sábado, 23 de noviembre de 2024

EL SICARIO DEL SACROMONTE

El último libro de Jaime Molina García comienza con uno de los poemas de Borges de su Elogio de la sombra: Fragmentos de un evangelio apócrifo, restos implacables, momentos de la vida del hombre que permanecen para siempre aunque nos reconforten durante un instante. Así hemos de tomar la vida, como ocasiones felices que, pese a ser conscientes de que no durarán para siempre, mejor tratarlas como si fueran a ser eternas. Este poema no habla de justicia, la novela de Molina García tampoco; sí de piedad. No hay solidaridad, sí populismo. No podemos escapar al determinismo pero necesitamos creer que somos libres para seguir viviendo.

La estructura de El sicario del Sacromonte es bastante original; está dividida en siete capítulos, titulados para dar una pista al lector sobre su contenido; igualmente, en letra distinta a la de la historia, todos abren con algo ajeno a la trama que, sin embargo, va a coincidir en algún punto del episodio. Así, en el Capítulo 1, Bautizo de sangre, un narrador externo describe cómo un ponente abre el ciclo de charlas «¿Cuándo matar al padre?».

La respuesta a esas conferencias está en la trama de la propia novela que comienza in medias res aportando un dato fundamental para conocer al protagonista: Lucas ha pisado fondo y será capaz de todo. A través de digresiones, recuerdos y analepsis, en el primer capítulo conoceremos a los personajes relevantes de la historia: Lucas, camarero; su jefe Ramón; el patriarca gitano, Jaime; su hija Estrella; Juan, mano derecha de Jaime y enamorado de Estrella; Augusto, padre de Lucas y Matías, un drogadicto capaz de amenazar a los gitanos por no cubrir su necesidad de estupefacientes.

Las condiciones de cada uno quedan expuestas. El ambiente también y nada es favorable para ninguno de ellos. Todos viven en la cuerda floja, es cierto que no con el mismo poder, pero la actitud machista de unos, la falta de libertad de otros, el miedo de todos, envuelve los diferentes ambientes: Granada, Madrid, la cárcel, un bar en el extrarradio o una casa en donde se sufren maltratos. A Lucas la vida lo ha tratado mal desde siempre y a pesar de todo quiere salir de su propio agujero.

Él y Estrella se atraen en cuanto se conocen, algo que Juan no está dispuesto a consentir. Tampoco Jaime. La unión entre payos y gitanos no está tolerada; no están dispuestos a que se resienta el clan.

El autor deja como trasfondo de la novela las dificultades para pertenecer a un grupo en donde no te has educado. Los intereses son diferentes, las tradiciones también y no se pueden adoptar, hay que empaparse de ellos a lo largo de generaciones. Podemos servirnos de quienes viven con distintas costumbres, pero nunca aceptarlos como parte de nosotros; podemos firmar pactos, ofrecer asistencia mutua y unirnos para llevar a cabo algo concreto, pero será efímero. No hay ayudas eternas, tampoco gratuitas, actuamos de manera egoísta, «Los secuaces subieron a Matías al asiento de atrás […] al tiempo que lanzaba desesperados gritos de auxilio ante todos los vecinos, que asistían perplejos a esta escena».

Los actos humanos, incluso el pensamiento, son predecibles desde que comenzamos nuestra andadura. Todo tiene una causa y unas consecuencias por lo que el pasado y el futuro están conectados. No existe el azar. No hay posibilidades de tener un golpe de suerte porque somos el producto de unos genes y los condicionantes emocionales y educacionales. Las acciones de Lucas, inconcebibles e inaceptables, son previsibles cuando conocemos sus orígenes, incluso empatizamos con él y aprobamos lo que lleva a cabo «Hay gente que cree que ese sicario del Sacromonte está limpiando el barrio, entre comillas […] En la policía estamos para tratar de erradicar la delincuencia, pero no de esa forma».

El segundo capítulo se abre con una reflexión demoledora: la vida no tiene sentido desde el momento en que no lleva un orden auténtico: «Resulta complicado no perderse en la trama existencial porque no existe trama alguna». El cerco va cerrándose alrededor de Lucas: su padre, los rumanos que se han añadido a sus problemas con el clan gitano, del que cree que puede llegar a formar parte, y la sensación de abandono que, desde niño lo amedrenta.

¿Dónde está la integridad del ser humano? El narrador cede la palabra al propio autor al comienzo del capítulo tres para que nos traslade, como en una letanía sacada del ubi sunt, todos los horrores de los que somos capaces, pero a diferencia del tópico medieval, no nos salvaremos a través de la muerte sino del amor: «Qué hacían aquellas sencillas gentes cuando no apaleaban a negros o a gitanos o a rumanos […] Qué hacían cuando no iban a las guerras […] Qué hacían cuando los hombres no acuchillaban a las mujeres […] Qué hacían cuando no conducían en dirección contraria […] Qué hacían cuando no enarbolaban banderas o razas […] Se enamoraban, se enamoraban sencilla y torpemente». A pesar de las extorsiones que Lucas realiza, Estrella será para él como una luz y ahí queda la reflexión: el amor y la necesidad o la venganza no pueden conectar, las represalias formarán una rueda de la que será difícil escapar.

La voz que abre el capítulo cinco transforma, con la segunda persona, al lector en el personaje principal. Nos hace partícipes de la historia, para que seamos capaces de identificarnos con Lucas; nosotros, que también hemos cometido errores, ¿qué haríamos si estuviésemos en sus circunstancias? La conciencia del protagonista pasa a ser nuestra propia moral, de manera que somos capaces de mentirnos hasta eliminar la culpa cuando no sabemos salir del pozo, «Cada gota parecía reflejar su dolor interno. Eran lágrimas invisibles que se unían a su pena. La tristeza era abrumadora […] amenazaba con engullirlo por completo».

El capítulo seis, también en segunda persona, alude con el Quid pro quo a la destrucción que deberemos afrontar cuando nuestra principal actividad consiste en abatir a los demás. En realidad sabemos que será una autodestrucción.

El capítulo siete, el último de la novela, retoma la reflexión en tercera persona y comienza con un oxímoron. Una oración paradójica que contesta a la pregunta de las charlas del principio para que el argumento finalice cargado de desesperanza:

«Hablemos largo y tendido sobre la redención: no existe».

Y habremos de leerlo para ver si Jaime Molina decide llevar a cabo la conclusión o decide que el protagonista puede liberarse de su angustia.

El argumento de El sicario del Sacromonte es interesante y opresivo.

El estilo de Molina García es ameno, al lenguaje coloquial le une numerosos términos calés para acercarnos a la tradición gitana. Tanto esas palabras como las locuciones latinas, que Jaime usa a modo de sentencia, están traducidas, por lo que no reviste dificultad lectora. Jaime, el patriarca, actúa como un juez, sus expresiones en latín remarcan la importancia de su pensamiento y sus actos; frases cargadas de antigüedad, como la cultura gitana, pero aún pilares fundamentales en su legalidad actual, que no descarta la violencia ni la venganza pero tampoco la salvación «Forsan miseros meliora sequentur».

sábado, 9 de noviembre de 2024

DETRÁS DEL CIELO

La historia de Detrás del cielo comienza con un grupo de personas de Tras do Ceo preparadas para emprender la caza del Solitario, un jabalí albino, gigante, con fama de asesino; el pueblo lo ha dotado de una inteligencia superior, más que los humanos. El taxista Meco, el doctor Muriel, el notario Estanis, el constructor Amadeo, el cabo Bruno y Dombo, el narrador, se han dado cita para vengar la muerte de Roi Vello tras ser atacado por el jabalí.

En primera persona, Dombo relata cómo anteriormente había pasado unos días siguiendo al Solitario, como si fueran un detective privado y su objetivo. El jefe del rastreo, Estanis, se lo había ordenado para poder ir por delante del animal llegada la hora de abatirlo: «Lo vi con estos ojos. Paseó de noche por la aldea abandonada […] Entró en la antigua taberna, en la escuela, en el salón de baile que hacía las veces de cine».

Dombo aprovecha los flashbacks para darnos a conocer la historia de su familia y de los vecinos del pueblo. Tras do Ceo se convierte en símbolo de la sociedad actual donde depredadores naturales y sociales consiguen que sobrevivan los más fuertes, los que tienen menos escrúpulos, los que no dudan en aprovecharse de los más débiles, torturar o matar a quienes les impiden realizar sus deseos. Oligarcas y empresarios sin miramientos de ningún tipo que rechazan a la naturaleza en plena naturaleza, consiguiendo que la vida se endurezca más para el resto, «Nada de lo que se veía desde la balconada de Chorima estaba allí, pero estar estaba todo. No estaba la nube de estorninos […] pero sí estaba la exacta geometría de la casa del Bardo Cienfuegos». Una sociedad que no es para el tío de Dombo, Antón, llamado simbólicamente El Otro, porque con sus ideas de amor a la naturaleza, de respeto por los animales, de forma de vestir y actuar «adamado» era distinto a los demás.

Dombo pretende ser objetivo en la narración. Cuando habla de su familia lo hace nombrándolos por el nombre de pila o sus apodos, raramente por el parentesco que los une; es una forma de distanciarse de lazos familiares, de exponer un mundo falto de cariño y protección. Desde el principio, Dombo introduce diálogos de sucesos anteriores que, si bien intuimos importantes para la historia, desconocemos por qué; la narración no es lineal, pero todo se va colocando en su lugar y somos testigos del papel que cada uno representa en el argumento aunque la trama inicial no lo ponga fácil «…se me acercó con la disculpa de […] Las verdaderas cuestiones no eran esas. Me lo imaginaba […] ¿Cómo es la niña? […] Muy en voz baja, eso sí, preguntó lo que no debía preguntar».

El ambiente es extraño, inquietante, como el propio narrador, que no tiene problemas en animalizarse o asumir que los demás lo hagan, «Me quería como a un perro». Dombo deja claro cuál es su forma de pensar; es un superviviente nato que prefiere no enfrentarse a los demás, sino actuar por su cuenta después de observar. Sabe que lo infravaloran y lo prefiere, de esta forma, como El Solitario, podrá actuar llegado el momento. Los límites entre el muchacho y el jabalí se difuminan, «o porque me consideraba un papanatas. No es el único imbécil que me considera un imbécil».

Continuamente este narrador protagonista interrumpe el hilo narrativo para introducir digresiones con las que reflexiona sobre determinados actos o comenta situaciones que le vienen a la mente. En principio, parece que no juzga; somos los lectores quienes lo hacemos ante un entorno embrutecido en el que el jabalí va quedando como la verdadera víctima.

En general, los animales están al servicio de las personas, quienes se olvidan de cualquier compromiso moral o afectivo; el pueblo se adocena sin ser consciente de ello «Fue una suerte para él. No oír los gemidos de los animales cuando los mataba. Vivíamos cerca y aquel llanto entraba y recorría la casa como si el mar levantara el tejado».

Dombo se comporta como un trastornado que no le da importancia a nada, hasta el punto de parecer insensible: No valora lo que sabe, hasta dónde es capaz de llegar; tampoco la ayuda que puede ofrecer a los demás. Aparece ante nuestros ojos como un dios capaz de ver y saber lo que hacen los demás.

A veces deja de narrar la historia para permitirnos ser partícipes de una conversación privada entre algunos de los cazadores. Los lectores nos mantenemos en tensión porque nos llega una información dosificada, en clave, de la que deducimos que realmente son protagonistas de escenas violentas e ilegales, «…no era la primera vez que los escuchaba por el walkie-talkie. Hablaba Estanis: Desde lo de la puta del Edén el doctor anda con pies de plomo. Ya sabes lo de la niña. Si se entera su mujer lo hunde en la miseria. Hablaba Meco: ¿Pero, sigue pagando? Hablaba Estanis: Afirmativo, afirmativo. Duroc está en prisión pero…».

Dombo es omnipresente; todo lo sabe, todo lo ve, está en todas partes para impartir justicia si es necesario. A él nadie lo ve, nadie lo valora. Ahí está su ventaja.

El estilo de Manuel Rivas es fluido, detallado, poético, duro. Rivas empuña la pluma y moldea las palabras hasta conformar exactamente lo que quiere decir, en la forma, en el fondo y en el trasfondo de lo expresado para denunciar el trato vejatorio que les damos a los inmigrantes sin tener en cuenta que han huido de su país por ser víctimas de vejaciones «…y en vez de ser escuela de infancia, donde aprender a leer y escribir, se convierte en escuela de tortura». La denuncia de la explotación de los inmigrantes, lleva aparejada la esclavitud que aún en nuestra actualidad existe.

Nuestro Premio Nacional de las Letras Españolas saca a la luz el problema de la despoblación de las zonas rurales «Las vacas sabían que en Chorima vivíamos a pérdidas». Sin embargo, la naturaleza resiste en medio de tanta miseria, en medio de tanta animalización, como único reducto limpio, inocente «El camino hondo era ahora una especie de coro […] cantaban los mirlos […] cantaban ebrios de madroño, enebro y rojo Oeste».

Hay escenas descriptivas, narrativas, dialógicas en las que introduce analepsis para volver al momento actual, escenas tan sobrecogedoras que claman como si de una tragedia griega se tratara. Peor. Si Edipo, por seguir una pulsión natural, se priva de la vista, a Stella, por perseguir el deseo de libertad se la priva del habla. No hemos avanzado tanto después de más de dos mil años. Al contrario.

Cuando una persona, en este caso, mujer, decide que ha luchado bastante por tener una vida de calidad, feliz, puede querer dejar de hacerlo; esto no indica quitarse voluntariamente la vida sino querer dejar de sobrevivir en un mundo hostil; de ahí que Silvia diga: «Maimai no se suicidó, como andan diciendo. Maimai murió porque quiso».

En casos como este la muerte es un castigo que la mujer impone a quienes han ejercido contra ella la violencia machista. Es una manera de vengarse del vengador.

En los diálogos encontramos confesiones de los personajes que, sin querer, abren su alma a los lectores para mostrar la alegría, la bondad o la podredumbre que llevan.

En la más absoluta miseria, el lenguaje poético imprime un nuevo sentido de esperanza para el hombre: «todos nos quedamos mirando aquella espalda. Un volar de golondrinas entre las melenas y que ascendía sorteando las vértebras e internándose por la nuca». Perfecta la conjunción mujer-naturaleza que imprime, en un nuevo realismo mágico, el mensaje de esperanza que desea para todos Manuel Rivas.

sábado, 2 de noviembre de 2024

ABISMO

Abismo es una novela de Estela Melero en la que una situación traumática, vivida por unos adolescentes, los perseguirá durante catorce años, hasta que experimentan una circunstancia análoga y deben afrontar unos crímenes similares a los ocurridos entonces.

Sina Huertas y su equipo de la guardia civil resolverán los casos, no sin antes quedar implicados en los asesinatos.

La trama está basada en dos muertes acaecidas en la actualidad. Y en traumas infantiles que se van uniendo a terrores posteriores. El narrador, en tercera persona, es omnisciente, pues conoce lo que sucedió en el pasado y lo que van haciendo en el presente los personajes. Pero solo relata, dosificado, lo que le interesa; así, la protagonista, Sina Huertas, teniente de la guardia civil de Montanea, se ve envuelta en sus miedos antiguos y en los actuales hasta que se da cuenta de la dimensión del suceso en el que está metida. Necesitará de la ayuda de sus compañeros para poder salir de la situación.

Las primeras muertes ocurrieron el último día del curso escolar de 2002. Los alumnos se preparaban para celebrar su próxima entrada en el instituto cuando dos de ellos, Carlos y Magda, desaparecieron. Encontraron el cuerpo de la chica, su ropa y restos de sangre, también la ropa y sangre de Carlos aunque su cadáver no apareció. Se le dio por perdido en el mar. Todos los años, los amigos, realizan un ritual en el lago para recordarlos, pero Sina oculta datos; esto, unido a otras dos desapariciones actuales, una de ellas de Ariadna, compañera del cuartel, el mismo día del aniversario, hace que la trama se vaya complicando y todo apunte a alguno de los amigos como el asesino.

Los sospechosos van cambiando según quiere el narrador, técnica que repercute en la intriga; mientras sospechamos de varios personajes, vamos descartando a otros por las coartadas verídicas que van demostrando.

Las pistas falsas se van superponiendo y dosificando. Al mismo tiempo, la escritura de la autora marca un ritmo de lectura rápido, con oraciones cortas y diálogos coloquiales.

Aun cuando sabemos quién es el asesino deberemos llegar a un desenlace que expone y resuelve un enigma más sorprendente que los averiguados hasta ese momento. La narración adquiere tintes de novela gore con un final oscuro, retorcido, que causa un impacto brutal no solo en los personajes. Los lectores somos partícipes de la angustia, del miedo y de las sensaciones contradictorias que experimentan en un entorno turbador y con una resolución que, por inesperada, impacta más.

El vocabulario, asequible, desvela el comportamiento humano y traumatizado de Sina. No es extraño que no sea la típica heroína sino que sus errores, fruto del miedo, nos descubran la culpa que guarda el asesino.

Los capítulos se corresponden con los versos de Los placeres prohibidos, de Luis Cernuda, por lo que son cortos; casi todos los títulos conectan con algún dato importante del contenido, aunque en el momento de la lectura no seamos conscientes, más porque estamos inmersos en la trama sin pararnos a ver las señales. Así, en el capítulo cuyo cielo no existe, el desamparo de las chicas queda implícito «—Esta noche serás mía —respondió Javi, sin saber que eso no sería lo más memorable que sucedería esa noche». Y en no decía palabras la falta de comunicación entre los personajes será otro detonante de desgracias «—Eso no te lo puedo decir. Creo que es de tu pueblo. Quizá algún día te lo confiese».

En general, Abismo pretende reflejar la rebeldía de unos jóvenes que empiezan a vivir. Cada uno va confesando sus deseos eróticos, amorosos y violentos, pero como en el poema de Cernuda, parece que todo va encaminado a la corrupción; probablemente a causa del hermetismo con que han llevado sus sentimientos. El dolor suscitado por el amor impacta de forma violenta en unos muchachos que han visto rotas sus ilusiones, sus deseos, su amor, «Gira la cabeza, que le pesa, hacia el asiento del piloto. Lo que ve está difuso, pero no es, desde luego, el perfil de Lucas. Tampoco es su olor».

Abismo es una novela policiaca. No se introduce en las profundidades más oscuras del ser humano. Son jóvenes que viven el momento aunque tengan sus propios miedos: el temor a no ser correspondidos, el miedo a fracasar, el trauma infantil que oprime los actos y los pensamientos, los sueños y la realidad, «No grita, pero su pesadilla torna su respiración agitada. Se queda inmóvil. Observa a su alrededor, comprobando que está donde cree que debe estar».

Estela Melero ha construido una novela centrada en un misterio, un crimen sin resolver, al que se le une otra incógnita. Esta vez la minuciosa investigación y, sobre todo, la exposición de la verdad, consigue resolver tanto los asesinatos como las desapariciones, pasadas y actuales. A cada descubrimiento los lectores nos vemos sorprendidos; la mente no da tregua para elaborar conjeturas hasta que, al final, la autora consigue una convulsión cruel, casi surrealista. Hay un momento que pensamos que todo pertenece a un sueño de tan increíble que se nos presenta la secuencia; pero ocurre, en la novela, y sirve para cerrar una trama que ha durado catorce años.

Hay que seguir la pista de Estela.

sábado, 26 de octubre de 2024

LA VERSIÓN DE JUDAS

La versión de Judas es un libro redondo. Compuesto por diez cuentos, es ideal para leer durante un rato o pasar toda una tarde entretenida porque, aunque Manuel Moyano mantiene un estilo tradicional, cada cuento es diferente y tiene sus propias características.

Los espacios donde se desarrollan las historias van desde los más lejanos, como la selva amazónica hasta otros muy cercanos como Castilla. Los argumentos también fluctúan entre verosímiles e imaginarios, pero en todos hay un riesgo, más o menos explícito, del que normalmente somos alertados al principio «En aquella guerra solo hubo una baja. Se llamaba Mamadou».

Los protagonistas de estas historias no son héroes y el final no es feliz, pero siempre mantenemos la esperanza de que lo sea. La inquietud con la que leemos no decae, si bien casi siempre es una tensión relajada, si esto es posible, que permite querer llegar al final de forma cómoda, aunque nos llevemos más de una sorpresa.

El estilo de Moyano intercala oraciones cortas que aseguran la lectura rápida, en otras más largas que nos permiten ahondar en lo expuesto mientras lo saboreamos. Es una marca del autor. Leí El imperio de Yegorov y tuve la misma sensación. Es una de sus peculiaridades, su voz narrativa definida, que juega con el lenguaje para mantenernos enganchados en todo momento. Y conoce la lengua hasta el punto de que nos presenta una narración sin censuras a la hora de elegir términos científicos de cualquier materia, seguro de que el contexto nos ayudará a entenderlo. Esto acerca a los cuentos a aquellos tradicionales, provenientes de ambientes lejanos con personajes dotados de cierta magia o misterio que, en algún momento, dejarán salir el terror que llevan dentro.

Son historias que nos recuerdan a las góticas de Lovecraft aunque exentas del duro cinismo del estadounidense. Moyano establece sus propios símbolos para afianzar la idea de una humanidad constantemente amenazada, en peligro, «desembarcamos en una playa con forma de hoz […] Desnudos, reverberantes de sal por todo su cuerpo, nos condujeron hasta su poblado como lo haría una rehala de perros. Adoraban al fuego» (La ciudad soñada); «los espejos que colgaban de las paredes estaban cubiertos con paños […] bruscamente, el silencio se vio roto por una voz […] aquella voz procedía del subsuelo» (La casa de la calle Ulloa).

No cabe duda de que el verdadero referente de Moyano es Poe. Los cuentos establecen las dificultosas relaciones humanas, la locura a la que podemos llegar si nos sentimos perseguidos por algo, real o no, y la escasez de medios de que disponemos para huir de esos fantasmas «Todavía continué vagando durante horas por el tren, mientras daba vueltas a una idea que hasta ese momento había querido descartar: la de arrojarme en marcha» (La bufanda roja).

En La versión de Judas lo sobrenatural convive con la realidad hasta formar parte de ella: la noche es importante y los espacios cerrados, algo que aumentará la claustrofobia y animosidad de los propios personajes. El ambiente triste y misterioso contribuye a la inquietud del protagonista: «Una dama alta y melancólica…» «cuando ya había caído la noche» «cierta noche […] me vi conducido a un callejón sin salida», aunque Moyano pueda dar un giro de tuerca y conseguir que hoy, en una época actual, su protagonista pueda tener un final distinto al esperado.

Si repasamos los diez cuentos observamos otra característica propia de Moyano: la certificación de la fugacidad de la vida y la forma absurda con que la mayoría de veces nos empeñamos en afrontarla, casi siempre pretendiendo sobresalir en una sociedad que se mantiene de espaldas al individuo. En Así murió Mamadou, todo sucede de manera casual pero el porqué de ese hecho fortuito es el resultado de querer ser los mejores, tener más que nadie, a pesar de caer la mayoría de las veces en el ridículo para conseguirlo.

También en El orgullo de Riopanza destacan las ganas de sobresalir, sin embargo el temor de enfadar a unos u otros vecinos que mantienen cargos importantes hará que desviemos nuestros propósitos en historias de humo, sin tener en cuenta que nos movemos en una sociedad que favorece el individualismo; los paralelismos antitéticos «Fumador compulsivo, bebedor secreto» son sugerentes efectos rítmicos que enfatizan a los adjetivos igualándolos; de esta forma el compulsivo-secreto nos da idea irónica del protagonista, que se reafirma con los disparates que pretende hacer pasar por reales sin ninguna base científica, «los naturales de Riopanza fuesen descendientes de aquellos míticos habitantes de la Antigüedad» (de La Atlántida). La necesidad de figurar es llevada a tal extremo que premiamos actos que poco después caerán en el olvido, pero todo vale si se hace ruido mediático, «los respectivos lugares de nacimiento de ambos mitos habían sido convertidos en casas-museo que nunca visitaba nadie». Es la hipocresía social a la que nos hemos acostumbrado, que durará justo lo que dure el ser humano porque su memoria no prevalecerá: todo es fugaz. «Sus peticiones fueron desoídas: no solo se le enterró de cuerpo entero sino que su obra […] nunca visita nadie».

Creo que el cuento que mejor representa esta mentira que es la sociedad actual es el que da título al libro La versión de Judas. El humor y la sátira están presentes en las páginas pues hay un nuevo Jesucristo dispuesto a triunfar ya que es conocedor de sus errores anteriores, el primero, «salir a la luz en una época de tinieblas, cuando el hombre apenas había empezado a perder los hábitos del mono» y el segundo error «rodearme de un hatajo de indigentes y pelagatos». El humor está servido en el cuento aunque la ironía social es patente «transformarnos a todos en una legión de majaderos felices, de cretinos eufóricos». Pues así estamos. Lo importante es el momento de gloria, es lo que nos reconforta, nada de problemas aunque en el fondo vivamos en una bomba mediática a punto de estallar: «Los actos y las palabras solo tenían justificación en tanto y cuanto habían de terminar siendo frases del Libro. El número de los Centinelas se multiplicó y su presencia infestó el aire».

sábado, 19 de octubre de 2024

LA CORDURA DEL IDIOTA

La palabra idiota viene del griego y en un principio no era un adjetivo irrespetuoso ni insultante; no hacía referencia a la inteligencia de la persona a la que se refería. Se usaba para referirse a alguien de tipo medio, un ciudadano privado, a diferencia del erudito que ocupaba un cargo público. Pero los griegos valoraban mucho la participación cívica por lo que esperaban que no hubiera ciudadanos idiotas. Los que no se implicaban en los debates eran considerados inútiles. Y así se fue convirtiendo en un símbolo de reproche. Quienes solo vivían una vida privada eran idiotas, no eran plenamente humanos. De ahí hemos llegado a convertir idiota en tonto.

También los que tienen perturbadas sus facultades mentales son considerados locos o idiotas.

Hay un idiota en La cordura del idiota, pero es como un idiota griego; el Triste no quiere participar en nada referido a su pueblo, Ascuas, solo pretende vivir tranquilo, cuando lo dejan sus propios demonios, en su casa, y charlar con su amigo Toni Trinidad de trivialidades mientras toman un café. Para el resto del pueblo es el loco.

Toni tampoco se implica demasiado en los asuntos generales de Ascuas donde, en realidad apenas pasa nada, gracias a eso puede desarrollar, más o menos, su labor policial. Toni sí visita a un psiquiatra.

Marto Pariente nos presenta en el primer capítulo a estos dos amigos


—Voy a preparar unas tostadas —dijo después de guardarse el pescado de nuevo en el bolsillo—. ¿Quieres?

—No, tengo que irme.

—¿Se puede saber a dónde vas tan temprano? —me preguntó.

—A ver a un loquero —le dije.

En esta introducción, con cierto toque humorístico, encontramos a los personajes que no parecen estar muy cuerdos, así que habrá que esperar para ver quién es el del título.

Toni Trinidad es un policía que va a la consulta del doctor Barrios todos los jueves, porque no puede ver la sangre. Cuando lo hace, ya sea suya o de los demás, pierde el conocimiento. No obstante, él quiso ser policía en un entorno que, a pesar de parecer tranquilo, el autor lo va desvelando un tanto alterado.

En esta historia conviven diferentes puntos de vista: los de los corruptos, traficantes de drogas, camellos, matones, expresidiarios, soplones, violadores, la mafia… Entre todos ellos, algún personaje de buen corazón tocado por la desgracia.

Vega y Toni vivieron una infancia traumática en un orfanato hasta que un matrimonio, los Tote, se interesaron por ellos. A partir de entonces fueron relativamente felices; su suerte cambió cuando abandonaron la casa Amarilla «Toni […] temía que cuando los Tote leyesen bien el expediente […] los devolverían al orfanato. Pero […] el director de la casa Amarilla agilizó su salida omitiendo que […] Toni cercenó ‘por accidente’ la yugular del jefe de los celadores».

Vega será feliz con su familia hasta que se case con el Chimo, un maltratador que desaparece con el tiempo dejándola deudora de una cantidad exorbitante ante el Colmenero, un usurero sin escrúpulos. Toni deberá salvar a su hermana de las garras del Colmenero y de paso investigar “el suicidio” del Triste, la mañana en que iba a desayunar con él. «Tumbado sobre las sábanas, rumié lo del Triste y me acordé de su pescado en el bolsillo y en cómo se había reído de mí a la que me largaba de su casa».

Nada cuadra en La cordura del idiota, los hechos están expuestos como pequeñas imágenes que se van incluyendo; Marto Pariente elabora, en los noventa capítulos cortísimos, una especie de caleidoscopio para que nosotros vayamos intuyendo el conjunto. Desde el principio. Algo que, como no es del todo seguro, resulta perturbador.

Podemos pensar, al leer esta novela, que la vida es como un caleidoscopio repleto de piezas que, según giran, harán predominar unas formas o colores, unos acontecimientos que nos hacen únicos. Los fragmentos del caleidoscopio de Toni Trinidad son miedo, llanto, dolor, impotencia, amor, familia, amigos, negro, rojo… Son formas infinitas para que veamos la sociedad en la que se mueve. Si el citado artilugio consta de tres espejos, en la novela hay tres personas narrativas: La primera recoge la voz de Toni Trinidad quien, como narrador interno expone de forma subjetiva lo que va ocurriendo; pero es un narrador frío alejado de los hechos y de los sentimientos que le producen.

La segunda persona es la perteneciente a su hermana Vega. Esta se dirige a sí misma y proyecta a su propia intimidad una serie de sucesos que le ocurrieron desde que era pequeña. Vega no tiene en cuenta al lector por eso tampoco refleja su dolor; sin embargo no es necesario, a veces cortar una descripción es mucho más impactante que dar detalles porque requiere que la mente del lector, inmediatamente, se ponga en marcha. Es como si el dolor de Vega lo viviéramos en primera persona los lectores y, totalmente empáticos con ella, exigiéramos una venganza.

Vega se habla a sí misma en presente, aunque los hechos hubiesen sucedido años atrás; es como estar leyendo un guion cinematográfico. Los lectores nos sentimos actores de lo vivido por Vega «Tu marido ha sido detenido. ¿Por maltrato animal? No es posible, dices una y otra vez […] ahora me quiere; sin embargo recuerdas el olor a colonia de niño que usaba el Avellano y los sollozos lastimeros de Trípode. Sientes dudas y náuseas y ganas de vomitar». Vega genera con su narración ambientes claustrofóbicos en lo que nos sentimos atrapados.

Pariente pone en marcha, además, la tercera persona para cuando narran los demás personajes; estos son totalmente objetivos, cuentan lo que ven, lo que viven, sin intervenir directamente en la trama. Para hacerlo, el autor se vale de los diálogos; por ellos, los personajes se convierten en reales, nos los acercan para que los rechacemos la gran mayoría de las veces porque son, en general, despiadados. Es una opción bastante afortunada porque consigue repartir el peso de la narración, además el ritmo se intensifica a pesar de que todo gira con una lentitud pasmosa. Pero los diálogos dinamizan los momentos en los que se producen. Son parlamentos duros aunque a veces están satinados de humor, que mientras vamos imaginando la situación no nos hace gracia, aunque siempre denuncia actos de mala praxis por desgana o incompetencia… El caso es que, en cualquier situación, serán los mismos los que salgan perdiendo.


—Hola.

—Hola, Emergencias. ¿Qué ocurre?

—Mire, estaba por la carretera…

—Un segundo, le paso con la Guardia Civil.

—Hola, buenas tardes.

—Buenas tardes. Me han pasado con ustedes…

—Un momento. Se han debido confundir. Le paso con Tráfico.

[…]

—Dígame qué le ocurre.

—A mí nada. Llamaba porque he visto algo raro en la carretera.

[…]

—Posible conductora de edad avanzada en estado ebrio o enajenada. Informen cuando se encuentren en el punto.

La historia está contada sin demasiadas emociones, es como una película de Tarantino donde el sistema corrupto lo inunda todo. El ambiente de Ascuas, a pesar de ser un pueblo pequeño, es sórdido. Aun así Marto Pariente insiste en el humor, la mayoría de las veces negro; un humor hiriente que no aporta ninguna vía de escape para el lector. Leemos y creemos esa ficción atroz porque esta novela podría ser subgénero de la negra. Es una novela oscura en la que hay personajes malos, menos malos y alguno bueno que no puede obrar bien, es imposible, aunque nos alegremos de ello. Es una crónica verosímil, desgraciadamente, lo que hace que su lectura sea más dura aún. La cordura del idiota se desarrolla en una sociedad desestabilizada, que cada vez va siendo más asumida, en la que prevalece el mundo de los machos y ahí no hay lugar para sensiblerías. La mujer es secundaria; centro de humillación y maltrato, deberá contar con salvadores o milagros que arreglen su situación.

miércoles, 9 de octubre de 2024

NOVELAS AMOROSAS Y EJEMPLARES

Me gusta el Siglo de Oro español, también el inglés pero me ha interesado especialmente estudiar y analizar a los grandes de nuestro Barroco. Gracias, nuevamente, a Babelio y su Masa Crítica he tenido la oportunidad de leer a María de Zayas y he disfrutado descubriendo tanto las características comunes con Ana Caro, Lope, Tirso… como las suyas propias y he de decir que me ha sorprendido porque no hay finales felices en estas Novelas amorosas y ejemplares y la mujer es la protagonista indiscutible.

Por supuesto, Zayas se atiene a las normas renacentistas aún válidas en el siglo XVII. Intuimos la influencia del Decamerón en la estructura del libro. Si Bocaccio escribió diez tandas de cuentos durante 10 días, Zayas coloca a Lisis enferma de amor por causa de don Juan, y es su madre, la discreta Laura, la que propone reunir a sus amigos durante cinco noches para entretenerla. En cada velada contarán dos cuentos, que todos aseguran estar basados en la realidad, «Todo el suceso es verdadero y si no hubiera usado nombres ficticios, los protagonistas serían de muchos conocidos»; además se agasajará con bailes, canciones y comida hasta que regresen a sus casas para volver al día siguiente.

Así pues, el número 10 está presente con toda su simbología religiosa. Sin embargo, algo va a cambiar respecto del Decamerón, pues María de Zayas coloca a Lisis, su protagonista, en una circunstancia parecida a la de Segismundo, de Calderón; esto le permite, no en décimas como era usual para las quejas, sino en romance, dirigir su lamento a la naturaleza, marcando así su soledad social «Escuchad, selvas, mi llanto / oíd, que a quejarme vuelvo…».

También hay cierto recuerdo a Dante y su Divina Comedia, cuando la protagonista sueña con el rostro de su enamorado que «sacando una daga, me dio un golpe tan cruel en el corazón que grité de dolor»; por supuesto este sueño tendrá connotaciones en lo que sucederá después a la dama.

La mitología está presente en casi todas las novelas, como era usual en el Renacimiento al honrar la cultura clásica, lo que demuestra el saber de la autora, y es que María de Zayas tuvo la suerte de pertenecer a una clase social privilegiada que le permitió desenvolverse en círculos cortesanos y literarios y publicar, aunque no le concedieran ningún título militar, literario o eclesiástico, usual en los varones.

Ya en la nota del principio, A quien lo lea, advierte de forma irónica de que es mujer por lo que no aspira más que al perdón «confiando en que si te desagrada podrás disculparme porque nací mujer, no con la obligación de escribir buenas novelas sino con muchos deseos de acertar a servirte». Esta petición incluye que la mujer debería estudiar para poder realizar lo mismo que el hombre en igualdad de condiciones; en Aventurarse perdiendo, Jacinta se lamenta de que su padre haya puesto todo su interés en su hermano «sin que yo le importase lo más mínimo» por lo que pide que esto le sea tenido en cuenta: «una mujer que solo se vale de su talento natural ¿quién duda que merece disculpa en lo malo y alabanza en lo bueno?».

Los tópicos de la belleza renacentista están presentes, como en doña Ana, de El prevenido engañado, «ella y doña Violante, su prima, son las sibilas de España, las dos bellas, discretas, músicas y poetas». Y las quejas del caballero en soledad fruto de divinizar a la dama, como hiciera Garcilaso, las encontramos en La fuerza del amor «…Es posible, amada dueña, que siendo tu aspecto tan agradable, sea tu corazón tan cruel?».

Pero estamos en el Barroco y la mujer está cansada de girar en torno al hombre, se resiste a seguir ocupando el lugar de sumisión y obediencia, por eso, nuestra autora está dispuesta a dotar a sus protagonistas de valor, son capaces de vestirse de hombre para restaurar su honra, así lo hace Jacinta y también La burlada Aminta que, como si fuera Jacinto, en un claro giro irónico entra a servir a don Jacinto para vengar su honor y lo lleva a cabo a la manera de los caballeros «y volviendo a darle otras tres puñaladas, envió su alma a acompañar a la de su amante». Aminta, mujer de don Jacinto, no está dispuesta a ser burlada con el matrimonio doble de su marido por lo que al enterarse de que se hace llamar don Francisco y vive con doña Flora los mata a los dos.

Así pues, a pesar de que la religión está presente en las novelas amorosas, las protagonistas, ellos también, no dudan en suicidarse, asesinar o deshonrar. Las novelas no son reivindicativas, en el siglo XVII la mujer no tenía conciencia social; sí puede criticar a la sociedad y, mediante el humor, la ironía o la burla denunciar la invisibilidad a la que estaba sometida. Al ser amorosas, las novelas se prestan a dar importancia a la dama, de hecho, en más de una ocasión, el «mudable» de carácter es el hombre, característica usual para la mujer, tanto en la literatura como en la sociedad patriarcal. Aquí el protagonista de El desengañado amado y premio de la virtud, don Fernando, «era voluble de carácter, y los hombres como él tienden a cambiar el aliño porque, cansados de gozar de una hermosura, desean otra…».

Pero no nos engañemos, son novelas “ejemplares” y como tales reflejan lo que para la mujer constituía el amor, el matrimonio y la sociedad: una cárcel en la que ella debía soportar lo que quisiera su marido o, en su defecto, aspirar a la tranquilidad que podía ofrecerle un convento.

María de Zayas no duda en exponer la crueldad que el amante podía llegar a demostrarle a la mujer, tanto física: «para desapasionarse de mi afecto dio el suyo a damas y juegos» (Aventurarse perdiendo), «se acercó a Violante y le dio de bofetadas hasta que la bañó en sangre» (El prevenido engañado), como psicológicamente: «…no quería que su esposa viviese en la de su tía, sino con él, para que no cultivase su ingenio sin desarrollar. Recibió criadas para la ocasión y buscó las más ignorantes».

Con este panorama no es de extrañar que la mujer acuda a la magia, incluso a la magia negra, perseguida por la sociedad y por la iglesia, para escarmentar a maridos injustos y a amantes, lo que hace que a veces surjan escenas humorísticas «…los demonios que estaban en las sortijas se le pusieron delante. Lo derribaron de la mula y lo maltrataron» o lamentables, «subieron al cuarto de doña Laura y vieron el desatino de don Diego y a la dama bañada en sangre […] la afligida Laura encargó que le trajese a la embustera» (La fuerza del amor).

No hay reivindicación, María de Zayas quiere exponer la realidad por lo que, en general, sus mujeres son independientes, pretenden una libertad que podían obtener y esta no venía con el matrimonio, «verdaderamente aborrecía el casarse, temerosa de perder la libertad de la que entonces disponía»; en realidad no se dan cuenta, o sí pero no alardean de ello, de que están luchando por una causa importante.

Las novelas se leen fácilmente y tienen cierto regusto actual pues las protagonistas actúan como hombres para buscar su felicidad y no les importa humillar al que las ha dañado; los típicos donjuanes de la tradición literaria quedan perjudicados, tal y como hizo Tirso de Molina con su Burlador de Sevilla; y los excesivamente celosos, también, tal y como se extrae de la moraleja de El castigo de la miseria.

Asimismo encontramos escenas carnales y de sexo aunque el amor continúe desdichado. Y las damas son capaces de abandonar a su amado al darse cuenta de que valen más que él, por lo que en los temas clásicos de la época, Zayas da una vuelta de tuerca y con grandes dosis de humor, ya sea exponiendo situaciones hiperbólicas o réplicas irónicas, consigue que los enredos se vayan haciendo imposibles, que las parejas se conviertan en tríos y estos pasen a cuartetos en un santiamén, que los diablos o los fantasmas acaben con el sufrimiento de la mujer y amenicen la lectura con apariciones idealistas, algo que ha permanecido en la literatura desde los clásicos y aun hoy se sigue usando como recurso.

Y como recurso actual, el cuento dentro de otro cuento consigue derrumbar los cimientos de la sociedad patriarcal con una ironía que hace honor a estas “maravillas”.


Don Gaspar lamentaba sumamente el verme casada, y yo más que él […] puesto que quería a don Gaspar, y aunque no fuera por esto, por lo menos por estorbar su amor no había de ser gustosa la compañía de mi marido.

La inteligencia de María de Zayas se ve en el estilo de su narrativa: la chispa de los diálogos, las alusiones de los poemas, las descripciones realistas e idealistas, la tragedia verídica en la crítica social y los dos tipos de narrador, uno que se dirige al personaje y otro al lector, consiguen que empaticemos con las mujeres tanto de las maravillas como de aquellas que las cuentan y que protagonizan sus propias historias, «Prometo […] publicar la segunda parte, en la que narraré el castigo de la ingratitud de don Juan, el cambio de opinión de Lisarda y las bodas de Lisis».

No es raro pues, que el libro termine con diferentes poemas de los más grandes, en honor a María de Zayas:


A la señora doña María de Zayas y Sotomayor

Doña Ana Caro de Mallén

Décimas


Crezca la gloria española

insigne doña María,

por ti sola, pues podría

gloriarse España en ti sola 

lunes, 30 de septiembre de 2024

LA LETRA HERIDA


Hace más de cuatro años leí La última canción de primavera y me impactó que un chico de 25 años escribiera algo tan profundo. Aquella novela deja en el lector la sensación, relajante, de que escuchar al otro pasa por escucharnos a nosotros mismos. Lo más importante de lo que les ocurre a los personajes de los relatos, ocurridos en Tokio, es la comunicación que mantienen entre ellos.

Algo más tarde leí Sakukibara; también el protagonista necesita escuchar para entender. Resalta cómo el ambiente mágico de este cuento impregna de belleza el argumento.

El autor, Sergio Hernández, me ha vuelto a sorprender, ahora en Valencia, con una novela totalmente distinta. Una novela que nos recuerda a las grandes obras del realismo español. Sergio abandona la magia ambiental de su obra anterior y se introduce en la representación efectiva de la Valencia de la segunda década del siglo XX, para sumergirnos a nosotros en el magnetismo de su escritura.

La novela, como las grandes producciones, está dividida en cuatro partes: I, La ciudad de la luz. Parte II, El prisionero de las sombras. Parte III, La muralla invisible. Parte IV, La letra herida, parte menos extensa y donde se desenvuelve todo.

A principios del siglo XX, Miguel, un estudiante de Lengua y Literatura, debe regresar a Valencia tras la muerte de su padre para pagar las deudas que ha dejado. Sin dinero, acepta el trabajo para el que su amigo Ramón lo recomienda, como albañil, en la construcción de la Estación del norte. Miguel descubrirá una ciudad, que no es la de su infancia, en la que las revueltas sindicales esconden a un asesino que aniquila a los líderes. A la preocupación por los crímenes se unirá la del peligro que encierra el trabajo y la lucha moral al enamorarse de María, la mujer de Ramón.

El narrador, en tercera persona, como corresponde a los grandes del Realismo, cuenta no solo lo que va ocurriendo al protagonista, también las dudas al enfrentarse a un nuevo trabajo desconocido para él, el miedo y la inseguridad del ambiente, «Miguel pegó un grito al caer y sintió el retroceso del arnés como un latigazo en su cuerpo cuya voluntad era la de partirlo en dos. El dolor lo invadió de inmediato, pero, en cuanto se dio cuenta de que estaba suspendido en el aire, el vértigo que tan bien había domado en las escaleras lo golpeó hasta casi perder el conocimiento».

Los lectores nos vamos enterando de los hechos, sobre todo, desde el punto de vista de Miguel, sabemos lo que piensa y siente en cada momento, sobre él mismo y sobre los demás personajes; pero no hay otro punto de vista, por lo que al complicarse la trama con lo más típico de la novela negra, la expectación y la tensión por cómo se desarrollarán los hechos se unen al testimonio crítico del que somos conscientes: los altercados entre los sindicatos y las tropelías hacia los más desfavorecidos para sacar adelante un proyecto que beneficiará a la ciudad, contribuirá al progreso de los valencianos y sobre todo enriquecerá a unos pocos a costa de extorsionar a muchos.

Pero dentro de esta gran novela negra realista, nos encontramos con la relación sentimental de Miguel y María que, también como en las grandes obras del Realismo, debe luchar con la relación trascendental del matrimonio Ramón-María, formando un triángulo del que será complicado salir.

Somos testigos de las condiciones matrimoniales y de la emoción de los enamorados; tanto Miguel como María se dejarán llevar por los sentimientos y las ansias de libertad.

Asimismo, La letra herida reproduce la España de principios de siglo, con los conflictos laborales, la acción policial y las consecuencias de esta en los ciudadanos, marcados por el temor y la opresión, «Accionaron el pomo y, cuando oyeron los murmullos de terror de los que allí dormían, los acallaron a golpes». Sin embargo observamos cierto costumbrismo en la exaltación de los bailes y celebraciones de aquellos que no tienen nada, cuyas aspiraciones se limitan a imaginar un futuro tranquilo mientras intentan sobrellevar el presente, «Los Gatos subieron el volumen de la radio, por una noche todos decidieron celebrar la vida […] Bailaron y cantaron sin decoro ni vergüenza hasta bien entrada la noche […] hasta que el sereno de la finca de al lado…».

La precisión de los detalles es evidente, también el lenguaje utilizado es coloquial, en el que abundan las expresiones típicas valencianas, «¡che!», «fill de puta», «le diu el mort al degollat, qui t’ha fet eixe forat?» y castellanas «a correprisa», «la bola mundi».

En La letra herida, las premoniciones son importantes. Miguel arrastra una maldición, los lectores nos enteramos enseguida, al principio de la novela, cuando conoce a María «En el mundo lleno de aflicciones de Miguel […] rara era la vez en la que había encontrado consuelo en las mujeres. Su maldición, o eso creía, había comenzado…» y habremos de llegar al final para saber si la ha superado, pues las inquietudes que genera la lectura no son solo políticas o criminales, también en el amor encontramos incertidumbre y misterio.

Todo es interesante en la novela, aparecen referencias literarias y de la vida de algunos escritores; el ansia de libertad de Madame Bovary se ve reflejada en la vida de María, también mal casada y con grandes sueños para combatir su frustración. Tanto María como Miguel han sufrido la muerte de sus padres por lo que, de alguna manera, se convierten en depositarios de sus problemas, lo que nos recuerda al Hamlet de Shakespeare y a los conflictos románticos que surgen en La gaviota, de Anton Chejov «—Es diferente a Mme. Bovary. Una obra de teatro». Además, Miguel escribe cartas de amor para que sus compañeros las envíen a sus novias o mujeres y «lo cierto es que eso lo hacía sentir un poco como Oscar Wilde. ¡Y le encantaba!». Asimismo aspira, como Unamuno, a dar clases en la universidad de Salamanca y, como el escritor, reflexiona sobre la problemática existencia del ser humano. Y, entre los grandes de la literatura, no podía faltar el fundador de El Pueblo, el valenciano Blasco Ibáñez que, aquí, aparece como un personaje más, «Blasco Ibáñez dirigió una mirada de soslayo hacia donde estaba y Miguel se vio obligado a agachar la vista con una sonrisa que copaba todo su rostro».

Y si la literatura real está incluida en esta ficción para unir las Humanidades a la vida, los golpes de efecto, constantes, se encuentran en todos los temas que Sergio Hernández toca en el argumento: las injusticias cometidas sobre las clases sociales bajas; la traición a los compañeros por miedo o por afán de superación; el maltrato a la mujer; la violencia policial, fruto del embrutecimiento; el adulterio, visto como una solución natural aunque no deje de ser tabú y la soledad del hombre, a pesar de vivir rodeado de gente y avances, que le hará experimentar un vacío emocional. Deberemos leer La letra herida para saber si Miguel llena su vacío… O no…