martes, 31 de diciembre de 2019

TERRA ALTA



He terminado mi último libro del año y estoy algo decepcionada. Me gusta cómo escribe el autor. Me encanta la novela policíaca. Pero he encontrado algunos fallos, yo diría que imperdonables, en una novela negra. A lo mejor soy demasiado exigente pero el asesino se veía venir desde el principio. Los asesinos. Los tengo marcados en el libro en la página 96. Después intenté quitarme de la cabeza esta intuición porque creía demasiado obvio lanzar un aviso tan pronto. Pensé que sería para despistar, pues en realidad, entre los sospechosos, se van pasando de forma encubierta la culpabilidad; aunque algunos tienen coartadas, otros no intentan disimular su odio hacia el asesinado y otros, los culpables, van dando vueltas señalando a los demás, para no llegar a ningún sitio en concreto. No quiero desvelar nada, así que me ciño al argumento. El policía Melchor Marín es destinado a la Terra Alta, para investigar la tortura brutal a la que han sometido, en su casa, al matrimonio más poderoso del pueblo, los Adell, para asesinarlos después. También aparece muerta, sin tortura, la criada. No hay signos de que forzasen la entrada y apenas se han llevado unas joyas y algo de dinero. Este horroroso crimen abre en el espectador una serie de expectativas: es doble, las torturas infligidas son salvajes, los asesinados son nonagenarios, la criada estaba muerta en su habitación, por lo que ella no abrió la puerta.

Terra Alta no puede tener un comienzo más prometedor, pero enseguida veremos que alguien tiene especial interés en que no se resuelva nada. Este alguien es en quien más confía Melchor, al menos nuestro protagonista lo repite en varias ocasiones, que es como el padre que nunca tuvo, o como su hermano; y la actitud de ese alguien hacia Melchor es, sin embargo, esquiva… No sé, parece de primero de policial. De hecho, las pesquisas sobre los culpables no se siguen en profundidad (o no nos enteramos al detalle). No tiene sentido que tras seis semanas de investigación quieran cerrar el caso sin haber entrado en los despachos de los sospechosos: «—No estoy reclamando nada del otro mundo. Estoy pidiendo otro par de semanas de trabajo y una orden judicial para entrar en los despachos y los ordenadores de los cinco, si hace falta en sus casas». Pero la instrucción se da por finalizada, así que Melchor decide seguir él solo de manera extraoficial, «ni siquiera se plantea si está dispuesto a correr el riesgo que está corriendo y a lidiar con las consecuencias».

Sin embargo, Javier Cercas, maestro de la narrativa, introduce como nadie las analepsis para que conozcamos en profundidad la vida del protagonista, hijo de una prostituta, llegó a tocar fondo: acusado de robo con violencia, de pertenecer a una banda del hampa, de consumo y venta de estupefacientes, es encarcelado. Aún en la cárcel, se entera de que su madre ha sido asesinada aunque su abogado, Vivales, sigue preocupándose por él. Gracias al ejemplo de otro preso, el protagonista descubre la lectura con Los miserables, en donde se ve reflejado. Decide entonces ser policía, como uno de los personajes de Víctor Hugo. Melchor se integra formalmente en el sistema, pero no en el fondo, pues obsesionado con descubrir a los asesinos de su madre se toma la justicia por su mano. Los atentados de Barcelona le valen para ser proclamado héroe, al matar él solo a cuatro terroristas islámicos. Es así como llega, de incógnito, a Terra Alta, encuentra a Olga, una bibliotecaria quince años mayor que él; Olga lo hace feliz, se casan y tienen a Cossette —esos miserables que lo persiguen— pero ella es atropellada, y muere mientras él investigaba los asesinatos de los Adell.

Lo fundamental de la novela no es la resolución de los crímenes, que casi viene sola. La escritura de Javier Cercas es lo importante. El autor introduce como nadie hechos históricos a través de digresiones; si los atentados islamistas le sirven para situar a Melchor en el espacio novelado, mediante un grupo de ancianos recordará la Batalla del Ebro y la importancia histórica de esta comarca. A veces tenemos la impresión de que los crímenes son otra digresión más, pues lo que verdaderamente cobra fuerza es el argumento personal de la vida de Melchor (prácticamente todo gira a su alrededor),el certero análisis psicológico del protagonista. Asimismo el resto de personajes están retratados según sus movimientos en Terra Alta. En realidad, todos forman parte de ese grupo miserable de personas; son perdedores que, por diversas circunstancias, van encontrando a su paso desgracias, sufrimientos. Son como los infelices de Víctor Hugo, canallas en un momento determinado y honrados e íntegros en otro. No hay héroes en Terra Alta porque ella es la verdadera protagonista colectiva. La comarca los acoge a todos para sacar de cada uno lo mejor y lo peor. Incluso los que llevan años fuera de ella volverán, aun sabiendo que solo les espera el final, pues tienen la certeza de que regresan a sus raíces. La Terra Alta los ha forjado; como una madre les ha hecho daño en ocasiones pero siempre está dispuesta a auxiliarlos.

La novela se divide en dos partes. Al terminar la primera, sabemos el pasado en Barcelona de Melchor a la perfección, de hecho es conocido entre sus compañeros policías como “el matón intelectual”, bueno para redactar informes y doblegar detenidos. Este oxímoron representa las dos caras del ser humano y, con él, Javier Cercas nos pone constantemente en posibles tesituras en las que deberíamos elegir entre seguir a la justicia o al instinto.

—¿Estuvo a punto de matar a aquel tipo porque se había pasado la noche contando chistes misóginos? —preguntó.
—Eso parece —contestó Melchor.
[…]
—¿Y por qué no le ha dado vergüenza contártelo a ti?
Melchor se encogió de hombros.
—No lo sé —dijo— supongo que porque le convencí de que, si yo hubiera estado en su lugar, habría hecho lo mismo.

La segunda parte es el presente en Gandesa, donde encuentra su sitio, su familia y, lo más importante, sigue buscándose a sí mismo, «por primera vez en su vida, Javert se le antoja a Melchor un personaje distante y ajeno, y su proceder absurdo, trágicamente ridículo».

Esto es lo que destacaría de esta novela, la superación personal, la burla que un hombre, ayudado por la lectura, por el razonamiento y el entorno, puede hacerle al destino. No existe el determinismo, se puede salir de la miseria moral, se debe dejar el rencor para seguir vivos, porque el odio es «Más o menos como beberte un vaso de veneno creyendo que así vas a matar a quien odias».

La intertextualidad literaria está presente en Terra Alta, no solo Los Miserables evocan un paralelismo, también nos recuerda Cercas El tambor de hojalata, El gatopardo, El doctor Zhivago o El extranjero como títulos que reflejan una sociedad angustiada, con gente que no puede desligarse de su pasado, para demostrar que el destino nos pertenece, que no hemos de culpar a nadie de lo que nos pasa y debemos luchar por lo que queremos. Y, por supuesto, el narrador hace gala de un lenguaje preciso, acertado, siempre con el término adecuado: caporal, otomana, sotabarba, indexado, angosta, lisura, hipérbole, palimpsesto, aladares, para que tengamos presente que el autor es Javier Cercas.

lunes, 30 de diciembre de 2019

Feliz 2020


Un año más queremos desearos que la lectura os traiga felicidad y conocimiento. Y este 2020, en el que todos nos acordaremos de Pérez Galdós (Primer Centenario de su fallecimiento) o de don Miguel Delibes (Primer Centenario de su nacimiento), nosotros lo dedicaremos a Carolina Coronado, de cuyo nacimiento se cumplen doscientos años.

Y lo haremos porque esta cultísima mujer, por cuya casa desfilaron todos los intelectuales y artistas de su época, está injustamente olvidada quizás, o precisamente, por ser mujer. Transcribimos su poema Libertad en el que se duele de la condición femenina.


Risueños están los mozos,                           no el yugo de los monarcas,
gozosos están los viejos                               el yugo de nuestro sexo?
porque dicen, compañeras,                          
que hay libertad para el pueblo.                    ¡Libertad! ¿pues no es sarcasmo
                                                                      el que nos hacen sangriento
Todo es la turba cantares,                            con repetir ese grito
los campanarios estruendo,                          delante de nuestros hierros?
los balcones luminarias,
y las plazuelas festejos.                               ¡Libertad! ¡ay! para el llanto
                                                                      tuvímosla en todos tiempos;
Gran novedad en las leyes,                          con los déspotas lloramos
que, os juro que no comprendo,                   con tributos lloraremos;
ocurre cuando a los hombres
en tal regocijo vemos.                                  Que, humanos y generosos
                                                                     estos hombres, como aquellos,
Muchos bienes se preparan,                        a sancionar nuestras penas
dicen los doctos al reino,                              en todo siglo están prestos.
si en ello los hombres ganan
yo, por los hombres, me alegro;                   Los mozos están ufanos,
                                                                     gozosos están los viejos,
Mas, por nosotras, las hembras,                  igualdad hay en la patria,
ni lo aplaudo, ni lo siento,                             libertad hay en el reino.
pues aunque leyes se muden
para nosotras no hay fueros.                        Pero, os digo, compañeras,
                                                                      que la ley es sola de ellos,
¡Libertad! ¿qué nos importa?                        que las hembras no se cuentan
¿qué ganamos, qué tendremos?                  ni hay Nación para este sexo.
¿un encierro por tribuna
y una aguja por derecho?                              Por eso aunque los escucho
                                                                       ni me aplaudo ni lo siento;
¡Libertad! ¿de qué nos vale                           si pierden ¡Dios se lo pague!
si son los tiranos nuestros                             y si ganan ¡buen provecho!





martes, 24 de diciembre de 2019

EL NUDO PERENNE II



¡Vaya final el de El nudo perenne! Los últimos capítulos del Volumen II se transforman en una frenética búsqueda, con la vida en juego, con el tiempo y quienes lo rodean apremiando al protagonista, con un futuro incierto que resolverá sólo cuando deje de alejarse de su presente y se dedique a observar las señales que le envía el pasado.

Con grandes dosis de datos históricos, este segundo volumen ofrece, sin embargo, más tensión que el primero. El suspense ante posibles giros flota desde el primer capítulo, «una cosa es lo que a usted le dejan ver, y otra lo que es en realidad». Los lectores asistimos al final del argumento con un nudo en la garganta que, afortunadamente, se va soltando conforme se completa el puzle; pues, si ya en la primera parte los capítulos se entrelazaban en la trama para que el lector los encajase en el argumento, los diez que componen este volumen nos descubren piezas del anterior, desvelan datos que habían quedado en el aire, curiosamente sin percibirlos, y explican detalles que cobran importancia, como el que todos los capítulos porten el nombre de un personaje. La importancia del individuo como ser real es manifiesta. El nudo perenne relata a la perfección detalles de la guerra en España y en Europa, causas y consecuencias, pero todos están ligados a una persona de carne y hueso, con nombre y apellidos, que actúa de diferente forma durante su vida por las circunstancias. El doble nombre de Olympia es el reflejo del cambio que alguien puede ir experimentando. Somos seres individuales, no una masa disparatada, irreal

Los nombres son la clave.
Porque los nombres nos hablan, nos cuentan, nos susurran desde lejos.
Nos gritan a veces.
Pero también nos mienten, nos confunden, nos ocultan descaradamente.

Este monólogo interior de Asier da la clave al lector, y a él mismo, para unir el contenido a la estructura.

En esta segunda parte cobra total sentido ese nudo perenne al que alude el título. Asier, todos nosotros, estamos más unidos de lo que creemos a nuestros antepasados, a nuestro destino, y si alguien no es consciente de ello, Jorge García nos ayuda a aprender a buscar, no sólo en el entorno; las referencias intertextuales advierten del valor de la literatura «Vladimir Bukovski logró revelar estas torturas de Estado […] y después de que Solzhenitsyn fuera galardonado con el Nobel, estas terapias comenzaron a disminuir notablemente».

Y la literatura del autor, tan poética en ocasiones, advierte del valor desmitificado de la realidad. Pocas veces he leído una definición tal real de Cartagena como la que surge del poema de Jorge García a través de los ojos de Fernando, sin que él sea consciente de ello.

Cartagena era una gran puerta de sal […]
Oscura y luminosa al mismo tiempo. Soberbia y decadente.
Salvaje y erudita.
Maltratada por las contradicciones […]
Vulgar.
Irritante.
Apacentada por un mar desconfiado […]
Mártir.

La ciudad se transforma por efecto mágico de la lírica, en cada persona que ha albergado, o las personas transformamos los lugares que frecuentamos.

La novela impacta porque retrata lo más duro de una guerra en el final, advirtiendo con ello de la fatalidad y desesperanza que supone el principio; la derrota transporta a una pesadilla en la que continúa el sufrimiento. El diálogo del presente histórico entre Fernando y Olympia se transforma en catáfora del presente novelado. Pasado y futuro se unen para igualarse a la simbiosis realidad-ficción.

—No Fer, ya no hay guerra […]
—¿Y qué podemos hacer?
—Solo rezar
—Pero si tú no eres creyente
—En momentos así es cuando más echo de menos a Dios
[…]
—Tú misma dijiste que jamás se olvida. ¿Por qué preguntas eso, Olympia?
—Porque toda la vida anterior me parece ahora muy lejana

Después de leer a Jorge García tenemos la impresión de que debería haber nacido un siglo antes; en esa época en la que los sentimientos y las convicciones eran mucho más intensos. El lenguaje preciso, tanto al plasmar la desolación como el amor, confiere a su narrativa una ligereza casi inusual en la novela histórica.

El amor por las letras, por el arte, surge en alusiones precisas constantes, que relacionan vida y literatura: «los agentes dobles no era algo lúdico que se pudiera encontrar únicamente en las películas de cine negro o en las páginas brillantes de Clancy…».

El pasado oprimido, miedoso, frío aparece no obstante como apasionado, rodeado del lirismo que nace de los sentimientos más primarios. La unión de diversos elementos de repetición, en una misma expresión, como aliteración, políptoton, concatenación, anáfora, paralelismo y anadiplosis, consigue que el amor aparezca como concepto total, universal, capaz de redimir al ser humano.

Esperando por esperar, porque esperar es lo único que se puede hacer con el amor almacenado, que no se puede entregar.
Esperar para no volverse loco
Esperar para no morir
Esperar para no morir de amor

La fortaleza que atesoran las mujeres es una manifestación de la libertad individual que, paradójicamente, costaba exteriorizar. No sólo Olympia, también Marie, la bruja, Rosanna, Nico, Sofía se abren ante nosotros para marcar la diferencia entre las convenciones sociales y la moral íntima. «Mucha misa y rosario de tarde, pero en verdad, el miedo al infierno se nos esfuma en cuanto nos bajamos las bragas. Anda, sigue bebiendo».

Los hombres también son héroes invisibles que, como Martín, desde su introspección maldita por la soledad, por la pobreza, o Miguel, desde el dolor de la emigración, abandonan sus intereses personales para ayudar a otros más necesitados.

Los personajes poseen una individualidad tan acentuada, que aparecen más reales que algunas personas que nos rodean; se transforman en históricos por sus costumbres, su pensamiento, su identidad. Encontramos a personajes mafiosos, oscuros, a otros que devienen en siniestros con los que, sin embargo, podemos empatizar, porque comprendemos aun sin justificar. Sólo en la masa, en la turba humana, aparece la falta de ética, la brutalidad, cuando el hombre deja de serlo para convertirse en un monstruo sin capacidad de razonar, sea cual sea su color.

Los lugares, tan variados, se observan desde la interiorización, desde el pensamiento; son lugares meditados que se cuelan como otro personaje con la finalidad de ayudar o desamparar a quienes los transitan. La capacidad de observación del autor permite conectar tiempos, lugares y personas hasta que se transforman en un todo. Emerge así el carácter inevitable de grupo que desea para el ser humano.

El nudo perenne es un derroche de originalidad estructural, de fidelidad histórica, de belleza narrativa, de mensajes rotundos.

Al leer esta novela sentimos que algo bueno despierta en nosotros.

jueves, 19 de diciembre de 2019

EL NUDO PERENNE



Hace poco, mi buen amigo José Antonio, cada vez le debo más, me pasó los dos volúmenes que conforman El nudo perenne, la primera novela de Jorge García. Mi sorpresa fue mayúscula, no porque me recomendase un libro sino porque el autor es un compañero al que conozco desde hace años. No conocía la afición de Jorge por la literatura, sí de su pasión por la historia; también me consta su correcta expresión, recuerdo sus intervenciones totalmente acertadas en las reuniones de profesores. Así que empecé a leer el Volumen I de El nudo perenne. Lo he terminado y, aunque la historia continúa lógicamente en el II, no puedo esperar más para recomendarlo.

La novela, dotada desde el principio de un ritmo ágil que se mantiene durante sus casi trescientas páginas, es una mezcla de novela histórica, novela social que narra la historia de una familia a lo largo de cuatro generaciones, y una moderna novela bizantina en la que Asier, representante de la última generación, inicia un viaje al pasado para conocer la historia del país, conocer la historia familiar y conocerse a sí mismo.

Esta multiplicidad de temas tiene sentido gracias a un hilo conductor, el amor eterno que se mantiene fresco y renovado al truncarse en los comienzos para instalarse en la memoria. Los datos de la guerra civil, lo acaecido en España y las consecuencias que tuvo en sus habitantes son ciertos, en las páginas subyace una documentación exhaustiva, pero no es una novela histórica al uso. Todo parte de un pueblo de Murcia, cercano a la ciudad de Lorca, que porta características de cualquier pueblo de España, de cualquier lugar azotado por el odio, la miseria, el horror de los comienzos de una guerra, la brutalidad de la sinrazón, el miedo a perder lo que se tiene, a no saber el por qué ni el cómo ni el cuándo. Este pueblo innominado se convierte en todos los lugares que han sido marcados por el absurdo de la guerra.

Estructuralmente, esta primera parte se divide en diez capítulos. Cada uno lleva por título el nombre del personaje que cobrará importancia al presentarlo en su espacio habitual. Como sucede con un puzle, unos capítulos irán complementando a otros y la aparición de un nuevo personaje esclarecerá algo de otro conocido, hasta que al lector todo le encaja perfectamente y conoce el pensamiento y la actuación de cada uno. En este juego de personajes interviene con gran acierto la alternancia de narradores; la primera persona de Fernando se traslada a la tercera del narrador testigo que, en ocasiones, se convierte en omnisciente, y otras veces se hace eco de los pensamientos del protagonista cuya voz se revela como si de otro narrador se tratase. Esta polifonía narrativa aporta diferentes puntos de vista y una riqueza léxica capaz de transformar en poesía las más duras escenas:

Asier contempló los pequeños habitáculos con las puertas abiertas de par en par, hechos con materiales de desecho, y que bien podían haber pasado por corrales. […]
Un gitano en mangas de camisa, rodeado de gallinas coloradas, levantó el brazo al distinguir el vehículo del párroco […] «Todo en aquel lugar parecía estar a punto de ser devorado por una enfermedad infecciosa e incurable», caviló Asier en el asiento del copiloto.

El lenguaje, plagado de recursos literarios, aporta a la novela una prosa poética que encierra los sentimientos más profundos de Fernando quien, mediante anáforas, sinestesias, imágenes espaciotemporales, comparaciones, antítesis y paradojas consigue dotar a Olympia de la fuerza necesaria para convertirse en el eje de su existencia,

Aquella puerta con campanilla de latón […] fue capaz de traer a mi vida una parte de la vida […]
Ese lugar mágico y poético que solo se pisa una vez.
Ese lugar en el que parece juntarse el nacimiento con la muerte.
[…]
Ese lugar estaba junto a mi pupitre.
[…]
Ese lugar se llamaba Olympia Torregrosa.
[…]
Y por ella dormía con los ojos abiertos de par en par

La poesía que asoma en las descripciones es capaz de impregnar de miedo y melancolía el paso del tiempo, mientras que la realidad apremiante del presente se fortalece con expresiones del lenguaje oral, usado en los diálogos. La nostalgia y la inmediatez se funden con los protagonistas en un eterno retorno.

Hubiera querido detener el tiempo
Detener el Nervión con su lengua de víbora, que detectaba con su forma bífida todas las flaquezas de la ciudad. Detener la lluvia machacona y persistente, que retumbaba en los oídos como un estribillo de blues quejumbroso y perpetuo.
[…]
—¿Saludaste al abuelo?
—¿Acaso se entera?
—Ya lo creo, tira y dale un beso.

En ocasiones, en el presente de la historia contada se adivina, a través de la voz del propio Fernando que actúa como prolepsis coral vaticinadora, el futuro inminente de la historia real del país.

Sobre el mapa los ríos parecían serpentear caprichosos y azules. Intensivos y lúdicos.
El Tajo, el Guadiana.
Ninguno de nosotros fue capaz de escuchar el torrente sordo que bajaba por sus cabeceras, como una manada de lobos…

El narrador testigo se vale de anáforas para reafirmar la idea de la importancia que tiene para los habitantes de un lugar conocer su pasado, porque somos consecuencia del mismo, «Como si los lugares se negaran a desprenderse de su identidad, por más empeño que los hombres pusieran en lo contrario».

Hay personajes, como el cura de barrio marginado, que hacen gala de cierto humor irónico con el que consigue relajar la tensión del momento y atacar, de paso, la intransigencia o incultura categórica de la que ha venido haciendo gala el gobierno.

—En este país no hay nada peor que ser científico […] aquí solo hay lugar para curas y trileros

Son gente que no tiene nada que perder, pues han visto los horrores de un mundo implacable, sin escrúpulos, que no pierde oportunidad de sacar provecho de los desprotegidos, y por eso lo denuncian abiertamente al definir la inmigración como «Un sistema de esclavitud encubierto».

Y hay momentos en los que la voz de Jorge García se alza con preguntas retóricas para sincerarse con el lector sobre la incertidumbre que supone el tener que decidir entre aferrarnos a la memoria o al olvido, si queremos llevar una vida libre atada al pasado o vivir silenciosos, invisibles, un presente incierto.

El nudo perenne es un canto a la paz, diferentes personajes se hacen eco de ello; el autor expresa sus deseos a través de las cartas de Olympia quien exige la abolición de fronteras, la caída de nacionalismos que no son sino falsas esperanzas de identidad nacional «Tenemos que dejar de lado nuestros problemas personales, para ver el mundo como un todo». Y, en el presente, oímos la voz de Jorge García en el diálogo entre Asier y Marie, quien expone rotunda «—A que nunca se cuenta que el héroe se esconde aterrado en una ciudad en la que nunca pasa nada, aunque eso signifique marchitarse para siempre».

Al final de este volumen los protagonistas, Fernando y Olympia retoman lo vivido en el pasado por medio de Asier quien, al leer la correspondencia de los enamorados, comprende el nudo perenne que se estableció en su abuelo.

Pero después de ese pasado retratado en esta magnífica novela se abre todo un futuro incierto, por lo que hemos de leer el volumen II. Hay que saber si Asier completa su viaje y qué más llega a descubrir.

sábado, 14 de diciembre de 2019

EL COLOQUIO DE LAS PERRAS



No cabe duda; al tener la oportunidad de elegir un libro para que Masa Crítica me lo enviase (nunca agradeceremos bastante a Babelio los regalos tan valiosos que hacen a los lectores), me decanté por El coloquio de las perras porque me vino a la memoria el sin par Cervantes y sus Novelas ejemplares. En El coloquio de los perros, Berganza aprovecha que ha pasado por diferentes amos para comentar con el perro Cipión la corrupción, los robos y la desfachatez de una sociedad gobernada por hombres de diferentes clases sociales.

Els Joglars adaptó esta novela al teatro para reafirmar que a pesar del tiempo pasado, hoy seguimos envueltos en las fechorías de los poderosos.

La puertorriqueña Rosario Ferré, consciente de las necesidades de una parte de la sociedad, establece, en su cuento El coloquio de las perras, el diálogo que mantienen Fina y Franca, dos perras, una escritora y la otra crítica, sobre la condición femenina en relación con la literatura. A diferencia de Cervantes, Ferré afirma que «No me preocupa tanto el problema de la verosimilitud en la literatura […] me preocupa más bien la equívoca imagen que de las féminas proyectan hoy en sus novelas algunos de nuestros novelistas más famosos».

Y esta preocupación es la que retoma Luna Miguel, por eso ha recopilado a doce mujeres olvidadas socialmente en su libro El coloquio de las perras. Es un regalo leer estos ensayos, entre otras razones por la novedosa estructura; parte de una visión general de cada escritora (vida y obra), reflexiona sobre por qué ha sido olvidada y termina con una carta, a la autora fallecida, como si aún estuviese viva. Con esta técnica nos convoca a todos, por medio de ellas, a leerlas, a que permanezcan vivas entre nosotros, a concederles la importancia que tienen, pues a pesar de ser y escribir diferentes, a todas las une algo en común, la invisibilidad social.

El coloquio de las perras no es sólo una reivindicación de la literatura de Ferré, de Elena Garro, Soust Scaffo, Agustina González y el resto de escritoras que aparecen; la compositora Victoria Santa Cruz está presente, así como el reconocimiento a otras autoras que nos han sacudido para despertarnos del error al pensar que apenas ha habido mujeres capaces, como hicieran Tania Balló con Las sinsombrero, Rosa Montero, con Nosotras, Elvira Lindo con 30 maneras de quitarse el sombrero, María Moreno con A tontas y a locas…, el reconocimiento a diferentes editoriales que se han arriesgado a publicar a “olvidadas”, como Ménades o Laguna libros, entre otras, y la admiración por algunos hombres que han retratado a alguna de ellas en su obra, como hizo Roberto Bolaño con Alcira Soust Scaffo en Amuleto, aunque la valentía de esta uruguaya traspasara sus fronteras al enviarle a Franco, cada aniversario del bombardeo de Guernica, un telegrama, y no se supiera nada de esto en España (ahora tampoco):

Tú no has muerto
Está muerto Franco
Lo cegó la luz
Del loco manchego
De Goya del Greco
Y del nazareno

Por lo general cada año cambiaba alguna dedicatoria o personaje. Y sigue sin ser introducida en los libros de literatura o de ciencias naturales, o de historia. Porque Alcira era una mujer de nuestro tiempo, de ahora, reivindicativa frente a las injusticias, con el feminismo, con la conservación del medio ambiente, con la alegría por la vida, «si quieres oír mi voz, vamos al campo de espigas, allí las flores son soles y son soles las espinas».

Es cierto que estamos avanzando; otras voces femeninas suenan rotundas en la literatura pero aún queda una conciencia latente de sufrimiento innato, de dedicación al otro, por eso hacemos nuestro el pensamiento de Marvel Moreno, «estoy convencida de que si las mujeres fueran integradas en la vida social, en lugar de mantenerlas encajonadas como animales de reproducción u objeto de placer, la sociedad se enriquecería espiritualmente».

En el libro de Luna Miguel hay una sororidad implícita necesaria si queremos transformar esta sociedad patriarcal que ha relegado a la mujer a papeles determinados, sin embargo esta hermandad reclamada no debe conducirnos al error de pensar que todas las mujeres debamos tolerarnos, «Feminismo también es el derecho a no soportarnos», podemos amar, admirar a cualquier mujer como a cualquier hombre sin olvidar que «odiar es un acto tan sano y necesario como cualquier otro […] es la elección de lo que amamos lo que nos hace libres. Pero también la elección de lo que detestamos».

Las doce mujeres que entablan un diálogo con Luna Miguel tienen mucho que contarnos, cómo a pesar de ser buenas en lo que hacen tuvieron dificultades para publicar y ser leídas. En algunos casos las editoriales no confiaban en ellas, en otros ellas mismas no se atrevían a dejarse oír, no sentían necesidad o era el temor a ser rechazadas por los lectores, pero lo más duro es el caso de quienes, como Aurora Bernárdez, «considerada una de las mayores traductoras literarias de Argentina […] también fue un ejemplo de entrega absoluta a la creación literaria» hubieron de trabajar a la sombra, para ellas mismas, porque escritores como Vargas Llosa sólo les concedieron el mérito de prestarle a su marido el misterio de su obra «todo eso en gran parte lo creaba la personalidad de Aurora». Pues no, Aurora Bernárdez fue una escritora genial, merecedora de formar parte del Boom latinoamericano, sin ser «la esposa de Julio Cortázar». Puede que Cortázar no hubiese brillado tanto sin Bernárdez, pero ella seguro que sí, con luz propia, sin ayuda

El que se va deja su palabra;
alguien la recoge de la página,
se la lleva al oído,
oye el mar.

El de Aurora Bernárdez no fue un caso aislado: «el (nombre) de Elena Garro no existiría sin el de Octavio Paz, o el de Silvina Ocampo sin el de Adolfo Bioy Casares, o el de Carmen Martín Gaite sin el de Rafael Sánchez Ferlosio […] o el de Concha Méndez sin Manuel Altolaguirre, o el de Norah Lange sin Oliverio Girondo y así hasta la saciedad».

Por cierto, recomiendo Firmado Lejárraga, un texto de Vanessa Montfort que, dirigido por Miguel Ángel Lamata, acabo de ver representado en el Teatro Valle Inclán de Madrid y que no deja impasible a nadie.

Y hay que leer El coloquio de las perras aunque sea demoledor conocer las injusticias por cuestiones de sexo que se han venido cometiendo contra la mujer; pero es necesario, porque el testimonio de estas mujeres, apoyado por Luna Miguel ayuda a conocernos y sobre todo a aceptarnos. No que nos acepten. A vivir sabiendo lo que somos sin que nos importe el concepto que tienen de nosotras.

El coloquio de las perras también es ejemplar.

martes, 10 de diciembre de 2019

STONER



¿Por qué nos parece tan buena la novela Stoner? ¿Por qué no podemos dejar de leerla desde el principio si, a ciencia cierta, sabemos que no va a ocurrir nada extraordinario?

Habrá que reflexionar sobre este proceso de lectura al que nos enfrentamos.

El narrador, en tercera persona, es omnisciente. Como en la gran novela decimonónica comienza con una anotación biográfica del protagonista. De esta forma nos enteramos de que Stoner fue, simplemente, un profesor asistente de la Universidad de Missouri, en la que estudió y donde vivió hasta su muerte a los 65 años. No parece que nos encontremos ante un protagonista aventurero o inquieto y, sin embargo, una afirmación nos hace pensar en la posibilidad de que tras esa presentación se esconda alguien interesante, precisamente por la indiferencia que suscita «Un estudiante cualquiera al que le viniera a la cabeza su nombre podría preguntarse tal vez quién fue William Stoner, pero rara vez llevará su curiosidad más allá de la pregunta casual». Esta apatía que surge de la realidad inventada por John Williams es precisamente lo que despierta en el lector las ganas de saber más.

Y con este ánimo comenzamos a leer la vida de este hijo de granjeros que, gracias a la iniciativa de su padre y al sacrificio estoico de ambos, tuvo la oportunidad de estudiar. Con un esfuerzo ímprobo descubrió su verdadera pasión, la lengua y la literatura inglesas, y a su estudio dedicó toda su vida. Lo que le interesaba estaba en los libros, por lo que una vez que le ofrecieron ser profesor, no necesitó nunca salir del recinto universitario.

Así pues, de antemano, tenemos la certeza de estar ante un personaje moderno; es un antihéroe. No será, en su espacio, un modelo a seguir por nadie. Según van sucediéndose los hechos llegamos a la conclusión de que en las diferentes etapas por las que atraviesa se destaca lo efímero de lo bueno. Stoner es capaz de disfrutar de su esfuerzo personal y de la brevedad de la recompensa al tiempo que las humillaciones, los desplantes y los desprecios pueden no afectarlo. Nuestro antihéroe disfruta de su predisposición a la abstracción, a vivir en soledad, a autoanalizarse para luchar por lo que quiere y superarse.

Sus metas son de ámbito personal, pertenecen a su mundo interior, no tienen nada que ver con los objetivos que la sociedad propone como ideales, «Los ojos le ardían por concentrarlos sobre textos turbios, le pesaba la mente con lo que observaba y los dedos le hormigueaban […] pero se abría al mundo por el que en ese instante caminaba, encontrando cierto júbilo en él».

Esta superación personal, así como sus convicciones más profundas contrastan con la aceptación del fracaso en su matrimonio, una situación verosímil aunque marcada por un punto naturalista que deriva de la confrontación entre su crecimiento interior y el pretendido crecimiento externo de su mujer.

Los hechos se van relatando de forma lineal, con la excepción de algunas prolepsis de las que se vale el narrador para no crear en el lector falsas expectativas, «Ella continuó hablando y al cabo de un rato Stoner empezó a escuchar lo que decía. Años más tarde se daría cuenta de que en esa hora y media, de aquella tarde de diciembre, durante su primer lapso largo de tiempo juntos, le contó más sobre sí misma que ninguna otra vez».

Apenas hay diálogos, pero las descripciones minuciosas y detalladas al máximo nos adentran con precisión no sólo en la sociedad rural o urbana de EE.UU. sino en la etopeya de la clase alta de principios del XX y, por supuesto, en los retratos de los personajes.

Al igual que en la épica, primero, y en la novela realista después, el aspecto exterior es un aviso de la personalidad de quien lo ostenta; John Williams lo sabe y utiliza también este recurso: los rasgos angulosos, la tez blanquecina, la mirada trasparente, casi sin vida, de Edith se ajustan a su empobrecimiento personal; los hombros caídos de Stoner revelan su disposición al acatamiento; el aspecto sano y la calvicie incipiente de Finch lo delatan como gran emprendedor. Por eso una nube negra se instala en el ánimo del lector cuando aparece Lomax, «Era un hombre de apenas metro y medio de altura y su cuerpo estaba grotescamente deformado. Un pequeño bulto le salía desde el hombro derecho […] Después pudieron verle la cara. Era el rostro de un ídolo de masas».

La incursión de este personaje no es casual; la vida de Stoner quedará marcada por la actuación antitética de este hombre quien, sin saberlo, aporta al protagonista la fuerza necesaria para obrar con mayor determinación, orgullo y tolerancia, acordes a su propio interés, el único que lo ha movido siempre: buscar la belleza de la verdad y el placer de sentirse bien consigo mismo.

Aunque los diálogos hacen gala de un vocabulario coloquial, consiguen elevar la conversación a lenguaje literario; las expresiones poéticas, amenas o comparativas refuerzan las ironías, los silencios remarcan la personalidad pacífica y conformista de Stoner, y las frases inacabadas son un claro reflejo de la monotonía en su matrimonio,

—No me ibas a decir nada, ¿a que no? Desconsiderado. ¿No creías que tenía derecho a saberlo?
Durante un instante se quedó pasmado. Luego asintió. Si tuviera más fuerzas se habría enfadado.
—¿Cómo te enteraste?
—¿Qué importa eso? Supongo que todos lo saben menos yo. Oh, Willy, francamente.»

Los antónimos fijan la realidad en la que se mueven, deteriorada desde el origen; el matrimonio formado por Edith y William es el espejo que muestra los valores destacados de la clase burguesa y del proletariado. Para Edith, el individualismo, el materialismo es lo importante; nunca ha sido feliz ni ha desarrollado una personalidad estable porque eso es lo que ha vivido en su ambiente, el mismo que trasladará, en cuanto tenga ocasión, a su hija con resultados parecidos: personas vacías, amargadas, egoístas y carentes de moral. En este ambiente, la mujer lleva la peor parte porque el ansia de escalar socialmente no depende de ella sino de su padre o marido, consiguiendo por ello un malestar continuo que desemboca en apatía y acritud.

Por el contrario, Stoner es la manifestación de la honradez, la humildad y el esfuerzo; está lleno de aspiraciones espirituales. Ambos representan los problemas de una sociedad que casi deviene en universal: la dicotomía campo-ciudad, los diferentes ideales según el rango social y los problemas insalvables del matrimonio. «Muy pronto Stoner se dio cuenta de que la fuerza que atraía sus cuerpos tenía poco que ver  con el amor. Copulaban con una fiereza que […] los separaba».

Pues, después de analizarla, ya sabemos por qué es Stoner una obra maestra y por qué Stoner es el héroe por definición: un hombre íntegro, incorruptible, que desea el bien.