decide, por supuesto, escaparse de casa.

Para ello se esconde en el jardín (es un gato doméstico y su visión del mundo es bastante limitada), donde finalmente, tras sufrir algunas contrariedades con el cura, cae por azar en manos de Melanie, amiga y vecina de Ellie, quien confundiéndolo con una gatita la hace suya. Tuffy se acostumbra pronto a la buena vida y se convierte en un gato bastante vago y glotón.

Sus amigos se desconciertan porque no reconocen el él al verdadero Tuffy; por eso se burlan hasta que nuestro protagonista comienza una verdadera pelea de gatos, en la que Melanie cree que el gato de Ellie se ha comido a su dulce gatita, pues no la ve entre tanto pendenciero. Pero no hay que alarmarse, todo vuelve a su cauce (por ahora) cuando la familia regresa de vacaciones.

El protagonista es genial, puede convertirse en el ídolo de los más pequeños porque es un gato que ansía experimentar con la libertad y, cuando tiene la ocasión de vivir como quiere se da cuenta de que es satisfactorio tener un lugar cómodo rodeado de afecto, sin demasiadas responsabilidades. Tuffy aprende de sus errores aunque sea momentáneamente, algo que les ocurre a los niños casi de forma constante.

Además de sentirse identificados, no cabe duda de que desarrollarán la imaginación y, en muchos casos, harán las paces con el otro sexo. Se darán cuenta de que no es tan terrible ser una niña, o ser confundidos con alguna «El camisón de encaje me quedaba un poco grande. ¿Qué vais a hacer? ¿Nombrarme el gato menos fashion del mundo?».

Anne Fine ha escrito un cuento especial, carente de prejuicios, en el que expone acciones atrevidas y, otras, casi faltas de respeto pero que Tuffy, como cualquier gato, lleva a cabo con total normalidad


—Tuffy, no arañes los muebles

Eh… ¿Hola? ¿De quién es la casa, suya o mía? Si me apetece rascar los muebles, pues los rasco


Diario de un gato asesino. El retorno, cautiva a los niños porque expone temas de interés para ellos. Las expresiones irónicas y las acciones rebeldes ayudan a diferenciar lo que está bien y lo que no. Asimismo, con las travesuras del gato, distinguen que todos los actos tienen consecuencias y no todas son beneficiosas, algunas pueden llegar a ponerlos en peligro. No cabe duda de que las ideas ingeniosas contribuyen a organizar la mente y sobre todo, a disfrutar con los amigos, con quienes experimentarán la satisfacción de la amistad y perderán el miedo a romper con lo establecido, si causa deleite y no le hacen daño a nadie «Janet tenía calorcito, la tripa llena y un cojín en el que tumbarse ¡Cómo no iba a quedarme con el nombre de Janet!».

El egoísmo de Tuffy es evidente, al igual que sus engaños ante quien representa la autoridad. Pero su bondad también lo es y su inteligencia. Por eso aprende a evitar a quien puede hacerle daño y a querer incondicionalmente a quien lo protege. Realmente los gatos son como los niños.

La autora emplea en la narración un lenguaje totalmente actual, atrevido, con términos que, por causa de la televisión, se utilizan a menudo cada vez con menos edad, probablemente porque ayudan a exteriorizar las emociones con libertad. Al alargar las vocales o realizar preguntas que no requieren respuesta demuestran el extrañamiento o la sorpresa que les causan algunas órdenes y se reafirman en su negativa: «¿Peeerdona? ¿Pero con quién se pensaba este hombre que estaba hablando?»

El vocabulario es, como vemos, sencillo, algo gamberro en ocasiones pero ideal para atrapar de inmediato a los lectores.

El cuento está diseñado para que los primeros lectores lo lean en solitario, no obstante si los adultos quieren acompañar a los niños será una idea acertadísima pues, al tiempo que se estrechan lazos, contribuirá a que pasen ratos estupendos en familia. Además, siempre es bueno contar con ayuda para entender determinadas expresiones que aún no hayan empleado, «ojo, Ellie, no te vengas muy arriba que a lo mejor lo que te llevas no es un achuchón».

Y ante tal despliegue de imaginación, las ilustraciones no iban a ser menos. Son de gran creatividad. Fantásticas. El gato cobra vida a pesar de estar dibujado con pocos trazos pero totalmente descriptivos, expresando a la perfección diferentes connotaciones placenteras, de indiferencia, de sorpresa, expectación, bondad, alegría, dolor, enfado o miedo. Los ojos lo dicen todo, o casi, porque las líneas expresivas que rodean el dibujo aportan los movimientos del cómic.

Hay varios dibujos en el cuento, pero Alexandre Reverdin solo dibuja la figura completa del protagonista: el gato y del antagonista: el cura. Los gestos de ambos, perfectamente marcados, estimulan la capacidad de observación y concentración del niño; los colores lisos pero brillantes, naranja para el gato, negro para el cura, intensifican la personalidad de cada uno. Las ilustraciones complementan al texto y le aportan dinamismo. Este hecho ayuda a comprobar su finalidad, todo gira en torno a cómo nos comportamos con alguien que no empatiza con nosotros. Lo mejor es alejarnos.

miércoles, 9 de febrero de 2022

QUIÉN PILLÓ AL BOBO FEROZ

Indudablemente estamos ante un libro infantil no al uso. Si tuviera que definirlo con una palabra sería “descabellado”. No es que aporte un adjetivo a los libros que leo pero es que Quién pilló al bobo feroz une, desune, dice, desdice y, sobre todo, sorprende. A cada momento. ¿Realmente es una lectura para niños? Desde luego, los pequeños lo van a pasar bien leyéndolo, se van a reír con el lenguaje irreverente que aparece en ocasiones; los más pequeños podrían leerlo con un adulto que les vaya explicando comparaciones y datos que aún no manejan, para entenderlo mejor. Pero no es necesario. También se divertirán con las andanzas de los personajes; los mayores lo disfrutamos, nos sorprendemos con la imaginación de Sergio Vera, capaz de darle la vuelta a los cuentos tradicionales, a las fábulas y a los dichos populares que, depende de quién los diga y en qué contexto, toman otro sentido.

El protagonista, el lobo feroz, Quentin Pulp para más señas, se humaniza ante los lectores al adquirir nombre y apellidos; no es un lobo cualquiera, es, haciendo deshonor a su nombre, un lobo tranquilo, con dificultades para ver bien, que suplía llevando gafas en su infancia, ahora lentillas, y con problemas desde pequeño, abandonado por su padre, un lobo de mar, y acosado por sus compañeros de clase, los siete cabritillos. Como los profesores del colegio no le hacían caso, Débora, la madre de Quentin, fue a arreglar el asunto con Cabra Solán, la madre de los cabritillos. Y ahí acabó todo «Su cuerpo flotando sin vida en el Colorado, con la tripa llena de piedras fue la portada de Había una vez: “CABRA SALVA A SUS HIJOS DEL LOBO FEROZ”».

Quentin, totalmente solo, decide entonces hacerse narrador para evitar más engaños de la prensa, pero lo que propone no es del gusto del editor Calleja, que va buscando atraer al público con sensacionalismos y moralinas finales «—Veamos… ¿La mala lechera? […] ¡Si no tiene ni moraleja ni final feliz!». Así que Quentin sigue pobre y debiendo el alquiler de una casucha, propiedad del Cerdo Ibérico, banquero mafioso que al final lo echa.

Además tiene que soportar que Esopo le robe algunas ideas para las historias, por lo que no le queda más remedio que convertirse en lo que se espera de él. Menos mal que contará con la ayuda de Pinocho, la abuelita, Caperucita, la rata Ratantino y Gatillo, un gato con botas y espuelas al más puro estilo pistolero del Oeste. Entre todos dejarán las cosas en su sitio, que no es el habitual de los cuentos, y contarán lo que quieran porque si desgranasen lo ocurrido a todos los personajes sería «el cuento de nunca acabar».

No contento con crear este disparate, el autor da a los chicos, al final del libro, la posibilidad de formar parte de la CIA, contestando unas preguntas relativas a la historia que han leído y que seguro las saben, porque Quién pilló al bobo feroz se lee con ganas.

Sergio Vera ha desbrozado los cuentos más conocidos y ha racionalizado la ficción de tal forma que la ha disparatado aún más.

Cuando queremos aludir al origen violento y egoísta del hombre acudimos al consabido dicho de Thomas Hobbes El hombre es un lobo para el hombre. Tras leer este libro nos queda la sensación de que el hombre no necesita comparación pues él solo es quien acosa a los demás, los humilla, los martiriza, los desahucia sin importarle las consecuencias, los mata por orgullo o por venganza, los deja en el paro para que sufran sus rigores y vive a gusto en una sociedad materialista en la que las mentiras de las redes sociales pueden destrozar a los que son diferentes y no se ajustan a la norma.

Todos estos temas quedan tratados en esta novela negra-infantil. Una verdadera locura a partir de un personaje de cuento que, rechazado y menospreciado, intenta hacerse un hueco en la sociedad, por lo que construye una serie de situaciones en las que nada ni nadie son lo que parecen. Y al final es el lector quien decide, algo a lo que ya en la primera página alienta el propio Quentin «¿a qué esperas? Investiga mi historia, como un cuentective, y trata de resolver el misterio…».

Está claro que es una novela diferente; el lenguaje, a veces irrespetuoso, siempre atrevido, es un homenaje a Tarantino; si el director estadounidense conforma películas violentas de narración no lineal en las que mezcla distintos géneros cinematográficos, el autor conquense armoniza una historia no lineal, con diferentes subgéneros como el policíaco, el western, el romántico, el violento, el lacrimógeno y la nivola, pues como Unamuno, Sergio Vera dialoga sobre el futuro del personaje «Me llamo Sergio Vera Valencia y soy el narrador […] No había hecho más que presentarle… ¿Presentarme? ¿A eso llamas tú “presentación”? ¡A mí me parece una impresentación! ¡Una presentación impresentable!». Todo tiene cabida, incluso el posible traslado a otro género, como el dramático o el cinematográfico, pues una vez aclarada la impresentación del Capítulo I, no pasamos al Capítulo II sino



CAPÍTULO I
TOMA 2
UNA PRESENTACIÓN DE FÁBULA

Y ahí es donde Quentin toma las riendas, deja a Sergio a un lado y narra en primera persona su vida; paradójicamente, aunque pretenda ser real, las personalidades hiperbólicas anuncian cierta ficción, la misma que aparece en los cuentos, tan vacíos de violencia que resultan increíbles.

El mérito del autor es que a pesar de que el libro no se puede racionalizar, por la fantasía que lo envuelve, las acciones pertenecen a la cotidianeidad humana, tal como la percibimos los adultos. Cuentown es un mundo secundario que toma como base la realidad del mundo primario para desbancar el mito literario de los cuentos infantiles. Esto permite que personajes como Chorizo Ibérico y sus hijos Chuleta, Jamón y Morcilla, y programas basura como Sílbame, contengan grandes dosis de verdad. El autor renueva lo cotidiano y nos lo acerca de modo diferente con personajes que ayudan al niño a comprenderse a sí mismo, y al adulto a ser testigo de la miseria humana y de su grandeza.

Y si la historia es profunda y descarada, la forma es inusitada y trepidante, los juegos de palabras son constantes, con diminutivos expresivos «Lobobito», con expresiones diferentes en las que se emplea el mismo significante «como no veía ni torta, se me daba muy bien dármelas. Torta detrás de torta», con rimas consonantes que aumentan el humor «Y estaré medio cegato, / ¡pero te pillo y te mato!», con acrónimos que sirven para negar «impresentación», con expresiones que unen forma y contenido: Pinocho tiene «un nudo de narices», con nombres metafóricos «termina asomado al puente del Desenlace».

Todo contribuye a pasar un rato diferente, loco y divertido donde nada es lo que parece excepto Sergio Vera. Un excelente autor.

sábado, 5 de febrero de 2022

Y TODO ESO

Cuesta trabajo identificarse, hoy, siglo XXI, con los personajes de Y todo eso; los entendemos y, en el fondo comprendemos que aunque pertenezcan al comienzo del siglo XX y a Inglaterra, las peripecias que ocurren en la novela podrían pasar en otro lugar y otro tiempo.

De hecho Rose Macaulay ideó una sociedad que surge de las cenizas de la Primera Guerra Mundial, regida por fanáticos que pretenden levantarla utilizando la inteligencia, para conseguir que los hombres sean más listos y no vuelvan a caer en el horror de una contienda tan destructiva. Loable objetivo a no ser porque no todos los ciudadanos van a ser tratados de la misma manera. Las mujeres casadas seguirán cuidando de la casa y los hijos, con lo que apenas tienen tiempo para ejercitar el cerebro. De hecho, quien controla la ciudad es el Ministerio de Cerebros, cuyo ministro, Nicky Chester, dirige con mano dura todos los avances; para ello catalogan a la población según su grado de inteligencia y los ciudadanos solo podrán casarse entre los que difieran en un nivel como mucho, es decir, los A podrán contraer matrimonio con la modalidad alta de los B para asegurar el nivel mental, los C podrán casarse entre ellos pero no tendrán más de un hijo, para evitar la propagación de mentes inferiores. El nivel C lo conformará el proletariado y pagarán impuestos al gobierno por los hijos; impuesto que subirá exponencialmente cada vez que venga un niño nuevo a la familia, de manera que si los tienen quedan arruinados, en la más absoluta miseria.

Esto es solo el principio. La autora, que escribió la novela durante la guerra, expone un costumbrismo afectado por avances científicos que pretenden reforzar una sociedad instalada en grandes cambios, más inteligencia y menos sentimientos. Es un mundo organizado en exceso donde la libertad no existe y el amor, entre quienes quieren evolucionar, tampoco. Es una sociedad sin identidad influenciada por avances que anulan el concepto humanidad, los habitantes no se dan cuenta del papel que pueden jugar sus propias emociones pues no son tenidas en cuenta. De hecho, el estado de ánimo es uniforme, sin altibajos. Sin embargo ahí está Kitty Grammont para describir con delicada ironía cuál es el ambiente embrutecido para la mujer de clase baja, «se limitan a inspeccionarlo todo […]  Constituyen una raza extraña y maravillosa de seres, estas observadoras […] Son la porción de la comunidad que menos evidencia la marca de los acontecimientos públicos». Un ambiente en el que permanecen sin protestar, de acuerdo con lo que les ha tocado en la vida, «la doctora Cross señaló que, si se desarrollara la mente tardaría la mitad en hacer todas esas tareas domésticas. —Lo sé, señora […] la mayoría de las mujeres están demasiado ocupadas, y si no lo están deberían».

Un ambiente que, reconozcámoslo, ha cambiado en un siglo no a la velocidad que se ha desarrollado la tecnología. Y este mundo distópico, o tópico, es el que quiso recrear Rose Macaulay, apoyándose en una sátira ética que, como una profecía, anuncia la falta de sentimientos que traerá consigo el individualismo extremo. De hecho, hoy es fácil renunciar a la libertad individual en favor del desarrollo científico. Hoy, una planificación excesiva elimina la espontaneidad. Hoy exigimos una tremenda preparación de manera que no se ralentice el desarrollo social.

La ironía reside en que en Y todo eso, para demostrar que estamos preparados, se catalogan a los bebés –y a las personas– de forma equivocada «No era inteligente, ni siquiera para el nivel de un B3. De hecho tenía que haber un error con la categoría que se le había asignado. Sus hijos, si es que llegaba a tenerlos, poseerían un calibre mental que quedaría fuera de toda consideración. Lo más probable es que provocaran otra Gran Guerra».

Pues también somos testigos hoy de bastantes titulaciones falsas que catalogan a ciertos gobernantes como aptos para algo que no lo están. Así nos va.

Pero vamos a la novela. La situación es hiperbólica, como la de cualquier dictadura, por eso bastantes padres, agobiados por las tasas que deben pagar, abandonan a los bebés, para evitar que toda la familia muera de hambre, y llevan al Ministerio de Cerebros a un genocidio de niños pobres, en teoría idiotas, porque no saben qué hacer con ellos, no son aprovechables y ponen en peligro el glorioso avance social.

Hay otros temas que aparecen con la misma carga de humor crítico, como la intransigencia de la religión, la separación entre los evangelistas y católicos y la desavenencia entre Estado e Iglesia, por razones obvias. Por eso, Pansy, una actriz que vive con su compañero sin estar casados, no puede entrar en la iglesia


—La religión organizada no reconoce vuestra situación, ahora mismo.

—Ah, no, él sí la reconoció, ya lo creo –explicó ella– Ese es el problema; que no le gustó

Por eso, la fe juega a veces malas pasadas a los párrocos convirtiéndolos en el hazmerreír de quienes tienen un mínimo de cultura


¿Qué es un impío inteligente sino un necio desde el punto de vista de la eternidad? ¿Qué es un necio devoto sino un triunfo celestial?

—Lo que dice es sedición –le susurró Kitty a Prideaux– Haría mejor en ceñirse a los trenes.

Y en este mundo que no deja pensar por sí mismos a los ciudadanos, «patéticos e incultos hijos del momento que no miraban ni hacia atrás ni hacia delante», se abre una posibilidad que ridiculiza más si cabe a ese Estado, con un «cartel de la plaza del mercado. ¡DESARROLLAD VUESTRO CEREBRO! Así amanecía aquel Domingo de Cerebros sobre un mundo que realmente parecía necesitarlo». Con una concentrada y cáustica ironía, la autora consigue acercar al lector a lo que es un adoctrinamiento, que impide al hombre sublevarse utilizando técnicas de persuasión coercitivas. El Domingo de Cerebros recoge con humor irónico, para deleite del lector, los efectos de la publicidad engañosa, el ambiente machista y opresivo para la mujer, los chantajes que deben realizarse entre los medios de comunicación y el Ministerio… todo está comprado y todo es un sinsentido.

Como tal, llegará a su final cuando alguien de ese Ministerio de Cerebros incumpla sus propias normas y llegue a oídos del pueblo.

La autora realiza una novela que se adelanta a Un mundo feliz y a 1984, y con gran valentía denuncia la vigilancia tecnocrática y eclesiástica y el control de la información como medios para aniquilar al ser humano como individuo. Denuncia, con visión premonitoria, cualquier tipo de limpieza étnica.

Y todo eso no es un libro de ciencia ficción al uso, el subtítulo Una comedia profética lo dice todo. Es una ficción postmoderna que crea un mundo regido por un sistema cerrado, independiente, derivado de la realidad de una guerra que lo destrozó todo, «Irlanda había sido excluida de las leyes mentales […] incluirla en ellas cuando considerasen que era seguro».

Al leer la novela nos distanciamos de la realidad empírica y somos testigos de un espacio ficticio que se sostiene a sí mismo a pesar de ser divergente con la realidad. Asimismo reflexionamos sobre nuestra realidad actual, sobre lo que es o no moral o ético, a partir de la ficción que se establece.

Y todo eso, una comedia profética escrita con cierto humor irónico y elegante que se deja leer aun hoy, después de haberse publicado hace más de un siglo. A lo mejor resulta que el hombre no avanza tan rápido como debiera. O que tropieza una y mil veces en la misma piedra.