domingo, 26 de septiembre de 2021

LA PISTA DE ARENA

Ha dado para mucho esta última novela; para tanto, que de vez en cuando tenía que volver atrás y leer de nuevo un determinado pasaje porque mi mente había volado a otro sitio. Me ha permitido redistribuir las actividades de la semana, crear algún que otro texto literario (o texto a secas) y visualizar mi futuro a corto plazo.

Todo, porque La pista de arena no es la novela que estoy acostumbrada a leer de Salvo Montalbano. El argumento apenas mantiene una trayectoria de novela negra; de hecho hay un muerto y es el que menos sentido tiene, ni para el que lo mata ni para el propio muerto ni, por supuesto, para su mujer, que cuando recibe la noticia le da un desmayo; yo creía que era de alegría por haberse librado por fin de su maltratador y no, era de pena porque en realidad lo quería «No pudo seguir. Las piernas se le doblaron y se desplomó, desmayada». No se pueden dar esos mensajes tal y como está el patio. «—Dottore –respondió Fazio […] Entre los puñetazos, los puntapiés y los guantazos de su marido y, lo que debió decirle Ciccio Bellavia, la pobrecilla no tenía más remedio que acceder».

En fin, no creo que Andrea Camilleri fuese machista, simplemente tenía 80 años (más o menos) cuando escribió La pista de arena, y se nota. Yo lo he notado. Hay cosas que no se sostienen y hacen perder el interés, el mío al menos, porque apenas son influyentes para la trama. Montalbano está especialmente despreocupado con lo que rodea el caso, a saber, la muerte a golpes de un caballo y el secuestro de otro. Pero en realidad el caso no es de su jurisdicción, aunque lo lleva él… ¿Porque se ha visto atraído por la dueña del caballo y no se resiste a perderla de vista? El caballo, tras ser apaleado, va a morir a la puerta de su casa y, desde que llama a sus compañeros de la Científica hasta que vienen a tomar huellas, tiempo que aprovecha para ir a la cocina a tomarse un café, el animal desaparece. Los ladrones saben que Salvo ha visto el cadáver así que lo vigilan desde una barca anclada en el mar, hecho que no consigue ponerlo nervioso especialmente. Como tampoco le afecta demasiado que uno de los ladrones, al intentar quemar su casa, muriese de un tiro.

No encuentro ni siquiera un poco de realismo en que la policía no estuviera enterada de las carreras ilegales que la alta sociedad hace a menudo, a una de las cuales lo invita la guapa millonaria, dueña del caballo, que así, sin venir a cuento, como si fuese un flechazo, se queda prendada de nuestro comisario, que ha cumplido más de cincuenta años y empieza a acusar, con fuerza, el paso del tiempo. Ahí es donde está la clave de todo. En La pista de arena lo importante es que el comisario Montalbano siente que no es joven. Ha llegado a un punto de su vida en que la relación que mantiene con Livia hace aguas, probablemente por la distancia entre ellos, los celos que provoca el simple hecho de pensar en el otro con parejas diferentes y que, en el caso de Salvo, es cierto. Por el contexto, intuimos que Livia se mantiene fiel, algo que también queda hoy un tanto obsoleto. El hombre puede tener algún desliz de vez en cuando, mientras que la mujer permanece fuerte ante cualquier tentación.

La pista de arena está enmarcada en unas coordenadas espaciotemporales específicas que intentan explicarla en una época concreta y no en otra; pero creo que es el “tiempo” de Andrea Camilleri porque, aunque está escrita en 2007, al leerla me viene a la mente el siglo XX, en un pueblecito de la costa mediterránea donde los adelantos no eran disfrutados por todos sus habitantes, donde las investigaciones, lentas, tenían mucho de intuición, «he extraído la bala y la he enviado a la Científica, que, naturalmente, dará señales de vida después de la próxima elección del Presidente de la República», donde temas muy graves se resolvían en un ambiente familiar para no dañar la imagen del acusado, sobre todo si este era un hombre «el pequeño le contó que el maestro se la había sacado para que él se la tocara. La señora Verruso, mujer sensata, no creía que el maestro, un cincuentón padre de familia, fuera capaz…». Y donde, a pesar de todo, el buen hacer y el buen humor reinaban.

Camilleri deja en cada novela su ideología, su forma de pensar, corroborando la relación existente entre literatura y sociedad, de ahí que, en general, los géneros cambien con el paso del tiempo y que la literatura del autor sea tan particular. La realidad actual se va alejando de los modelos tradicionales que seguimos observando en las novelas de Andrea Camilleri. Ahora prima lo fragmentario, lo perecedero, el cambio. Enfrentarse a Salvo Montalbano supone mirar a un hombre forjado según una serie de valores éticos que han conformado su auténtico yo. Con sus arrepentimientos y autorrecriminaciones. En esta ocasión, Montalbano llega más lejos y mantiene un debate en el que su yo lucha contra su otro yo hasta que él mismo llega a una conclusión.

El estilo de Camilleri es el propio estilo Montalbano, o al revés. Su evolución íntima y continua acerca la saga a una especie de diario en el que las impresiones sobre su familia, amigos y compañeros se van intercalando con sus actividades profesionales. Por eso seguimos viendo pasión, ternura, cansancio, fallos y ganas de mejorar.

El argumento de La pista de arena es una justificación para que Montalbano, Montalbano1, Montalbano2 y Camilleri formen una sola voz reconocible, la que entabla una batalla consigo mismo por negarse a lo evidente, el paso del tiempo. Es una crisis temporal que se trasluce en su relación con Livia y en el deseo irresistible de gustar a las mujeres de las que se rodea, por otra parte bellísimas —que para eso es literatura—. El comisario no acepta su decadencia, al menos por ahora; en ese aspecto no es literario, envejece, acusa los excesos, la pérdida de visión, la sucesión de sueños eróticos que no lo llevan a ninguna parte y los deseos irrefrenables que, una vez satisfecho el impulso, se esfumarán. Porque en el fondo está feliz, es feliz con lo que tiene, un trabajo excitante y una vida personal tranquila, sin sobresaltos, tradicional, con su fiel novia ocasional, sus mañanas nadando en la playa, sus mediodías paseando por Vigata y sus noches cenando, a veces, con alguna guapa mujer.

domingo, 19 de septiembre de 2021

INDEPENDENCIA

Acabo de leer una novela negra diferente, probablemente porque se acerque más a una crónica negra, tanto se parece a la vida misma. El caso se desarrolla en un ambiente elitista, de esos que, pase lo que pase, predominan la buena educación y la cordialidad. Externamente, a primera vista, no hay una atmósfera de miedo o violencia… pero todo es fachada, y para que conste, en las primeras páginas leemos una especie de prólogo que sirve presentar al protagonista, Melchor Marín; de hecho, este comienzo in medias res, sitúa al policía en un tugurio, cuyo dueño, a pesar de haber salido indemne de un juicio por trata de blancas, continúa esclavizando a niñas inmigrantes con la seguridad de que no podrán probarle nada. Para eso está Melchor, para darle una paliza al sujeto en cuestión, amenazarlo de verdad hasta atemorizarlo y después sacar a las chicas del local.

Esta introducción no tiene que ver con la trama de Independencia sino con la lucha particular del protagonista. Quienes leímos Terra alta lo conocemos, pero los lectores que se acercan por primera vez a Melchor, irán averiguando sus circunstancias personales con el fluir del argumento.

Creo que, en esta ocasión, Javier Cercas pone en tela de juicio nuestro sistema democrático y para eso nada mejor que contar con un policía cuyos orígenes están en lo más bajo de la escala social, expresidiario, recibió ayuda en su momento de un abogado defensor de causas perdidas, Vivales, y la aprovechó, llegando a estar al otro lado, al de los que hacen cumplir la ley. Sin embargo arrastra cierto halo de fracaso, por lo que está convencido de que los problemas no se solucionan solamente razonando «—…Hay que arreglar esto antes como sea. No vamos a tolerar que unos chorizos decidan quién tiene que ser alcalde de Barcelona y quién no, ¿no te parece? Melchor se despide».

Melchor carga con sus demonios personales, que lo alientan para que se deje guiar por sus instintos y por su sentimiento. Es un policía de acción que, cuando está seguro de llevar razón no atiende a ninguna ley que le impida tomar medidas y ejercer la justicia. A veces tenemos la impresión de habernos trasladado al lejano oeste, «Yo soy la ley», pero en realidad la intención de Javier Cercas es visibilizar, denunciar y dar cuenta de lo que pasa política y económicamente en nuestra sociedad, porque se ambienta en la Barcelona de 2025 pero bien podría ser Madrid, de 2020 o Murcia, de 2021. Lo estamos viviendo. La corrupción política está a la orden del día y lo curioso es que gran parte de la sociedad lo ve bien o al menos lo tolera, que es lo mismo. ¿Será porque si estuvieran en esa situación harían lo mismo? El autor nos trae, para demostrarlo, a una serie de personajes de diferente nivel social pero capaces de actuar de la misma manera.

La alcaldesa de Barcelona está siendo extorsionada para que pague 300.000 € si no quiere que salga a la luz un vídeo de contenido sexual que, años atrás, cuando el procés, protagonizó con el que hoy es su exmarido, con su teniente de alcalde y con otro amigo de cierto renombre en el Ayuntamiento.

La policía recomienda que deje el dinero en el sitio acordado, donde pondrán vigilancia para pillar a los chantajistas. Esa noche no acude nadie, y a la mañana siguiente el dinero no está. Vuelven a pedir la misma cantidad y su dimisión. Cuando la alcaldesa está dispuesta a dejar el cargo por miedo a que su carrera se destroce, Melchor Marín lo resolverá todo a su manera. Sin importarle si ha de mentir, amenazar o matar a quien él considere necesario. Es cierto que los implicados representan a los típicos corruptos, capaces de actuar con total impunidad mientras tratan al resto de los mortales como objetos que se utilizan en beneficio propio hasta que no son necesarios. Políticos de la alta sociedad que durante años han manejado los hilos del país. Pero los manejados se mueven por la avaricia de obtener alguna migaja aun sabiendo que nunca entrarán a formar parte de los elegidos. Tan despreciables unos como otros.

La novela es el diagnóstico del mundo actual, violento pero escondido en la elegancia, en el que la vida de los demás no vale mucho y la integridad no tiene sentido.

Independencia denuncia una serie de acontecimientos ocurridos para espolear la conciencia del lector, para que advierta lo que está por venir, que no es sino más de lo mismo.

En esta novela negra la muerte es la consecuencia de la corrupción, de las ansias de poder, de la injusticia social y la violencia institucional encubierta. Cercas reflexiona sobre lo que ocurre actualmente y lo traslada a un futuro, tan cercano, que es presente, de hecho el argumento se nutre de la vida, es como un espejo en el que podemos vernos reflejados en cualquiera de los personajes. Hay para todos los gustos, los políticos de clase alta acostumbrados a ser adorados y reverenciados sin que importen sus fechorías, policías que se dejan corromper por dinero o promesas de poder, personajes de clase media, oscuros y amargados, que critican a los poderosos hasta que les surge la posibilidad de alcanzar algún protagonismo, abogados criticados por defender a delincuentes mientras los defensores de quien paga bien esconden sin pudor hechos delictivos y mujeres, mujeres agredidas, sometidas a la voluntad de los hombres.

En medio de este caos brilla la defensa de los derechos humanos por encima de cualquier ley escrita. Algo que está perfecto en la ficción, en los sueños, en las utopías pero que en la realidad puede ser peligroso.

El autor no se esconde para hacernos ver lo fácil que puede resultar traspasar la línea de la ficción, por eso advierte que no debemos confundirla; la narración es tranquila, el ritmo se mantiene sin sobresaltos, de hecho algunos comentarios se desvían del tema para aportar verosimilitud al personaje, mientras relajan la posible tensión de la intriga, y en cuatro ocasiones, Melchor Marín aparece como persona real utilizada por el autor para protagonizar una novela sobre unos asesinatos ocurridos cuatro años atrás, «nosotros tenemos que conformarnos con la novelita de Javier Cercas. Qué desastre, Dios santo, qué falta de autoestima. Y luego hay quien quiere que los catalanes seamos independientes». Y si Marín es una persona, Javier Cercas es un personaje más de Independencia, algo que le viene perfecto para aclararle al lector algunas consideraciones sobre el panorama actual

—¿Quieres que le metamos un pleito? —pregunta

—¿A quién? —contesta Melchor

—Al tal Cercas

[…]

—…cualquier excusa es buena para meter un pleito. Ese Cercas debe de ser un muerto de hambre, pero, en fin, algo le sacaremos.

Con su inclusión en la obra, el autor consigue cierta complicidad con los lectores quienes, al ser conscientes de que es real, lo revisten de importancia y credibilidad en la ficción. Cercas pretende objetividad con la denuncia que lleva implícita la novela, mientras que, al aparecer como personaje que escribe sobre un personaje, evidencia claramente su punto de vista, al mismo tiempo que añade cierto realismo a lo narrado ya que él, como autor, mantiene un dominio total de la situación. Y el tema principal de lo escrito en Independencia es la corrupción de un sistema democrático de gobierno. Estamos de acuerdo en que probablemente la democracia no sea perfecta. Pero mucho menos lo es cualquier tipo de dictadura que maneja, atemoriza y gobierna según la ley del más fuerte.

En la vida real, Melchor Marín deberá llevar más cuidado con su proceder.

miércoles, 8 de septiembre de 2021

LAVINIA


Nunca me han gustado los libros de guerra, tampoco cuando en los libros de historia se contaban las estrategias llevadas a cabo para atacar un país, someterlo, esclavizarlo, porque el país no es la tierra; eso es lo de menos. La guerra trata de planificar hasta el último detalle para matar a personas. Por eso, las películas de guerra son las que primero he descartado siempre.

En fin, parece que no soy la única porque Úrsula K. Le Guin ha contado partes de las luchas llevadas a cabo por etruscos, troyanos, rutulianos, latinos… para fundar territorios que, más tarde se convertirían en la capital del mundo. Luchas derivadas de una guerra anterior, la de Troya, a la que sobrevivió el troyano Eneas, quien huyendo de su ciudad natal llegó hasta Latinum y luchó contra Turno, rey de los rútulos, que pretendía unir su poder al de Latino casándose con su hija Lavinia.

Pero Lavinia es más que una novela bélica, es el punto de vista de una mujer sobre los sucesos que ocurrieron en su primera juventud como esposa y en su madurez como viuda y madre, y, sobre todo, es la voz que se les ha negado a todas las mujeres en general, y a Lavinia en particular, a la hora de tomar decisiones importantes.

Lavinia aparece hasta once veces en La Eneida y, curiosamente, no habla nunca. Pero Le Guin le pone arreglo pues en esta novela revitaliza el pasado para que reflexionemos sobre la condición femenina a través de la historia.

Probablemente, desde la mentalidad actual, costaría trabajo creer que el comportamiento de Lavinia y el de quienes la rodeaban, con todo el poder que ostentaban, fuese real. Hoy pensamos que una mujer del siglo VIII a.C. no sería más que un objeto, más o menos valioso, pero siempre prescindible. Por eso la autora soluciona el problema desde la mitología, y con Lavinia reclama el turno femenino para que determinados hechos sean contados por mujeres que le dan voz —en este caso de forma literal— a otras mujeres de la historia.

Además de convertir a esta reina en representante de las mujeres, la novela es doblemente original:

Por un lado, Lavinia, personaje ficticio, cuenta en primera persona su autobiografía, hija del rey Latino y de Amata, princesa de los rutulianos, vive feliz con sus dos hermanos pequeños hasta que mueren a causa de unas fiebres «Mi padre […] no me culpó a mí por no haber muerto […] Amata […] Para él solo tenía desprecio; para mí, rabia».

Por otro, Lavinia sale de La Eneida y habla con su autor una vez muerto, cuando comprende que ella tiene mucho que decir, aclarar decisiones que tomó Virgilio en su obra y ella no entendió y contar aspectos de la vida que ella protagonizó, «Pero él no lo escribió. Él menospreció mi vida en su poema».

Lavinia y Virgilio hablan a lo largo de años y él la tranquiliza. No se casará sino con Eneas, cuando llegue la hora. Y serán felices durante tres años como reyes de Lavinium, hasta que todo acabe. El poeta no quiere revelarle exactamente el final, para que ella lo descubra. Pero mientras tanto el lector es consciente de la mano femenina de la escritura. Ni Eneas ni Latino son los héroes mitológicos al uso; están dotados de una sensibilidad especial, uno es capaz de llorar ante las preocupaciones de Lavinia que, como mujer, y una vez que ha encontrado el amor de su pareja y el de su hijo, teme los enfrentamientos y apuesta por resolver los conflictos mediante la conciliación. Latino se debate en un enfrentamiento cultural y opta, más que por obedecer al oráculo, por hacer feliz a su hija. De alguna manera sacrifica su imagen por el bienestar de Lavinia.

La protagonista consigue una conexión total con el lector, es una niña-mujer que expone sus temores ante lo desconocido, su angustia por lo vivido y la aceptación que debe por su condición hasta que se atreve a elevar la voz para ser oída, y habla con Turno, con Eneas, con Latino y hasta con Virgilio, a quien le reprocha haber alojado a los bebés muertos en la segunda esfera del inframundo en vez de situarlos en la cuarta, en los Campos Elíseos, donde van las almas buenas:


—Si la crueldad procede de la debilidad, tal como dijiste, debes ser muy débil —dije.

[…]

—Si es un error, lo sacaré del poema, niña —dijo— Si se me permite.


Lógicamente no se le permitió, La Eneida quedó escrita, afortunadamente, para que otros genios, a lo largo del tiempo, basasen en ella sus obras. No cabe duda que la lectura de este poema épico alentó a Dante a escribir su Divina Comedia y a elegir a Virgilio para que lo acompañase por el infierno y el purgatorio, pues ya había estado en esos lugares


—Estuve allí

—¿En el inframundo? ¿Con Eneas?

—¿Con quién si no?

Úrsula K. Le Guin es consciente de que Virgilio es maestro de los maestros. Por eso la autora no duda en atribuirle el descubrimiento de la fama, algo que luego Jorge Manrique estableció en las Coplas a la muerte de mi padre: «Me han concedido algo que se les concede a muy pocos poetas. Puede ser porque no he terminado mi poema. Así que aún puedo vivir en él. Incluso mientras me muero, puedo vivir en él».

Y si Le Guin es capaz de vislumbrar a los verdaderos poetas, también su protagonista distingue a los verdaderos héroes, mientras Turno es impulsivo, fallaba «en la contención con un objetivo», Eneas es reflexivo, «podía titubear, confundido, pensando en el desenlace, desgarrado entre posibilidades y exigencias conflictivas».

Lavinia relata la guerra que vive entre rutulianos y latinos (ayudados por troyanos) mientras, apoyándose de prolepsis, cuenta algunas conversaciones y experiencias con su marido Eneas y su hijo Silvio, usando analepsis, Eneas le relata aspectos de la Guerra de Troya, y basándose en sus propios sueños presagia la fundación de Roma, «La ciudad de tu escudo, la gran ciudad».

No abundan escenas violentas, la trama avanza entre reflexiones con Virgilio, con el héroe y narraciones sobre costumbres cotidianas que algunas sorprenden por lo similares a las actuales: en la boda de Lavinia y Eneas «la gente se unió a la comitiva por todo el camino […] nos arrojaban frutos secos y hacían bromas subidas de tono […] A mí se me hacía extraño caminar dentro del velo de fuego…». La vida de la Antigua Roma no queda en nuestra retina como un conflicto permanente, no es tan limitada, es un encuentro constante con la reflexión y la palabra. Por eso intuimos en la novela un halo poético, mágico, que nos rodea y facilita el paso del hombre por el mundo.

Le Guin maneja el lenguaje de forma excepcional; es una unión de tiempo y palabra al mismo tiempo que supone una herramienta esencial con la que insufla vida a sus personajes y, a través de ellos, nos transmite su amor por la vida, su denuncia a la injusticia, su admiración por la amistad y su pasión por el amor.