Quien
ya haya disfrutado con las novelas de Juan Ramón Barat, esta última no le va a defraudar. Nuestro experto en atraer a
los jóvenes a la literatura echa mano de la novela fantástica y vuelve a poner
en apuros al protagonista. No es el famoso Daniel Villena, cuya serie leí con
alumnos y a todos nos pareció sorprendente. En esta ocasión, Flavio Sánchez, un
chico de 15 años, también deberá enfrentarse a hechos sobrenaturales para
terminar descubriéndose a sí mismo. De nuevo el autor pone en marcha una novela
detectivesca en la que el protagonista sigue los pasos de un investigador
profesional.
Quien no haya leído
a Barat, El carrusel de los caballos de cobre podría ser un buen
comienzo.
El estilo es
tradicional; apuesta por un lenguaje coloquial en el que los términos cultos
salpican las reflexiones, «Me llamó la
atención un reloj que parecía un árbol centenario, de tronco muy rugoso, ramas
retorcidas y buena fronda».
Nuestro valenciano
autor no incide en la jerga juvenil, prefiere un uso más formal, de ahí que la
función didáctica esté presente en su literatura. Asimismo, el respeto es la
norma en los diálogos. Barat demuestra que se puede estar en desacuerdo sin
tener que insultar
—¡Cómete
el postre!
Me
llevé una cucharada a la boca y mastiqué sin ganas.
—¿Y
los estudios? —Para cambiar de conversación, lo más socorrido era hablar de mi
trayectoria estudiantil.
—Bien.
—¿Qué
significa bien?
—Mamá…
—Andas
siempre con esos amigotes que se pasan las tardes jugando […]
¡
¡No
te veo nunca estudiando.
—Podrías
confiar en mí.
También son
tradicionales los temas: el primer amor, la familia, la amistad. Sin embargo,
en todos encontramos una vuelta de tuerca que permitirá mantener la expectación
de los lectores.
Flavio es un chico,
en principio, normal, no destaca en ningún aspecto, ni sus notas son
excepcionales ni es líder entre sus amigos; más tarde nos asombrará con poderes
paranormales fruto de algunas situaciones que vive y no entiende a qué se
deben. Probablemente esté dotado de una sensibilidad especial, resultado de
empatizar con los demás al cien por cien.
Su familia no es
usual, sino monoparental. Su padre murió y él ha crecido solo con su madre,
preguntándose a veces por sus raíces. Tiene una amiga de toda la vida, Ainhoa,
a la que quiere como a una hermana aunque ella esté enamorada de él.
Claudia Hidalgo, «la princesa», entra en su vida con mal
pie, pero pronto nos descubrirá que ha llegado para quedarse y no es ninguna
princesa. Al contrario, las chicas de El
carrusel de los caballos de cobre son inteligentes, valientes e
independientes
—El
mundo está muy mal —sentenció Ainhoa— Hay mucho violador y mucho desgraciado
por ahí suelto. Conviene estar preparada por si acaso.
—Gracias…
—De
gracias, nada. Esto te va a costar unos pastelitos de nata.
—No llevo dinero.
—No pasa nada. Te prestaré.
Flavio es sencillo, busca la verdad y el bien a través
del razonamiento y el diálogo. Habla con sus amigos, con el abuelo de Claudia;
pide ayuda a la amiga de una desaparecida relacionada con los sucesos que le
ocurren: El carrusel que compra en una tienda «que ya no existe» se pone en marcha solo algún caballito se escapa
y regresa al día siguiente; el nombre inscrito en la base del carrusel lo guía
hasta una mansión fantasmagórica donde una familia checoslovaca fue asesinada
por las prácticas de magia negra del padre. Al cabo del tiempo, un ayudante de
la familia se instala en la casa y contrae matrimonio; su mujer muere y su hija
reniega de él y lo abandona. Ahora, la casa abandonada sorprenderá a nuestro
protagonista.
Barat retoma lo sobrenatural. En esta novela hay hechos
que se apartan de lo real pero pueden ocupar un lugar en la mente. Y sin
embargo la realidad está presente: magia y evidencia, tradición y modernidad se
dan la mano; la tecnología es otra forma de cubrir el ocio, sin prescindir de
pasear con amigos, ver películas de cine e investigar. La cooperación familiar
debe ser habitual, también las diferencias con los padres son usuales sin
olvidar que ellos también tienen una vida.
Esta mezcla de sensaciones, actitudes y actividades es lo
que hace atrayentes las novelas de Barat. Los jóvenes se sienten identificados
con el protagonista o alguno de los personajes: son reales, algo rebeldes, con
buen corazón y persiguen un objetivo hasta conseguirlo.
El estilo es ágil, desenfadado, con una función poética
casi constante, lo que permite desarrollar el gusto por la palabra. También
está presente —como ha hemos dicho— la función didáctica. «reparé en el papel que me había dejado mamá sobre la mesa. Lo de
siempre: tender la ropa de la lavadora, recoger el lavavajillas y poner un poco
de orden en la casa. Empleé media hora de mi vida en dar cuenta de todo ello».
La contradicción entre el escaso tiempo empleado respecto de todo el que
disponemos ayuda a darnos cuenta de que no son tareas sobrehumanas.
Otras veces, algún personaje nos recuerda la situación
actual para avisarnos de que somos privilegiados y no debemos olvidarlo; no
debemos olvidar a los que no lo son tanto. Como siempre, Juan Ramón apuesta por
la paz, la cultura y el respeto «—Porque
la prensa internacional está comprada por los desaprensivos que organizan estas
guerras. Y nosotros […] viendo concursos, revistas, fútbol, carreras de motos…
Programas basura. ¡Una vergüenza!».
Y en ocasiones, esta función didáctica reside en
digresiones históricas para que no ignoremos el pasado real, envuelto en odio y
muerte «huyendo del fanatismo que
imperaba en Europa a principios del siglo XX».
Mezcla de realidad y ficción, de intuición e investigaciones, de misterio y evidencia, de tensión y naturalidad hasta el final, El carrusel de los caballos de cobre sorprende a cualquier lector porque Juan Ramón Barat mantiene la magia del argumento, la curiosidad del lector y la sensibilidad de sus personajes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario