lunes, 30 de agosto de 2021

IRENE

¡Vaya libro! He terminado Irène. No cabe duda de que es novela negra. Y un homenaje a la novela negra. Y al cine negro. Pero también tiene grandes dosis de sensibilidad, algo inusual en el subgénero negro. Desde las primeras páginas conectamos con el protagonista porque entendemos que ha debido pasarlo mal en su infancia, adolescencia, juventud… No es fácil crecer en un ambiente casi selecto, con una madre pintora de cierto éxito que no supo controlar su adicción en el embarazo, provocando una hipotrofia en su futuro hijo. Y así nos encontramos con que «Desde lo alto de su definitivo metro cuarenta y cinco, Camille no sabía, en aquella época, a quién odiaba más, a esa madre envenenadora que le había fabricado como una pálida copia de Toulouse-Lautrec solo que menos deforme, a ese padre tranquilo […] o a su propio reflejo en el espejo: a los dieciséis años, todo un hombre que se había quedado a medio hacer».

Pero tiene otras cualidades, entre ellas es inteligente y tenaz, por lo que después de terminar Derecho ha llegado a comandante de la Brigada Criminal y se ha casado, en su madurez, con Irene, una chica dulce y alegre que ha sabido apreciar su sentido del humor. Y están esperando un hijo en el que tiene todas sus esperanzas puestas y con quien vislumbra un futuro feliz.

El narrador, en tercera persona, nos va poniendo al tanto de la vida íntima de Camille Verhoeven, con pequeñas dosis diseminadas por la novela, porque lo principal es que se ha producido un asesinato doble en Courbevoie, una masacre en la que los cuerpos de dos chicas han aparecido mutilados en un caos perfectamente estudiado. El dueño del apartamento reconoce que lo alquilaron con un año de antelación, solo para unos días. Camille intuye algo diferente e inquietante en la escena «—La huella del dedo, allí, en la pared, es demasiado perfecta para ser involuntaria […] hay todo lo necesario, teléfono, contestador, salvo lo esencial: no hay línea».

Efectivamente, el equipo de investigación llega a la conclusión de que es un escenario preparado, sacado precisamente de una novela negra, American Psycho, de B. E. Ellis. Poco a poco van descubriendo que los crímenes basados en novelas comenzaron en el 2000, cuando trataron de imitar El crimen de Orcival, de Gaboriau y el de Roseanna (de Sjöwall y Wahlöö); en 2001 escandalizaron la puesta en escena del asesinato que ocurre en Laidlaw, de Mcllvanney, y la recreación del sucedido en La dalia negra, de Ellroy y finalmente la de American Psycho, en 2003. Tres años preparando y cometiendo los homicidios de seis mujeres con las mismas características y en el mismo lugar que los narrados en la ficción.

No cabe duda de que el autor es un psicópata que intenta una representación de la realidad. Además graba, como si fuera un director de cine que expone al público la ficción que ha preparado basada en la propia ficción. Es como representar una metanovela.

El comandante Verhoeven y su equipo investigan contra reloj pues, para rizar el rizo, el asesino se pone en contacto personalmente con Camille para confirmarle su obra inacabada. Camille se rodea de unos compañeros a quienes admira y, sobre todo, en quienes confía. Los sospechosos, un librero y un profesor de universidad, eruditos en novela negra, ayudarán a resolver dudas. Pero podrían actuar así para despistar. Mientras tanto, el periódico Le matin anuncia los hechos antes de que el comandante avise a sus superiores, lo que nos previene de un delator cercano que tiene contacto directo con el periodista Buisson quien, como es lógico, no desvela su fuente.

El equipo consigue atar cabos hasta que el lector no puede desviar la mirada de las páginas porque intuye el final. Por supuesto, lo presiente cuando Pierre Lemaitre quiere. Antes ha jugado con nosotros, nos ha llevado de un lugar a otro, de un sospechoso a otro, hasta que estamos seguros (porque nos ha sido revelado). En esos momentos necesitamos llegar al final para saber cómo termina. También el narrador, que como si fuese él quien rueda ahora una película, salta de una escena a otra dejando a medias los diálogos, cambia de personaje sin explicar ni describir del todo las acciones, la información se ajusta al ritmo frenético de la narración, que es el de la búsqueda excitada, para que, inacabada, la termine el lector,


Camille entra en el cuarto de baño, se sube a la papelera para mirarse en el espejo.

Es un buen golpe […]

Verhoeven se vuelve bruscamente. Brieuc está en el umbral de la puerta […]

—Creo que cogí unas cajas para mi hijo […] Deben estar en el sótano. Si quieren echar un vistazo…

El coche va demasiado deprisa. Esta vez es Louis quien conduce…

Y así, el lector, leyendo de forma desordenada, con el equipo, la última novela, llega al final de la escrita por Pierre Lemaitre, donde todo encaja a la perfección, los días transcurren y la policía hace su trabajo con precisión, de manera que apenas notamos que la historia fluye hasta que estamos inmersos, irreversiblemente, en ella.

Una novela dura, negra, pero excepcional. Original, inteligente y, probablemente, uno de los mayores reconocimientos al género y a los grandes de la literatura.

Pero no todo es terror o espanto en Irène. Camille conoce a su equipo y nos lo muestra desde la ironía, pero con cierto cariño. Conocemos a Armand, ordenado, minucioso, eficiente y tacaño en demasía, hasta en informaciones falsas para que hablen los sospechosos


Armand se decidió a entrar

—Acabamos de encontrar a Marco. Tenía razón, está en un estado lamentable.

Camille, fingiendo sorpresa, miró a Armand.

—¿Dónde?

—En su casa.

Camille miró a su compañero con lástima: Armand ahorraba hasta en imaginación.

Conocemos al comisario Le Guen, fatalista, probablemente porque «llevaba veinte años a régimen sin haber perdido un solo gramo». Jean Claude Maleval, un joven que «abusaba de todo, de la noche, de las chicas, del cuerpo […] Maleval tenía el perfil de un futuro corrupto». Y Louis, elegante, rico, culto, con talento, «odiaba la religiosidad y por ende el voluntariado y la caridad. Se preguntó qué podría hacer, buscó un lugar miserable. Y de pronto lo vio todo claro: ingresaría en la policía».

Por supuesto también Camille queda descrito, por sus actos, como observador minucioso, algo inseguro en cuanto a su persona pero seguro y pertinaz en el trabajo, bromista con sus compañeros y sarcástico o cortante con quienes no le caen bien.

La brigada Verhoeven no es al uso, tampoco la novela. Desde el principio, el narrador crea emociones en el lector con diferentes estilos, la prosa poética, al referirse a Irene, contrasta con la irónica cuando alude a Camille y la cruel y descarnada con la que relata lo concerniente al psicópata. Es difícil no sentirse atraídos por Camille y casi imposible no admirarnos ante la relación que ha establecido con su mujer.

En el aspecto social, la novela toma conciencia de los problemas comunitarios a los que nos enfrentamos desde que el hombre es un ser civilizado y consigue que seamos conscientes de la maldad y corrupción que nos rodea.

Pierre Lemaitre es el autor de una novela criminal, diferente en el estilo y en el protagonista. Aunque el asesino sea el centro, el autor da voz a los personajes secundarios que ayudan, con las investigaciones, a ceder el puesto protagonista a la propia novela, al género negro que aumenta su popularidad cuando trasciende de las páginas al cine. A todo color el asesino está vigilando siempre la escena, como un dios que decide la suerte de las mujeres cuando él lo ve oportuno. La mujer es un medio para darle fama y poder cuando deje expuesta su obra. El asesino se vale del universo ficticio para crear su realidad basada en la ficción. La policía vive una realidad sacada de la peor pesadilla. Nada tiene sentido hasta que Camille encuentra luz en la novela negra. Fantástica.

sábado, 21 de agosto de 2021

NAUSICANA BLUES

Está claro que soy afortunada. Conozco a mucha gente buena, inquieta, que se preocupa por que haya un mundo mejor. Es reconfortante hablar con personas que buscan el lado bueno y, sobre todo, que intentan que todos podamos ver ese lado bueno. Dos de esas personas son Ana y Rafa, compañeros durante mucho tiempo en el instituto. Y amigos.

Pues el otro día, revisando estanterías, tropecé con Nausicana Blues, un librito que Rafa escribió en 2012, después de haber estado de profesor de español en un instituto de Texas durante un año. Aún no había visto la luz el blog Aurisecular, por eso no comenté la obra en su día. Hoy le ponemos arreglo ya que merece ser leída.

Rafael Pérez Bielsa ha escrito la historia de Scott Saberton, un inmigrante de Barbados que llega a la localidad —ficticia— de Nausicana, en el estado de Texas, buscando la oportunidad para realizar su sueño americano. Pero le va a costar trabajo. Scott no es del todo consciente de que su vida tiene poco valor desde que se le ocurrió nacer negro (hay algunos que tienen cada idea…). Por supuesto, ese valor bajó en picado al pretender formar parte de los EE.UU. y nada menos que en Texas.

Podríamos resumir la historia de Scott como «Cuando nada sale bien». Conocemos al protagonista en un domingo, con un calor sofocante y un plan: hacer la colada. Mientras espera para poder meter la ropa en la secadora se acerca a una gasolinera a comprar cervezas, pero aún no es mediodía, hora mágica para encontrarse con ciertos efluvios reconfortantes, así que el empleado lo denuncia y la policía lo acusa de intentar «comprar alcohol, insultando a Dios y se había resistido a las fuerzas del orden». Así pues, le colocan un GPS en el tobillo y lo dejan sin ahorros al tener que pagar una multa para no entrar en la cárcel.

Scott recibe la advertencia de no renovar su contrato si mantiene su actitud rebelde ante las normas, y las amenazas de sus compañeros si no se aviene a cometer un delito por ellos. Todo es posible si eres negro. Y ahí comienza su aventura, con la amenaza de los hermanos Esparza, de la que lo libran los miembros de una fraternidad religiosa «Nuestra Iglesia», fundada porque «los permisos necesarios para la creación de una nueva iglesia eran infinitamente más sencillos que los necesarios para abrir un local que sirviera alcohol y tuviera música en directo» dos condiciones aceptadas legalmente en la casa del Señor y prohibidas en el resto de establecimientos. Scott deberá pagar el favor realizando todo tipo de trabajos delictivos para la comunidad.

Pero a este barbadense no se le ocurre otra cosa que pretender investigar la poligamia, pedofilia y selección de embriones que el reverendo Williams lleva a cabo amparándose en su congregación de rubios blanquísimos, Tu Iglesia. Los formantes de Nuestra Iglesia, todos negros, saben que no tienen nada que hacer frente a la supremacía blanca, por lo que Scott se encuentra solo ante un final que no augura nada bueno, «si los hermanos Esparza no hubieran buscado una puerta para su camioneta en aquel desguace, habría muerto con toda seguridad».

Pero nunca se sabe.

Hay cierto humor en la forma de contar de Rafael Pérez, cierta ironía, porque el autor no pretende hacer reír, sino dar testimonio de las dificultades de los emigrantes, sobre todo cuando pasan a ser inmigrantes a los que, por el color de su piel, se les recortan casi todos los derechos y solo son valorados cuando consiguen beneficios para los oriundos del lugar. El humor tiene una peculiaridad, consigue resaltar avasallamientos o injusticias al tiempo que ayuda a paliarlos, por eso Rafa no duda en relatar situaciones verdaderamente graves desde una actitud positiva, con el ingenio irónico que pone en evidencia la condición del ser humano, la inocente del doblegado y la injusta de los opresores «Por otra parte, las cámaras de seguridad de los cajeros grabaron a unos sospechosos individuos enmascarados que durante más de 15 minutos permanecieron en cuclillas junto a dichos cajeros».

Nausicana Blues podría haber sido una novela larga, plagada de escenas violentas, muertes escabrosas, violaciones encubiertas, torturas llevadas a cabo por fanáticos sectarios, pero es una novela corta caracterizada por un estilo sobrio «El dolor era penetrante, violento, sin comparación con nada que hubiese sentido antes […] Su cuerpo, empapado en todo tipo de fluidos corporales, producía un hedor insoportable que le provocaba continuas náuseas». El narrador expone los hechos de forma directa y clara; apenas deja afluir los sentimientos, como si quisiera dar fe, simplemente, de la vida que algunos llevan; y cuestiona la realidad desde un punto de vista original pues aunque intenta ser neutral, sin que su opinión salga a la luz, en ocasiones aparece, en las preguntas retóricas que enfatizan sus reflexiones. La voz del protagonista se refleja entonces en la ira del narrador «¿En qué coño estaba pensando cuando se le ocurrió venir a los Estados Unidos?».

La narración es rápida, el ritmo se convierte en recurso específico del lenguaje literario, que aporta cierta desenvoltura a la hora de contar multitud de ideas que parecen simultáneas: el racismo usual, el apoyo de bandas racistas a determinadas sectas, tradiciones paganas apropiadas por la iglesia que evidencian claros intereses de dominio y poder… Y es que son simultáneas, todo tiene lugar al mismo tiempo, es el día a día de los desfavorecidos. Solo alguna vez detalla ciertas costumbres para matizar lo que le interesa, como las posturas de desconfianza que la tradición más irracional tomaba, o toma, hacia quienes molestaban por el simple hecho de vivir en la escasez o por tener pensamientos que se desmarcaban de la mayoría, «Su aspecto empezaba a ser lamentable y en cualquier momento algún ayudante del sheriff lo detendría por acosador, merodeador o indigente».

El apoyo y la sumisión a quienes ostentan el poder llegaban a límites extremos, como las delaciones encubiertas que, con toda tranquilidad, se llevaban a cabo no para avisar de algún delito sino por venganza, «para presentar denuncias o quejas sin tener que identificarte […] podías conseguir una recompensa».

Asimismo, en la narración lineal encontramos alguna digresión o alguna analepsis cuando interesa presentar a un personaje nuevo para el lector al que, sin embargo, Scott ya conocía y que además de ayudarlo en su periplo desvelará determinadas costumbres de otros lugares «le invitó a la celebración de los quince años de su hija Guadalupe».

El narrador no se identifica con el protagonista, Rafael Pérez, tampoco, pero empatiza con él, por eso pone de manifiesto la vida dura de ciudades cerradas y encerradas en sus costumbres; dureza para quienes han nacido en esas ciudades, que se convierte en crueldad para los inmigrantes que solo quieren ver cumplido el sueño de trabajar y vivir como una persona cualquiera.

martes, 17 de agosto de 2021

EL MURCIÉLAGO

Todavía estoy alucinando. Y eso que me he enfadado con el autor por decidir dejar solo a Harry Hole. Pero mi enfado no es otra cosa que la descarga de emociones ante un personaje de tamaña envergadura. Harry ha nacido, en esta primera novela de su serie, El murciélago, para estar solo. Y con suerte. Ya venía atormentado desde Noruega, aunque en proceso de rehabilitación. Aficionado al alcohol, termina la relación que mantenía con su novia. Borracho, conduce el coche patrulla con su compañero de copiloto, que muere cuando Hole provoca un accidente. En el hospital, se entera de que sus jefes le darán otra oportunidad. Obviarán su estado en el informe. Es un aviso. Sin beber alcohol llega a Sídney para investigar el asesinato de Inger Holter, una noruega que trabajaba como camarera en Australia. Allí le asignan como compañero a Andrew Kesington, detective aborigen, que desde un segundo plano conoce perfectamente el ambiente en el que se desenvuelve el asesino, la asesinada y Birgitta, que aparece como un ángel para cuidar y amar a Harry en todo momento.

Pero no podemos relajarnos mientras leemos con pasión, seducidos por el estilo y el personaje, porque nada es lo que parece. Hablamos de un asesino en serie. Hablamos de alguien con un lado oscuro, totalmente sociópata y sádico. Tanto, que es capaz de descargar su podredumbre y su odio en seres frágiles y mujeres desvalidas que no van a poner trabas a sus intenciones ocultas, que van a confiar en él porque su falta de empatía consigue mostrarlo amable, cuando le interesa, con todos, hasta que se quita la máscara y confiesa su rencor «Ustedes nos quitaron la tierra, la violaron y la mataron delante de nosotros […] Bueno, ahora sus mujeres sin hijos son mi Terra Nullius, Harry. Nadie las ha fecundado y, por consiguiente, no son propiedad de nadie. Simplemente sigo la lógica del hombre blando y actúo como él».

Pero esto no es del todo cierto.

El psicópata no es un ser humano. Su cabeza no funciona como la del resto, intenta despistar a la policía haciendo recaer la culpa en quien no la tiene, por eso las pesquisas van pasando por el novio de Inger, por camellos, drogadictos, amigos… todos irán muriendo también antes de que la policía se dé cuenta de que ellos no han podido ser. Una vez terminada la novela somos conscientes de que el asesino ha ido dejando pistas, pero es imposible que las averigüemos hasta que no llegamos al final «¿Han descubierto algo nuevo sobre el caso que le hizo venir aquí, Harry? —No lo sé —contestó Harry con sinceridad— A veces […] la solución se encuentra tan cerca que no se ve más que como algo borroso en la lente».

Hay magia en la lectura de Jo Nesbø. Quizá por la acumulación de leyendas, fábulas, tradiciones aborígenes australianas que rodean la fealdad del asunto investigado por Hole y consiguen cierta aura de irrealidad capaz de que disfrutemos de la lectura sin perder por un momento siquiera la expectación. Todo lo contrario. Cuando más relajada es la anécdota, un nuevo mazazo cae implacable sobre el lector que asiste, incrédulo, al desmoronamiento del protagonista una y otra vez; que es testigo de la pérdida de aquellos que se le acercan para mostrarle su amor, comprensión o confianza. El lector, desconcertado, cae en la frustración, en el desánimo, en el escepticismo al ver cómo se desvanecen las esperanzas que había puesto en los personajes.

Pero Nesbø es soberbio en la creación de la trama, por eso, cuando todo parece perdido para el protagonista, resurge como el ornitorrinco de la fábula australiana para adaptarse a las nuevas condiciones extremas y respirar en el agua si quiere sobrevivir. Harry renace como alguien que no es de este mundo y sale de entre las leyendas antiguas para obtener ayuda de seres fabulosos que podrán atacar sin piedad a un contrincante mucho más fuerte que él.

El murciélago es una novela negra. Por eso encontramos una crítica evidente hacia la injusticia cometida con los aborígenes. Es el problema de los conquistadores blancos, que siempre verán a un «negro cabrón» desde su punto de vista «blanquito». El hombre blanco, desde su estatus superior se permite cierta magnificencia con aquellos que vivían en una tierra antes de que él la ocupara. Es magnánimo, paternal, pero no puede evitar el racismo «Por supuesto, no tiene ni la más remota posibilidad de ascender en el escalafón, pero le consideran uno de los mejores investigadores de Sídney».

«Incluso los australianos blancos son unos histéricos que se cuidan de no decir nada inconveniente. Esa es la paradoja. Primero arrebatan a nuestro pueblo su orgullo y cuando ya se lo han quitado tienen miedo de pisarlo».

Nesbø incide en las atractivas historias fantásticas australianas, expuestas como metáforas alusivas a la vida de los protagonistas, o a la evolución del ser humano.

La creación de la cigüeña y el emú, además de ser interesante, dura y bella al mismo tiempo, es la historia de cómo el hombre es capaz de salir adelante con los medios que cuenta. Es la que hace posible que Harry pueda vencer en su lucha final. Y es la que advierte de los beneficios (siempre beneficios) de la mezcla de razas: somos diferentes, con costumbres distintas, aunque capaces de forjar nuevas tradiciones en la convivencia. Quienes no se adaptan son seres miserables que no aceptan a los demás, algo temerán, y sacan su «Frustración por el hecho de que no se contentan con destruir su propia vida sino que tienen que llevarse por delante a los demás en su caída».

Harry Hole es un acierto. Sus métodos varían según el estado de ánimo del momento, desde los buenos modales hasta la amenaza pasando, por supuesto, por la cínica provocación «¿Ve a aquel tipo enorme y calvo junto a la puerta? […] es el primo del tipo al que le partieron el cráneo con el bate ayer. Hoy se ha ofrecido encarecidamente a acompañarme hasta aquí…».

Y Jo Nesbø ha acertado de pleno al llevar a Hole desde Noruega hasta Australia porque con un estilo en el que se mezcla lo expositivo, el cuento, la fábula, la ironía, el humor y el cinismo, puede reflejar la situación laboral de aquellos que emigran a un país, que no viene a ser mucho mejor que la de los indígenas de ese país, cuando el color de su piel es negro.

sábado, 7 de agosto de 2021

ASESINOS SIN ROSTRO

¿Qué hace del relato policial algo cada vez más recurrido por autores y lectores? La novela que acabo de leer se escribió en 1991. Según se mire, en comparación con las obras clásicas, hace dos días; pero si tenemos en cuenta nuestra medida del tiempo en esta época de inmediatez en que vivimos, una eternidad. Y eso es lo que me llama la atención. Después de veinte años la situación viene siendo, si no igual, bastante parecida. ¡Qué poco avanzamos a pesar de lo que queremos pensar!

La novela negra es un nuevo modo de denunciar la realidad social y enfrentarse a todos aquellos discursos que nos parecen abusivos. Está claro que, ante una situación de injusticia, si nos mantenemos equidistantes, la estamos apoyando, y los autores de novela negra, se posicionan para que veamos qué opinan. Ya lo sabéis; si hay alguien que lea el blog; adoro a Camilleri porque es un espejo de cómo actuamos por aquí, por esta cultura mediterránea (Antonio Manzini sigue sus pasos). También Márkaris expone su sociedad griega sin tapujos, y en nuestro país, Berna González Harbour es una representante a la altura de los anteriores. Pues me acabo de enganchar a los países nórdicos. Henning Mankell escribió una saga, no demasiado extensa, es cierto, murió en 2015, sobre el policía Kurt Wallander. En esta primera entrega hay algo que llama la atención: el título, Asesinos sin rostro y la portada, dos caballos extraídos de una pintura de James Abbott. Inquietan los caballos y el título.

Al sur de Suecia (Escania), en una granja de Lenarp han sido torturados y asesinados dos ancianos. El marido, Johannes Lövgren, «yacía bocabajo […] con la parte superior del cuerpo al descubierto y los calzoncillos bajados». La mujer, María, estaba en el suelo «atada a una silla. Le habían puesto una fina cuerda alrededor del escuálido cuello». María aún tiene tiempo, antes de morir en el hospital, de decir una palabra, «extranjeros», pista por donde empiezan la investigación, incidiendo en aquellos que viven en Suecia pero no son de allí. El matrimonio vivía de forma austera, por lo que no entienden que una tortura tan atroz se haya llevado a cabo sin robar nada. Además, el único caballo que tenían estaba comiendo cuando llegó la policía. Y ahí la segunda pregunta: ¿Quién capaz de cometer dos brutales asesinatos se dirige luego al establo, para dar de comer al caballo?

Pues esto es lo que deben resolver Wallander y su equipo. Como en la realidad, la investigación parece que fluye, se estanca, empieza por otra pista, vuelve a pararse, hasta que seis meses después encuentran el rastro que los llevará a solucionar los crímenes, quiénes lo hicieron y por qué. Todo tiene un por qué y, a veces, la vida que llevamos no es la que mostramos a los demás, sino que escondemos la cara en actos vergonzantes, humillantes para los demás, incluso con tendencias asesinas.

Asesinos sin rostro extrema la causalidad y el razonamiento deductivo para establecer la relación entre la propia novela y el testimonio social reflejado en los personajes, entre los que encontramos policías corruptos, gente oculta en movimientos xenófobos, personas que esconden sus intenciones por el poder del dinero, la soledad de los ancianos y sus consecuencias, los problemas de la inmigración, el alcoholismo y todo lo que de él se deriva, la violencia de género, las relaciones familiares… Una sociedad que desmonta el paraíso idílico, educado y feliz que mostraban al mundo los países escandinavos.

Puede que el caso y su resolución no sea todo lo trepidante a lo que estamos acostumbrados en la novela negra. Transcurren seis meses y tampoco quedan resueltos todos los cabos, pero creo que esto es precisamente lo que me ha atraído de la novela. Mankell da un respiro al lector, pues las paradas de la investigación sirven para traer otros asuntos que van formando una descripción perfecta del ambiente social, policial y familiar de Kurt Wallander. No he leído más novelas del autor pero tengo la impresión de que en esta ha querido retratar a su protagonista principal. Alguien a quien, en principio, lo vemos como el antihéroe total, por el que sentimos cierta antipatía incluso, hasta que nos damos cuenta de que no es ni más ni menos que un hombre normal.

Henning Mankell no pretende interpretar los problemas sino que los trae a las páginas, sin ningún tipo de pudor. El racismo infundado es algo que tiene cabida en todo el mundo «¿Qué hay detrás? ¿Nuevos nazis? […] ¿Salir a la carretera y pegarle un tiro a una persona totalmente desconocida? ¿Solo porque da la casualidad de que es negro?».

Los conflictos más o menos graves del alcoholismo —según el grado— van desde puntuales contratiempos que prácticamente no contempla la ley, pero influyen en el trabajo policial, «Hemos tenido un fin de semana excepcionalmente problemático por peleas y borracheras. Apenas he podido hacer mucho más que tirar a la gente de las orejas», hasta agresiones o actos que pueden poner en peligro nuestra integridad o la vida de los demás, como violaciones «El alcohol lo volvía agresivo. La miró y notó que se excitaba» o accidentes «De la misma manera que cuando había conducido borracho después de la cita con Mona». Kurt Wallander pasa por esto. Imbuido en el estrés que supone su trabajo sufre el divorcio de su mujer y la separación de su hija. Las trabas para llevar una vida feliz se multiplican por lo que va siendo consciente (y el lector también) de sus defectos. El día a día es tan agobiante que su arreglo personal pasa a un segundo plano «Volvió la cara al contestar, pues en ese momento se dio cuenta de que había olvidado lavarse los dientes». Es adicto a la comida basura, rápida, aun siendo consciente de que lo ha hecho engordar «se sentía inseguro, indeciso. Y la ensalada no era suficiente comida para él».

Kurt se distancia también de su padre quien, solo, empieza a acusar los síntomas de la demencia senil «El mal olor que desprendía el cuerpo de su padre era agrio. […] Era inútil seguir hablando de un geriátrico o un piso protegido. Primero tenía que hablar con su hermana». Todo se desmorona en torno a este jefe de policía en funciones hasta que es consciente de que ha tocado fondo, «Salió del coche. La noche era fría. Tenía frío. Algo había terminado».

Pero Wallander continúa confrontando sus emociones con reflexiones hasta que, seis meses después comienza a ver los resultados. Va entendiendo los problemas que trae consigo la inmigración; el mayor, la inseguridad a la que están sometidos tanto los ciudadanos, expuestos a drogas, robos, violencia, asesinatos, como los propios inmigrantes, expuestos al paro, la mendicidad, trabajos esclavos y asesinatos. El autor es consciente del problema «La inseguridad en este país es grande […] Es la falta de política de refugiados la que está creando el caos […] Pero el Departamento de Inmigración y el gobierno tendrán que aceptar su parte de culpa».

Mankell trae a la novela los movimientos de extrema derecha, la inestabilidad e inseguridad de los campos de refugiados, las estratagemas que utilizan aquellos que no son aceptados en un país y la injusticia que se comete al mirar a todos los extranjeros como gente que invade exigiendo derechos.

Kurt Wallander va tomando consciencia de la presión que ejercen estos problemas en su yo desdoblado hasta que deja de culparse y puede volver a la normalidad «Logró perder cuatro kilos […] notaba que sus celos se desvanecían despacio». Está preparado para afrontar los siguientes casos que se le presenten. Y nosotros también. Lo hemos conocido y nos ha gustado. También el estilo del autor, frío, conciso aunque sin obviar detalles poco importantes que no aportan nada a la investigación pero reflejan el día a día de la profesión


Dejó su informe a uno de los policías […]

Luego repasó las facturas que había olvidado pagar […]

Más tarde contestó a una encuesta […]

A las ocho leyó el informe de Svedberg sobre el accidente […]

A las ocho y media, dos hombres empezaron una pelea…

domingo, 1 de agosto de 2021

EL POZO

La idea de unir periodismo y literatura es antigua. Y además siempre resulta, porque la emoción de lo ocurrido en la realidad se une al aumento de interés que surge en el lector por saber qué final le da el autor a un hecho trágico que ha estado en primera plana durante un tiempo, por saber si estamos ante una novela testimonial o ante un testimonio novelado.

Lo importante de la última novela que he leído no es el suceso —conocido por todos gracias a los medios de comunicación— sino el punto de vista que Berna González Harbour adopta al contarlo y, por supuesto, los recursos literarios de los que hace gala para que la realidad no desbanque a la ficción.

El referente de El pozo es un hecho que conmocionó a toda España y movió recursos de todo el país para que llegase a buen fin. Un niño cayó a un pozo, y durante días hubo un despliegue absoluto para poder sacar el cuerpo enterrado. Un hecho tan simple como terrible que nos alteró al tiempo que desató todo tipo de actividades que, por momentos, fueron desviando la atención y los pareceres de un público ávido de mayores atrocidades.

En la novela, Estrella, una niña de tres años ha caído a un pozo de 100 metros de altura y de no más de 25 centímetros de diámetro. Los bomberos, periodistas, mineros, todos trabajan para dar la noticia unos y salvar a la niña otros. La periodista Greta Cadaqués es la encargada de informar pero, al mismo tiempo, ha sido nombrada para formar parte de un jurado popular que debe decidir sobre la inocencia o culpabilidad del acusado, un chico que, tras ver un partido en familia, mata supuestamente a su madre. No hay testigos, tampoco huellas de posibles asesinos. Greta nos ofrece los dos casos, uno que lleva ayudada por Quatremer, un cámara experimentado para quien lo primero y único es retransmitir la noticia, sin juzgar. Al jurado popular se enfrenta intentando salvar el obstáculo de Julián, otro miembro que tiene claro desde un primer momento la culpabilidad del acusado.

A la trama argumental, Berna González le aporta cierto carácter subjetivo, un punto ficticio novelado que hace de la periodista que es, una contadora de historias fantástica, capaz de conseguir que algo que sacudió al país durante días pueda volver a acelerar el pulso de quien lee la novela. Ahora no tenemos la televisión delante, sin embargo las imágenes que nos ofrece la autora son tan nítidas como las que hubiera grabado con su cámara el mismísimo Quatremer.

Ambos casos de El pozo, el extraído de un hecho real y el posible en la cotidianeidad, son verosímiles y novelables. En los dos, la muerte es el núcleo, algo por lo que el ser humano se ha sentido atraído desde siempre y, después de leer las novelas de González Harbour, Verano en rojo, Margen de error, Las lágrimas de Claire Jones y la magistral El sueño de la razón, puedo decir que la autora ve la vida y la muerte como dos fuerzas imantadas imposibles de separar.

Recuerdo alguna novela basada en la desgracia real de un niño, en la que el narrador o el periodista encargado de informar terminan identificándose con el pequeño. Pero la autora de El pozo no busca solo la empatía con los afectados. En esta novela hay una fuerte crítica al periodismo sensacionalista y un emotivo homenaje al periodismo sin adjetivos.

Con la trama de Estrella, González Harbour ha creado una historia valorativa en la que, con fines catárticos, saca a la luz la intrahistoria de la que formamos parte. La sobrevaloración del físico es algo obvio en una sociedad que paradójicamente va igualando en oportunidades a hombres y mujeres y sin embargo, la presencia de la mujer es un dato a tener en cuenta en nuestra forma de vida inmediata; todo es efímero y apostamos por lo bello aunque solo aporte eso «Siempre las elegían más guapas. Aunque les pagaran lo mismo. Era de suponer», «…eso empezaba a ser más importante de lo que parecía en el mundillo de la televisión».

El sensacionalismo que invade los mass media es equiparable al daño que causan las redes sociales cuando difunden embustes sin comprobación alguna, por tener más seguidores o por cualquier tipo de odio «—Que habíais excavado el pozo para guardar droga […] Está circulando por todos los grupos de WhatsApp».

El racismo que circula, agazapado, en nuestra sociedad salta a la más mínima excusa. La sociedad del primer mundo es racista, aunque sea un término tabú. Todos lo niegan hasta que un extranjero se ve involucrado en cualquier hecho «El padre de la criatura había sido detenido. Vasile, pintor y albañil […] ocho años en España y natural de Rumanía […] interrogado por la policía. Según algunas fuentes […] eso desataría la tentación xenófoba».

Pero el periodismo sensacionalista escarba hasta en lo más inútil e insospechado solo por tener audiencia, por la fama momentánea, porque en realidad, lo que nos gusta es no reflexionar, nos gusta además sentirnos a salvo de las miserias de los demás, por eso nos regodeamos en el dolor ajeno sin tener en cuenta el daño que podemos hacer, y, lo más curioso es que el daño es mayor cuanto menos tienen los afectados. ¿Por eso la prensa amarilla se ceba con los más necesitados aun siendo las víctimas?


—¿Es el triciclo de Estrella?

—Supongo –Danilo se encogió de hombros […] La verdad es que sí. Fue su regalo de Reyes.

Los que tenían cuaderno apuntaron, los que tenían móvil lo acercaron…

En este mundo sensacionalista y efímero los periodistas añaden a sus recursos otros que vienen de los videojuegos o la publicidad. Todo vale para enganchar a la audiencia, para conseguir expectación, de forma que el periodismo se transforma en un gran espectáculo que ofrece más de un escenario con el que satisfacer la curiosidad. Probablemente nos estemos acostumbrando a mantener la atención durante muy poco tiempo, por eso, además de imágenes en bucle o anuncios publicitarios, se requieren diversos focos que atraigan mientras una imagen se repite una y otra vez hasta que despierte conciencias que, por otro lado, suelen despertarse vengativas, a lo mejor por el hartazgo de verlas continuamente. «A los marroquíes se habían sumado algunos chinos que vendían […] Falta el top manta […] Y redactoras nuevas […] Informar en movimiento era una de las nuevas modas en las coberturas en directo».

Y hay periodistas que no escatiman en recabar información de quienes no suponen ninguna autoridad en la materia. Son los vecinos, los viandantes, los que no saben del caso que, sin embargo, se resisten a rechazar su momento de gloria ante las cámaras para no decir nada.

El éxito periodístico es paradójico, tiene una relación inversamente proporcional al fracaso de los medios de salvamento; cuanto mayor sea su rapidez de actuación, más efímero es el éxito del periodista pues ve mermada su fama o su recompensa económica.

En realidad, Berna González, a través de sus personajes, nos hace preguntas para que reflexionemos —y dudemos— sobre nuestras convicciones «Y si además hubiera tenido piernas que exhibir, ¿acaso habría tenido otra […] mentalidad?».

Estos temas son algunos ejemplos que podemos encontrar en El pozo. Temas reales que la autora es capaz de novelar basándose en una serie de recursos literarios: El pensamiento de Estrella, corto, se une a las interminables jornadas plagadas con las diferentes actividades de rescate, por lo que la inquietud en el lector se acrecienta. Asimismo el ritmo lento del pensamiento infantil se une al rápido de las conversaciones en las que vamos solapando temas hasta que la verdadera tragedia queda inconsistente en nuestra memoria «Cien putos metros. Los excavan y los dejan sin tapar, los cabrones […] aquí tenemos noticia, niña, ¿o era ron?».

Con ironía, sarcasmo o frustración, el narrador abandona en algunos momentos su voz y se la ofrece a una Greta oculta que, en forma de diccionario, explica términos puntuales que aparecen en sus reflexiones: «Presentadora: dícese de mujer atractiva […] Enfermera: Dícese de una fuente interesante en el actual estado de la cuestión que valía para salvar un sábado (sabadete) pero poca cosa comparada con lo que pedía el jefe…».

Y otro recurso es recordar la necesidad de la cultura para afrontar dignamente la vida comunitaria, por lo que, a través de otro personaje, no duda en hacer un guiño a El sueño de la razón «Goya pintó todo Madrid […] Preservó siempre su intimidad. Por eso tienen tanto valor».

Si la saga de la comisaria Ruiz me tiene totalmente enganchada, con El pozo Berna González Harbour ha demostrado (una vez más) ser buena periodista y excelente escritora. Demuestra el poder de las redes sociales, que amparándose en la libertad de expresión son capaces de torcer la realidad para que salga a flote la xenofobia y el interés personal. Demuestra que el ser humano percibe la realidad según sus propias circunstancias y cuesta, muchísimo, ponerse en la situación del otro.

Demuestra que si la noticia es efímera sus novelas serán recordadas por la cantidad de temas que albergan, por su ritmo trepidante capaz de conseguir que deseemos que el libro no acabe, aunque veamos acercarse irremediablemente el final porque no podemos parar de leer.