Gusta
leer una novela ambientada en un pueblo, casi idílico, donde las calles dan al
mar y los vecinos están para acompañarte y echar una mano cuando es necesario.
En este escenario se desenvuelve Vanina Garrasi, una subinspectora siciliana
que cuenta con un equipo de confianza, que la aprecia, sabe su valía y no duda
en trabajar lo que haga falta. Menos mal, porque el caso que llevan entre manos
en La lógica de la luz es algo enrevesado. Leí Arena negra, de Cristina
Cassar Scalia, básicamente porque había oído que era la sucesora de Camilleri,
y disfruté con la novela, así que el segundo caso de esta policía de Catania me
apetecía muchísimo.
La
autora continúa con el sello de la novela negra clásica italiana, el gusto por
la comida de la subinspectora es evidente; en esta ocasión se encuentra con el
pediatra Manfredi Monterreale que supera incluso las dotes culinarias de
Bettina, por lo que Vanina va a disfrutar de los mejores platos sicilianos.
Las
alusiones a Arena negra son casi
constantes, de esta forma nos enteramos de la vida privada de la subinspectora,
el asesinato de su padre, «el inspector,
Giovanni Garrasi, asesinado veinticinco años atrás por un comando de la Cosa
Nostra delante de sus propios ojos»; su relación sentimental, que promete
eterna e inconclusa, con el juez Paolo Malfitano «la precipitada boda de Paolo con Nicoletta Longo solo había sido una
consecuencia más de esa gilipollez»; el respeto y cariño que finalmente le
tiene a la nueva pareja de su madre y el aire fresco del contexto que, curiosamente,
viene de la mano del comisario octogenario Biagio Patané quien a pesar de estar jubilado juega de nuevo un papel esencial
en la resolución del caso.
La intriga
está servida: Una chica, Lorenza Iannino, desaparece al tiempo que encuentran
una maleta en el mar, vacía y con restos de sangre. Monterreale y el periodista
Sante Tammaro, amigos del inspector Spanó, ven a alguien la noche anterior
transportando una maleta pesada que deja en las rocas del acantilado. Todo
indica que se trata del mismo asunto, así que el equipo de Garrasi se pone en
marcha para descubrir lo que pasó realmente.
En
esta novela nada es lo que parece, Iannino recibía dinero de su hermano y su
cuñada para poder llegar a fin de mes, pero tenía alquilado un apartamento de
lujo y era dueña de un vestuario exclusivo de gran valor. Además, todos los
personajes implicados van complicando la resolución incluso, como en Arena negra, el sospechoso los lleva a
otro caso de cuarenta años atrás, en el que a pesar de haber sido acusado por
la hermana de la víctima, sale indemne por el testimonio de los propios padres
de las chicas. Aquí, la labor de Patané es clave, por lo que finalmente
solucionarán ambos casos y sacarán a la luz asuntos en los que, cómo no, la
mafia está implicada.
La
trama mantiene la expectación, hay varios giros finales que ayudan a que el
lector permanezca en vilo a pesar del ritmo lento del principio. Habremos de
pasar el ecuador de la novela para que la acción surja. Las primeras cien
páginas contienen información sobre el entorno de la desaparecida y ciertas
digresiones sobre la vida y fracaso familiar de algunos de los policías de
Catania. Con la llegada de nuevos personajes, lo que parecía sencillo se
complica, hasta dar la impresión de que no va a ser posible resolver el
problema del inicio, pero Vanina tiene un sexto sentido que se acrecienta con
el trabajo constante, «Esta vez, sin
embargo, había algo distinto, una urgencia que la obligaba a pisar el
acelerador […] la pista justa, seguida con la determinación de un perro de caza
que corre hacia su presa siguiendo algo que sólo él capta».
El
asunto engancha pues, si el crimen es casi perfecto, la investigación también.
Además siempre es agradable recordar argumentos del maestro Camilleri en las
denuncias a la mala gestión que los políticos realizan en los municipios aunque,
en lo referente a las costumbres, Cassar Scalia mantiene la ironía oculta en un
cariño absoluto por su tierra «Casi
echaba de menos la mugre de las escaleras de hierro, empinadas e incómodas; la imagen
del mostrador repleto de arancine que chorreaba aceite, medio aplastadas en
bandejas que llevaban meses sin ver un estropajo […] ¡Ah, Sicilia! ¡Ah, Italia!».
El
método Camilleri se mantiene en el título y la leyenda que lo rodea, que
siempre arroja cierta claridad en la resolución del caso, «La pesca al candil tiene su propia lógica. Hay que encender la luz…».
Y, por supuesto, el buen humor entre compañeros no falta en ningún momento.
Probablemente, por el buen hacer de todos y una profesionalidad intachable, por
el papel tan igual que la mujer y el hombre juegan en el trabajo y en la vida
privada de la novela, me llama la atención la forma en que Vanina se dirige a
su equipo «—A ver, niños, vamos a hablar
claro», en más de una ocasión. Asimismo rechinan faltas de concordancia y
ortografía, fruto, no me cabe duda de un defecto de traducción, pero no
favorecen a la autora. «Incluida
el comisario», «sino podrían haber parado a cenar», «Ni un aspirante a
sacerdote que resulta ser alérgico a las ostias».
Aun así, la novela es entretenida y recomendable.
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