lunes, 27 de enero de 2020

EL SHOW DE LAS MARIONETAS



Es difícil superar a Michael Connelly como escritor de novela negra. Es complicado igualarlo, no solo porque su vena periodística late en cada historia sino por el simple hecho de que dos de sus protagonistas, Harry Bosch y el abogado Lincoln, han dado un salto a la pantalla para dejarse ver en sendas series televisivas. Ante estas expectativas, el británico M. W. Craven sale perdiendo (se espera demasiado de él, el listón lo tiene casi en el tope). En cuanto a la serie Luther, empezó siendo muy original, además contaba con Idris Elba como actor principal, uno de los hombres más guapos que han pasado por televisión, que junto a su personalidad carismática, atormentada, nos enganchaba desde el primer momento. Pero en la segunda temporada el argumento dio un giro progresivo hacia la violencia gratuita y el sadismo incisivo, al menos así lo viví yo, o no pude hacerlo, porque tuve que dejar de ver la serie. En fin, sensibilidad extrema —la llaman— para ciertos asuntos.

Así pues compré El show de las marionetas con cierto escepticismo (ya que las citadas eran las referencias que aparecían en la portada del libro). Incluso al comienzo de la lectura estuve a punto de cerrar la novela, demasiado cuerpo torturado para mi gusto, pero esta vez la recomendación venía de dos grandes lectores, Rosa Sanmartín y Hefesto, compañero de Babelio, la mejor página lectora de la red, por lo que las alabanzas y elogios debían tenerse en cuenta. Seguí, por lo tanto, adentrándome en sus páginas y llegó un momento en el que no podía parar de leer.

La novela tiene un enfoque sociopolítico en el que el ambiente sórdido queda reflejado de tal manera que, aunque al principio parece hiperrealista y exagerado, conforme se van argumentando hechos y modos de actuar, va apareciendo la sociedad real en toda su ruindad. Aun así, el protagonista, Washington Poe, engancha porque es un personaje literario. Está claro que M. W. Craven ha dibujado unos personajes que van a dar mucho que hablar porque están dotados de un perfil irresistible, que se va marcando más según van transcurriendo sucesos:

 Tilly Bradshaw es impetuosa, un genio de altísimo coeficiente intelectual que presenta déficit de asertividad y habilidades sociales

—Tilly, no tienes por qué levantar la mano. ¿Qué pasa?
—Yo no soy detective, Poe. Soy empleada de la Agencia Nacional del Crimen, pero no tengo capacidad de detener, como usted, el sargento Reid y la inspectora Stephanie Flynn
—Eh…, gracias por aclararlo, Tilly. Es bueno saberlo.

Washington Poe es el sargento indomable a quien no le importa transgredir las normas para imponer justicia «Mi jefa le diría que la diplomacia no es uno de mis fuertes».

Kylian Reid, el sargento de incidencias graves, es sagaz y competente, «Evidentemente no puedo decir si se aplica a la cuarta víctima: todavía no ha sido identificada».

Stephanie Flynn es la inspectora decidida y organizada a la que no le importa jugarse el puesto por apoyar a su equipo «acudí directamente a mi director para obtener un permiso rápido. Por suerte, él fue capaz de salvar un par de obstáculos y ahorrarnos varios días».

Y con este póker de ases da comienzo una de las tramas más inteligentes de la novela negra actual.

Una serie de personas con alto poder adquisitivo, y de diferentes ámbitos sociales van apareciendo asesinadas en algunos de los sesenta y tres crómlech situados en Cumbria. Las víctimas han sido torturadas, mutiladas y quemadas hasta hacer casi imposible la identificación. No hay un móvil aparente que pueda unirlos, excepto la edad que tienen, todos rondan los sesenta años. El asesino en serie solo deja una pista, el nombre del sargento Washington Poe grabado en el pecho de uno de los sacrificados, por lo que deben investigar en todos los estamentos antes de que continúe la cadena de horrores. Sin embargo todo terminará cuando lo decida el ejecutor.

Como dato a favor de este argumento, es justo señalar que conocemos al asesino bastante antes de terminar la novela, y esta información no hace sino añadir más intriga a la historia. Lo de menos es saber quién ha cometido los crímenes, esto es anecdótico, importa, sobre todo, el perfecto análisis social que se lleva a cabo. El relato está estructurado con una maestría inigualable; no hacen falta giros excesivos, todo va encajando a la perfección, con normalidad. El asesino puede explicar de manera impecable las causas que lo movieron a actuar de esta forma determinada, el porqué de todas las muertes que aparecen en El show de las marionetas. Y una vez interiorizadas, el lector está en condiciones de pensar en la integridad de los poderes económicos, policiales y eclesiásticos. La moral social, o amoralidad, queda al descubierto, y para ello nadie mejor que el protagonista; incluso el criminal lo tiene claro «Era para asegurarse de que vendríamos a por este Washington Poe».

El estilo es relajado, no hay demasiados sobresaltos a pesar de que el ritmo vertiginoso del final nos lleva a cambiar de punto de vista casi constantemente, pero el autor huye de cualquier artificio y busca, hasta el final, la naturalidad, la meditación, dejando al descubierto al verdadero Craven, o por lo menos mostrando su forma de comportarse en determinadas situaciones. No solo la personalidad de los protagonistas queda latente en el argumento, también advertimos al autor «A pesar de sus deseos, Poe no estaba dispuesto a dejarle morir. Tampoco estaba preparado para detenerle, pero en eso ya pensaría más tarde».

Creo que Craven posee un don capaz de hacer que la simplicidad brille con fuerza a través del componente estético. El trasfondo filosófico se ve reforzado, a veces, por ágiles diálogos que nos transportan al dramatismo de la obra teatral

—Esperemos, señor —dijo Poe
—¿No está convencido?
—Como usted mismo dice, señor, hay que escuchar lo que tenga que decir
—A pesar de nuestras diferencias, sé que, de no haber sido por usted, ahora mismo no lo tendríamos […]
—… lo único que he hecho es aportar un punto de vista distinto.

Asimismo el pensamiento profundo se consolida con la libertad del estilo festivo, en el que las expresiones más modestas se enlazan a la grandeza de sentimientos. Es la relación que se establece entre Poe y Tilly, tierna, irónica, humorística y sublime.

—… Y esta vez nos ponemos el mono de pensamiento lateral.
Bradshaw levantó rápidamente la mano.
—Lo decía en sentido figurado —dijo Poe sin perder comba.

Ha sido toda una experiencia leer El show de las marionetas, un torrente de sensaciones que han cubierto con éxito mis expectativas, así que espero con ganas la segunda entrega del sargento Poe.

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