lunes, 25 de noviembre de 2019

LA LUZ NEGRA



Parece mentira que quepa tanta poesía en el ambiente de las falsificaciones; esto es lo que rondaba por mi mente mientras leía esta novela bastante atípica. Puede ser que la pintura, el arte en general, embellezca todo aquello que lo rodea. Pienso en algunas imitaciones; lo más probable es que la genialidad no sea exclusiva de quien hemos conocido siempre como extraordinario. Es posible que algunos que residen en la sombra puedan recrear una obra mejor que la existente ¿Por qué no es ético llevarlo a cabo? ¿O sí lo es? ¿Y si juzgamos a un artista por su originalidad y a otro por su perfección? Son preguntas de respuesta, como poco, polémica, porque van destinadas a que reaccionemos desde la deontología.

Lo que no admite ninguna duda es la correspondencia entre la autora, María Gainza y el argumento de La luz negra; así, al igual que esta escritora porteña recibió por la novela el premio Sor Juana Inés de la Cruz, que distingue nombres femeninos de la literatura en español, la trama resalta a varias mujeres importantes por su talento:

La narradora, que muestra en su humildad una clarividencia absoluta y una perseverancia incondicional «La negra construía distancias tan sólidas que después eran imposibles de acortar. Pero incluso esa gente algún rastro deja».

Enriqueta, tasadora de falsificaciones, a quien la narradora sucede en su labor, pues de ella aprendió a hablar y a entender la pintura y al artista, y con ella se sintió valorada «mis dos mitades estaban satisfechas —el lado que buscaba protección, el lado que buscaba aventura—».

La Negra, de naturaleza controvertida, buena pintora y mejor falsificadora pues se introducía en la esencia del pintor original «Gambartes, por ejemplo, parecía sencillo pero tenía sus trucos, y por eso la Negra se ofreció como empleada de la limpieza en la casa del pintor».

Anne Burrows, escritora a la sombra de su marido que, a mediados del XIX decidió que iba siendo hora de que la mujer gozase también de justo reconocimiento; por eso, cuando Gilchrits murió, «Nadie hubiera podido hacerlo sino yo, le dijo Anne a su editor al entregarle el manuscrito. “Mientras escribía, el espíritu de Gilchrist estaba siempre conmigo” […] y ya nadie creyó en lo sobrenatural».

Y por supuesto Mariette Lydis, retratista de la alta sociedad bonaerense, de obra y personalidad complejas, pionera en el surrealismo de su pintura, con técnicas que más tarde se han trasladado a otras artes como el cine o el estilismo personal.

Estas cinco mujeres, seis si tenemos en cuenta a María Gainza y la mezcla que ha construido de forma natural, con lo real y lo imaginario sin marcar límites; todo forma parte de La luz negra; es difícil distinguir lo original de la autora y la copia de acciones o personajes. Entre todas revelan que no hay una verdad absoluta.

Hasta los museos están llenos de obras que en un momento se pensó que eran auténticas y luego, al darse cuenta del error, se las quedaron igual por su calidad.

Las seis mujeres demuestran que su posición ética no cede en ningún momento al poder, tampoco se dejan tentar por el éxito, pretenden ser coherentes con sus ideas sobre la belleza en diferentes épocas, y han conseguido por ello el respeto de quienes las conocieron aunque, en realidad, tampoco buscaban respetabilidad social sino libertad de pensamiento y acción, y respeto hacia sí mismas.

En el estilo de la novela destaca la metatextualidad; no es raro encontrar alusiones a Rojo y negro de Stendhal, , al crítico de arte y autentificador Bernard Berenson, al cineasta Orson Welles, al pintor Benito Quinquela, a la actriz Daryl Hanna o a los protagonistas de Los chicos del maíz. Asimismo hay cuentos entre sus páginas, como el del cocodrilo y los animales del bosque, que aluden a la importancia de la sencillez, porque la verdad siempre sale a la luz, como en la fábula de Esopo, La zorra y el cocodrilo. Y entre las reflexiones de las protagonistas se vislumbra la opinión de muchos artistas que consideran el Arte como algo universal innato a la naturalidad del ser humano, «odiaba la magia y la superstición porque decía que creer en eso era creer en el poder y el poder era enemigo del arte», afirmación que viene a resumir, entre otras, la obra teatral Crimen y Telón, de Ron Lalá.

Si la protagonista —sin nombre, ¿alter ego de María Gainza?— actúa en su búsqueda de la Negra, movida por verificar lo que le contó Enriqueta, las referencias textuales variadas operan como una busca de la obra total, aquélla que puede completar distintos significados, porque La luz negra revela la verdad del arte, de la belleza, del amor, del paso del tiempo, de la honestidad, de la alegría. Toda esta verdad reside en la imaginación, cuyo poder es superior a la realidad, no es algo que se pueda considerar un bien material. El Arte está dotado, como la Negra, de contornos imprecisos «se piensa en la Negra y después hay que dejarla ir, porque encontrarla sería arruinar algo que no logro definir pero intuyo importante».

Este espíritu indomable es el que María Gainza le ha asignado, en su novela, a la mujer, al arte, a la vida. La rebeldía de las protagonistas se deja ver en la estructura de la novela; comienza in medias res, el final es el presente y los hechos se van sucediendo entre analepsis, digresiones, transcripción del juicio ¿falso? por estafa, al industrial argentino Federico M. Vogelius, mecenas que impulsó numerosas empresas culturales en su país, y el catálogo de pertenencias, subastadas, de Lydis; a través de los lotes intuimos la sagacidad, el ingenio de la pintora en su estilo novedoso, «el Highland Princess parece un huevo de Pascua recién decorado. O una cebra marina», la falta de romanticismo, su gusto por el reconocimiento, el trauma por los psiquiátricos, su vida apasionada, la fuerza de su libertad, su indistinta sexualidad «tomó lecciones de francés privadas, diabólicamente privadas, con la mismísima Palmyre», sus relaciones con toda la sociedad de comienzos del XIX. La subasta nos hace entender la convivencia entre su homosexualidad abierta y la más absoluta nobleza decorosa, entre su alto status y la insurrección a las normas establecidas

RENÉE: piel morena, labios gruesos. Cuando se fue, esperé su llamado. Yo pensaba: Teléfono, pequeño dios negro, suena o te estrangulo

La autora nos mantiene en vilo durante la lectura porque, constantemente, antes de referir el nombre del personaje, da todos los detalles que lo distinguen, como si supiéramos de quién se trata. A veces utiliza para ello pronombres anafóricos y otras, elipsis, sinónimos, hiperónimos o cualquier elemento de repetición, hasta el punto de que comienza a tratar sobre un personaje y tenemos consciencia de quién es, con certeza, dos páginas después.

Le dije de qué quería hablar […]
—¿Cómo era? ¿Tan linda como dicen? […]
—Tenía algo de la figura de Lilith […]
—A mí me interesan sus obras
—A ella no […]
—Pienso, ahora, que el cocodrilo era menos un deseo de Óscar que de la Negra

Con un procedimiento similar al utilizado en El Lazarillo de Tormes, la narradora protagonista va contando la vida de la Negra según le refieren los numerosos entrevistados; poco a poco las historias son más cortas, pues ya nos hemos hecho una idea de cómo era su vida, qué quería que supiéramos de ella. Las últimas entrevistas no están detalladas, las contestaciones se solapan entre los interrogados hasta que en la mezcla que hacen de ella (sádica sexual, con la personalidad típica de los Escorpión, de afán asocial) llegamos a la verdad «Nunca nadie pudo verla». Ironía, marca de la autora, que maneja como nadie el humor en la prosa poética de la novela. Humor y disfrute que no está reñido con el rigor ni con la melancolía.

El humor aparece en las pretendidas mentiras «el publicista llevó un Lydis a vender pero esta vez en la galería le dijeron “Decile a la Negra que estos no salen más”», en la coquetería innata, en la estupidez también innata «las frases hechas le iban bien a la inteligencia de mi tío», al reírse de uno mismo, al exponer la obviedad que uno mismo no ve «A los setenta, Lydis se quejaba como la reina Isabel: la vejez la había tomado por sorpresa», al unir el arte a la cotidianeidad «Las bocas inflamadas anticipan el uso desaforado del botox que cundirá por la ciudad cincuenta años después». Humor en los tópicos geográficos «Sentí un poco de impresión ante el implacable cinismo, casi francés de mi amigo» y en las historias bíblicas «También al faraón lo agitaban sus sueños, pero él tenía a José siempre dispuesto a interpretarlos».

Y así, con humor y poesía, La luz negra irradia con claridad el concepto de la mujer y del arte.

miércoles, 20 de noviembre de 2019

PARÉNTESIS. TESTIMONIOS I



Mi buen amigo José Antonio me recomendó, indirectamente, pero yo recogí el testigo enseguida, al poeta griego, político perseguido, encarcelado por defender los derechos humanos, Yannis Ritsos. No había leído nada de él (¡como de tantos otros que merecen la pena y ni conozco!), así que compré Paréntesis. Testimonios I en una edición cuidadísima al mismo tiempo que sencilla. Pues lo he leído y, a pesar de que en ocasiones me costó entender algunas de las imágenes surrealistas, finalmente creo haberlo asimilado.

Si tuviera que resumirlo en un par de frases diría que, en efecto, se debe hacer un paréntesis para aislarnos de vez en cuando, tomar conciencia de quiénes somos y conocernos mejor, pero es obligado dar fe de lo que ocurre a nuestro alrededor y denunciar lo que no consideramos justo.

En este sentido, cuando en ocasiones he de replegarme a los intereses de otros aun sin parecerme correcto, lamento no tener la valentía de personas como Ritsos. Pero este es mi problema.

En el libro del poeta griego me ha sorprendido la confluencia de los elementos más tradicionales con las formas más novedosas. En una primera lectura tenemos la impresión de estar ante una poesía prosaica, hay versos pero son irregulares, y larguísimos, tiene un ritmo insistente que fluye espontáneo pero sin rima, los versos, escritos en su mayoría en tercera persona no son, sin embargo, el testimonio objetivo de lo observado sino que esa persona queda asumida por el poeta quien, a veces nos habla con el desgarro de la mujer, y otras con la inseguridad del hombre, o la certeza de ambos. La tercera persona se convierte en la voz del mundo porque es capaz de aceptar a la segunda para introducirse en una primera colectiva, el nosotros.

Música pobre, si cabes
métete por el codo agujereado del barrio

Como en una narración, el espacio queda perfectamente definido, al igual que el tiempo y la acción

El último resplandor de la tarde le iluminaba
la página abierta donde se disponía a escribir
algo sobre el mar o las casas cerradas

Una narración en la que, según lo contado, el narrador tiene la imperiosa necesidad de aclarar algo al lector, para que entienda sólo lo que pretende sea evidente

al oír ese silencio demasiado extenso (tan insidioso), se imaginaban
qué armas tendría

En ocasiones la lírica de Ritsos nos recuerda a un cuento, pues en las preguntas retóricas interpela al lector con la exclusiva finalidad de aportarle la respuesta correcta; hay que dejar constancia del elogio a la vida sencilla

No se veía bien qué clavaba —¿un taburete, un arca, una puerta?—

Otras veces la incursión de los diálogos en esa narración acerca esta poesía a una dramatización, con la que evocamos sin dificultad las acciones cotidianas

le preguntó tranquilamente «¿qué haces?». Y él contestó
más tranquilamente todavía: «cascar almendras». Y le dio dos o tres.

Igualmente, los diálogos en estilo directo dejan paso a determinados movimientos que, expuestos a modo de acotaciones, permiten revivir en nuestra mente una escena teatral.

«Me iré» —dijo ella— «me iré. No lo aguanto más; este viento…»
El otro tiró los naipes. Se oyeron pasos en la escalera.

Y no es raro encontrar descripciones tan detalladas que recuerdan una pintura o una fotografía

La sala quedó vacía: sillas revueltas, mesas
botellas, vasos, restos de comida. La última bombilla del pasillo
iluminaba el mudo arremolinarse de las sombras

La solidaridad, el miedo, el contacto con lo sencillo, el trabajo, la necesidad de estar con el otro, de darse a los demás, son un reflejo del compromiso político que planea por los versos de este poeta. Podemos realizar un Paréntesis momentáneo para meditar, para recorrer las raíces que nos unen a la vida, porque donde nos aceptaremos de verdad es en la sociedad, en la unión con los demás.

Allí reconociste inesperadamente que aquella era tu voz justa,
acorde con todas las voces confiadas que llenaban el aire

A pesar de distinguir bastantes elementos narrativos, la poesía de Ritsos es lírica, en sus versos rezuma una poesía social plagada de recursos poéticos; la mezcla de pronombres ayuda a forjar un nosotros en la «breve suma» del yo y «tú también», «mi mano», «nuestras manos».

Las construcciones agramaticales refuerzan la posibilidad de la irrealidad expuesta en Testimonios I, mediante hipérboles y personificaciones comparativas. Una irrealidad que es el punto de partida para manifestar las ansias de libertad que alberga el ser humano

…¿Éramos nosotros los que gritaban? Y las montañas
se vuelven más grandes y tajantes como los dientes del hambriento

Los paralelismos igualan soledad y victoria; algo paradójico que cobra sentido cuando asimilamos la soledad en la introspección, la soledad en el autoconvencimiento de que somos únicos y libres, como todo lo que forma parte de la naturaleza

como una total soledad, como una total victoria

En las antítesis reside el recurso perfecto para, en un presente sombrío, poner todas las esperanzas en el futuro. «Quiero enseñarte las cumbres rosadas en la noche».

Por supuesto, la repetición confiere importancia, de ahí que sean frecuentes las epanadiplosis, con las que quiere consolidar la esperanza: «Esperamos que amanezca. Esperamos» La anadiplosis se convierte en testigo de que la alegría de lo sencillo puede impregnar cada momento y llenarlo de felicidad si se comparte

ha dado a alguien los «buenos días»,
unos «buenos días» tan sencillos y naturales

Yannis Ritsos se vale del políptoton para enfatizar su deseo de que la mujer reaccione, pueda vivir feliz, deje su tristeza y su mutismo para mostrarse fuerte, tal como es, tal como piensa

por más que quieras despertarla, no despierta

Las piedras, las estatuas incompletas, son mudos testigos de lo ocurrido; el paso del tiempo es imprescindible para borrar el dolor, para poder deshacer el daño causado en esas esculturas milenarias, sin brazos, metáforas de la incapacidad de conectar el cerebro a la acción, de la incapacidad de comunicarse en su fractura, en su falta de interioridad. Hemos de sentirnos puros, «avanzas completamente desnudo», para conectar con el pasado y que éste nos ayude a construir un mundo mejor

y una estatua, alguna vez, apoya
suavemente su mano en tu hombro

domingo, 17 de noviembre de 2019

EL NEGOCIADO DEL YIN Y EL YANG



A principios del siglo XX, Pío Baroja escribió una trilogía: La lucha por la vida, donde expone, entre realidad y ficción, las andanzas de Manuel Alcázar, un personaje apático que intenta encauzar su vida en el marco cambiante de la política española.

Ahora, a principios del XXI, Eduardo Mendoza, extrae algunas citas de la obra del noventayochista para ilustrar las peripecias de Rufo Batalla, personaje que, haciendo honor a su nombre está en constante movimiento aunque paradójicamente no sea amigo de aventuras.

El negociado del yin y el yang es la segunda parte de la trilogía, encabezada por El rey recibe, que trata momentos definitivos sociopolíticos del siglo XX. El protagonista es el mismo que ocupó las páginas de la primera parte, Rufo Batalla, y continúa sus relaciones (impuestas por las circunstancias) con el príncipe Tuukulo quien, en su intento de recuperar su reino, absorbido por la URSS, lo envía a Oriente para que negocie en su nombre con Tuam Patam, quien está al mando de Ju Ju Island, paraíso fiscal de cuantiosas divisas que, los nuevos empresarios de la reciente democracia española, derivan allí. A cambio de sus servicios, Rufo recibirá una importante suma que quedará blanqueada en el momento en el que él le dé curso legal desde su banco.

Curiosamente Rufo Batalla no es consciente de su cometido hasta que los hechos no van sucediéndose. Se va enterando de lo ocurrido paso a paso. El príncipe le advirtió que era mejor su ignorancia en el asunto y a Rufo le resultó más cómodo dejarse llevar, porque, en realidad, tampoco se sentía a gusto donde estaba ni con lo que hacía.

Nuestro protagonista es un exiliado forzoso en Nueva York, que en los 70, y con motivo de la muerte de su padre, vuelve a España, donde tiene ocasión de acudir a una fiesta en casa de un representante de Naciones Unidas. Allí se cerciora de la falta de entusiasmo, escasez de opinión y de la soledad que se respira en un país dictatorial «Me respondió que en realidad defendían los intereses de su país y de sus compatriotas, fuera cual fuera el gobierno de turno», así que regresa a Nueva York. A la muerte de Franco, en 1975, se plantea volver a su Barcelona natal, viaje que pospone para aceptar el encargo de Tuukulo; se da cuenta de que su juventud ha sufrido un vuelco en Estados Unidos, hasta el punto de que no se siente parte de ningún lugar, tiene miedo de encontrarse cara a cara con el país atrasado y cerrado que dejó atrás, y miedo de quedarse en un lugar donde no se siente del todo parte real, así que vuela a Tokio con la misión de entregar una carta.

De Tokio viaja a Bangkok y de allí a la isla Ju Ju Island; a la vuelta es apresado por unos piratas que confundidos por su identidad, creían que era el príncipe, pretenden sacar beneficios. Rescatado por Norito, su acompañante en Tokio, puede regresar a Barcelona, donde lo defrauda un país no tan moderno y libre como esperaba. Tras muchos sinsabores consigue un trabajo, la recompensa por la misión llevada a cabo para Tuukulo y una sorpresa con la que no contaba y que nos hace esperar, impacientes, la siguiente entrega de la trilogía Las tres leyes del movimiento.

Eduardo Mendoza hace referencia, en esta novela, a cómo podemos aunar las fuerzas del universo, responsables de que encontremos un equilibrio entre lo que nos ata a la tierra, el concepto femenino del yin, y lo que nos fuerza al movimiento, concepto masculino del yang.

Curiosamente Rufo Batalla representa el yin a su pesar, puesto que él, pasivo por naturaleza y conformista, no se siente llamado a echar raíces en ningún sitio, pero tampoco busca el cambio. Serán las mujeres con las que se relaciona quienes, como el yang que le da el equilibrio, vayan abriendo un resquicio de luz en su vida. Su hermana Anamari lo fuerza a viajar a Alemania, para que pueda conocer mejor a su hermano, y de esta forma a sí mismo, mientras le busca desesperadamente un trabajo en España que solucione sus problemas. Su madre le aporta la casa familiar para que resida normalmente en Barcelona. Por otro lado, la esposa del príncipe, Quenn Isabella, en realidad Mónica Coover,  la sobrina de la abadesa, Mme Kwank, Norito, y la propia Caroll, son quienes lo buscan, deciden tener sexo y sacarlo de cualquier apuro,

…oí la voz de Norito […]
—¿Cómo has llegado hasta aquí?
—Nadando
¿Para qué?
—Vaya pregunta. Para sacarte de este enredo

Si el planteamiento del autor entre el yin y el yang es original, también lo es la construcción que realiza de la ciudad a partir de focalizar la atención en el protagonista. El espacio adquiere, junto a Rufo Batalla, la categoría de personaje, hasta el punto de que empatizamos con la ciudad acogedora y moderna de Nueva York, con la llamada de auxilio que nos llega de Oriente Medio y con el rechazo que le supone a Rufo su propio país, al que no ve avanzar, «Reconozco que mi queja es estúpida. Estamos rodeados de dolor, de violencia gratuita. Al enfermo y a la víctima no se les brinda la posibilidad de quejarse, porque no hay alternativa a su infortunio. La queja surge cuando hay alternativa y reflexión: una infrecuente conjunción de lujos».

Y lo más relevante es que este espacio-personaje perteneciente a un tiempo anterior, ilustra en todo momento el presente ¿Cómo es posible que no aprovechemos las alternativas?

Mendoza consigue literaturizar las ciudades mediante el contraste entre lujo y abandono, o con una parodia de las circunstancias propias del lugar «Enmarcada entre una espaciosa franja de mar y una suave y diminuta cordillera, Barcelona viene definida por sus límites. Por esa causa el barcelonés vive encajonado y, aunque finge ignorar su discapacidad, por más que se apresure, nunca saldrá del corto perímetro de su demarcación». Asimismo une la documentación de los hechos reales que reconstruyen una época, con una descripción subjetiva del espacio, donde representa los sucesos históricos que le sirven para profundizar en lo problemático, «En aquella época y a nivel simbólico, todo barcelonés se identificaba en su fuero interno con el más estrafalario de sus habitantes: un gorila albino apodado sin ingenio Copito de Nieve […] atracción única en el mundo por la que nadie sentía piedad, quizá porque él nunca esbozó un ademán que la inspirara».

El estilo cervantista de Mendoza también aparece en El negociado del yin y el yang; Rufo Batalla actúa sin saber qué va a hacer ni cuáles serán las consecuencias; ante unos personajes es Rufo pero ante otros es el príncipe Tuukulo, alguien desubicado por completo de la realidad para poder ofrecernos, con el característico humor mendoziano, otra deformada, absurda, «Me encontré en la cubierta de un barco bastante grande rodeado de individuos de tez oscura, con pinta de antropófagos. Uno de ellos se plantó delante de mí y pronunció unas frases guturales en un idioma desconocido. Le pregunté si hablaba inglés. Emitió un gruñido».

Una realidad que intuimos verdadera, pues los sentimientos que afloran convierten a las conclusiones en universales al estar asentadas en un tiempo anterior, profético. Una realidad pretérita que refleja de forma desconcertante la actualidad. Excelente novela, y valiente, que, como su autor, conjuga a la perfección el yin y el yang.

lunes, 11 de noviembre de 2019

CIRCE



Me gusta hablar con Amaya porque veo en sus razonamientos la sabiduría adquirida al estudiar otras culturas, la aceptación de todos los seres humanos como seres diferentes, la frialdad necesaria para tomar buenas decisiones y la ternura infinita con que las lleva a cabo.

Amaya me ha dejado este libro y, al terminarlo, me ha venido a la mente algo que leí y no llegué a entender hasta ahora: según el escritor y cineasta colombiano René Rebetez Cortez, «La ciencia ficción no es sólo un género literario, sino algo más: un estado de conciencia».

En Circe hay numerosos episodios que exponen el estado de conciencia social; sólo tenemos que asistir, horrorizados, a la tortura que los dioses le infligen a Prometeo. El espanto no viene tanto por el dolor sufrido, sino por cómo somos capaces de presenciar un suplicio constante, hasta el punto de sentirnos invulnerables al sufrimiento ajeno. Asimismo el encumbramiento de Glauco, un pescador convertido en dios, golpea la conciencia de todos los que pueden escalar socialmente y olvidan con rapidez sus raíces. O las mentiras, fruto de la desconfianza en nosotros mismos, que llegamos a utilizar para ascender en la sociedad. Los hermanos de Circe, Perses, Pasífae y Eetes, ocultan sus poderes a su propio padre, Helios, y a Zeus, por temor a ser castigados.

Prometeo, Glauco, Pasífae… todos forman parte de una mitología nacida hace miles de años, aunque reflejen la conciencia actual del ser humano; por eso son universales.

Madeline Miller, ha escrito una obra que encierra una serie de características distinguibles con facilidad: Con una narrativa sencilla aunque expectante, que nos recuerda en ocasiones a un cuento de aventuras por el héroe protagonista, la exaltación de la osadía o los cambios de suerte, la autora relata, entre otros, el viaje de Circe, convertida en Perses, por el estrecho de Mesina para llevar, con éxito, a Dédalo y su tripulación de vuelta a Creta «Los remeros se estremecían a causa del esfuerzo y del miedo, y los escálamos chirriaban a pesar de estar engrasados […] Ella golpeó la popa del barco. La cubierta reventó en astillas y un tramo de regala saltó por los aires […] pero lograron aguantar, y con cada momento que pasaba estábamos más lejos».

Está claro que la narración, presidida por seres fantásticos que conviven con  humanos, se convierte en cuento maravilloso al exagerar las cualidades de algunos personajes, sobre todo los que rodean a nuestra protagonista para entorpecer constantemente sus actos, con prohibiciones o dificultades que extreman las características de un mundo sobrenatural: «Lo llamaban el monte Dicte. Ni siquiera los osos, los lobos o los leones se atrevían a transitar por él, solo las cabras sagradas, con sus enormes cuernos que se retorcían como caracolas.»

Pero aparecen monstruos que generan, como en un cuento de terror, acciones angustiantes en una atmósfera de inquietud que se traslada al lector aumentando su tensión, «Intenté retirar la mano, pero sus mandíbulas la tenían firmemente agarrada. Asustada, tiré. Los bordes de la herida se separaron y la cosa se deslizó hacia delante. Se agitaba como un pez en el anzuelo, y la porquería que soltaba llegó hasta nuestro rostro».

La novela recrea diferentes técnicas para completar la narración de un pasado, un presente y un futuro. Con las catáforas imprime expectación en el lector que, ávido de saber a quién se refiere la narradora o de qué aspecto trata, multiplica el interés por lo que está leyendo «Ella entró como una ola por mi puerta al siguiente anochecer; tenía los músculos de los hombros duros como piedras […] detrás de mí caminaba mi leona salvaje». Las prolepsis presentan una historia redonda del mito y satisfacen la curiosidad del lector que se entera de cómo termina, al tiempo que entiende cómo empezó todo gracias a las analepsis.

Con las digresiones sobre otros personajes o hechos secundarios, el entorno mitológico de Circe queda cubierto, pues consiguen que conozcamos a casi todos los que tuvieron contacto con ella, familiares, amigos o enemigos «Sabía que la amaba (a Penélope) desde el momento en que me había hablado de que tejía. Y, aun así, se había quedado, mes tras mes, y yo me había dejado engatusar […] todas aquellas noches en mi cama no habían sido más que sus mañas de viajero».

La narración está efectuada en primera persona por la propia Circe, de esa forma los sucesos adquieren verosimilitud ante el lector, sin que se dé cuenta de que, en ocasiones, la mitología está adaptada al nuevo contexto novelado. Es una metaliteratura, donde encontramos otra acomodación de la interpretación de los mitos.

Finalmente, al igual que en cualquier obra de ciencia ficción, el lector es capaz de adentrarse con Circe en realidades paralelas, como el océano más profundo o la burbuja que hace de la isla real Eea, donde se siente a salvo del peligro que supone su propia realidad. También Dédalo parte, en su caso, de la tecnología más rudimentaria para huir de su confinamiento. Consigue volar, ayudado por conocimientos científicos y plumas de animal, aunque su atrevimiento será castigado por los propios dioses. Esta nueva realidad, las profundidades del mar o el cielo surcado, no son sino deseos pasados de un hombre hechos posibles en un presente, desde la ciencia.

En la tortura eterna de Prometeo, en el cambio a humano de algunos inmortales o a dios de algunos hombres, observamos el interrogante que la autora imprime en los lectores sobre asuntos trascendentes para la humanidad, como el paso del tiempo, la vida o la muerte.

Esta incógnita está presidida por una atmósfera de ahogo, en el inexplicable temor que sentimos en el parto de Pasífae, quien da a luz al Minotauro, o en la muerte de Ulises causada por su propio hijo para conseguir que se cumplan las leyes del destino. Sólo la propia naturaleza será la encargada de actuar como salvaguarda a los asaltos sufridos por los demonios que nos atacan; por eso Circe necesitará el contacto con las flores, con la vegetación, para ser consciente de su poder, «Aprendí que el mejor momento para cosechar mis plantas era bajo la luna […] ese fue el instante en que me sentí bruja por primera vez».

Pues llegados a este punto, yo me pregunto, fruto de mi ignorancia, ¿no será la mitología, al menos, la antecesora de la ciencia ficción? Puede ser, o no, da igual. Lo importante es que Miller se adentra en el mito de Circe para modelarlo en su espacio ficticio y conseguir que la venganza de esta diosa sea el resultado del sufrimiento  al ver constantemente destrozados sus sentimientos. Circe es un personaje atractivo, que ayuda sin temor a las consecuencias, que apuesta por la libertad, aunque ésta conlleve la soledad, antes que seguir soportando humillaciones; que se va formando como ser humano con tareas propias de hombre, como la lucha, y de mujer, como la maternidad; que es inconformista e incansable en su preparación. Nunca abandona; trabaja, estudia, experimenta, se equivoca una y otra vez hasta alcanzar la perfección, que irónicamente encuentra en la imperfección del ser humano.

Madeline Miller expone las relaciones familiares, las intrigas de los poderosos, y la fuerza ingobernable femenina en un mundo de hombres, en dos historias diferentes aunque paralelas en el recorrido; con un ritmo narrativo ágil, entretenido, divertido a veces, duro otras.

No quiero desvelar el argumento literal de Circe, merece la pena disfrutar de él en todo momento, pero la historia recreada, de esta maga inmortal, es una clara metáfora de la historia de la mujer; la propiedad de un padre o de un marido, capaz de razonar aunque haciendo prevalecer los sentimientos en una aceptación incuestionable de la supremacía masculina, que ha pasado por constantes humillaciones para conseguir migajas de lo que ella creía amor, hasta llegar a autodespreciarse, «la pena que hace a las de nuestra clase preferir ser una piedra o un árbol en lugar de ser carne».

Sólo cuando la mujer es consciente de que no es tratada como ser humano, puede adoptar una postura calculadora que le permita ser libre para tomar las decisiones que quiera; puede prepararse para luchar y defenderse de quienes intentan atentar contra ella, física o mentalmente, y puede decidir a quién y cuándo amará, sin importar las consecuencias, sin temer al dolor o a la muerte; puede ser implacable con quienes pretenden victimizarla y desplegar toda la ternura y sacrificio necesarios para conseguir que alguien a quien quiere sea feliz. Porque quiere. Y es libre. «El dolor eterno a cambio de unos cuantos años más para tu hijo mortal […] —Estoy lista– dije».

¡Brindemos por esta mujer!

sábado, 2 de noviembre de 2019

COMETIERRA



En un pueblo de la Argentina más profunda, la violencia machista es lo que domina. Cuando una mujer es asesinada a golpes por su marido, la niña, huérfana, ve lo ocurrido al echarse tierra de la tumba en la boca. Este don maldito queda como característica de esta chica, a quien acuden aquellas mujeres víctimas de alguna pérdida, para que Cometierra les revele la verdad.

Dolores Reyes plasma de forma certera, en una mezcla de realidad y alucinación, la condición de la mujer. Cometierra es casi invisible para todos, de hecho, sólo en el juego virtual consigue realizar su deseo más auténtico «La golpiza le comió un montón de energía y en la pantalla apareció FINISH HIM! Raidem se tambaleaba en el medio de la escena y pude terminar de matarlo».

La novela podría ser un cuento en el que la acción queda sustituida por la emoción, los pensamientos, los recuerdos que aparecen en la mente de la protagonista, que, al llegar de la mano de la videncia extraña de la que hace gala, quedan en una nebulosa de misterio, aunque en la lectura seamos conscientes de asistir a una realidad concreta, una realidad en forma de espiral que atrapa a Cometierra hasta conseguir desvanecerla. El estilo ayuda a agrandar la confusión de la protagonista con hipérboles gradatorias que acrecientan el sufrimiento psíquico; los sentimientos duelen más que el propio cuerpo lacerado. El mundo interior se abre paso en lo material, «Los ojos me ardían, las manos me quemaban, pero lo peor era la tierra de Ian adentro de mi cuerpo».

El lenguaje utilizado por la narradora-protagonista, plagado de localismos y locuciones argentinas refleja su cultura, y combinado con expresiones vulgares evidencia el nivel social al que pertenece «mi personaje saltaba hacia atrás y Hernán se cagaba de la risa». El espacio y los personajes de Cometierra reflejan la problemática social de la mujer y denuncian el estado en el que se encuentra aún hoy, en el siglo XXI. Para que esta acusación sea más efectiva, la autora establece un intento, conseguido, de arruinar la verosimilitud realista y la estructura requerida en una novela a favor de la creación libre.

Dolores Reyes deja su alma en Cometierra pues no se aleja de su ficción sino que se introduce en ella. La presencia de la autora se intensifica, se agranda hasta tomar consistencia de Mujer, como persona que vive a expensas del hombre, como ser cuya sensibilidad se acentúa porque así lo viene experimentando a lo largo de los siglos, como alguien dispuesta a sacrificarse, a sufrir no sólo por ella misma sino en nombre de quienes la rodean, sobre todo si son, a su vez, mujeres.

Por las páginas de Cometierra circulan personajes fácilmente reconocibles en la sociedad actual: la madre, muerta a manos de su marido, de una niña a la que deja desamparada y necesitada de seguir pidiéndole ayuda aunque ya no esté «Sin vos no soy nada, no quiero ser».

La tía de la niña, que no se ve capaz de enfrentarse a la situación de abandono en la que ha quedado su sobrina «—Sucia. Te veo tragando tierra otra vez y te quemo la lengua con el encendedor».

Los propios niños del barrio, acosadores de quien tiene una sensibilidad especial aunque sea fruto del sufrimiento más terrible. «En la escuela, con el tiempo, nos dejaron de joder. No hubo más tierra adentro de mi mochila ensuciándome los cuadernos».

La profesora de la niña, asesinada también, como su madre, y con quien intenta comunicarse para saber qué ocurrió, pues las autoridades, hombres, no se esfuerzan lo suficiente, «y cuando la policía dejó de buscarla […] la busqué al borde del patio, en la tierra donde paraba sus lindas botas para vernos jugar».

Los propios familiares de Cometierra, que la van abandonando cuando temen ser tomados por locos, o brujos; la superstición sigue estando hoy presente en la sociedad, da igual que sea rural o urbana «Cuando al día siguiente encontraron el cuerpo de la seño Ana en el terreno del Corralón Panda, la tía se fue».

Los amigos que, cuando observan el peligro, también desaparecen; nadie quiere enfrentarse a los asesinos, a los violadores, a las mafias que arremeten contra los más débiles «Hernán no hizo como mi hermano. Estaba callado y no se me acercaba».

Las propias mujeres que le piden ayuda, víctimas de violencia machista, también van apareciendo en tinieblas a pedir ayuda a Cometierra. Ella se las dará aunque esté predestinada a la amenaza y la soledad «Cerraba todo. La casa y nosotros, el día entero a oscuras».

Es tal el desamparo al que se ve sometida que ya no se siente una persona. La incomunicación obligada a la que es reducida consigue que ni ella misma se acepte como persona, que vea normal la poca estimación que se le tiene socialmente; de hecho, es la propia mujer quien se observa como un animal herido «Como no podía imaginarme a mí misma muriendo, me imaginaba a una perra que arrastraba una de sus patas».

Llega un punto en el que, a pesar de encontrar a alguien que la acepta y la trata bien, los fantasmas que la persiguen no la dejan; por eso decide que debe romper con lo que la rodea. No puede seguir ayudando porque precisa vivir, no quiere ser otra víctima más, necesita ser, «un nombre para mí».

Dolores Reyes ha querido, con su escritura, evitar más pena y desolación a la mujer. Para conseguirlo, muchos deberían leer la novela. Es un canto a la igualdad, una llamada para que todos luchemos contra la lenta tortura física y psicológica que supone la violencia machista, una manera elegante y dura, poética y desoladora de decir basta. Imprescindible.