sábado, 28 de enero de 2023

SPANISH BEAUTY

No conocía a Esther García Llovet y ha resultado una experiencia muy interesante leer su última novela. En esta ocasión agradezco al proyecto Mandarache la oportunidad que me ha dado con Spanish Beauty. Novela corta. Diferente. Provocadora. Reflexiva.

El resumen de la novela se puede realizar en tres líneas. La historia ocuparía algo menos: La policía nacional Michela busca el encendedor de Kyle, su padre, que antes había pertenecido a los gemelos Krai.

Pero la trama es inmensa, las implicaturas están en cada capítulo, que no ocupan, en general, más de dos páginas cada uno. De golpe, desde el principio, en diálogos algo tensos en los que normalmente no pasa nada pero el lector está sobre aviso, nos vamos enterando de dónde se va a desarrollar esta trama por implicaciones particularizadas

—Tu camello es una pieza de cuidado […]

—No es mi camello

—Cómo que no. Te he visto darle un sobre por debajo de la mesa

[…]

—No es mi camello. Esa es Michela. Es policía nacional

Pues sí, Michela no es una policía al uso, no tiene problemas en meterse hasta el cuello con tal de conseguir lo que quiere. Hay diálogos tensos que ayudan a conocer a los personajes, otros más surrealistas revelan lo irracional del ambiente en el que se mueven esos personajes


—Son siete hermanos. Los hermanos Kaminski. Cada uno tiene también siete hijos […] una centuria rusa […] ya hablan español, el idioma del futuro. Aunque son tantos que podrían inventarse un idioma nuevo

El espacio en el que se desarrolla la acción es sorprendente porque no es el Benidorm plagado de familias y usuarios de la tercera edad, es un recinto paradisíaco intimidado por edificios gigantes que lo amenazan con desaparecer bajo el peso del hormigón, de la basura, del alcohol malo, de lanchas robadas y drogas imputadas con total impunidad. El Benidorm de Spanish Beauty es feo, opresor, siniestro a pesar de la naturaleza que lo rodea libre y majestuosa.

Los personajes no tienen apego por el paisaje, tampoco por la vida y, aunque están desligados del lugar algo chirría en ellos, como en el propio entorno, «algo de C. Tangana y suena en estéreo desde unos altavoces de plástico malo colgados sobre las cabezas de un matrimonio que desayuna con cerveza mientras lee The Sun. Chanclas, calcetines […] y un sello de oro amarillo en el meñique de él…».

Las elipsis son numerosas porque la autora no quiere abundar en repeticiones o casos sabidos, pero nos los recuerda con ritmo, con escasez de elementos que además de aportar cierta informalidad al relato aumentan la reflexión del lector sobre los personajes que actúan en la novela, tan ficcionales y reales a la vez, «Estuvo (en Londres) solo tres días, investigando a un médico inglés que emitía falsos diagnósticos de intoxicación alimentaria a sus compatriotas». La frase corta, sincopada, desvela en ocasiones el ambiente vacío, amoral, con un contrapunto escéptico. Otras veces esta escritura le es propicia para ofrecer momento poéticos de desengañado lirismo, donde los paralelismos igualan la ciudad a un bar decadente, «en el San Remo se puede hablar de todo sin que pase nada. En realidad, en Benidorm se puede hacer de todo sin que pase nada».

Es difícil conectar con los personajes, incluso con Michela, la protagonista, en la que el yo cobra la magnitud necesaria para poner en marcha conjeturas sobre las vivencias de quienes trabajan en Benidorm, de quienes usan la ciudad para negociar, sobre las vivencias de soledad en una ciudad masificada.

Hay en esto cierto intimismo autorial que se hunde de lleno en lo más íntimo de Michela para ver la luz con una expresión totalmente desinhibida. La existencia de esta policía nacional aparece ante nosotros en flash back, intercalados en la linealidad de la escritura desde una posición alejada de la propia protagonista, como si la niña abandonada por su madre no fuera ella, como si, simplemente, hubiera rechazado con facilidad las enseñanzas y forma de sobrevivir de un padre borracho. Esto es lo que aumenta la crueldad de una infancia rota.

Michela se une así a Benidorm; protagonista y espacio van de la mano, un tanto naturalistas los dos, apartados de lo referencial en una apariencia dura, sin escrúpulos, que nos muestran sin pudor el interior de sus mundos con sus propios entresijos. Nada es lo que parece en la narrativa de García Llovet, en una autoficción en la que lo real y lo inventado se difuminan, en donde el narrador omnisciente no lo cuenta todo, dejando que el lector se entere de lo que ocurre por los movimientos de los personajes, por los pensamientos de Michela, encargada sin saberlo de exponer la miseria del espacio, «Abre el cajón de la mesa de noche, forrado de aironfix de flores. Vacío. Hormigas. Hay un solo enchufe en la habitación y si Martín quiere encender el calentador […] o el móvil tiene que desenchufar la lámpara y hacerlo a oscuras […] Así que Martín no se ha ido».

El narrador en tercera persona encuadra paradójicamente la literatura de Esther García en una narración intimista, en la literatura del yo, no en la autobiográfica sino en aquella que se adapta a la perfección a una sociedad individualista en la que los conflictos y contradicciones se visualizan, con ejemplos, en los efectos que estos problemas tienen sobre cualquier persona.

La percepción del mundo de Esther García se vuelca en Spanish Beauty para desmontar su imagen. En este sentido es una novela posmoderna que rechaza la linealidad histórica, que relativiza el progreso siempre que este valore ciertas formas alejadas de lo meramente intelectual. Nos adentramos en la cultura de lo feo, «Michela lleva un bañador de chico, hasta la rodilla, con bananas […] porque hace un rato le ha vomitado encima una chavala de despedida de soltera». Nos adentramos en la cultura de la barbarie en donde las comparaciones y metáforas, empequeñecedoras, mezclan el esperpento, el naturalismo y el feísmo literario con la lírica, «hacia unos italianos muy guapos que se bañan en grupo y una piara de 7 niños agarrados a un mismo flotador que gritan a la vez cuando la lancha les pasa casi por encima».

«No duerme. Pero tiene recuerdos que son como sueños mal hechos». Todo le sirve a Esther García Llovet para denunciar la deshumanización que, entre todos, llevamos a cabo.

sábado, 21 de enero de 2023

LOS DOS REYES

El conflicto del Sáhara Occidental continúa tras más de 40 años: Benjamín Prado introduce al profesor y detective Juan Urbano en una búsqueda imposible de llevar a cabo si pretende ser fiel a la historia, pero construye una novela densa, repleta de misterios, negocios lucrativos y sorpresas finales donde, como en la propia historia, pocas cosas son lo que parecen.

Juan Urbano pretende viajar con su novia, Isabel Escandón, a los campamentos de refugiados de Tinduf e inspirarse allí para su próxima novela, sin embargo habrá de dejarlo para la siguiente entrega, porque alguien poderoso le encarga buscar a los soldados que recibieron la orden de matar a Hassán II y el documento en el que el rey firmó su abdicación a cambio de que le perdonasen la vida.

Así que en Los dos reyes, Juan Urbano investiga sobre Fahim Jamal, Haidor Rachidi y Nassim el-Mansouri para encontrar el documento y, sobre todo, las causas que les llevaron a perdonar la vida del monarca.

Benjamín Prado construye una historia sobre los sucesos en que, en el último cuarto del siglo XX se vieron implicados Marruecos, España y, por supuesto las grandes potencias; la decisión de los reyes y gobernantes cuya mayor pretensión era seguir ostentando el poder sin tener en cuenta a los habitantes de esos países: engaños, amenazas, asesinatos, torturas… todo valía con tal de que el poder y el dinero siguieran en manos de los poderosos. Negocios turbios que destrozaron el medio ambiente para engrandecer a quienes los llevaron a cabo. En este cronotopo real, Prado escribe su propia realidad ficticia, en la que Juan Urbano e Isabel Escandón son los protagonistas que, casi sin pretenderlo, viven una trama detectivesca.

El punto de vista narrativo fluctúa entre Juan e Isabel; ambos son narradores protagonistas, pero en la voz de Juan se observa, implícita, la del propio autor, tanto cuando expone sus sentimientos más íntimos hacia la mujer que ama, como cuando pretende analizar lo ocurrido para dejar claro que la memoria está dotada de cierta capacidad reparadora «Hassan II fue un genio que además tuvo suerte […] le perseguía su fama de codicioso, débil y hortera […] usa los atentados contra él para imponerse un aura de mártir […] se viste de libertador, lanza la Marcha Verde […] y gracias al Sáhara multiplica, ni se sabe por cuánto, su fortuna».

El narrador Juan Urbano posee conciencia autorial, este profesor sigue una pauta investigadora, ayudado por su novia, en la que se señala un misterio por resolver en la trama «Haidar Rachidi […] Fahim Jamal […] los dos dieron muestras de estar huyendo de algo y de sentirse en peligro». Pero Urbano se desenvuelve en un juego de espejos entre la historia novelesca y la Historia, por lo que el crítico Prado deja su denuncia social en manos del profesor. Hay mucho de uno en el otro: la búsqueda de la verdad «los abandonó todo el mundo: nosotros, Mauritania y […] la comunidad internacional que nunca ha existido». Ambos declaran con firmeza su repulsa al poder a cualquier precio, a ambos los mueve el amor por la literatura, por la escritura y los dos se sienten impulsados por el Amor y así nos lo hacen llegar, «hagan todo lo que sea preciso e incluso lo imposible, hasta conseguir encontrar a su Isabel Escandón. Y, si ya la tienen, no la cambien por nada del mundo».

Urbano se deja llevar por el entusiasmo del conocimiento, la acumulación de saber. Ahí se diferencia de cualquier otro detective que vaya movido por el deber, el miedo, la venganza o el dinero, «A cambio, le devolveré el dinero que nos ha adelantado». De hecho, Urbano, impregnado del culturalismo de Benjamín Prado, se permite alguna que otra broma alusiva al lenguaje excesivamente fácil y popular de las novelas policíacas «Aquel individuo era más sospechoso que un walkie-talkie en la mesa de una vidente —dijo, remedando, para divertirme, el estilo de las novelas policiacas».

El narrador protagonista sabe, como si se tratase del propio autor, que, en todo momento, está refiriendo una historia a un lector; de hecho, dentro de su discurso a veces cuestiona la capacidad de la lengua para reproducir la historia, por lo que incorpora a esta novela reflexiones de tipo metaliterario, «llamamos a la única neuróloga que ambos conocíamos […] una antigua relación mía, conocida suya y que tal vez recordarán aquellos de ustedes que hayan leído mi novela Ajuste de cuentas».

Asimismo aparecen personajes que estuvieron en otras entregas de la saga; no solo Natalia Escartín, también Martín Duque, antiguo jefe de Isabel o el propio comisario Sansegundo y el profesor José Antonio Alarcón, ambos invitados ya para la boda «que formará parte de nuestra próxima aventura». Está claro que bien por parte del autor o del protagonista, los lectores estamos constantemente presentes, técnica con la que pretende ofrecer un aire de realidad a la novela. Incluso cuando la narradora es Isabel, los lectores nos enteramos antes, en la linealidad de la escritura, que el propio Juan Urbano, de esta forma condiciona el texto y nuestra impresión, pues sentimos que estamos leyendo algo no ficcional cuando en realidad esas aventuras pertenecen a la invención de la novela.

Antes he comentado que Los dos reyes es una novela densa, a mí al menos me lo pareció, por la carga histórica que lleva, por la cantidad de personajes reales, por los abundantes datos culturalistas que aparecen como el fallido golpe de estado de Mohammed Madbuh contra Hassan II en 1971, la toma de Sjirat, la Marcha Verde, los negocios con la arena del Sáhara, las empresas de fosfatos… datos que se adentran en una parte de la Historia que apenas conozco. Pero conforme me sumergía en las páginas he visto al verdadero Benjamín Prado y su estilo plagado de referencias culturales mediante las que se revela contra el intimismo moral «alardeó, por ejemplo, de que su relación con el futuro Comendador de los Creyentes era tan íntima que “ella le quería a él como a un hijo y él a ella más que a su madre”».

He observado la rebeldía del autor contra los valores sin referentes culturales, por eso su obra está repleta de citas intertextuales alusivas a los clásicos del Siglo de Oro, de las que se vale para recordar lo que dijeron en sus versos Quevedo, Góngora o Shakespeare sobre la ocultación, la violencia del dinero o las consecuencias de las ansias ilimitadas de poder.

Benjamín Prado se distancia de lo narrado para ubicarse en la posición de testigos, protagonistas indirectos de sucesos relacionados con el rey y que si primero fueron apoyados luego serían perseguidos, porque la envidia y los enredos de estado no tienen límite. Este distanciamiento de los hechos sirve para tomar una posición tranquila que evidencia la capacidad reparadora de la memoria. ¡Y qué pronto lo olvidamos!

sábado, 14 de enero de 2023

CINCO DÍAS DE OCTUBRE

Volver a Jordi Sierra i Fabra es apostar a caballo ganador. Cuando además es novela policíaca, sabemos que encontraremos en sus páginas la dosis justa de tensión, afectividad, ritmo, atención y sentimiento, porque la serie de Miquel Mascarell es policíaca histórica; en realidad no sé si existe esa denominación lo que es innegable es que el autor coloca a su policía en la Barcelona de la guerra civil y la posguerra.

En un principio se publicó en 2011 e iba a suponer una trilogía: comienzo de la guerra, encarcelamiento del policía republicano y, finalmente, su salida. Pero el cariño de los lectores por las aventuras de Mascarell obligó al autor a seguir la colección, creo que va por la décima entrega.

En Cinco días de octubre se cierra la trilogía primitiva, cuando Miquel, tras haber estado prisionero en el Valle de los caídos realizando trabajos forzados, vuelve a Barcelona. Ya parece que ha rehecho su vida con Patro, a la que siendo una niña le salvó la vida. Ahora la ha liberado de la prostitución y llevan viviendo juntos un año. Cuando todo parece haber alcanzado cierta estabilidad, se presenta en su casa Benigno Sáez, un extorsionista, maltratador y asesino que, tras una amenaza velada, consigue que Miquel, aunque ya no es policía, acepte encontrar el cuerpo de su sobrino, a quien mató en la guerra un republicano, con la excusa de que la última voluntad de la madre del chico, hermana de Benigno, es que sus restos reposen junto a los de su hijo en el panteón familiar.

Y esto que aparenta una misión imposible, es llevada a cabo en cinco días por nuestro policía, investigando a los últimos que estuvieron con él y a aquellos que rodeaban a la familia. El caso es interesante, pero el encuadre lo es aún más. Resulta increíble que a este expolicía le basten cinco días para descubrir la verdad, tanto de la muerte del chico como de las intenciones del tío. El protagonista sabe que si acepta el caso se enterará de lo que ocurrió y Benigno Sáez no lo dejará con vida, ni a él ni a Patro. Si no lo acepta, tampoco. Pero consigue averiguar la verdad y obtener la ayuda de los que, como él, hubieron de actuar en la sombra del régimen, aunque fuera para tener la posibilidad de realizar pequeños actos de justicia entre los que quedaron en la miseria.

Jordi Sierra i Fabra hace gala de un estilo directo marcado por rápidos y abundantes diálogos, consiguiendo que el ritmo vaya aumentando con el empleo de frases cortas y la propia extensión de la novela: 39 capítulos breves cuyos finales tajantes acrecientan también la tensión.


—¿Raquel Juncosa?

—Soy yo —no ocultó la alarma que le producía verle

[…]

—¿Hablar? ¿De qué?

—De su hermano Bernat

—Mi hermano murió en el 36

—Lo sé. Por favor…


La pasión del autor está en todas las páginas de la novela. Estamos en 1948; la contienda quedaba atrás pero la guerra civil se mantendría aún por muchos años y quienes lucharon en el bando contrario al golpista lo tuvieron presente toda su vida. Una vida cercada por el miedo y la ocultación.


El dolor de las personas, llevado al extremo, queda perfectamente reflejado en el miedo de Patro y la prepotencia de Benigno y de todos los que como él escalaron socialmente a costa de malograr a los demás, «Patro estaba seria, blanca como la cera. Sus ojos lo decían todo. Sentada atrás, en medio de aquel lujo, daba la impresión de haber menguado».


En Cinco días de octubre circula una gran variedad de personajes afectados por la guerra; al leer la novela queda en nosotros la visión ideológica y el compromiso social que transmite. No debemos caer en el olvido porque no podemos consentir que vuelva a ocurrir algo parecido; la novela, la serie, es ante todo honesta con nuestro pasado y esperanzadora con nuestro futuro: «Por todas partes, por todas, había restos, mitades, fragmentos de seres humanos reubicados y decididos a sobrevivir, tal vez para poder recordar».

Entre los personajes destaca el de la mujer, la joven obligada a prostituirse para salir adelante, la madre separada de su hijo, sola y destrozada, la madre con hijos a su cargo sin poder sacarlos adelante, la madre angustiada por el miedo a quedarse sola… Mujeres que, da igual el bando, salieron perdiendo.

Los maquis, fuera de la ley, perseguidos por el régimen, secuestran a Mascarell por miedo; es un antiguo policía que hace demasiadas preguntas, pero cuando se dan cuenta de que está de su lado, confían en él y lo ayudan para que pueda seguir con vida. La imagen de los jóvenes y la de los ancianos queda recolocada en una sociedad que se quiere libre.

Los personajes luchan para sentirse solidarios, para comunicarse, para salir de la soledad e integrar la vitalidad de unos en la sabiduría y la tradición de otros.

Las técnicas narrativas son variadas, el monólogo interior de Mascarell es en realidad el diálogo que establece con Quimeta, su mujer, muerta de cáncer al comienzo de la guerra. Quimeta es la que lo hace reflexionar sobre la necesidad de no aferrarse al pasado para construirse un futuro tranquilo.


—…¿Por qué ha de matarte?

—Porque no es tonto. Se lo imaginará

—Tú tampoco eres tonto

—Ya

—Siempre has sabido qué hacer, en todo momento

[…]

—Mira, Miquel, te lo dije y te lo repito, la vida te ha hecho un regalo. Tienes que decidir cómo lo aprovechas

Quimeta lo convence de que el hoy y el mañana son una realidad frente al ayer que no existe; no es necesario tenerlo en mente. Quimeta es la voz de la experiencia, la que, paradójicamente, aporta la parte más racional.

La estructura de la novela sigue la organización expuesta en el título, por lo que queda dividida en cinco partes de longitud desigual, más extensa el primer día, más corta el quinto; esta estructura se acerca a la cinematográfica; las amplias exposiciones del principio van desembocando en la acción que interesa. Los capítulos dan la impresión de construir secuencias que se precipitan a un final rápido, algo que el lector está deseando conocer para poder abandonar la angustia contenida.

Jordi Sierra se implica hasta el fondo en los aspectos que pueden ayudar a que una sociedad resuelva sus problemas. El inspector Miquel Mascarell protagoniza una serie policíaca de gran concienciación social porque el autor plasma sus sentimientos, en ocasiones como narrador omnisciente, en otras de manera epistolar capaz de contener cierto lirismo: «Esto es todo, hermano. Te quiero. Amalia te manda muchos besos. La vida nos separó pero nuestras mentes jamás serán holladas. Nos pertenecen».

sábado, 7 de enero de 2023

LA ENCOMIENDA

Estamos acostumbrados a ver la transformación de lo que nos rodea, es natural y no le damos importancia; edificios que un día ya no están, vecinos a los que hace tiempo que no vemos y solo en un momento determinado somos conscientes… Entra en lo que se conoce como normalidad. Incluso nuestra forma de entender el mundo cambia con el paso del tiempo; las tradiciones y el afrontar el día a día tienen hoy un punto diferente y nos parece sorprendente pensar en cómo se llevaban a cabo en el pasado. Tenemos la impresión de que en torno a nosotros todo es precario, incierto e inestable.

Ante esta premisa, es lógico que la protagonista de La encomienda se perciba fragmentada; vive en una constante modificación, llegó a Argentina dejando en Colombia a su familia y, tras muchos años de residir en el mismo edificio aún se siente sola. Ahora quiere viajar a Holanda con una beca para escribir.

Es cierto que su hermana le envía periódicamente paquetes con fotos y frutas de su país para que no olvide sabores, sensaciones de su infancia, pero las frutas son perecederas y durante el viaje se pudren, estropeando lo que viaja con ellas y dejando las fotos en mera caricatura de lo que fueron, albo borroso como los recuerdos que, de vez en cuando, la asaltan sin continuidad. A partir de esos recuerdos intenta construir su propia identidad.

Margarita García Robayo, la autora, también es de Colombia y como su protagonista vive en Buenos Aires; de forma estructurada e imparcial pretende que su personaje principal lleve a cabo un examen de conciencia objetivo, no sirve lo que ella misma pueda decirnos, así que con la ayuda de alguna videoconferencia que mantiene con su hermana y con la aparición de su madre, de pronto, enviada en una enorme caja, intenta construir su propia imagen, aunque no lo consiga del todo, y transmitirnos cómo es en realidad… pero los lectores tampoco lo tendremos claro. Percibimos, eso sí, una soledad tremenda que la ha acompañado desde la infancia, percibimos cierto autoengaño al intuir que ha ido suplantando el afecto con cosas, a pesar de que a sí misma se diga que no posee nada superfluo, «No tengo que fingir ante nadie […] le hago creer, por insólito que le parezca, que esta vida silenciosa y gris es mi paraíso personal» «Cada vez que salgo […] encuentro a mi regreso algo que me descoloca: tacitas de barro alineadas en la biblioteca, flores plásticas […] una Virgen del Carmen […] imágenes de negritas en la nevera…».

La protagonista se siente sola, de ahí que necesite coleccionar objetos para que suplan el cariño que no encuentra en un país al que no se siente pertenecer. El mismo efecto tiene el contenido de las cajas que le envía su hermana, disimular el afecto ausente, «la mayoría de las personas reemplazan las desavenencias afectivas con productos».

Con estas reflexiones la protagonista entra en la madurez y aprende de las rencillas pasadas, las entiende aunque teme que no las haya perdonado y la culpa quede ahí, en su mente, jugándole malas pasadas «…no hay nadie adentro […] No confío en mi propia percepción […] ¿Está lavando los platos? […] Mi madre lavaba muy mal los platos».

La protagonista medita sobre su pasado para analizar su identidad a trazos, con premisas generales que nos igualan a todos, así logra transmitirnos la idea de que podemos pensar de una manera y actuar de otra, por solidaridad con los demás o por egoísmo, por afán de protagonismo, «La idea de que hay un saber que nos calza a todas es ingenua. Lo mismo que descubrir en la vida ajena una conexión secreta con la propia».

Margarita García Robayo escribe una novela que no tiene seguridad; el lector no sabe si es real o no lo que piensa la protagonista porque su pensamiento se distorsiona por la lejanía espacial y temporal


—¿Tuvo hijos la Machi?

—Como mil

—¿Y dónde están?

—No tengo idea, nena

La narradora, en primera persona, relata un mundo complejo, descendiente de los primeros atisbos inquietantes del realismo mágico-intimista de Juan Rulfo. En La encomienda, la protagonista, como Pedro Páramo, va encontrándose con figuras que forman o formaron parte de su vida. Cuando Pedro Páramo llega a Comala en busca de su padre, se da cuenta de que ya no existe el pueblo. Tampoco existen las personas cuando el silencio preside la intimidad compartida, esto es engañoso; parece un síntoma de plenitud pero en realidad esa felicidad está tutelada por el miedo a que se rompa al nombrarla «A veces también escucha su voz […] y corre hasta donde cree que va a estar, pero no llega a tiempo». Esas personas que ya no están permiten que entremos en nosotros e intuyamos nuestra propia historia. El pasado es parte nuestra y nos forma como personas.

La encomienda es una novela densa, íntima y plurisignificativa; cada lector puede aplicar la relación madre-hija a su intimidad. Los silencios y la distorsión del recuerdo que nos acompaña, para que la rutina o la soledad no lo sean tanto, pueden ser percibidos por todos. Pero hay dudas en la novela que no tienen respuesta, probablemente como en la vida real, por lo que no llegamos a conocer del todo a la protagonista. No es una novela redonda, las aristas van marcando el aprendizaje por el que se llega a una madurez, y esto es un continuo; los recuerdos son escogidos (casi siempre) así que rara vez transmiten una idea clara de la infancia. Lo único evidente en esta novela es la ausencia de la madre y que nadie la puede sustituir.

Esto es lo que confirma la personalidad de la protagonista, llena de inseguridad, de indeterminación, como el hilo invisible que la ata a la familia, como algo que debemos obligarnos a recordar antes de que caduque igual que los alimentos descompuestos que llegan desde Colombia, igual que un presente que se convierte en pasado. Por eso se aferra a su madre, un recuerdo que le permitirá revivir una maternidad incómoda, una maternidad asfixiante pero profunda, como la propia escritura, cómoda e incómoda a la vez, real o fantástica. Una escritura que, como la propia vida, transmite la capacidad de evolución del ser humano.


Mi madre sigue ausente.

Busco la laptop y me siento en el sillón. Abro el archivo de la beca.