sábado, 27 de octubre de 2018

EL RETORNO DE ULISES



Hace tiempo quedé impresionada con una de las novelas de la trilogía Los gozos y las sombras, en donde el vínculo entre los habitantes de un pueblo de Galicia formaba una compleja estructura; novela dura, como casi todas las de los años 50 en la que el dominio y la posesión hacia los demás era habitual en las relaciones amorosas.

Don Juan, no tiene desperdicio, es fabulosa, el mito seductor queda impregnado de razón e intelectualidad enfrentando una amena paradoja. Reconozco que La saga/fuga de JB me resultó difícil, puede que aún no estuviera preparada en aquel momento para una configuración tan compleja, en la que el tiempo varía al antojo del autor; sí reconocí en cambio una de sus constantes, la distinción entre realidad y ficción que siempre lo ha acercado a Cervantes.

Me reí, y mucho, con Filomeno a mi pesar, un personaje esperpéntico que circula por una novela plena de humor. En La muerte del decano descubrí a un escritor de misterio; hasta el final no se revela si esta muerte ha sido provocada por alguien o el protagonista, de cuerpo presente, se quitó la vida por su propia voluntad.

La novela de Pepe Ansúrez me trajo recuerdos de sus primeros pasos, pues este aspirante a novelista, su novia y otro amigo, poeta, se van alejando de sus inquietudes, en la vida insulsa de una ciudad sin alicientes.

No leí El rey pasmado, pero vi la película en la que Gabino Diego borda su papel.

A estas alturas todos sabemos ya que hablo de Gonzalo Torrente Ballester y ahora lo traigo al blog con una obra teatral que me ha hecho reír en más de una ocasión, tiene algo de las novelas antes mencionadas y me ha sorprendido gratamente por el papel otorgado a la mujer, que además, en lo fundamental, coincide con mi pensamiento del mito griego.

Acabo de terminar El retorno de Ulises, que podría calificar de comedia filosófica. Antes de comenzar a analizar la obra de Torrente diré, aunque esto no tenga importancia, que Ulises nunca me pareció tan buen guerrero como ha quedado mitificado por la literatura, es más, lo he visto egoísta, oportunista y típico hombre que deja a su familia para vivir sus experiencias e incluso falla a sus hombres en alguna ocasión para cubrirse las espaldas amparado por algunos dioses, entre ellos, y sobre todo, Atenea, que lo ayudan; aunque otros, como Poseidón, lo odien; no olvidemos sus raíces divinas por parte de madre.

Bueno, esto no es más que el pensamiento de una profana en la materia, pero algo deja entrever Torrente en palabras del propio Ulises «Y si me aplauden, en vez de correr a sus brazos y contarles la suerte de sus padres y de sus hijos, muertos todos por mí, me mantendré distante o silencioso como un héroe o un dios que se hubieran tomado en serio a sí mismos»; es cierto que le reconozco la astucia, pero siempre lo he encontrado algo falto de moral, y a Penélope, una víctima que debe pasar su vida esperándolo.

Pues en El retorno de Ulises el mito se desmorona y la verdadera heroína, la que tiene fuerza, astucia y sabe lo que quiere, es Penélope

PENÉLOPE.- (Al rapsoda) […] Cuando yo me haya marchado, te arrebatará como un viento divino y podrás oír en él a las musas […] (Hace que se marcha batiendo la puerta. En puntillas coge la lira […] (Cantando) Hay un hombre que vaga por las sombras […] Desde entonces, los corazones griegos recuerdan a Ulises con gratitud.
RAPSODA.-   ¡Apolo, Apolo, Apolo! Lo entendí  claramente […] Yo cantaré a todos los vientos la existencia de Ulises peregrino.

Ella será en la representación, la encargada de forjar el mito de Ulises.

Torrente Ballester comienza la obra cuando han pasado 15 años de la partida de Ulises. La guerra de Troya terminó cinco años atrás y los habitantes de Ítaca creen que su rey, el héroe que ganó la guerra, ha muerto, pues hace tiempo que los supervivientes volvieron. Así pues, hay tres pretendientes que apremian a Penélope a casarse con uno de ello, Anfidemonte, Eurímaco y Antinoo. Ella, la reina, se debe a la memoria de su marido, por lo que antes de serle infiel debe morir. Bajo ningún concepto se casará con ninguno, «que sólo hallen tu cuerpo atravesado por una espada y comenzando a arder».

Sin embargo el Rapsoda ciego asegura a todos, guiado por la sagacidad de Penélope, que Ulises no ha muerto; Telémaco también confiesa a su madre que ha soñado con Atenea y le ha confirmado la existencia de su padre, por lo que está dispuesto a ir en su busca; y llega a un acuerdo con los pretendientes: si en cinco años no vuelve con su padre, podrá uno de ellos casarse con su madre.

Para la partida, Penélope le da a su hijo un espejo con la cara de Ulises, pero él lo tira alegando que ese afeminado no puede ser el hombre fiero que todos conocen; le aconseja que borde su figura magistral en un tapiz que les servirá de manta a él y Korai, su prometida, en su noche de bodas, y le dará, por supuesto, la valentía de su progenitor.

Así lo hace Penélope; el tapiz queda terminado en cinco años, y los pretendientes acuden a la cita. Pero Ulises llegó la noche antes y nadie, ni siquiera su mujer, lo conoció. A la mañana siguiente regresa Telémaco, sin su padre, dispuesto a que su madre elija marido. Sin embargo, a estas alturas, se intuye que todo cambiará para el mito al final de la obra.

Y aquí es donde aparecen las variaciones fundamentales realizadas por el autor. Creo que Torrente Ballester ha conseguido mitificar a Penélope y desmitificar a Ulises pues para el rey, con el paso del tiempo, sus hazañas se han ido agrandando hasta ser una caricatura de lo que fueron en la realidad, de ahí que su hijo no aceptase el dibujo que su madre tenía de él cuando se marchó, y la obligase a tejer la manta con su figura esplendorosa para que lo impregnase, en su sucesión, de la fuerza divina

TELÉMACO.- (Sorprendido) ¿Mi padre este mancebo hermoso y dulce con ojos de doncella?
                        […]
                        Y como tú, madre, eres una excelente tejedora, durante mi ausencia quiero que hagas un tapiz grandioso, en el que Ulises esté representado con toda su gloria.

Figura que nadie reconoce, ni el propio Ulises y sirve de burla ante todos. Verdaderamente, esto es lo que pasa en la vida, agrandamos los recuerdos, los sueños, porque por ellos no pasa el tiempo para cambiarlos.

En realidad Ulises retorna cuando ha encontrado su verdadera identidad; se aleja de su relación con Autólico, su abuelo materno, hijo de Hermes, para afianzar la parte humana heredada de su padre; él sólo quiere terminar sus días junto a Penélope, quiere aniquilar el mito, por eso rechaza la prueba del arco, que por otro lado queda ironizada en clave de humor al mezclarla con el mito de Guillermo Tell.

PENÉLOPE.- …Los príncipes han de tender el arco de Ulises, sin uso desde su marcha, y derribar, de un flechazo, la manzana puesta a veinte pasos de distancia sobre la cabeza de una persona […] fue su hijo, entonces niño, quien sostuvo sobre su cabeza la manzana
                        […]
(Pero Ulises afloja la cuerda y arroja el arma lejos de sí)

Telémaco también queda burlado; tras seguir los pasos de su padre junto a las mujeres con quien estuvo, regresa, y tampoco es reconocido por su prometida Korai, quien seguía esperando ver la fuerza del padre en la mirada del hijo, pequeño guiño renacentista en el que la mujer, la donna angelicata, era quien transmitía la bondad de Dios al hombre a través de sus ojos

KORAI.-          Insisto en que no puedo besar a un desconocido.
TELÉMACO.- Pero eso es absurdo […] fuiste mi compañera, luego mi amiga, después mi novia
KORAI.-          Y ahora no sé que soy. Pero te miro y no te reconozco. No son tuyos los ojos que esperaba […] Deja que me acomode de nuevo a ti, y quizá después, si llego por fin a reconocerte…

Así pues encontramos en El retorno de Ulises que el verdadero centro, es la fuerza que la mujer transmite al hombre en la familia, núcleo fundamental de la sociedad. Helena de Troya tiene un papel recordatorio en la obra, aunque fundamental para ayudar a desmitificar a Ulises, ya que al encontrarse con Telémaco le hace ver la verdadera personalidad de ambos «Tu padre, me respondió, no fue más que un hombre astuto. Es cierto que inventó lo del caballo de Troya, pero ese ardid hubiera avergonzado a cualquier guerrero digno».

Penélope es el eje sobre el que se forma el conflicto entre ella y Ulises, pues ha sido su recuerdo lo que ha obligado al héroe a dejar a Calipso, Circe, Helena… y volver junto a ella «no sé a cuál de ellas, en la cómplice oscuridad de una noche sin luna, la llamé por tu nombre». Asimismo está en el centro del conflicto entre ella y su hijo; a pesar de hacerle caso en un principio y tejer un tapiz casi esperpéntico de Ulises, no se lo da, pues decide que será Telémaco el nuevo rey, pasándole todas las responsabilidades de heroicidad

ULISES.-        ¿Abandonas a tu hijo?
PENÉLOPE.- Creí amarlo mucho; pero […] eres el único hombre a quien amé en la vida

También es el centro del conflicto entre ella y los pretendientes, pues aunque debiera matarse antes que casarse con otro que no fuera su marido, intenta retrasar ese momento hasta dar con una solución ridícula.

Finalmente, la otra mujer, Korai, una simple sirvienta, por diferentes razones, y sin pretenderlo en realidad, es la que separa a Ulises de su trono, aunque al ser una comedia, es también la encargada de unir a esa pareja madura, adoptando ella y su prometido Telémaco el nuevo papel regente, siempre cuando ella decida «¡Verdaderamente, eres el hijo de Ulises!.»

Nos encontramos ante una metáfora teatral que permite representar verdades universales, pues la finalidad de la obra es reflejar la fragilidad del ser humano, la inconsistencia de la personalidad, cambiante a lo largo de la vida, quedando el amor como único sentimiento a través del cual podemos conocer a los demás. «Estoy desilusionada. Esperaba encontrarte más vigoroso […] he tenido que esforzar la imaginación y hacer presentes los mejores recuerdos antiguos».

Otro topos universal es el ansia de libertad. El espíritu masculino de lucha queda anulado y tanto hombres como mujeres desean independencia para realizar sus deseos (entre los que el amor es el centro) «que vivan su vida, si lo desean y nos dejen vivir la nuestra».

Torrente Ballester desmantela con gran sentido del humor, con ironía, al héroe público, al superhéroe que, con el paso del tiempo sólo provoca desilusión (incluso en su mujer tras pasar una noche con él). Y reconstruye al nuevo héroe, el hombre débil, con defectos, pero cariñoso; de ahí que Penélope vuelva a enamorarse de este héroe y decida seguirlo para pasar juntos la madurez.

Excelente obra, divertida, donde encontramos ironía, juegos de identidad y los tópicos habituales de Torrente, el tiempo como eterno retorno, el conflicto entre el sueño y la realidad y, por supuesto, la intertextualidad. El tiempo circular es tan exacto que el autor pone en paralelo el tiempo de Homero con el nuestro, acertando, en su ironía, al describir la situación actual: «contra la voluntad de los dioses surge una peligrosa novedad que llaman democracia y también libertad popular. Consiste en que los pueblos, cansados de sus mitos, los crean por su cuenta».

Siempre es un gozo leer una comedia con guiños a otras obras y para ello, Torrente Ballester fue un maestro. Los diálogos son ágiles e ingeniosos y la kinésica y proxémica quedan descritas hasta la saciedad en las acotaciones, que forman una completa guía de movimientos «(Salen todos menos Telémaco. Entra Penélope)», indican con precisión el paso del tiempo « (La misma decoración del prólogo. Luz de tarde…)», incluso marcan determinados gestos emblemáticos «(…alzadas las manos como orando)» o ilustradores «(con interés)» aunque dejen un resquicio para que la imaginación del lector o del director de escena, se pongan en marcha.

lunes, 22 de octubre de 2018

MADRUGADA




Obra que se estrenó en los años 50, pero por Buero no pasa el tiempo. Es cierto que Madrugada no es una de las obras más emblemáticas del autor, por lo que apenas hay estudios sobre ella y sin embargo a los alumnos les gusta (como todas las escritas por este grande del teatro); entienden la obra y son capaces de empatizar con Amalia, la protagonista. La estructura está planteada como policial; al leerla parece que nos encontremos sumidos en una novela negra y Amalia nos lleva por donde quiere hasta dar con la solución, con el porqué de ese tormento que han vivido su marido y ella durante los últimos seis meses de vida de él.

Pero Antonio Buero Vallejo escribía teatro, y esta obra participa, como todas las suyas, de las características que lo distinguen, pues la ética del ser humano está por encima de todo lo demás.

Mauricio es un pintor que ha conseguido renombre mundial, casado con Amalia disfrutan, por lo tanto, de una posición bastante más que acomodada, pero Amalia entró en su casa como modelo y después se quedó como amante, algo que la familia no le perdona y es considerada una cualquiera —normal en la época que fue escrita—. Pero Amalia y Mauricio se casan en secreto; algo ocurre en una reunión que tienen con un hermano de Mauricio, seis meses antes, que su relación cambia. Amalia no entiende lo sucedido; ella quiere a Mauricio y su amor es correspondido aunque él ya no sea el mismo. En su lecho de muerte, Mauricio le asegura que sabe que lo quiere, él también, pero no se lo han dicho, no lo han hablado lo suficiente «quizá desde el otro lado de la muerte te recobraré […] ¡Si no me has perdido! Y él me ha contestado: “No. No te he perdido. Pero quizá te recobre… desde el otro lado”». Y con esta incógnita muere, Amalia se queda sin saber por qué esta actitud, por qué deja sin dinero en su testamento a su hermano Lorenzo y a su sobrino Leandro y se lo da casi todo a ella, no sabe qué le han podido decir ellos a su marido y no sabe si le da el dinero porque la quiere o por “pagarle” los servicios prestados. Así pues, Amalia, mujer fuerte, decide reunir a la familia y no comentarles nada del testamento, haciendo creer que Mauricio sigue vivo y que ella, en el lecho de muerte, podrá decidir si realiza un testamento en el que, al reanimar al moribundo, consiga que firme el documento en el que todo se lo deja a ella. Sólo deberán decir qué le dijeron a Mauricio en aquella reunión y obtendrán las riquezas.

Esta situación, en la que los familiares están a punto de descubrir el engaño en más de una ocasión,

LEANDRO.- (Se levanta) —Despiértalo, Amalia
AMALIA.- Bien… lo haré
(Va hacia el gabinete despacio)
LEONOR.- (Se levanta) —¡No tiene derecho a hacerlo!

atrapa al espectador pues consigue acrecentar en él la tensión que se va acumulando con el paso del tiempo, las campanadas del reloj nos van avisando de la llegada inexorable de la madrugada en la que la enfermera, que ha estado cuidando a Mauricio, se irá a su trabajo y vendrán los encargados del funeral. Amalia consigue descubrir la verdad al final y es entonces cuando comprende por qué su marido ha hecho ese reparto y comprende que la quería de verdad.

La técnica de utilizar sólo un espacio también es propia de Buero, en este caso la habitación juega un papel importante en la sensación de angustia de Amalia. Los personajes quieren traspasar la puerta de la habitación de Mauricio, pero no pueden (aunque lo hagan en alguna ocasión); la enfermera no debe salir de dicha habitación, aunque sea al final, al irse a trabajar, cuando lo haga y confiese que Mauricio llevaba muerto dos horas y media (antes de que todos llegaran). Este contratiempo, esta lucha por la no invasión del espacio que Mónica ha preparado para cada uno, la engrandece, pues incluso sus respuestas dudosas consiguen una gran espectacularidad propia de la intriga.

Es cierto que el matrimonio lo podría haber hablado todo antes de la muerte de Mauricio, pero creo que la intención de Buero no era la de crear un simple melodrama

LORENZO.- La felicito Amalia. Ha sabido engañarnos a todos. Pero, ¿qué se proponía?
AMALIA.- (Sonríe) ¿Que qué me proponía? (Avanza hacia el centro de la escena) Quise saber el significado de los seis meses horribles de silencio que nos hicisteis pasar a los dos. Quise saber si me despreciaba y me pagaba, como a una mujerzuela, o si me probaba su fe y su cariño… al casarse conmigo. (Sabina vuelve)
LORENZO.- (Ruge) ¿Qué?
DÁMASO.-   ¿Casado?
LEONOR.-   ¡Entonces, estamos desheredados!...

Si tenemos en cuenta la fecha en la que fue escrita recordaremos que la mujer se debía a su marido, el hombre era el que decidía qué y cuándo diría o haría tal cosa; así pues mientras él vivió, Amalia no se plantea ningún descubrimiento. Lo que la sobrepasa es encontrarse de pronto casada, con mucho dinero, sola y sin saber exactamente por qué.

Además creo que lo importante es desbrozar la personalidad de cada uno de los familiares que, fracasados, intentan en vida, y muerte, sacar del que tiene éxito todo lo que pueden, como si estuvieran en su derecho. Y en este sentido, el autor consigue una radiografía perfecta de la época y la sociedad burguesa española, la envidia es lo que reina. Problema social que mantenemos en la actualidad, así como el hecho de conseguir dinero por el medio que sea… todo vale. Este trasfondo es lo que consigue de Madrugada su actualidad, el estar basada en temas universales, pero, sobre todo, en su estructura policial, que vuelve al teatro del siglo XXI con más fuerza, si cabe, que la que tuvo en el XX.

Pero aun encontramos otra característica constante de Antonio Buero Vallejo, la búsqueda de la verdad a costa de cualquier precio, y en este caso es Amalia la encargada de encontrarla sin ninguna otra valoración; cuando por fin la ha hallado, su labor ha terminado, «No. Yo no debo juzgar», pues con la verdad se ha encontrado a sí misma y su vida ha recobrado un sentido.

Hay otros subtemas que, aun siendo importantes en Madrugada, no son fundamentales, aunque sí estables en la obra de Buero, como la defensa absoluta de la fidelidad en la pareja, el amor como impulsor de un compromiso que va más allá de cualquier documento, pues se adentra en la moralidad del ser humano, amor purificador pues, si se consigue, conlleva un enfrentamiento plácido ante la vida, amor como causa de un mundo mejor, como medio para superar cualquier rastro de envidia o egoísmo.

Los personajes no están delimitados desde el principio, no hay buenos o malos, todos tienen sus razones para actuar como lo hacen y según precisamente los actos, los diálogos, los gestos adoptadores «(Leonor hace sonar sus pulseras y se sienta por toda contestación)» o los emotivos, aquellos que desvelan al público la crisis interna que los convierte en seres desgraciados. En general Dámaso, Leonor, Leandro o Lorenzo rechazan soluciones intermedias, tienen una meta y bajo ningún concepto quieren desviarse de ella, están dispuestos a lo que sea.

LEANDRO.- (Asqueado lo suelta) ¡Me propuso sacarte dinero si te lograba! y por negarme…, nos calumnió a los dos, ante Mauricio, aquella tarde!

Aunque también es cierto que en este comportamiento regular es donde observamos su cobardía «¡Que me voy! ¡Vámonos Leonor! ¡Mónica, ven!».

Por eso, Amalia es el personaje más relevante, frente a la pasividad de los demás es la que lucha, la que se impone y vence. Frente a aquellos amargados a quienes el mundo les viene grande reluce con más fuerza la decisión de aquellos que, a pesar de saberse solos, necesitan conocer la verdad; la protagonista incluso les hace ver a los demás la miseria en la que han vivido «¿Verdad que le gusta el collar? Será suyo. Tendrá joyas buenas y caras con las que poder sustituir esas pobres pulseras de latón».

Mauricio no aparece, es el muerto, y sin embargo está presente en toda la obra, como anticipó antes de morir «desde el otro lado» conseguirá que afluya la verdad, es el espejo en el que todos se reflejan tal como son.

Por último las acotaciones son funcionales, aunque decisivas para realizar la kinésica y proxémica de los personajes, consiguiendo su finalidad: descifrar con eficacia el significado real y metafórico del texto:

(Sus pulseras emiten un despectivo comentario)
(Mónica hace tímido gesto de negación que ella finge no ver)
(Se acerca al comedor, junto a cuya puerta permanece)
(Alguien apagó la luz central. El reloj marca exactamente las cinco y cuarto…)
(Amalia mira con sorpresa a Paula. Leandro reprime un gesto de contrariedad)
(Furioso va hacia ella)

Madrugada supone una catarsis en el público, pues se ve reflejado y obligado a meditar sobre su propia purificación ante situaciones en las que el egoísmo, la avaricia o la envidia lo invadan. Necesitamos tanto el miedo a ser descubiertos como la misericordia para nuestros defectos más ocultos.

No creo en el posibilismo de Buero Vallejo, aquél del que se le acusó que empleaba para poder estrenar en una época en la que reinaba la censura. Puede que escribiera sus obras teniendo eso en cuenta, pero al tratar temas universales podemos trasladarlas a cualquier época y lugar, sólo hemos de contextualizarlas en cada momento. Esa es la grandeza del teatro de Buero y eso es lo que encuentro como predominante.

jueves, 18 de octubre de 2018

MARGEN DE ERROR



Me gustaría comenzar la crítica de esta novela con una llamada de atención a la autora. Es cierto que ha pasado un año desde la última entrega de la saga de la comisaria María Ruiz. Ahora, que he leído la segunda, escrita en 2014, y que me he enterado de por qué Tomás quedó en ese estado en Las lágrimas de Claire Jones, de por qué murió, lógicamente, el comisario Carlos y de por qué María estaba destinada en Soria, necesito saber más de esta comisaria, de su vida privada y policial, así que, Berna González Harbour, estoy impaciente por leer la siguiente entrega de la comisaria Ruiz.

Para quien no haya leído ningún de las tres novelas que componen la saga (por ahora), diré que no es necesario hacerlo por orden, aunque, sobre todo, la vida personal de los personajes, si se hace de forma cronológica, va adquiriendo un sentido mucho mayor. Pero siempre hay algo, una digresión, un comentario, que va poniendo en situación al lector.

Conocí a González Harbour a través de Verano en rojo y me encontré con su protagonista, la comisaria María Ruiz, una de tantas heroínas que afortunadamente velan desde el anonimato por nosotros. Porque es cierto que es un personaje, que maneja con una soltura inigualable datos, atrevimiento y sensatez, pero dentro de esta ficción hay mucho de realidad. El áspero argumento de esta novela, y su resolución me sobrecogió de tal manera que leí la tercera, Las lágrimas de Claire Jones, y aunque las tramas son distintas ambas participan de un homenaje al buen periodismo, en el que la unión con el departamento policial es casi necesaria. Ambas dejan ver desde sus primeras páginas la crudeza de la novela negra; pero lo mejor es que los crímenes están motivados por situaciones totalmente actuales. Si la corrupción religiosa y la llamada a la importancia que tiene la infancia para tener después una madurez natural son las causas que facilitan Verano en rojo, la trata de blancas y la corrupción policial quedan al descubierto en Las lágrimas de Claire Jones. Así pues he leído la segunda, Margen de error. La tónica de la autora se mantiene, historias, en principio diferentes, que van convergiendo en una trama tan horrible y severa como la propia realidad, esa a la que se enfrentan, a costa de su propia integridad, aquéllos que dedican su vida a mejorarla.

El homenaje al buen periodismo continúa, ahí está Luna y los jóvenes que empiezan con ganas, sin miedo a que se desvele la verdad aunque sea a riesgo de perjudicarse ellos mismos.

En Margen de error se parte de una situación aparentemente sencilla, el suicidio de Héctor García, pero antes de dar el caso por cerrado, aparece, anticipándose a lo previsto, la comisaria María Ruiz, pues toma el alta médica sin deberlo ya que su bazo no está totalmente curado del caso que resolvió anteriormente. Ella se da cuenta de que hay algo anormal en ese suicidio, como así se lo hace saber la madre del muerto, la señora Lotusse, viuda de García que recuperó su apellido de soltera al morir éste.

Al investigar un poco más se da cuenta de que han sido numerosos suicidios de trabajadores pertenecientes a Petrole de France. Así pues la autora comienza exponiendo un caso basado en la realidad, ya que en 2009 se suicidaron en Francia 23 trabajadores que iban a ser despedidos de France Telecom. Aunque es ficción, en Margen de error hay toda una radiografía social: la crisis económica, la corrupción empresarial y el uso o mal uso de la tecnología.

Como en toda novela el argumento incluye un enigma, la propia acción policial, que requiere una minuciosa investigación y, por supuesto, la resolución del caso. Pero como es la novela negra de Berna González el enigma se va multiplicando. Hasta cuatro casos diferentes, todos con un enfoque realista salpicados de tintes sociales, políticos y urbanos, como los grupos violentos que pueblan la sociedad y practican el crimen organizado. En este caso son los albanokosovares quienes están dispuestos a lo que haga falta por enriquecerse. Pero no sólo ellos, el comportamiento y pensamiento de los personajes está tan detallado que es fácil adentrarse en la psicología de cada uno de ellos, de esta forma al lector no le resulta complicado centrarse en la estética violenta que pretende, la falta de escrúpulos ante familiares, niños o inocentes son los elementos que definen tanto al enigma como a la resolución.

Los hechos se presentan de forma lineal pero serán las analepsis o la acumulación de incógnitas las que saquen el enigma a la luz; enigma que poco a poco vamos uniendo al anterior hasta que los cuatro casos confluyan en el mismo.

La novela comienza con un monólogo interior, después sabremos de quién se trata. El informático de la policía, Tomás, se ve envuelto en un intento de suicidio, el de su amigo Gabriel Ros, algo que no le cuadra pues su mujer estaba a punto de dar a luz y ambos tenían una gran ilusión con el pequeño.

—¿Qué ha ocurrido?
—No lo sé
—Parecíais felices ¿no lo sois?
—Creía que sí
—¿Os habéis peleado?
—No
—¿Algún lío en el trabajo?
—Nada que yo sepa
—Cuéntame qué ocurrió

Tomás era más que un aliciente para María y a ella le extraña, al incorporarse al trabajo, no saber nada de él; los compañeros no se atreven a decirle que está en coma pues cayó al vacío esposado su amigo Gabriel en el segundo intento de suicidio de éste. Así pues cuando María vuelve a la comisaría, sólo se encuentra con el presunto suicida, Héctor García, y como no ve claro este suceso, decide investigar el caso con su equipo. Este hecho, que cada vez resulta más imposible de mantenerse, queda por momento en segundo plano ante el secuestro de la hija de Carla, una amiga del periodista Luna a quien avisa Carla porque los secuestradores la han amenazado si la policía se entera.

Sabía muy bien de qué se trataba. Unos desalmados te metían velozmente en un capó […] allí un par de bestias te zurraban si llorabas o intentabas escapar, te arrojaban un bocadillo seco de cuando en cuando […] Después venían las curas, las cicatrices, las visitas al psicólogo, las pesadillas, las secuelas […] Pero lo que no había visto es que la persona arrojada a ese capó maloliente y oscuro fuese una niña, una pequeña de solo cinco años…

Sin embargo, como en la realidad, hay un fallo que permite tirar del hilo para enterarnos de la verdad. La madre de Héctor García e Irene Lotusse aparece asesinada en su casa cuando María va a verla paras hablar sobre su hijo. Al preguntar al portero se entera de que Irene es una alta ejecutiva de la empresa Petrole de France mientras que su hermano Héctor era uno de los conserjes que, además, justo antes de suicidarse se había comprado uno de los coches más lujosos de mercado.

La otra García Lotusse, la hermana que la había hecho salir cuando ella conversaba con su madre. La última visita que Ernesto había identificado antes del asesinato. Era imposible que una hija matara a su madre, pero acaso había tenido algo que ver.

Por otro lado Tomás descubre algo en los ordenadores de su amigo Gabriel Rey, que también trabajaba para la misma empresa y había tenido alguna relación con Irene Lotusse. La investigación que llevan a cabo Luna, el profesor de periodismo, Pascual y algunos estudiantes, los conducen, en el secuestro de la niña, hasta su propio padre, Fernando Giménez de la Vega, abogado y director del Plan Futuro de Petrole de France. Todos están relacionados con esa empresa y todos, a su vez, con Irene Lotusse, en realidad Irene García, pues ella no era hija de la señora Lotusse sino fruto de una aventura de su padre, quien la llevó a vivir con su mujer y hermanastro al morir la madre de ella.

Así pues, todo apunta a una persona y el móvil es el mismo, la ambición. Fantástica trama que mejora por el dinamismo que aportan los diálogos mezclados con el estilo indirecto libre o éste introducido en la narración, pues destaca la interiorización de las acciones del personaje, haciendo que su conciencia se nos revele desde la intimidad; sus sensaciones van quedando al descubierto «Recordó a su amigo ingresado, luego una voz ronca […] con una larga melena cayendo incontrolada sobre las transparencias de encajes […] “estás enfermo”».

Por otro lado, nos sólo analepsis nos ponen en situación, también hay prolepsis que anuncian aquello de lo que nos enteraremos más tarde, aunque no son adelantos del tiempo real sino de la escritura, pues aproximadamente todo ocurre en momentos parecidos:

—Lo siento, señores, lamento dejarles solos. Pero me tengo que ir… tenemos una emergencia —dijo mientras les daba la mano—. Les dejaré mi teléfono por si…
—No te apures chaval. La comisaria también nos ha dado su teléfono […]
… nadie le iba a impedir ver a Tomás, qué se habían creído […] A la Paz llegó en pocos minutos…

El dinamismo se hace más evidente al incrementar la tensión; una de las técnicas que el narrador, en tercera persona, utiliza para ello es la descripción de las acciones recíprocas que adelantan sucesos inevitables cuyas consecuencias se dejarán ver más adelante, aunque siempre traerán una sorpresa añadida «Le sacó una foto. Y otra. Tomó aliento […] Pulsó nerviosamente el clic de la cámara para inmortalizarle de frente cuando se dio cuenta de que, desde abajo, le llegaba el destello de otro flash».

El final de los capítulos, por supuesto, también mantiene la atención y la tensión del lector, que se va imaginando lo que ocurre al tiempo que lo van descubriendo los personajes; mientras tanto, las preguntas retóricas, los recuerdos de alguna conversación, decisiones que parecen impedir la pronta resolución, o la visión de la naturaleza vaticinadora van destinados a que no perdamos nada de vista y a integrarnos de lleno en la trama

«¿Qué contenía ese puñetero pendrive?»

«Volvió a repicar en su memoria “Mi hijo no se ha matado”»

«Luna le miró con cierta compasión. Pero no. No se lo iba a explicar»

«Dirigió su último vistazo a la luna, que en ese momento se vio cubierta por un nubarrón más lento y abigarrado y, tras cerrar definitivamente la ventana, se largó».

La novela se cierra con otro monólogo interior de quien la abrió; al finalizar de esta forma descubre a su vez un resquicio por donde continuar la siguiente entrega. Fantástica idea que, de nuevo, acrecienta las ganas del lector de seguir leyendo, de seguir la pista a esta comisaria ya su equipo. Efectivamente salió el último volumen de la saga el año pasado, como ya apuntamos antes, pero este también termina con posibilidades de continuar. Posibilidades que esperamos se hagan realidad muy pronto.

lunes, 15 de octubre de 2018

LA LOCOMOTORA



Acabo de leer La locomotora, de André Roussin, escritor francés del siglo XX, de quien no había leído nada y, quien creo que no tuvo en su momento el reconocimiento obligado fuera de su país, excepto por un par de obras que incluso en España fueron estrenadas en aquel antiguo Estudio 1 de TVE. Y sin embargo Roussin fue un intelectual, empezó Derecho pero lo dejó para ejercer de periodista en Marsella, tras esta actividad se inició en el mundo del teatro y se incorporó a la Compagnie du Rideau Gris, participando en su gestión hasta el final de la II Guerra Mundial. Durante la guerra comenzó su carrera como dramaturgo, incluso actuó en alguna de sus obras. Más de treinta y cuatro comedias escritas merecen (o al menos eso pensé) que leyera alguna de ellas para conocer algo más de este autor. Y he de confesar que, a pesar de mis dudas, me ha sorprendido gratamente.

La locomotora es una comedia en dos actos. El argumento, sin desvelar el final, es bastante usual en la época en que fue escrita. Un matrimonio, formado por un francés y una rusa vive de forma suntuosa en la planta baja de una gran casa. En el piso de arriba residen su hija, Catherine, su yerno, Michel y los hijos de éstos, Isabel y Alejandro, dos jóvenes de unos 20 años

SONIA.-   … ¿Qué hace Michel?
ERNESTO.- ¡Cómo quieres que lo sepa!
SONIA.-   Tú nunca sabes nada. Es increíble: tengo un yerno que es médico, al que le he regalado un apartamento en mi finca, justo en el piso de arriba, y cuando estoy enferma… se va a curar a los demás.

El francés, Ernesto Lepetit, lleva “soportando” las extravagancias de Sonia Ivanova, su mujer, desde que se casaron. Cuarenta años son muchos para estar oyendo continuamente que su gran amor, Constantin Petrovitch Tzerpieff quedó perdido en Rusia entre el humo de la locomotora en la que pensaban huir, pues los padres de ella, de clase alta, no aceptaban el noviazgo de Sonia con un vulgar batelero. Así que a los 17 años, Sonia decide fugarse con su apuesto caballero, pero “se perdió”. Ella se fue a Francia y a los tres años de residir en París se casó con Ernesto. Está claro que este descuido por parte de ambos amantes no se sostiene, de ahí que el autor lo refleje mediante la ironía del humor absurdo

SONIA.-   ¿Tú también conocías…?
CATHERINE.- ¿El qué?
SONIA.-   Mi aventura con él
CATHERINE.- ¿Qué si lo sabía…? ¡Pero mamá, hace cuarenta años que nos la cuentas y que nos hablas de él!
SONIA.-   Entonces debe ser verdad. Estará muy vejestorio
[…]
CATHERINE.- …Seguro que pasa de los treinta

Durante la primera parte de la obra, Sonia continúa recordando a todos que ellos no han vivido el gran amor que ella sintió con Constantin, sin darse cuenta de que ya ninguno la toma en serio y de que, probablemente, el resto de la familia tenga una vida más emocionante de lo que ella piensa

ERNESTO.- Tengo una cosa que decirte, Sonia
SONIA.-   Pues yo dos
ERNESTO.- Muy bien
SONIA.-   …Katia tiene un amante. No sé quién me lo dijo
ERNESTO.- Yo. Hace un rato
[…]
SONIA.-   …Le he dicho: “Me parece, Alejandro, que pasas mucho tiempo en la librería …con Claudette” […] Me ha confesado la verdad inmediatamente […] que andaba detrás de ella […] que hay un tipo viejo con dinero que la sacaba los domingos […] Claudette no tardará mucho en decidirse entre él y el tipo de los domingos (Ríe. Y de pronto) ¡Ernesto!
ERNESTO.- ¿Sí?
[…]
SONIA.-   Sí, “vamos”, no insinúo: afirmo ¿Eres tú el tipo?

Todo se mantiene en esa situación que sirve de planteamiento hasta que se presenta Constantin y consigue en el Acto Segundo, dar un giro a lo que creíamos. Si terminase ahí la obra podría ser perfectamente actual pero hemos de tener en cuenta la época en la que fue escrita (mediados del siglo XX) y el público al que iba dirigida entonces (en su mayoría, burgués y de clase alta), por lo que no es de extrañar que triunfe la moral cristiana y familiar por encima de todo.

Sin embargo, encontramos un retrato irónico de la burguesía y la manera hipócrita que tenía al enfrentarse al matrimonio, la fidelidad era lo que, a costa de lo que fuese, había que mantener de cara la sociedad, aunque los matrimonios hiciesen aguas

CATHERINE.- Te equivocas, Michel es una gran persona. Me quiere
SONIA.-   ¿Y Bellecroix?
CATHERINE.- ¡Ese es el drama!
SONIA.-   ¿Está casado?
CATHERINE.- No. Quiere que me divorcie
SONIA.-   No olvides que te debes a tus hijos. Ese asunto tiene que terminar, hija mía

El patriarca, además de ser el único que aportaba los ingresos, debía mantener contenta a su mujer, aunque ésta se olvidase de todo, dedicada a alimentar una fantasía, fruto del complejo de inferioridad que, como Sonia, poseían determinadas mujeres del siglo XX, época en la que todos sus logros y aspiraciones se limitaban a obtener un buen marido. De ahí que nunca estuvieran satisfechas en la realidad vivida por lo que su imaginación idealizaría los sueños incumplidos; recordemos que los conceptos “machismo”, “matrimonio infinito”, “bobería femenina” o “paternalismo masculino” eran habituales. Por eso se agradece que Roussin se valga del humor absurdo para exponer esta situación, que queda ridiculizada desde el comienzo con el nombre del protagonista, de hecho, la elección del nombre en los personajes masculinos dice mucho, irónicamente, de estos, algo que nos recuerda a la comedia francesa del siglo XVII, Lepetit, Constantine, Bellecroix son una muestra de ello:

ERNESTO.- …eres mi mujer desde hace cuarenta y cinco años…
SONIA.-   ¡La señora Lepetit!
ERNESTO.- ¡Exacto! La señora Lepetit
SONIA.-   Podías haberte llamado Legrand, en vez de Lepetit
ERNESTO.- Mala suerte
SONIA.-   Y si aún llamándote Lepetit fueras más alto…

No sólo la ironía es casi una constante de La locomotora, la hipérbole aparece en numerosas ocasiones, lo que contribuye a acrecentar el humor de determinadas circunstancias

CATHERINE.- ¡Mamá, eres única!
SONIA.-   Me receta potingues y me deja morir. He estado tosiendo toda la noche

El estilo participa de la insistente observación de la vida burguesa del novecientos, de ahí que los diálogos sean sencillos, sin pretensiones de profundizar en temas serios, pero con altas dosis de exageración

ERNESTO.- Quiero decir que si antes… ¿bebía mucho?
SONIA.-   Bebía con estilo, con clase
ERNESTO.- Es muy posible que llegue completamente borracho

No abundan las acotaciones, simplemente las funcionales para situar al espectador en la casa, o en las diferentes entradas o salidas, pero es normal encontrar en la obra que el autor no consigne los gestos de los personajes mientras hablan, dejando así libertad al director para representarla según la imagine; no obstante, a través de los parlamentos de Sonia presentimos un tono enérgico, enfático, para pretender convencer a los demás o decirles lo que deben hacer, mientras que en Ernesto, el tono grave, y al mismo tiempo benigno y calmado, indica dónde reside la verdadera autoridad y credibilidad familiar. Entre ambos surge una perfecta armonía que da como resultado una comedia divertida, con cierto aire acogedor en el que resaltan movimientos y gestos feministas por parte de las mujeres, aunque lo que predomine en estos diálogos sea el humor, al producirse determinadas confusiones en el significado connotativo que contienen

ISABEL.- Yo creo que mamá sabe lo que hace
SONIA.-   ¿Qué?
ISABEL.- ¡Pues… que ella vive su vida!

Precisamente las implicaturas que pueblan los diálogos provocan juegos de palabras que favorecen el histrionismo

ERNESTO.- …Te aseguro que te engañas…
SONIA.-   ¡No me engaño, me engañas!

Sonia pretende ser persuasiva, de ahí que corte en varias ocasiones a su interlocutor

CATHERINE.- … ¿Piensas que creerá que soy su hija?
SONIA.-   ¿Y lo dudas? ¡Tú eres su hija!
ERNESTO.- Tu madre ha decidido que tengas tres años más
[…]
SONIA.-   …¿No comprendes la emoción que tendrá mi hermoso cosaco?
ERNESTO.- ¡Ah! ¿Pero también es cosaco?
SONIA.-   Tú te callas (A Catherine) Además ¿a ti qué más te da?

Así pues, no nos quedemos con el desenlace; si somos conscientes del acertado diálogo, del humor sin ostentaciones, de la hábil mezcla entre realidad y ficción, de la naturalidad espontánea de Ernesto, de la originalidad y gracia de Sonia, de la sutil ironía a la impostura burguesa, de la burla que contienen los apellidos o los motes, encontraremos rastros de Molière, pues como el padre de la Comédie française, Rousin es consciente, al ridiculizar la debilidad de Sonia, de que está proyectando cierta profundidad psicológica que denota la amargura de quien se ha sentido sola y debe inventar un mundo paralelo; desconsuelo que se intensifica al chocar el sueño con la realidad por eso decide que «La verdad es aquello en lo que creemos».

Puede que el estereotipo paternal de Ernesto vaya más allá del fiel amante reproducido «(…Ella continúa su solitario, bajo la mirada divertida y tierna de Ernesto)», pero quizás sea esto lo que aporte el patetismo necesario a la bufonada inicial, lo que no nos haga olvidar la condición solitaria de la mujer en la familia y sociedad del siglo XX.

Sin embargo no hay tristeza ni dolor en La locomotora, las respuestas ingeniosas, ágiles, unidas a gestos, movimientos, acercamientos desmesurados, presentes en toda la comedia, consiguen dotarla de un carácter deliciosamente humorístico y elegante.