En
poco más de dos meses he leído a varios autores noveles que transmiten
esperanza a la literatura y al ser humano, porque está claro que quien escribe con
sensibilidad ha de ser buena persona y sentirse en paz con el mundo. Puedo dar
fe de ello con las novelas El mapa de los afectos, El nudo perenne y La última canción de primavera, que
me han descubierto a Ana Merino y sobre todo a Jorge García y a Sergio
Hernández
Esta
semana he terminado la lectura de una novela de otra autora para mí desconocida, Gatitos.
Es un libro que debería leerse en los colegios. Estaría bien integrarlo como
lectura obligatoria en 6º de Educación Primaria. Intentaré demostrarlo sin
esclarecer demasiado el argumento, porque los momentos de tensión y misterio
son continuos.
Cristina Monteoliva tiene la habilidad de introducir al
lector en el argumento para dejar el tema de repente y pasar a otro asunto.
Hasta el final no nos percatamos realmente de lo sucedido, cuando la autora
cierra, de una manera fantástica y sorprendente, el prólogo con un epílogo
digno de este género, en el que lo maravilloso impide el funcionamiento
racional del mundo y se explica sin ningún tipo de restricciones.
El
protagonista de Gatitos es un niño de
11 años, Dylan, que realiza un viaje para conocer a Sveta, una niña de su misma
edad. Ambos pasarán juntos un día inolvidable marcado por aventuras, recuerdos,
verdades y sorpresas que cambiarán sus vidas. Los gatitos, uno blanco y otro
negro, que Sveta encuentra en la calle a punto de morir, serán el nexo entre
ambos niños.

Ella
se lo acercó a los ojos y lo miró detenidamente antes de decir:
—¿En
serio es ya tan tarde?
Sveta
asintió con la cabeza, cogió el despertador de su mano y lo dejó de nuevo sobre
la mesita de noche.
—Ya
es hora de comer. ¿Quieres que te traiga algo?
—No
tengo hambre. Anda, pon el programa de las reformas de las casas.
En
esta atmósfera de misterio-realidad hay dos gatitos, uno blanco y otro negro,
víctimas ingenuas de la ambición y el horror humanos
—¡Qué
suave es! ¿Va a vivir mucho tiempo?
—No
lo sé, espero que sí. Su hermanita está tan enferma que he tenido que llevarla
a la clínica veterinaria. Pero espero que viva también.
Asimismo
hay dos niños, símbolo de la inocencia y la bondad aun en condiciones extremas.
Ambos han experimentado la soledad en distintos aspectos, el emotivo y el
físico, hasta que disfrutan del contacto en su relación «Jamás se lo había pasado tan bien en compañía de otra persona de su
edad. ¿De verdad tenía que volver a casa?»
La abundancia
del llamado primer mundo contrasta con la escasez del tercero aunque los
sucesos y las aventuras que Sveta le hace vivir a Dylan ponen en entredicho los
conceptos de felicidad y desgracia.
En
esta dicotomía resalta con fuerza el sexo femenino. El pueblo, y la novela,
están habitados mayoritariamente por mujeres que ofrecen una imagen diferente
según la sociedad en la que les ha tocado vivir. Dylan refleja en «la señorita Buen Tipo» su concepción de
la mujer como ser encantadoramente superficial y delicado, desprovisto de
sentimientos profundos «no le extrañaría
que Buen Tipo se hubiera largado con su gran enemigo por propia voluntad,
víctima del mayor de los despechos». Afortunadamente Sveta se encarga de
advertirle de su error, «Ella es
demasiado presumida e indefensa. A veces resulta un poco tonta», y
demostrárselo, «Te confieso que dormir a
tu tía ha sido lo más loco que he hecho en mi vida». Sveta evidencia
durante toda la tarde que pasan juntos la agilidad y resistencia frente al
cansancio de Dylan. Ambos acusan un estado físico débil pero la fortaleza de la
niña destaca sobre el desánimo del chico. Sveta cambia el punto de vista de
Dylan al regalarle su gatito, lo más preciado que tenía, y él le ofrece, con
sus historias, la posibilidad de integrarse en un mundo mejor. Ambos son
iguales, ambos diferentes. Al complementarse conforman la unidad.
Y en
esta unidad del ser humano no cabe duda de la importancia que adquiere la
mujer. Son las mujeres las que, por diversas circunstancias, están ahí para
seguir luchando en medio de la invisibilidad. Ella es el prototipo; mujer enferma, sufridora, a la que vamos
conociendo poco a poco como inteligente, preparada, buena, fuerte, invencible
aun a punto de morir, hasta descubrir por fin su nombre y el peso que tiene
sobre todos los que pueblan las páginas. Ella
nos deja un legado, no solo a los personajes, también a los lectores. Y en ese
legado reclama la igualdad entre los sexos.

La
trascendencia del proceso de la escritura, el alcance de la literatura, la
igualdad de la mujer, la conservación del medio ambiente, el amor hacia las
personas y los animales son algunos de los temas que aparecen en el libro y de
los que todos, niños y adultos, deberíamos ser conscientes para asumirlos con
responsabilidad.
Pero
no es solo una novela infantil-juvenil. Los más jóvenes disfrutarán de la lectura
con la ternura de las expresiones «¿Y
quién se quedó con el territorio? ¿Los buenos o los malos?»; el humor
evidente aporta diversión, «El general
Malapata estaba a punto de sufrir un caso agudo de diarrea por culpa del zumo
de naranja bajo en calorías y sin azúcares añadidos», y la ironía consigue poner
de manifiesto algunas incongruencias del lenguaje, al mismo tiempo que aumenta
la intensidad de determinadas situaciones dramática «—¡Madre mía que no tengo! ¡Pero qué pesado es este crío, Sveta!».
Los
adultos, además de disfrutar con lo expuesto, podemos descubrir inteligentes
juegos de palabras «¡Es el mejor té del
mundo! ¡Un té de ensueño!» (pues le ha puesto un potente tranquilizante).
El
estilo llano queda salpicado de términos cultos que no impiden que la
comunicación con el lector sea efectiva, “mofó”,
“resuello”, “captó”, “sorna”, “desplazar”, “monumentos funerarios”,
corroboran la necesidad de su utilización en la cotidianeidad.
Mediante
la personificación, Monteoliva concede a la naturaleza una vital importancia,
por lo que nos llama la atención sobre el trato al que la sometemos «Los países vecinos se enfadaban» «Algunas (chimeneas) estaban como aburridas, sin escupir nada
por sus bocas» «La ciudad de al lado de las fábricas sí que es […] ¡un monstruo
grande y apestoso!».
Con
el diminutivo afectivo, gatito, Lourditas,
se realzan los buenos sentimientos hacia quienes nos hacen felices. La
acumulación de adjetivos en la descripción del pueblo subraya la desolación de
algunos lugares devastados por la mano del hombre «aspecto triste, gris, cielo nocturno […] gris, agua sucia, losas
rotas, aire tan contaminado, verdadera porquería». Lugares que son mudos
testigos de la soledad e impotencia de quienes residen en ellos, abandonados
incluso por las criaturas celestiales que supuestamente deberían protegerlos «Un risueño y bello ángel con la cara llena
de musgo y las manos desgastadas […] y ojos de piedra».
El
paisaje desolador queda matizado con los adjetivos antepuestos “ralo césped”. Y
el subconsciente del narrador aparece, en ocasiones, en forma de metonimia “laberinto
de difuntos”, de la que se vale para denunciar los efectos de la guerra y las
consecuencias del mal uso de las fábricas.
Hay
un rasgo estilístico bastante interesante al mezclar en una conversación
réplicas que requieren un contacto con el interlocutor y otras que son
básicamente pensamientos en voz alta. Nos encontramos entonces ante verdaderos
monólogos interiores que realzan el sentimiento de las personas.
—Créeme
que lo siento mucho. La conozco desde que era una niña de tu edad
[…]
—Siempre
fue una chica muy despierta…
Por
estas razones no podemos parar de leer, la curiosidad aumenta, la convicción de
que necesitamos un mundo mejor, también. Gatitos
es lectura obligada.