sábado, 19 de agosto de 2023

LA LÓGICA DE LA LUZ

Gusta leer una novela ambientada en un pueblo, casi idílico, donde las calles dan al mar y los vecinos están para acompañarte y echar una mano cuando es necesario. En este escenario se desenvuelve Vanina Garrasi, una subinspectora siciliana que cuenta con un equipo de confianza, que la aprecia, sabe su valía y no duda en trabajar lo que haga falta. Menos mal, porque el caso que llevan entre manos en La lógica de la luz es algo enrevesado. Leí Arena negra, de Cristina Cassar Scalia, básicamente porque había oído que era la sucesora de Camilleri, y disfruté con la novela, así que el segundo caso de esta policía de Catania me apetecía muchísimo.

La autora continúa con el sello de la novela negra clásica italiana, el gusto por la comida de la subinspectora es evidente; en esta ocasión se encuentra con el pediatra Manfredi Monterreale que supera incluso las dotes culinarias de Bettina, por lo que Vanina va a disfrutar de los mejores platos sicilianos.

Las alusiones a Arena negra son casi constantes, de esta forma nos enteramos de la vida privada de la subinspectora, el asesinato de su padre, «el inspector, Giovanni Garrasi, asesinado veinticinco años atrás por un comando de la Cosa Nostra delante de sus propios ojos»; su relación sentimental, que promete eterna e inconclusa, con el juez Paolo Malfitano «la precipitada boda de Paolo con Nicoletta Longo solo había sido una consecuencia más de esa gilipollez»; el respeto y cariño que finalmente le tiene a la nueva pareja de su madre y el aire fresco del contexto que, curiosamente, viene de la mano del comisario octogenario Biagio Patané quien a pesar de estar jubilado juega de nuevo un papel esencial en la resolución del caso.

La intriga está servida: Una chica, Lorenza Iannino, desaparece al tiempo que encuentran una maleta en el mar, vacía y con restos de sangre. Monterreale y el periodista Sante Tammaro, amigos del inspector Spanó, ven a alguien la noche anterior transportando una maleta pesada que deja en las rocas del acantilado. Todo indica que se trata del mismo asunto, así que el equipo de Garrasi se pone en marcha para descubrir lo que pasó realmente.

En esta novela nada es lo que parece, Iannino recibía dinero de su hermano y su cuñada para poder llegar a fin de mes, pero tenía alquilado un apartamento de lujo y era dueña de un vestuario exclusivo de gran valor. Además, todos los personajes implicados van complicando la resolución incluso, como en Arena negra, el sospechoso los lleva a otro caso de cuarenta años atrás, en el que a pesar de haber sido acusado por la hermana de la víctima, sale indemne por el testimonio de los propios padres de las chicas. Aquí, la labor de Patané es clave, por lo que finalmente solucionarán ambos casos y sacarán a la luz asuntos en los que, cómo no, la mafia está implicada.

La trama mantiene la expectación, hay varios giros finales que ayudan a que el lector permanezca en vilo a pesar del ritmo lento del principio. Habremos de pasar el ecuador de la novela para que la acción surja. Las primeras cien páginas contienen información sobre el entorno de la desaparecida y ciertas digresiones sobre la vida y fracaso familiar de algunos de los policías de Catania. Con la llegada de nuevos personajes, lo que parecía sencillo se complica, hasta dar la impresión de que no va a ser posible resolver el problema del inicio, pero Vanina tiene un sexto sentido que se acrecienta con el trabajo constante, «Esta vez, sin embargo, había algo distinto, una urgencia que la obligaba a pisar el acelerador […] la pista justa, seguida con la determinación de un perro de caza que corre hacia su presa siguiendo algo que sólo él capta».

El asunto engancha pues, si el crimen es casi perfecto, la investigación también. Además siempre es agradable recordar argumentos del maestro Camilleri en las denuncias a la mala gestión que los políticos realizan en los municipios aunque, en lo referente a las costumbres, Cassar Scalia mantiene la ironía oculta en un cariño absoluto por su tierra «Casi echaba de menos la mugre de las escaleras de hierro, empinadas e incómodas; la imagen del mostrador repleto de arancine que chorreaba aceite, medio aplastadas en bandejas que llevaban meses sin ver un estropajo […] ¡Ah, Sicilia! ¡Ah, Italia!».

El método Camilleri se mantiene en el título y la leyenda que lo rodea, que siempre arroja cierta claridad en la resolución del caso, «La pesca al candil tiene su propia lógica. Hay que encender la luz…». Y, por supuesto, el buen humor entre compañeros no falta en ningún momento. Probablemente, por el buen hacer de todos y una profesionalidad intachable, por el papel tan igual que la mujer y el hombre juegan en el trabajo y en la vida privada de la novela, me llama la atención la forma en que Vanina se dirige a su equipo «—A ver, niños, vamos a hablar claro», en más de una ocasión. Asimismo rechinan faltas de concordancia y ortografía, fruto, no me cabe duda de un defecto de traducción, pero no favorecen a la autora. «Incluida el comisario», «sino podrían haber parado a cenar», «Ni un aspirante a sacerdote que resulta ser alérgico a las ostias».

Aun así, la novela es entretenida y recomendable.

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