miércoles, 6 de septiembre de 2023

EL PROCURADOR

Cuando una pareja funciona bien en la literatura, la lectura de sus peripecias es agradable. Cuando a esa pareja se le añade un equipo, no hace falta que sea numeroso, en el que sus miembros se respetan, creen en ellos, en sus posibilidades y en las del otro y, lo más importante, además de ser buenos compañeros, son amigos, la lectura es amena. Cuando la novela en la que se mueven esos personajes tiene 420 páginas y estás en tensión porque no sabes cómo acabará todo hasta la última línea de la página 420, esa lectura ha sido trepidante.

Esto ocurre cuando abres El procurador. El comienzo es desasosegante, no entiendes bien qué ocurre pero es cruel, de un sadismo absoluto. Es solo una página. Después, la Navidad se instala para darnos un respiro; entonces leemos más relajados aunque tras cada capítulo esperamos que todo cambie para Washington Poe y su equipo, Matilda Bradshaw y Elizabeth Flynn.

M. W. Craven se ha superado. Si en El show de las marionetas, el hombre inmolación nos mantuvo en tensión, El procurador consigue que el estrés nos lleve al desasosiego, aunque en ningún momento podemos dejar la novela. El autor es un maestro del thriller. Ya tengo preparada Zona muerta porque, aun sufriendo, los lectores reconocemos un estilo impecable en el que la presión, a veces, se diluye en el humor; el argumento concebido desde la imaginación más siniestra se nos presenta con una trama espeluznante fruto de una mente perversa.

Cada vez estoy más convencida de que las peores acciones del ser humano son las que derivan de la envidia. El envidioso sufre una tortura psicológica constante por lo que perfectamente puede torturar a quien sea. Sin piedad.

En fin, es Navidad; el clima de Cumbria, un condado inglés fronterizo al norte con Escocia y al oeste con el mar de Irlanda, es en invierno especialmente frío, con temperaturas bajo cero, nieve, viento y lluvias que van a dificultar la solución de tres asesinatos, de los que solo ha aparecido un cuerpo. De los otros dos, dos dedos de cada víctima son la prueba, ya que uno fue cortado ante mortem y el otro, tras morir. En principio las víctimas no tenían nada en común, ni su trabajo, ni su vivienda las vinculaba, «Si lo de Teasdale era una caverna glorificada, esto era un hogar» pero Poe sabe que deben estar relacionadas; por eso no duda en trabajar con la forense Estelle Doyle: probablemente su sarcasmo sea lo único que sobrepasa a su inteligencia, «—Feliz Navidad, Poe […] Inspectora Flynn, me alegro de volver a verla. ¿En qué lío le ha metido esta vez la versión cumbriana de C. Auguste Dupin?». Tampoco Flynn, a pesar de su avanzado embarazo dejará a Poe solo en la investigación «—Me matan los pies y mis tobillos tienen el doble de su tamaño normal. ¿Podemos pasar directamente al momento en que ya hemos discutido y he ganado yo, pero Tilly hace lo que le da la gana igualmente?». Y, por supuesto, Tilly sigue a su lado, «—Matilda Bradshaw —contestó— Trabajo con el sargento Washington Poe y la inspectora Stephanie Flynn, de la Agencia Nacional del Crimen».

La comisaria Jo Nightingale es la encargada de reclutar a Poe y Flynn; Tilly va en el pack, sin ella nada tiene sentido, «Créame es imposible sobrevalorar la aportación de Tilly Bradshaw a la investigación».

Por si fuera poco, en esta ocasión Melody Lee, del FBI, es quien le aporta a Poe una pista fundamental que, en su propio departamento habían desechado por no encontrarle ninguna lógica. Pero Craven ha ideado a un sargento que trabaja bien con las mujeres y se fía de ellas. Son mujeres inteligentes capaces de ocupar cargos importantes; mujeres atractivas cuya forma de ser las hace únicas y cuyo conocimiento las vuelve irresistibles. Esto no cabe duda de que es un añadido para leer a Craven. Otro, por supuesto, es la incertidumbre constante. No se puede parar de leer porque la mente de Craven va por delante de la nuestra, pobres ilusos que creíamos poder resolver el caso; y el intelecto de nuestro escritor va más allá del que posea el asesino más retorcido y degradado. El autor razona como si su mayor pecado fuese la envidia, y con el razonamiento del envidioso es capaz de solucionar los diversos conflictos a los que deben enfrentarse aquellos personajes que han de luchar contra alguien depravado que los pervierte, a ellos y a otros, a través de la informática (cuánto daño está haciendo), mientras los protagonistas se valen de ella para salvar sus vidas (cuánto bien nos proporciona).

No quiero desvelar nada porque el lector va de sorpresa en sorpresa. A cada página surgen nuevos descubrimientos que desatan nuevas preguntas, y son muchas, ¿cómo cortaron los dedos que aparecen?, ¿dónde están los cadáveres?, ¿por qué los oculta el asesino?, ¿cómo entra en los lugares para dejar los miembros amputados sin dejar rastro de él? En fin, seguimos leyendo. Hemos de hacerlo, hasta el final. Entonces se abandona con pena la novela, casi queremos volver a empezar. Estamos pletóricos de la energía con que Craven impregna su prosa; no deja nada al azar, el humor, el ingenio y la tensión son constantes, las alusiones a novelas anteriores ofrecen una continuidad real a Poe «…él había convertido aquella ruinosa cabaña de pastor en un hogar que estaba convencido ya nunca abandonaría», la forma de actuar de Washington Poe, en la que su intuición lo lleva a descubrir en cualquier momento la verdad, tras haber sido engañado más de una vez, lo hacen decidido, con agallas; no lo pensamos solo los lectores, también sus amigas, que lo conocen y valoran, y por eso mismo temen que pueda actuar de manera irracional.

—Estoy en deuda con usted —continuó Doyle— tengo entendido que sacó a este arriscado hombre de un edificio en llamas, ¿no es así?

Bradshaw contestó:

—Es mi amigo

Las alusiones a los maestros de la novela negra ofrecen una continuidad al género «…y lo del final era una cita de Edgar Allan Poe. Es de “El hombre de la multitud”. Poe frunció el ceño. Qué extraño había sido todo».

Y las oraciones bimembres mantienen la agilidad necesaria que debe llevar el ritmo del thriller.

Nada es lo que parece en las novelas de Craven, los secretos están agazapados hasta que el autor quiere revelarlos, poco a poco. Seguro que los protagonistas también esconden algunos de los que nos enteraremos en las siguientes entregas.

El show de las marionetas nos descubrió la fragilidad del ser humano. Verano negro pone de manifiesto hasta dónde puede llegar la ambición. El procurador evidencia el poder de la envidia. Todas estas transgresiones conscientes transforman al hombre en un absoluto psicópata.

¿Qué se reserva Craven?

Sea lo que sea sus personajes son los suficientemente fuertes como para impulsar la historia y su pluma lo suficientemente clara como para denunciar aspectos de la realidad ocultos en su ficción.

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