jueves, 22 de septiembre de 2022

EL CASO ALASKA SANDERS

Jöel Dicker lo ha vuelto a conseguir. Nos guste más o menos su novela, terminamos hablando de ella, para bien o para mal, creemos, ingenuos, los lectores, porque en realidad siempre es para bien. Es difícil resistirse a sus macronovelas, esta última de casi 600 páginas. Y seiscientas dan para mucho, para leer tranquilo, para quedar perplejos, para pensar que vaya terminación, para asombrarse con el final… Es un genio.

En la última entrega de la trilogía, Marcus Goldman vuelve a escribir un libro para confundirse con el verdadero autor, Jöel Dicker, y su verdadera obra, El caso Alaska Sanders, que aparece como una historia real sucedida al escritor Goldman y al sargento Perry Gahalowood.

Trama enrevesada en la que personajes reales y ficticios conviven con historias ficticias y “reales” del pasado que vuelven al presente ante la sorpresa de los lectores.

Después de esta trilogía ¿Volveremos a saber de Marcus Goldman? Por ahora ha recuperado a Harry Quebert, de hecho las alusiones y apariciones de este escritor son constantes, así como su única obra escrita «Los orígenes del mal» «Estaba atónito: Harry Quebert había estado aquí ¿Cómo podía haberse enterado?». También el sargento Gahalowood podrá quedarse tranquilo tras lo sucedido 11 años atrás con su compañero Vance, al investigar el asesinato de Alaska. Y Goldman da la impresión de que ha encontrado su verdadero camino, aunque hay una puerta abierta por la que Dicker puede meternos en cualquier momento.

Está claro, los lectores ávidos de entretenimiento apostamos por las historias fragmentadas, casi constantemente, de este autor; giros imposibles que hacen del autor un mago, en el que no queda más remedio que destacar la técnica empleada: colocar las historias que, aunque narradas en pasado, se cuentan a modo de informe, algo que da la impresión de ocurrir en un presente inmediato. Los propios implicados en la investigación van dando sus testimonios diferentes, mientras los lectores encontramos coherente lo que afirman unos y otros. Todo es posible, «¿qué habría cambiado en mi vida, que ya estaba destrozada, de haberle contado a usted todo eso?».

Marcus y Gahalowood deberán investigar un caso ocurrido en 1999, la muerte de Alaska Sanders. Los asesinos fueron descubiertos, uno de ellos murió en los interrogatorios y el otro lleva once años en la cárcel cumpliendo cadena perpetua. Pero algo no terminó de cuadrar al sargento cuando se hizo cargo del caso aunque no pudo estar durante el interrogatorio en el que murieron su compañero Vance y el asesino confeso Walter Carrey. Perry se encontraba en el hospital asistiendo al nacimiento de su hija.

En 2020 contará con la ayuda de Marcus para establecer los hechos. El narrador es un experto en hacer aflorar diferentes hipótesis. Muchas. Vamos asistiendo a esos giros espaciotemporales y nos da igual si estamos en el pasado o en el presente porque nos sumergimos en una trama, a la que le vamos encontrando fallos hasta que el autor se aviene a aclararlos. Todos los personajes que aparecen tienen que ver con el caso y en cada uno de ellos descubrimos una perspectiva diferente para poder entenderlo. Dicker forma un caleidoscopio  con las voces de los distintos personajes y entre todos formarán una verdadera historia.

Con esta técnica narrativa múltiple, los lectores conocemos diferentes versiones y formaremos nuestra propia opinión sin tener en cuenta que estamos ante un maestro del engaño. Todas las revelaciones son importantes, las que se tuvieron en cuenta en su momento y las que no «Aseguraba que el día del accidente había visto un coche azul […] Al final el coche se fue y la vecina decidió no avisar a la policía. El clásico testimonio inútil, ya ve». Una vez que conocemos la verdad nos asombramos de la actitud que pueden llegar a tomar los inocentes cuando se ven acorralados por miedo a un sistema judicial deficiente que mantiene en sus cárceles y en el corredor de la muerte a muchos que no deberían estar allí.

En la novela conocemos el mundo de Alaska Sanders, una joven que debe enfrentarse a la ludopatía paterna, un juego que afecta a los personajes y a determinados resortes que alientan el viaje narrativo de Dicker. El padre de Alaska le traslada la ira y las heridas de un ludópata para conseguir una verdad literaria, el mundo limitado de una chica con grandes sueños que pertenecen, sin embargo, a un mundo falso de falsos destellos, en el que poco interviene el esfuerzo personal y mucho la envidia y la mentira. Alaska no estaba preparada para ese mundo, de ahí que las circunstancias la vayan acorralando hasta dejarla morir como un animal, sin saber de dónde viene tanto sufrimiento «Así fue como descubrimos que a Alaska no la amenazaba nadie».

A pesar de llevar 11 años muerta es fundamental porque casi todos sus actos han sido ejecutados según los movimientos de quienes la rodeaban. Los lectores nos sentimos emocionados y entristecidos por el carácter de Alaska. No debería morir un inocente «—Vengo por lo del empleo […] Terminó la frase con una sonrisa desconcertante. […] Lewis Jacob cedió en el acto al hechizo de aquella preciosa joven».

El caso Alaska Sanders se une a La verdad sobre el caso de Harry Quebert a través del libro de éste, «Los orígenes del mal». No hay un origen claro a no ser la codiciosa y envidiosa Eleanor, origen también de la resolución del caso de Alaska. Eleanor es la que juega con los sentimientos de los demás, es la asesinada y la causante de que una mente asesina opte por quitarla de en medio. ¿Por qué muere Alaska? Probablemente porque alguien antepone los intereses sociales al amor. Alaska se mueve en un mundo de falsas relaciones lésbicas por lo que vive en una constante huida hacia delante, no ha madurado, se deja llevar por relaciones que carecen de verdaderos conflictos emocionales y es incapaz de intuir que quien ella cree no es su verdadero amor.

El concurso de belleza al que opta, como lanzamiento al estrellato, tiene tintes del pasado; parece castigar a las chicas que, como Eleanor o Alaska, tienen como principal objetivo exhibir unos físicos bonitos. De hecho, hoy, en medio de la batalla contra la cosificación femenina, tiene poco sentido aplaudir un mercado de cuerpos vestidos de fiesta; el concurso de belleza es un ambiente vacío de verdaderos méritos por lo que las aspirantes no tienen una personalidad definida. Puede que por eso no lleguemos a empatizar con las víctimas aunque sintamos pena por ellas.

En realidad creo que este mundo de Alaska es la excusa para que brillen Gahalowood y, por supuesto, Marcus Goldman, alguien tan humano que podría ser el alter ego de Dicker.

Es entre ellos, entre los hombres, los protagonistas actuales y pasados, donde surge la verdadera amistad. Hay verdaderos lazos de afecto con fuerte carga emocional (no en las mujeres) que marca los cimientos sociales. Entre ellos se sienten seguros, acompañados y felices. Entre ellos hay respeto, lealtad y confianza porque su relación se ha fortalecido en momentos difíciles. Hay afinidad literaria entre Goldman y Quebert y afinidad investigadora entre Gahalowood y Goldman. Entre mujeres no existe esa verdadera amistad «Solo había una persona con quien me apetecía desahogarme: el sargento Perry Gahalowood».

Ojalá Dicker lo tenga en cuenta para sus próximas entregas.

domingo, 18 de septiembre de 2022

ENTREVISTA A JAVIER MARÍN


Una vez que hemos reseñado las novelas que componen la exitosa trilogía de Marco Duarte, entrevistamos a su autor, auténtica revelación de la temporada literaria y premio Icue negro por la primera entrega de la citada trilogía.

P. ¿Qué podemos saber de Javier Marín?

R. Soy de San Javier, Murcia. Lector desde que tengo uso de razón, primero con mis cómics de Astérix y después, como casi todos los de mi quinta, con “Barco de vapor” J. Fiel a los géneros de ciencia ficción, terror y, por supuesto, novela negra. Estudiante de Derecho y desde pequeño jugador de tenis. Hoy en día intento combinar la afición por la escritura con mi trabajo… aunque de momento sigue ganando en tiempo lo segundo.

P. ¿Qué ha supuesto en tu trabajo el premio Icue negro?

R. Un reconocimiento, una manera de creer en que es posible, no solo para mí, para todos los autopublicados que, como yo, buscan lectores y hacerse un hueco en este difícil mundo de la escritura. Sin duda, el momento más feliz de mi cortita carrera literaria. Ojalá se repita alguna otra vez porque la emoción y el torbellino de sensaciones cuando oyes tu nombre es algo indescriptible.

P. Podrías decirnos qué hay de noir y qué de policial en tus novelas?

R. El noir se caracteriza por desarrollarse en un ambiente de misterio y eso es lo que he intentado en mis novelas, que los crímenes estén envueltos en ese halo de incertidumbre que hace dudar de cada detalle. La parte policial creo que es evidente, quienes llevan el peso de la investigación son policías y muchas escenas importantes tienen lugar en la comisaría. En conjunto, y a mi modo de ver, la historia se encaja en el género negro más tradicional.

P. ¿Crees que el ambiente que reflejas en Tablero mortal es prototípico de lo que ocurre en las comisarías españolas?

R. Creo que es más ficción que realidad, no digo que no haya escenas que se den, pero en general y por lo fluido que tenemos que intentar plasmarlo para no aburrir, nos alejamos un poco de la realidad.

P. ¿Hay diferencia entre la novela negra mediterránea, la del norte de Europa y la americana? ¿Dónde encuadrarías a Marco Duarte?

R. Aunque, como es lógico, todas tienen elementos comunes —uno o varios crímenes, la violencia, la denuncia social o el conflicto humano, por ejemplo—, sí que noto algunas diferencias entre los autores nórdicos, los americanos y nosotros. Quizás aquí nos acerquemos más al modelo americano, al que estamos acostumbrados a ver en las películas, encuadrando las historias en cierta marginalidad y marcando más la crudeza del lenguaje y la violencia. El manejo del tiempo también creo que es una diferencia importante, aquí queremos ir contrarreloj, las cosas pasan rápido y, de ese modo, es más fácil que al lector se le pasen por alto detalles importantes. La novela del norte de Europa, a mi modo de ver, es más pausada.

P. ¿Hay algún escritor con el que te sientas identificado?

R. Eso deberían decirlo mis lectores, seguro que serían muy chulas las comparaciones, fuera quien fuera con quien me compararan. Ojalá a alguien le recuerde a Jeffery Deaver, para mí uno de los magos de la novela negra americana y el número uno en sorprenderte al final de los libros.

P. ¿Cómo nació Marco Duarte?

R. Espero que no te rías mucho, pero después de leer dos libros policiacos que no me gustaron nada, (me reservo los nombres) dije “Yo lo puedo hacer igual de mal que estos dos”. Y después de haber escrito muchos relatos, intente escribir algo más largo y que pudiera servir de carta de presentación para un grupo de jóvenes investigadores. Marco Duarte fue el resultado y sus compañeros fueron apareciendo a su lado.

P. ¿Hasta qué punto estás mediatizado, en tu literatura, por el cine?

R. Es curioso, pero no me atrae tanto el cine como otro libro. Desde luego cuando escribo alguna escena siempre recuerdo alguna película o serie, pero pienso más en otros libros.

P. ¿Ves al equipo de tu protagonista en un thriller cinematográfico?

R. ¡Sería increíble! Sí que lo veo, de hecho cuando escribo, describo la imagen de lo que veo en mi cabeza, me pasa la película por delante de los ojos y solo tengo que pasarlo al papel.

P. ¿Por qué los personajes se mueven en una ciudad sin nombre, a todas luces española, y en la tercera entrega sabemos que el asesino actuó en Brujas?

R. Ni veía ni quería encuadrar la novela en ninguna ciudad en concreto, pensé que sería más bonito que cada lector tuviera en mente la suya propia. Lo de Brujas fue para los lectores que me criticaban eso precisamente, que no estuviera localizado ningún escenario. Minimizando críticas, se llama J.

P. ¿Qué te lleva a hacer que un personaje involucione? En la primera novela Alejandra era la ganadora, atractiva, válida… ¿Por qué es una de las que sufre más, tanto en el plano personal como en el profesional?

R. La vida misma, la forma en que dos personas afrontan las adversidades de forma diferente, Alejandra involuciona, Miriam se crece. Esa dualidad quería reflejarla, poniendo a los personajes a prueba y haciéndolos evolucionar a lo largo de los tres libros. Unos mejor que otros…

P. ¿Qué diferencias encuentras, como inspectores jefe, entre Míriam Rueda y Marco Duarte? ¿Quién sería el idóneo para continuar la saga? ¿Piensas continuarla?

R. Míriam es más cerebral, Marco más emocional. La virtud de Marco no es ser un superpolicía, incluso creo que tiene más fallos que aciertos, pero consigue algo que puede resultar difícil, mantener la unión de todos los miembros del equipo, su respeto y que cada uno ocupe su lugar en él. Ese liderazgo es su poder. No quería que fuera un héroe sin capa, todo lo contrario, quería que tuviera sus luces y sombras. Creo que seguirá Marco como inspector jefe… a no ser que por el camino tenga algún problema… ya me conoces un poco J.

P. ¿Puedes revelarnos algo de tu técnica al construir la trama? ¿Apuntas personajes, cuándo salen y desaparecen? ¿Cómo es la fase de documentación?

R. Pienso en la trama, los puntos fuertes, el posible final. Ya con eso empiezo a escribir, sin notas, sin apuntes. Del capítulo 1 hasta el final sin parar. Con las correcciones ya volveré a leer, cuando me pongo prefiero no parar hasta el final y durante el proceso lo tengo todo en la cabeza. Me voy documentando según las escenas y según lo que me pide la historia al momento. Al ser todo ficción no necesito tener esa fase de documentación propiamente dicha. Me estoy dando cuenta de que soy un mal ejemplo y cuando veo a otros escritores con todo lleno de Post-it miro con envidia J.

P. ¿Te has planteado cambiar de género narrativo?

R. Si, me encantaría probar con algo de terror o paranormal y sobre todo ciencia ficción. Seguro que antes o después acabo haciéndolo.

P. Para terminar te pido una serie respuestas rápidas, casi sin pensar. Imagina que vas a emprender un largo viaje y debes llenar tu maleta con:


Una película..................................................... Seven.

Una canción..................................................... “Turnedo” Iván Ferreiro.

Un libro............................................................. Los asesinatos de Manhattan.

Un cuadro........................................................  El Grito, Munch.

Una palabra...................................................... Acho (es mágica) J.

Un sabor........................................................... Nata.

Un olor.............................................................. Tierra mojada.

Un color............................................................ Negro ;)

Una estación del año......................................  Invierno.

Un lugar donde perderte................................  Nueva York.

Una prenda de vestir......................................  Chándal de algodón.

Un consejo para ti mismo y para todos.......  No dejes de aprender.







Con la bonita panorámica de este paisaje, donde se forjan todas las tramas de Javier, nos despedimos de él (hasta su próximo libro), con nuestro agradecimiento por su simpatía, su paciencia y los buenos ratos que nos ha hecho pasar con sus novelas. ¡Hasta pronto! 

viernes, 16 de septiembre de 2022

LA SASTRERÍA DE SCARAMUZZELLI


Qué acertada la cita de Javier Marías que ha escogido Guillermo Borao para presentar su novela, pues lo ha homenajeado doblemente: Javier Marías, por desgracia para las letras, nos dejó el pasado domingo, 11 de septiembre, consiguiendo que esta fecha sea aún más fatídica aunque, en un guiño a Borao, parece que se haya ido respetando la norma que William Langhorne anotó en su cuaderno: «nadie puede morir un domingo antes del mediodía».

¿Son presagios? ¿Coincidencias? ¿Dos estrellas de la literatura han unido ficción y realidad para conseguir que esta sea un poco menos amarga? Puede ser. Habrá que preguntarle al autor zaragozano si cree en el destino. Por ahora nos quedamos con lo que afirma un cochero, al principio de la novela, sobre el final de una obra de teatro, «la vida es, después de todo, un propósito de repetición».

Cuando leemos La sastrería de Scaramuzzelli nos embarga un ánimo ilusorio; parece que estuviésemos presenciando una obra teatral en la que representan lo sucedido en el pueblo de Tonleystone, «Barros miró al cielo y sintió su acoso constante, la persecución discreta que hace un foco en el teatro para iluminar, en esa acción, a los protagonistas».

Las alusiones a que estamos ante una función quedan implícitas durante la lectura; como si se tratara de un cambio de escena, «Las mañanas de verano en Tonleystone cambiaban de estación por la noche». Todo es posible en la novela porque el narrador nos introduce en un mundo mágico en el que las alucinaciones febriles de un niño se mezclan con el «proceso fabulador» del padre y la fantasía del escritor para conseguir, incluso, que los personajes no sean lo que parecen y mucho menos parezcan imprescindibles para la obra «—Por eso el señor Bernard aparece tan poco y nunca con gente ¡solo sale si William lo necesita!».

La sastrería de Scaramuzzelli es una deliciosa quimera y aun así se lee sin dificultad. No hay problema en distinguir personajes reales de los imaginarios, aunque nos llevemos más de una sorpresa y la tensión permanezca hasta que «Se cierra el telón». Entonces nos preguntamos sobre nosotros mismos y lo que somos: ¿Personajes en busca de autor? ¿Personajes del Gran Teatro del Mundo?, «y como si estuviera entre bastidores, se esfumó».

La novela se desarrolla en un pueblecito en el que destaca, imponente, la fábrica de tejidos de William Langhorne. Al pueblo llega Barros Scaramuzzelli, un sastre diferente, acompañado por Leonardo, un niño de seis años, y Mercedes, su hermana, algo mayor. Barros los rescató del hospicio para darles amor y un posible futuro. Leonardo se hará imprescindible para William y Patty Gallant, quienes terminarán tratándolo como al hijo que no tuvieron, pues William quedó estancado en los seis años, al quedarse huérfano, y desde entonces teme cualquier tipo de cambio en su vida. Barros compra el taller de confección de la fábrica e inaugura una sastrería que, desde el primer momento, es un éxito. El sastre propone una manera de vivir feliz, usando vestidos únicos que reflejen la personalidad de cada uno. Pero surgen envidias entre unos vestidos y otros, surgen ambiciones por dar prioridad al dinero y al poder frente a la honestidad y surgen enfrentamientos bélicos con La Corona a causa de mentiras que pretendían ocultar.

Los personajes son extraordinarios; como en un cuento de hadas, los dibujos que realiza Barros cobran vida en determinados momentos para que, en los lectores, asombrados, surjan dudas sobre si el contenido pertenece a una novela del siglo XIX o a un clásico de Perrault «Barros […] arrancó la lámina y rompió lentamente el papel verjurado. William no oyó la rotura de las hojas, sino el derrumbamiento de la torre de la iglesia».

A veces no podemos asegurar con certeza si lo que leemos forma parte de las acciones de los personajes o son sus vivencias oníricas, «Habría jurado que era el mismo de su pesadilla».

La narrativa de Guillermo Borao es ilusoria; en la historia distinguimos en ocasiones características del más puro estilo romántico, en otras, del género fantástico. Puede que entre ambos se den coincidencias. El paisaje y el ánimo de los personajes van en comunión, tanto que casi constantemente la naturaleza se personifica para adquirir importancia de protagonista «la luz deslumbrante se agitó con el estruendo de la campana de la iglesia […] hasta que recuperó la cordura, se paró y descubrió la presencia de un hombre». La naturaleza persigue de forma implacable no solo a los protagonistas sino a ella misma, «con las nubes a punto de reventar por asfixia». Da igual de dónde vengan; las emociones son lo más importante. Emociones surgidas del miedo real, de un mundo aterrador que se vuelve espacio de aventuras cuando un padre lo transforma en cuentos capaces de ser vividos. El problema surge cuando no hay nadie que construya ese mundo esperanzador y mágico, porque entonces nos limitaremos a preservar recuerdos, costumbres y objetos que nos recuerden lo que hemos perdido y acrecentaremos el individualismo y las obsesiones.

William tiene miedo de Barros aunque lo respete; teme perderse en la belleza que representa porque sabe que es efímera y no quiere sorpresas; se adapta a la luz del día y moldea sus sentimientos según la naturaleza que lo rodea, o adapta esa naturaleza a su yo: «Bale […] En medio del porche (de William) halló unas ruinas silentes». Llega a convertirse en un problema para quienes lo quieren, para sus socios, para el pueblo y para él mismo cuando se abandona al dolor y la soledad. William es una persona extremadamente pesimista; su melancolía, la tragedia que soportó de niño consiguen que broten sentimientos encontrados al experimentar momentos felices, dando como resultado un dolor constante. William necesita un espejo en el que mirarse, por eso aparece Barros en su vida. Patty se da cuenta de que, a pesar de parecer tan diferentes, tienen mucho en común, «la espalda fornida, el vello en los antebrazos, los ademanes de un caballero seguro, convencido y meticuloso. En aquella habitación, se dijo, se encontraban su pasado y su presente».

Tanto Barros como William ansían expresarse con libertad, ambos sufrieron, de niños, una brusca ruptura familiar; los dos se han formado sin premisas regladas, como héroes románticos, dejándose llevar por sus emociones. En ambos impera el yo; la realidad externa no les interesa tanto como el mundo interior, causante de la exaltación de su imaginación y fantasía y, sin embargo, ambos defienden un mundo libre y justo.

No solo hay coincidencias entre Barros y William. También entre Barros y Joseph (padre de William), entre William y Leonardo, «los cochambrosos calcetines eran iguales a los que Glenn le tejió una vez», entre Bernard y Joseph, «Oyó a su vecino igual que a su padre bajo el aguacero, en la misma frase…» y entre Bernard, Barros y Joseph «El pañuelo enviado por Barros era una réplica del que había usado Bernard para envolver, meses atrás, la novela de su padre». En realidad los personajes son quienes proclaman el tiempo circular (por eso una horrible tuberculosis en el siglo XIX pudo causar los mismos estragos que un “virus coronado” en la actualidad —que en la novela es, asimismo, el siglo XIX—

Los temas también pertenecen al Romanticismo —o son universales—. La muerte está presente desde el comienzo a pesar del colorido reinante. Los dibujos de Barros son agoreros, pero en el sueño traen la esperanza porque el sastre es la voz que nos anima al cambio, a luchar por un futuro mejor a pesar de las más graves adversidades; nos ayuda a guardar los infortunios en el corazón y a seguir adelante porque «El problema de vivir en el pasado es que siempre se llega tarde al futuro».

También el amor ocupa constantemente las páginas: entre William, Emily y Patty, entre Barros, Mercedes y Leonardo, entre William, Christopher y Patty… En todos los casos es un amor imposible, trágico: «era consciente de que su hermana mantendría la maldición hasta la hora de su muerte, presumiblemente lejana».

Y el otro tema importante es el destino, el fatum. Si Edgar Allan Poe sitúa un cuervo en el dintel de la puerta, para recordarle al desconsolado amante de Leonor la angustia que sufrirá por la muerte de esta, Guillermo Borao consigue que la muerte sea inexorable en la casa de los Langhorne cuando «El graznido de un cuervo rebotó en el tejado» y logra que Barros sea la figura prototípica del Romanticismo alemán al describirlo como El caminante sobre el mar de nubes, de Friedrich: «sus zapatos hollaban la tierra húmeda, dejando unas huellas que el agua, en la siguiente crecida, no tardaría en devorar […] se subió a las piedras […] Una ráfaga de aire le removió el pelo, abombó su capa impoluta y pareció un enorme cuervo negro a punto de batir las alas».

Es el destino, la muerte planea sobre nosotros pero el amor se nos presenta en múltiples variantes, que hemos de aprovechar mientras podamos «Alguien miró a William […] exclamó: —Los sustos no cuentan».

Pero nuestro autor no se queda en esto. En la novela aparecen diseminados otros temas como el enfrentamiento religioso, la avaricia empresarial por encima de la amistad, la mentira por miedo a perder fama o dinero… temas que pierden valor ante lo realmente importante, la lucha por la felicidad, y en ella encontramos el verdadero sentido de la paternidad «Barros pensaba que padre no es quien da la vida. Tampoco quien firma unos papeles […] Padre es quien quiere serlo, y William no compartía su sangre, pero se habría vendido al diablo por él». Y en esta ópera prima (¿¡en serio!?) de Borao, el lenguaje es de tal precisión con la época que no nos extraña vernos rodeados de «abordaje de corsarios, aya, papel verjurado, piel atezada, comisiones de madapolán, espuertas de tres palmos, redingote, chalina, pensil, perlesía, color almagre, molicie, jeme, várgano, leontina, pericones, polisón, almádena, sandio, hopeara en la Gran Avenida…».

Si esta es su primera novela, Guillermo Borao puede llegar a lo más alto, aunque tampoco reciba el Nobel.

sábado, 10 de septiembre de 2022

EL ESCRITOR NÚMERO 8

Tenía grandes esperanzas en esta novela tras ver la portada, la viñeta en blanco y negro alude a la información que el autor da sobre ella, en letra pequeña «Suspense y misterio con tintes negros sobre el telón laberíntico de El Rastro». Solo estuve una vez en el Rastro, hace muchos años, y el recuerdo que tengo es el de estar mirando en un puesto y oír a una señora que me decía “¡Te están rajando el bolso!” Yo llevaba una bolsa de tela, que miré con curiosidad para darme cuenta, con aprensión, que llevaba una raja por el fondo, perfecta, limpia. Sin embargo el ladrón se marchó corriendo sin obtener nada porque la bolsa tenía una doble tela, así que eso me libró de ser violentada. No obstante salimos corriendo y no he vuelto a ir. Con esto quiero decir que iba preparada a no sorprenderme por nada de lo que ocurriera en El escritor número 8, pero me he llevado una desilusión, y no es que el autor escriba mal, Andoni La Red sabe contar una historia pero no ha conseguido captarme. Hay misterio pero no hay suspense. Tiene tintes negros pero están difuminados en el gris predominante.

Es curioso cómo las grandes expectativas que tenía al empezar a leer la novela se han ido apagando conforme llegaba al final. Es un libro cortito pero ese no es el fallo. No le faltan datos, adolece de falta de reacciones de los personajes para que no quede todo tan aséptico. La historia está bien, muy bien ideada, pero la trama es plana, no encuentro dónde engancharme. No hay giros ni soluciones inesperadas, y el final es sorpresivo pero, al menos en mi caso, porque defrauda totalmente.

He echado en falta cierta atracción hacia algún personaje y eso que los temas se prestan a provocar, a recriminar, a denunciar. Los personajes circulan como personas corrientes, esas en las que nunca te fijarías, por lo que su participación en El escritor número 8 es figurativa, incluso aquellos en los que pones todas las expectativas porque dan la impresión de que tendrán un papel inolvidable.

El comienzo de la novela es sugerente, de hecho los personajes secundarios prometen. Los narradores se van alternando para narrar en primera persona. Martín nos cuenta su historia, ha sido un donnadie y ahora que su padre ha muerto, en circunstancias extrañas, se hará cargo de la librería. La mujer de su hermano aparece con cierto aire de misterio, «era una mujer de carácter volátil […] con frecuente tendencia al mal humor […] algún que otro encontronazo con el bueno de Isidro» (sorprende que se refiera a su padre durante toda la novela por su nombre de pila, no por su relación parental). 

También aparece el inspector Morales que, en contra de todo pronóstico, no tiene intención de investigar, «Cuanto antes demos carpetazo al asunto, mejor para todos». Martín decide coger el testigo e investigar por su cuenta, lo que nos hace pensar en los peligros que correrá con el representante de la ley.

El segundo capítulo recoge la voz de Vega, una chica que nos confiesa su terrible historia de abusos por parte de su tío, cómo llegó a sentir vergüenza por él y por ella misma, al aceptar, sumisa e inocente, su situación, hasta que decide ponerle fin «le había dejado ciego en ese momento. Me vestí y desaparecí […] No podía contarle nada a mamá, la hubiera destrozado». Ese personaje que no interviene, la madre, debía estar destrozada ya. Ninguna madre, por muy ausente que esté de casa, puede estar engañada durante tanto tiempo —años— en relación con lo que pasa en su casa con su única hija.

Casi todos los personajes han sido sometidos a situaciones límite, la muerte repentina de un padre, el rechazo de la policía, saberse engañada durante años, la desatención de tu familia… y sin embargo no se comportan como lo haría un ser humano. La Red ideó una historia siniestra, ambiciosa, con personajes traumatizados por su condición sexual, por su condición social y por su experiencia familiar. Pero huyen de las situaciones hasta que la vida les presenta una salida o una entrada por la que volver a la normalidad, como si no hubiera pasado nada. Pero los crímenes no son normales ni los problemas que debe afrontar un chico homosexual ni, por supuesto la violación repetida que una niña sufre por un familiar que además la alquila a cuatro viejos para obtener dinero.

Estos hechos no pueden quedar al margen de la ley, no ahora al menos, en pleno siglo XXI. He echado en falta, en el protagonista, odio, soledad, rabia, venganza… y en Vega, locura, desconfianza, negación.

Cuando un personaje pasa por una situación límite debe caer si quiere levantarse. Martín y Vega han caído en lo más profundo, ella más, a ella la rompieron por dentro cuando era una niña, pero se queda rota, desestructurada en ese pozo del que no sale sino que se habitúa a vivir en él con cierta comodidad. «…manteníamos una relación prácticamente normal. Recordábamos anécdotas de mi madre, hablábamos de libros, preparábamos algunos de nuestros platos favoritos…». Y cuando tanto Martín como ella deciden arriesgar, ¿ganan?, ¿salen fortalecidos? Creo que no. Porque ninguno encarna ningún ideal. Incluso empatizamos más con Juanjo, el hermano de Martín. En sus escasas apariciones sabemos cómo es, le gusta vivir bien, sin problemas; su trabajo y su bienestar económico es lo primero, su familia está en un segundo plano y la herencia paternal en el último. Pero cuando lo necesitan aparece, como el héroe antiguo, ese que vivía entre el mundo de los dioses y el de los hombres sin integrarse en ninguno. Es contradictorio. Martín se conforma con la mediocridad; no ha combatido las ofensas sufridas por su pareja, se ha plegado a ellas. No ha aclarado la humillación que le causó a Germán, lo ha evitado como hicieran su momento.

Y el Rastro, ese espacio intrincado, opresivo, se abre, les da libertad a los personajes que, sin embargo, al estar limitados, no han podido transformarlo en ese espacio psicológico angustioso, responsable del clima de la novela. El Rastro queda como un lugar hechizado, inmemorial, por donde se mueven acostumbrados a las mentiras, traiciones y desengaños.

sábado, 3 de septiembre de 2022

ENIGMAS PARA UN REY

Tiempo subjetivo. Con él comienza Enigmas para un rey, recordándonos que vamos a percibir el tiempo de forma peculiar «Marcaba 20:20:15 e iba hacia atrás […] y seguía bajando. Aunque fuera imposible, les parecía que cada vez iba más rápido. La sensación de que el tiempo se les escapaba era asfixiante» Lo que sienten los personajes es la impresión que tiene el lector desde el primer momento. No hay tregua, ni para ellos ni para nosotros. El tiempo va a jugar a su antojo, irá hacia donde le convenga al asesino que unirá hechos anteriores con un futuro premonitorio en el presente más angustioso. Y este llega, para sorpresa de todos, en el Capítulo 6 que anuncia que el tiempo ha corrido, 6 meses después. La tregua para el equipo de Marco Duarte ha llegado a su fin, aunque pronto sabremos que todo comenzó 6 años antes, en Brujas. Está claro, no hay espacios ni tiempo que limiten los actos de esta Bestia, pero Míriam se ha fortalecido, los dragones que recorren su cuerpo le aportarán la fuerza necesaria para cuidar de sus amigos. Antes, sin embargo, todos pasarán por el infierno urdido en una mente psicótica que cree dominar el tiempo, «Como agujas de un reloj suizo, todo el engranaje que desencadenó la historia estaba llegando puntual a marcar la hora señalada».

El narrador anuncia, con prolepsis, situaciones amenazadoras que nos mantienen en vilo «El inspector era la clave […] su mundo, como antes lo conocía, estaba a punto de cambiar para siempre». Ante estos avisos, nuestra inquietud crece de forma exponencial respecto a la desesperación de los personajes, tanto, que dudamos de todo y de todos.

En esta entrega trepidante el inspector Marco Duarte es relevado del caso y está buscado por la propia policía, deberá luchar contra la bestia y contra sus jefes. Míriam Rueda, convertida en una máquina peligrosa, es quien toma el mando, pero cuando impide que Marco sea capturado queda sustituida por el inspector Rojas.

Tres inspectores diferentes que van asistiendo, impotentes, a desgracias que se cobran cada vez más víctimas y al consecuente ridículo social al que se ven abocados. El asesino conoce a la perfección a Marco Duarte, sabe qué pasos va a dar, dónde puede esconderse y con quién va a estar, por eso no le es difícil fabricar pruebas que lo incriminen. Todos dudarán de él, incluso algunos de su propio equipo considerarán imposible tanta casualidad.

Además del inspector Rojas se incorporan al elenco nuevas caras, incluso aparecerá Johan Clauss, un policía belga retirado que afirma haber pasado por lo mismo que Duarte y viene en su ayuda, «…me sentía acorralado, un inepto frente a un enemigo invisible […] terminaron por apartarnos del caso […] El cuerpo del que antes era mi compañero pendía de una soga en el centro del salón […] ese fue el principio de mi fin».

Johan será imprescindible para nuestro protagonista a la hora de la resolución. También el profesor universitario de Míriam la ayudará a resolver los enigmas que, en esta ocasión, el asesino envía a la policía avisando, de forma críptica, sus nuevas actuaciones. La lírica entra en juego por lo que la interpretación metafórica resulta esencial.

Asimismo, J.J., encarcelado desde que en Descenso al abismo, vivió su infierno particular, ayudará desde la cárcel, a encontrar datos relevantes en los acertijos para resolver los casos. Todo un despliegue de personajes en acción, pero divididos. Las sospechas entre ellos se van acrecentando hasta que la unidad se rompe en varias vías de investigación.

Marco juega en Enigmas para un rey a tres bandas. De incógnito, ayuda a Miriam. Por otro lado establece contacto con J.J. y finalmente considera a Johan su nuevo compañero.

El equipo oficial también se divide en el momento en que Rojas no se siente cómodo con Salva y Alejandra, pues no tienen ningún problema en plantarle cara y decirle que se equivoca en su forma de actuar. Al rescatar a Felipe para el nuevo equipo, pondrá otro sospechoso más ante el lector y ante sus compañeros.

Javier Marín, en medio de este embrollo de lugares, tiempos y personajes, establece una estructura de presentación alarmante: introduce nuevos personajes, en pasado, que actúan sin embargo en presente; la tensión que provoca es palpable, «Alonso se levantaba a las siete en punto […] La rutina era su forma de vida […] Lara apagó la cuarta alarma de su teléfono móvil […] Tenía veintidós años […] Marga dejó a sus dos niños con los abuelos…». El autor crea un montaje alterno con escenas habituales en las que diferentes personajes se preparan con naturalidad para afrontar un nuevo día, escenas esperanzadoras que se transforman en precursoras del desastre en los lectores. Este relato, de escenas simultáneas ocurridas en diversos espacios premonitorios, queda unido algo después, en un presente narrativo que supondrá una condena para cientos de personas quienes, con ritmo trepidante, van expresando la sorpresa, el enfado, la obsesión, el despiste, el nerviosismo, la ansiedad, la prisa, la furia, el terror, el caos. Todo converge de pronto en un paraíso transformado en infierno «una bola de fuego aproximándose, un espectáculo de luz anaranjada y roja que avanzó hacia quienes estaban allí apelotonados sin poder reaccionar».

Sin ninguna dificultad, el narrador juega y rompe nuevamente la lógica del espacio-tiempo. La característica lineal del lenguaje queda rota mediante la exposición simultánea de tres personas ajenas que llevan a cabo diferentes acciones a la que, en esos momentos, realiza un equipo que se siente derrotado «—Lo sé Mac, pero no podemos quedarnos de brazos cruzados […] “Espero que puedas ayudarnos, Marco”, pensó». Y si esta entrada nos mantiene en vilo a todos, el resultado «Estallido» nos prepara para lo que va a suceder. La información va llegando poco a poco. Javier Marín construye por separado una sucesión de hechos, dando la impresión de que el tiempo ha pasado y el fatal desenlace ha tenido lugar. Sin embargo, los lectores relacionamos mentalmente esas escenas que, aun pareciendo aisladas, son las causantes de que se genere en nosotros una tensión creciente. La duración de la exposición de cada escena es corta, lo que consigue un ritmo in crescendo hasta llegar al clímax del suceso, algo que no olvidaremos con facilidad.

La alternancia de planos permite que las imágenes penetren en la mente del lector con más facilidad; es una técnica cinematográfica, en la que nuestro autor se ha convertido en un experto, que maneja sin dificultad el tiempo discursivo para generar, entre otras sensaciones, la de suspense.

Y con gran incertidumbre vamos a llegar hasta la última página, incertidumbre que se convertirá por momentos en incredulidad, en cambio constante de presunto asesino, del que estamos seguros hasta que una palabra, una imagen, nos hace cambiar de opinión. Las incógnitas se suceden delante de nosotros; leemos hechos que parecen realizados por alguien, y más tarde comprobaremos que el sujeto no es quien habíamos pensado: «a lo lejos, unos prismáticos seguían sus movimientos. Los labios de la persona que los portaba dibujaron una sonrisa. Lo tenía».

Todo se complica de forma exponencial porque todos aparecen como sospechosos. Los lectores también nos sentimos como en un callejón sin salida al no encontrar la razón de tanta maldad. Hasta que Marco Duarte se da cuenta de que nuestro psicópata no respeta los tiempos marcados, algo que el inspector Rojas no quiere admitir, sus ganas de ascender son tan enfermizas que no es consciente de a quién se enfrenta, «allí estaba él para tomar partido y marcarse un punto veinticuatro horas después de haber llegado». Rojas subestima a su contrincante y no hay nada peor que menospreciar a una mente egocéntrica, por lo que quedará en ridículo ante toda la sociedad, aunque cueste nuevas vidas de un equipo cada vez más reducido.

Conforme avanzamos la tensión aumenta; imposible abandonar la lectura porque las escenas simultáneas se agolpan, inacabadas, en un mismo capítulo. Los personajes y acciones se multiplican en una misma unidad de tiempo hasta que alguien nuevamente vuelve a desaparecer, «La velocidad a la que iban y el impacto hizo que cayeran dando vueltas de campana, fuera de la carretera».

Ante la ineptitud del nuevo jefe de operaciones, la envidia de los que toman a otros como rivales y las bajas constantes, los que van quedando conforman su propio equipo para, en paralelo, poder destruir a ese demonio cuyo objetivo es aniquilarlos a todos.

Destruir a la misma envidia. Difícil. La historia y la literatura se han encargado de demostrarlo. Envidia entre quienes parecen estar muy unidos y que no es sino el fruto de mentes perturbadas que quieren sobresalir por encima del resto. En Enigmas para un rey hay una mente que va dejando pistas misteriosas a lo largo de la novela pero, las consideramos tan intrascendentes que no les damos importancia, hasta que la eclosión final nos deja paralizados.

El equipo de Marco Duarte ha quedado bastante reducido en comparación a como lo conocimos en Tablero mortal o en Descenso al abismo. No es obligatorio haber leído esas novelas para entender a la perfección Enigmas para un rey porque con tino, Marín ha ido poniendo al nuevo lector de la saga en antecedentes de lo ocurrido anteriormente. No es obligatorio pero sí recomendable porque la lectura está formada por ratos responsables de que descarguemos adrenalina y, al terminar esta tercera entrega, nos supone cierta catarsis de la que salimos en paz con nosotros mismos.

Esperemos que Javier Marín aproveche a este equipo escogido para que continúe resolviendo enigmas.