sábado, 30 de abril de 2022

LA PRESIDENTA

Alicia Giménez Bartlett ha vuelto para poner el dedo en la llaga, esta vez a través de Berta y Marta Miralles, un par de principiantes que entran en el Cuerpo General de Policía por la puerta grande, aunque permanezcan, a todos los efectos, en el anonimato.

La presidenta de la Comunidad Valenciana, Vita Castellá, aparece muerta en su habitación del hotel un día antes de ser juzgada, en Madrid, por malversación. Ha sido envenenada, pero esto no puede salir a la luz por miedo a que altas instancias del estado y del partido en el poder queden implicadas. El caso se llevará en absoluto secreto y será investigado por algún novato, como un caso sin importancia. Al nuevo no le darán la información oportuna y a los medios de comunicación se les dirá que la presidenta ha sufrido un infarto.

Las altas esferas policiales envían el cadáver a Valencia y allí pondrán a trabajar en su nuevo cargo como inspectoras a «Dos hermanas, Berta y Marta Miralles. De treinta y dos y treinta años […] las reclamará el comisario Pepe Solsona, que es mi hombre de confianza, de la comisaría de Russafa».

Pero las hermanas no son tontas, aunque piense lo contrario la cúpula policial, así que con sus pesquisas lograrán quebrar los nervios de un importante militante corrupto del partido, devenido asesino que, cuando se ve acorralado, termina suicida.

Hasta que no resuelven el caso, con ayuda del exjefe de prensa de Vita Castellá, el forense y el inspector Sales, las novatas pasan unos días bastante estresantes, haciendo turnos larguísimos de vigilancia, casi sin comer, descansando apenas, pagando gastos de la investigación de su bolsillo, inventándose informes para un juez que, dejándose llevar por el jefe de la policía, los firma sin leer o buscando colaboradores en los bajos fondos. Sus vidas llegan a estar en peligro. Sus puestos de trabajo también.

Aunque Giménez Bartlett lo niega, no cabe duda de que los hechos y personajes están basados en la realidad. Hace unos años Valencia fue conocida por el alto nivel de corrupción. Hoy le sacarían ventaja otras comunidades, «Nombramientos y adjudicaciones a dedo, recalificaciones de terrenos por interés, financiación ilegal, desfalcos, sobornos, eventos multitudinarios donde el dinero pasaba como un rayo de lo público a las arcas del partido».

En realidad da la impresión de que el territorio español, ávido de protagonismo, lucha por obtener el dudoso primer puesto de perversión, «para velar por el bienestar general no siempre se podía transitar por el camino de la ortodoxia».

Y es en este ambiente del partido, al más puro estilo degenerado, donde aparecen dos jóvenes policías que no se dejan comprar, que ponen en juego sus puestos y sus vidas, para destapar una trama en la que la inmoralidad llega hasta las más altas esferas. Berta y Marta no obtendrán felicitaciones, tampoco reconocimientos, pero van eliminando a todos los cargos implicados en el proceso. Un devenir que acaba con la vida de los donnadies, meros peones atraídos por el dinero, esa avaricia que siempre rompe el saco; y con la de mujeres inapreciables, inservibles en la mente de poderosos que las consideraban desechos por los que no valía la pena preocuparse.

Asistimos a cinco crímenes en La presidenta, la última novela de Alicia Giménez, escrita con una ironía que saborea al máximo para denunciar la corrupción de un partido que no ha podido caer más bajo (y sin embargo ahí continúa, acogiendo en sus filas a los reyes del mambo, o eso parece)


Ya has visto la que nos ha caído encima con lo de Vita. El ministro está de los nervios

—Pobre Vita, no se merecía semejante final aunque […] era como una especie de bomba ambulante que campaba por ahí […] ¿Tú crees que se la han cargado los del propio partido para que estuviera calladita?


y para evidenciar la corrupción de los altos cargos policiales preocupados, sobre todo, por mantener el puesto a costa de lo que sea «Hay que enfriar el tema de cara al exterior […] No sabemos quién ha sido ni nos interesa saberlo. Fue un infarto y en paz».

Ojalá vivamos en una realidad en la que haya más Bertas y más Martas capaces de observar, analizar, deducir cuándo las órdenes de los jefes son un sinsentido; más policías sin miedo a las represalias, que no toleren la impunidad de hechos delictivos. Ojalá la autora continúe con sus investigadoras porque, a pesar de los crímenes, la novela está marcada por el optimismo. Es realista aunque grandes esperanzas planean en la Comunidad Valenciana, probablemente porque Giménez Bartlett ha dado la vuelta a la novela policial: Es cierto que se parte de un crimen –encubierto–. Es cierto que hay delitos muy graves –que no se especifican del todo–. No hay uno sino dos investigadores, son mujeres, novatas tratadas con paternalismo, humillación y suficiencia. Hay un sospechoso, desde el principio, que va anulando las pistas mientras enreda a otros. Las pistas son verdaderas aunque, por increíbles, no lo parecen; por lo tanto, hasta el final de la novela, las hermanas Miralles no dejan al lector ser consciente de lo que ocurre, cuando tiran del hilo y van cayendo los implicados como fichas de dominó, porque el criminal tampoco es al uso. Ese ser inteligente que preside la novela negra es, en La presidenta, un chapucero que se rodea de inexpertos para llevar a cabo sus planes.

La autora no se anda con tapujos, «todos esos nuevos ricos, horteras, maleducados, convencidos de que podían hacer cualquier cosa porque tenían el poder. ¡Gente de la política que debía dar ejemplo a los demás!», pero el humor hace gala desde la primera página, en la que descubrimos quién es la asesinada. Humor en la ironía con la que se toman las órdenes, en la propia actuación policial, en la falta de confianza que los jefes muestran hacia las investigadoras


—¿Tú crees que sospecha algo? (el juez)

—¡Qué coño va a sospechar! Nos toma por dos floreros decorativos

Humor en las actitudes machistas de los altos cargos policiales y del gobierno, con el que refuerza, al final, el verdadero valor de la mujer «¿Será posible? ¡Este Pepe Solsona es más estúpido de lo que parecía! […] ¡Mujeres, mujeres! ¿Hay algún animal más dañino en el mundo?». Humor en las hipérboles irónicas y en la concatenación del lenguaje con los sentimientos


—Otro corazón puro ganado para la causa –clamó

—Para puro el que nos va a caer

[…]

—¡Joder, qué buena frase! Deberías haberte hecho abogada en vez de policía

—Un buen abogado es lo que vamos a necesitar

Pero no lo necesitan porque si su lenguaje es efectivo, sus hechos también. Solo esperamos que este sea el principio de una saga. Las Miralles lo merecen.

sábado, 23 de abril de 2022

ASESINOS


Leer Asesinos supone realizar un recorrido por los crímenes más diabólicos y las causas que llevan a cometerlos. Esta colección de horrores está formada por cuentos, de los más prestigiosos del Realismo y Romanticismo. Como muy bien señala el compilador, Álvaro Abós, el crimen ha estado siempre presente en la literatura. Está claro que Dante tuvo mucho que ver, probablemente haya sido fuente de inspiración para torturas y sufrimientos variados, pero no debemos olvidar que asesinos ha habido desde el principio de la humanidad y, por lo tanto, podemos encontrar diversos ejemplos en libros de todas las lenguas y todos los tiempos. El hecho de que los hombres se maten entre sí ha sido narrado de mil maneras.

En cuanto a los autores de Asesinos no cabe duda de que estamos ante un elenco de maestros, casi todos del XIX, si bien de narración diferente. He de destacar la descripción llena de imágenes gráficas del argentino Ricardo Güiraldes, algunas de ellas con tendencia poética «Siguieron el camino, que serpenteaba sumiso como un lazo tirado a descuido» aunque esto no sea obstáculo para sacar a la luz en De mala bebida lo más sádico de un hombre ebrio que, sin embargo, no pierde su perspectiva de poder sobre los demás. Los lectores acompañamos al cochero del patrón Venancio Gómez mientras reflexionamos con horror hasta dónde seríamos capaces de llegar para conservar nuestra vida.

No podía faltar en esta antología el gran Conan Doyle que, aunque en Perdimos el tren expreso prescinde de Sherlock Holmes, no abandona la observación sistemática para contarnos un crimen, la desaparición de un tren y la de quien no se ha avenido a guardar el silencio necesario para que nadie pueda relacionar a los implicados. Las motivaciones quedan a la vista del lector, quien puede atar todos los cabos sueltos hasta que no quede ninguno, «no podemos correr el riesgo de que un hombre de semejante condición hable con su mujer […] Perdimos la confianza en él […] Debimos haberle informado a ella que podía volver a casarse cuando se le ocurriera».

Sir Arthur supo imprimir tensión en lo que escribía, así como dejó traslucir en sus personajes la perseverancia que él tuvo en su trabajo.

La fantasía de Thomas de Quincey subvierte la lógica hasta que, en Asesinato en la taberna de Williamson, nos surge la pregunta de si se puede tratar el crimen como otra obra de arte, ¿prevalece en algunos la ética o la estética? Está claro que cuando en doce días hay un saldo de siete muertos en dos familias diferentes, nos enfrentamos a alguien inteligente que debe haber actuado con precisión matemática y, como si se tratase de una obra maestra, el narrador expone cómo debió ocurrir basándose en apreciaciones científicas, aunque luego dé rienda suelta a las suposiciones «Del cuadrante de los noventa grados que la puerta describiría para hallarse en ángulo recto con la antecámara, quedaban expuestos por lo menos cincuenta y cinco […] a juzgar por el terrible grito invocando a Dios que oyó el obrero […] si una de las víctimas recobrase el conocimiento y prestase declaración (diría que), se puso inmediatamente a degollarlas».

Pero además de la lógica, de Quincey asombra por la multitud de recursos que pone en marcha, calificativos en aumento para reforzar la impresión negativa «un extranjero de apariencia siniestra […] este extranjero repugnante»; alusiones que nos retrotraen al famoso bardo «con ese efecto glacial que producen los dos asesinos en Macbeth cuando se presentan a Banquo…»; menciones de la  mitología griega para aclarar las descripciones «¡Qué cabeza de Medusa se oculta bajo esos rasgos exangües…» y aumento del realismo al emplear dudas en las impresiones narradas «Podrían ser las doce menos veintiocho o menos veinticinco».

Las interrogaciones retóricas expresadas mediante una epanadiplosis refuerzan la relación con el lector «¿Dónde estaba el tercero? ¿Y el tercero dónde estaba?». El caso es que mantenemos la atención hasta el final, con el alma en vilo, para llegar, de manera sarcástica, a confirmar hasta donde pueden llevar las especulaciones.

El maestro del cuento latinoamericano redacta, con grandes dosis de humor basado en tópicos, El mono que asesinó «Podría tratarse de un loco, pero ni el estilo ni la letra son de loco»; Horacio Quiroga no escatima en malentendidos gestuales, en penosas circunstancias familiares, en la ignorancia de quienes se consideran competentes y llegan a conclusiones inventadas, en suposiciones inauditas, en comportamientos inconscientes, para establecer, con grandes destellos hiperbólicohumorísticos el tema de la reencarnación, el traspaso del alma de un humano a un mono, y viceversa.

En Asesinos encontramos relatos, como el de León Treich, que comienzan in medias res, para aportar fechas detalladas sobre la desaparición de mujeres a manos de un metódico asesino en serie. A pesar de los informes policiales detallados no pueden probar la implicación de Landrú, quien es ajusticiado mientras deja con la incertidumbre a la policía, «En todas las batallas hay muertos».

Cualquier tipo de psicópata imaginable tiene cabida entre estos autores que indagan en la atracción y el terror que produce el hecho de observar cómo la vida de un hombre, por más desaprensivo que sea, pende de un hilo.

Hay veces en que algo parece más complejo que la esquizofrenia, si esto es posible. León Tolstoi lo demuestra en La muñeca de porcelana cuando su mujer, delicada, sumisa, se convierte para él en un objeto que puede manipular a su antojo hasta que ella se rompe; interesante metáfora del lugar que ocupaba la mujer en el matrimonio, «me la pasé de una mano a otra para abrigarla bajo mi cabeza. Le gustó. Nos dormimos. Por la mañana me levanté y salí sin mirarla […] Creí que todo había pasado. Pero cada día al quedarnos solos ocurre lo mismo».

Al hablar de locura no podemos olvidar al maestro de maestros; Allan Poe consigue que su protagonista se sienta tan orgulloso de su crimen, y a la vez tan culpable, que no parará hasta que en su monólogo atribulado de El gato negro se delate ante la policía como asesino. También en este caso la narración del feminicidio es la base de la locura del protagonista, que aunque venga disfrazada por celos y abuso del alcohol, lo cierto es que no tolera que nadie, ni un gato, le demuestre algo de afecto a su mujer.

Italo Svevo, otro pionero de la novela psicológica, usó, como Poe, algunas teorías de Freud y, con un estilo informal a veces, casi siempre irónico, describe a sus protagonistas recomidos por la culpa. Solo así es posible entender que El asesino de la calle Bellpoggio mate casi por accidente a alguien, tras quedarse con su dinero y luego, al ser consciente de que será capaz de huir sin ser visto, dé marcha atrás en sus planes. En realidad, el remordimiento no lo deja en paz y, haciendo gala de una estupidez fuera de lo común, se delata.

Asimismo Gaston Leroux, precursor de la literatura de misterio en Francia, hace de El hacha de oro un cuento para no dormir, en donde la lógica queda encerrada en la tensión de la incertidumbre que la propia protagonista intenta aclarar. El determinismo que subyace en el tema consigue arrastrar al lector a una profunda desolación cuando es consciente de que nada puede cambiar. Son las propias circunstancias las que impiden ser feliz «El único crimen que he cometido en mi vida es haberte ocultado todo».

En esta antología no falta el crimen organizado, tanto que, a finales del siglo XIX y utilizando un estilo totalmente naturalista, Jack London aporta, con Los sicarios de Midas, cierto horror filosófico al demostrar cómo la sociedad puede moldear a los ciudadanos consiguiendo que la culpa se instale en ellos, cuando ellos mismos ponen en marcha técnicas psicológicas torturadoras. «Somos los fracasos triunfantes, los azotes de una sociedad degradada. Somos las criaturas de una perfecta selección social […] Nosotros, los guardianes del progreso humano, somos elegidos y golpeados».

Merece la pena reseñar al marqués de Sade, quien, fiel a su fama y haciendo gala de un humor corrosivo y desestabilizador, nos recuerda tanto a los cuentos de Bocaccio como al más sádico Castigo sin venganza del Fénix aurisecular. En La castellana de Longeville o La mujer vengada, Sade expone la felicidad que vive un matrimonio gracias a las infidelidades cometidas por ambos; sus vidas van de gozo en alegría hasta que él es consciente de que ella lo engaña; de inmediato pone en marcha un plan, que finalmente le dará justo lo que deseaba para su mujer. Haciendo uso de la función apelativa y fática, expresa la desfachatez y el cinismo machistas y la inteligencia femenina para destacar el espíritu libre del escritor frente al despotismo aristocrático. «No te rías lector […] el vicio decente y secreto puede servir de modelo, ¿hay algo más feliz que pecar sin escandalizar al prójimo?».

A Ivan Turgueniev le interesa destacar la falta de moralidad y ética de la sociedad del siglo XIX en La ejecución de Troppmann donde, con cierto humor negro, expone la parafernalia cruel e innecesaria que rodeaba a los ajusticiamientos en la guillotina, «un océano entero de seres humanos, hombres, mujeres y niños movía sus olas desagradables y sucias».

Asimismo Victor Hugo, en Guillotina, declara que el hombre es mucho peor que el propio patíbulo, porque es quien lo construye. Y no cabe duda de que si hay algún relato en el que la neurosis y la locura se alían perfectamente, a pesar de dejar una sensación oscura e intrigante de terror, es La casa del juez; Bram Stoker traspasa los umbrales de la vida para advertir, a través de su juez, que estamos indefensos ante las maldades de los poderosos. Todo se confabula para protegerlos. El relato contiene condensados el total de los elementos de la novela gótica: La casa abandonada llena de ruidos a la que nadie quiere ir, la soledad oscura reavivada por la tormenta, los chillidos de animales diabólicos, como las ratas, la incompatibilidad con la religión, la repetición de escenas de horror, la conjunción de características morales y físicas, situaciones macabras hiperbólicas acentuadas por la concatenación de expresiones que llevan a lo sobrenatural…

Todo hace que, en medio de la tensión, descubramos el poder implacable de la mente «Allí, en la silla del juez, con la cuerda colgando de ella, se había instalado aquella enorme rata que tenía la misma fúnebre mirada que este, ahora diabólicamente intensa».

El primer antecedente del relato policíaco en España lo tenemos también en Asesinos, se trata de El clavo, escrito en 1853 por el granadino Pedro Antonio de Alarcón quien con bastantes recursos realistas, repeticiones y una ágil narrativa nos adentra en la falsa identidad y el peso irremediable de la justicia, siempre por encima de sentimientos personales «¿Por qué iba sola? ¿Era casada? ¿Era viuda? ¿Era…? ¿Y su tristeza? ¿Qué la causa? […] Ahora bien esta acusada, esta sentenciada ¿sería inocente? ¿Lograría sincerarse? ¿Se vería absuelta?».

Resulta curioso; en unos cuentos la mujer no es indultada a pesar de tener sus razones para el asesinato, sin embargo, en El indulto de doña Emilia Pardo Bazán, sí hay liberación para el marido de Antonia, un asesino que la amenazó con matarla cuando saliera de la cárcel. Y sale, y no la mata con sus propias manos. Pero Antonia encontrará igualmente la muerte tras una de las escenas más tremendas y turbadoras de maltrato psicológico «Incorpórase el marido y, extendiendo las manos, mostró querer saltar de la cama al suelo. Mas ya, Antonia, con la docilidad fatalista de la esclava, empezaba a desnudarse».

Gracias a Álvaro Abós por ser el compilador de los mejores relatos de terror escritos, sin duda, hasta ahora.







 

domingo, 17 de abril de 2022

UN BRINDIS POR EL DESAMOR

«Sé qué es querer a la otra persona; no como tu mejor amigo, no como una persona maravillosa con la que compartes piso. Tiene que haber algo más. Magia. No sé, ese algo dentro que te dice que harías cualquier cosa, que renunciarías a todo por un segundo a su lado».

He querido empezar esta crítica con una cita del libro, con la que, imagino, todos estamos de acuerdo, al menos todos los que hemos sentido el amor. Hay diferencia entre esto y la gratitud o la costumbre o la pereza o el miedo.

Rosa Sanmartín escribe su última novela con un propósito: entretener. Aun así, cuando leemos Un brindis por el desamor no dejamos de reflexionar. Angélica y Phillipe han roto. Una relación que parecía idílica tras mantenerla durante 18 años, desde la adolescencia, se resquebraja. La causa aparente es un nuevo trabajo que le ofrecen a él en Estados Unidos, por lo que deben abandonar Londres, donde viven desde hace diez años. Pero ella acaba de empezar un nuevo proyecto con Meredith, su jefa, que no está dispuesta a abandonar ahora. La verdadera causa puede ser una multitud de circunstancias o simplemente la monotonía. El no haber cuidado la relación como se merece si queremos conservarla. Surge entonces un profundo desencanto, «No es que estés triste o frustrado o enfadado; no; es que estás decepcionado porque no supiste vencer».

Y, de manera inmediata, la mujer siente sobre ella, casi por encima de la soledad que le espera y el miedo a no saber afrontar sola los posibles contratiempos, el problema de la maternidad, «quizá cuando se lo pensara ya sería demasiado tarde».

Las lectoras no solo reflexionamos sobre esta nueva situación personal de Angélica que intuimos como posible porque, ante todo, Un brindis por el desamor incide en la importancia del trabajo para la mujer. Angélica es una buena periodista y hasta el momento se ha movido con éxito en el ámbito profesional, cultural y personal. Sin embargo, despechada, intenta olvidar el amor «Quería ser Angélica, sola, única, ella y nadie más» por eso decide llevar una vida en la que no quede atada a nadie, está dispuesta a disfrutar y a centrarse en la revista sin rendir cuentas a nadie.

Estamos ante una situación que nos resulta bastante familiar. Rosa Sanmartín pertenece a ese grupo de escritoras que apuestan por una literatura de alcance universal. Los lectores nos asomamos a una historia habitual desde un punto de vista femenino.

Angélica y Phillipe permanecen como pareja hasta que la pasión se acaba. La excusa es el trabajo importantísimo que le ofrecen a él. La otra excusa es el nuevo proyecto de Angélica. El caso es que ella no quiere salir de Londres, donde se siente realizada, y Phillipe necesita partir de ese lugar que lo oprime. Angélica lo ve marchar con la esperanza de que vuelva, y cuando es consciente de que la ruptura es absoluta, decide llevar esa vida tan ansiada por los solteros, sin volver a enamorarse.

Pero al amor no se le puede obligar. Al desamor, tampoco. Son sentimientos sobre los que no tenemos poder; se adueñan de nosotros y hemos de decidir si los aceptamos o no, aun poniendo en riesgo nuestra felicidad.

A lo largo de esta novela, la protagonista nos muestra las fases por las que cualquier mujer, en sus circunstancias, puede pasar hasta que se da cuenta de que lo mejor es vivir cada momento como viene.

La autora abandona la idea de que es suficiente la razón para conocer la realidad, de que todo es explicable, y nos enseña la esencia de un mundo difícil de interpretar: el interior.

Con una narración relajada, sin tensiones, Sanmartín presenta la solidaridad entre mujeres que, a pesar de ser diferentes y vivir de acuerdo a distintas alternativas, son portadoras de las mismas necesidades, ambas quieren triunfar en el trabajo y ambas se quieren plenas como mujer. Por eso Meredith y Angélica diferencian las relaciones sexuales y las interpretan como necesarias y beneficiosas. Nuestra protagonista pretende renunciar al amor, no al sexo.

El eje de la historia es la pasión como motor de la relación amorosa; cuando se apaga la pasión es mejor caminar separados para no destruir el amor.

Meredith y Angélica son mujeres del siglo XXI, instruidas, competentes, capaces (por esto) de aportar riqueza a la relación de pareja. Representan el nuevo prototipo de mujer que está a la altura del hombre y se da cuenta de que cuando se instala el desamor es mejor liberarse antes de que se aposenten el odio y los reproches.

Puede que alguien tenga la tentación de colocar a Un brindis por el desamor el marbete de “literatura femenina”, pero desde hace bastantes años hay un auge de la literatura escrita por mujeres y, a lo mejor, la forma de enfrentarse a la vida sea diferente para ambos sexos. Que la mujer abandone todo para seguir los pasos de su pareja está pasando a la historia, empieza a formar parte del mito que declara a la mujer como alguien cuyas ambiciones no deben igualarse a las del hombre. Y, como toda leyenda, tiene mucho de ficción.

En la realidad, las mujeres de hoy afrontan la vida como lo han venido haciendo los hombres porque los sentimientos derivados de circunstancias como el amor, el trabajo, el desamor, son iguales en todos. ¿Es, entonces, literatura femenina? Que cada uno responda tras leer la novela. Lo que podemos afirmar es que el argumento anima a la mujer a seguir con su actividad, a formarse, a estar bien con ella misma para que, la relación que decida tener, sea beneficiosa y agradable. No cabe duda de que lo importante es la pareja pero, siguiendo un consejo que la autora nos ofrece como guiño a otra novela suya, «si dejas que la vida te alcance» encontrarás diferentes y variados tipos de amor. Está claro que Rosa Sanmartín, en Cuando la vida te alcance, Te parecerá raro y Un brindis por el desamor, apuesta por la mujer que busca su voz y representación propias. Sin necesidad de nadie. Aunque siempre es bueno andar el camino en compañía.

miércoles, 13 de abril de 2022

ENTREVISTA CON ROSA SANMARTÍN


Con motivo de la presentación de su último libro, entrevistamos a Rosa Sanmartín, una de esas mujeres todoterreno que se mueve como pez en el agua con cualquier modalidad de expresión escrita. La conocí gracias a Instagram, plataforma en la que estoy descubriendo a verdaderos artistas, tras leer Cuando la vida te alcance, novela que me gustó, sobre todo por la delicadeza y valentía con la que trató el maltrato de género. En Te parecerá raro, la autora grita con todas sus fuerzas que la vida puede dar diferentes oportunidades.

Ahora sale a la luz su tercera novela en solitario, Un brindis por el desamor.

Esta novela puede dar la impresión de ser más ligera que las anteriores, sin embargo también invita a reflexionar, así que agradeceríamos tu parecer:

P. Como en el resto de tus libros, quizás en este más, dejas ver tu faceta optimista, ¿es la mejor manera de enfrentarse a los contratiempos?

R. Creo que llevamos un par de décadas (quizá tres o diez, quién sabe ya) muy convulsas en las que hemos fracasado como sociedad. Supongo que mis anteriores obras hablan de ese pesimismo que me invade a menudo, que me rompe en muchos momentos. Siempre intento dejar una grieta por la que colar un poco de felicidad, de sonrisa y de canto a la vida, pero a veces no me sale tan perfecto como me gustaría. Tengo la sensación de que escribo para sacarme la tristeza que llevo dentro, aunque no siempre lo consiga.

De alguna manera, ese fue el motivo que me llevó a escribir Un brindis por el desamor. Quería mostrar que se puede escribir sin desgarrarse, que hay que sonreír a la vida, que se puede hacer un brindis por amor (o por desamor), cantar con tu mejor amigo, reír con tu amiga, y disfrutar de la vida y de esos pequeños placeres que nos trae. Aunque, no quiero engañar a nadie, también hay dolor en esta novela. Creo que al final la vida te da un poco de cada y no sé escribir si no muestro las dos facetas. Pero sí, me parece que Un brindis por el desamor es una novela más optimista, más entretenida y con la que pasar un buen rato, que también es necesario en estos tiempos que corren.

P. Creo que dibujas a la perfección el personaje de Angélica, de hecho, al leer cómo se comporta con Matthew creí ver la misma actitud que había tenido con Lorenzo, cuando en el capítulo 17 la propia narradora confirma “Ella entendía a Matthew como su nuevo Lorenzo” ¿Esto es una forma de profundizar en el personaje o de conectar con el lector?

R. La prioridad con esa frase era profundizar en el personaje, en esos miedos e incertidumbres que la acompañan a lo largo del camino. También, por supuesto, conectar con el lector para que vea que Angélica es tan humana como cualquier persona. No tiene nada de especial. Está llena de temores y ha llegado a un punto en que no se plantea otra cosa que no sea pasarlo bien y concentrarse en su trabajo.

P. Para que olvidar a un amor de toda la vida sea posible, incluso beneficioso, ¿hay que actuar de forma poco madura?

R. No lo creo, aunque sólo hace faltar mirar un poco a nuestro alrededor para ver que pasa muchas más veces de lo que imaginamos. Angélica, por sus circunstancias (no quiero desvelar demasiado), tiene momentos en que esa inmadurez que comentamos se apodera de ella. La decisión tan drástica que ha tomado en su vida la lleva a hacer cualquier cosa que le permita cumplir con su promesa. En esas circunstancias tiene momentos en los que tenemos ganas de zarandearla y decirle que pare. Eso es lo que la hace más humana. Todas las personas cometemos errores, actuamos de una manera infantil en algunas ocasiones, y Angélica no lo es menos.

P. Hay una frase que me gustó especialmente al comienzo de la novela “Los dos decidieron ser uno” ¿Es esto tan fácil o siempre permanece un rencor oculto?

R. A mí no me parece nada sencillo. Tampoco es que tenga que quedar un rencor, simplemente en la vida se toman decisiones y hubo un momento en que Angélica decidió ser una con su pareja. También es cierto que cuando uno tiene dieciséis entiende la vida de una forma más sencilla, no le importa arriesgarse y está convencido de que puede existir un “felices para siempre”. Y es posible, claro que sí, pero no es nada sencillo. Ese aprendizaje es el que les falta a Philippe y a Angélica. Una de las cosas que más me gusta de ellos es eso: su inocencia cuando empiezan la relación. 

P. El verdadero amor ¿puede anteponerse a la realización personal?

No debería; sin embargo, hay ocasiones en las que no queda otra que elegir. Es lo que les ocurre a Angélica y a Philippe, deben decidir qué hacer con su vida y no es nada sencillo. Es un tema muy complejo, por eso quise abordarlo aquí. Las dos personas pueden estar convencidas de que se aman con locura, pero cuando deben elegir, todo se complica. ¿Quién de los dos debe dejarlo todo y empezar de cero? ¿Están dispuestos a ese riesgo? Son preguntas que se hacen los personajes con una respuesta muy, muy dura.

P. La inspiración para escribir ¿te viene sobre todo de lecturas, cuadros, fotografías o situaciones de la vida diaria?

R. Siempre de situaciones de la vida diaria. Paso mucho tiempo observando lo que ocurre a mi alrededor, cómo se comporta la gente, qué reacciones tiene ante un mismo acontecimiento, cómo siente la vida… También reflexiono bastante sobre mi propia experiencia. Casi siempre digo que le estoy muy agradecida a la vida, a las cartas que me repartió, y eso me hace pensar en aquellas personas que no han tenido la misma suerte o las mismas oportunidades, y en qué haría si tuviera que vivir su experiencia. Intento empatizar con las personas para entender el porqué de su manera de estar en el mundo, sin juzgar, sin buscar una moralidad que transmitir. Simplemente observo y apunto.

P. ¿Tienes alguna mecánica a la hora de escribir? ¿Sueles beber o comer algo mientras escribes?

R. No, qué va, ya me gustaría. Soy un caos, en la escritura y en la rutina del oficio. No soy nada disciplinada. Odio las rutinas y por eso no sigo ninguna cuando me siento a escribir. Igual me pongo mi reloj de arena y me digo, no puedes levantarte de ahí hasta que dé tres vueltas (de sesenta minutos, que ya me lo regalaron largo para que aguantara sentada), o estoy quince minutos y me levanto. Depende del día. Hay semanas que soy capaz de escribir cuatro o cinco horas diarias, y otras en las que no escribo nada. Cuando me siento delante del ordenador (o de la libreta, si es el primer borrador), la única manía es tomarme un café, pero como soy una adicta a la cafeína, tampoco es que se pueda considerar una manía.

P. De las mujeres de tus novelas yo me quedo con el coraje necesario para aclarar sus ideas, el gusto por la vida y el amor por el trabajo. ¿Qué hay de ti en ellas?

R. Algo compartimos, para qué negarlo. No se parecen a mí, porque ellas tienen su propia personalidad y son diferentes entre sí; sin embargo, siempre busco que tengan una coherencia en lo que hacen y en lo que sienten. Supongo que ese amor por la vida, por aferrarte a la felicidad, aunque cueste, y por el trabajo bien hecho es algo que nos une. A ellas les sale un poco mejor que a mí, que pueden borrar y reescribir tantas veces como sea necesario. En mi caso, si lo estropeo, ya no puedo volver atrás. En ese sentido, son unas privilegiadas.

P. En Te parecerá raro se ve la muerte desde diferentes perspectivas. También se intuye otro tipo de muerte para la mujer en Cuando la vida te alcance. ¿Es parte de la vida? ¿Has pensado en cómo te gustaría morir?

R. El precio a pagar por vivir es la muerte y deberíamos aceptarla. Pero como seres humanos nos resistimos a pensar en ese final porque es doloroso dejar de existir. Sí que es cierto que el paso del tiempo me ha dado una perspectiva diferente y acepto ese fin como una parte más del proceso. Aunque sé que en muchos casos es inaceptable y no estamos preparados para asumir que en ocasiones se van personas que no deberían.

Y sí, pienso mucho en la muerte, en el final y en cómo me gustaría que ocurriera. Me gustaría morir y haber mantenido la capacidad para escribir, reflexionar y pensar. Uno de mis mayores temores es perder la memoria, dejar de ser yo. Como ves, sí reflexiono bastante sobre la muerte y sus procesos. Helena Sabater tiene una escena que define bien ese final que me gustaría para mí (y que no cuento por si alguien no leyó la novela). Eso sí, siempre le digo a la vida que me quedan muchas novelas que escribir y que debe tener paciencia conmigo. Tendrá que esperar un poco...

P. También se observa en tus novelas una gran pasión por la naturaleza. ¿Tienes alguna afición relacionada con ella?

R. Diría que más que afición es una manera de entender el mundo. Siempre que puedo me escapo de la ciudad (que me parece un lugar horrible) y me voy a la montaña (quizá eso también lo tenemos en común Helena Sabater y yo). La naturaleza me reporta una paz y una tranquilidad que no resulta fácil conseguir en el bullicio de la ciudad. El silencio (o los sonidos que te ofrece), la quietud entre tanta vida, el sonido del mar, el calor de la arena, los árboles centenarios, su historia, su oxígeno, su vida incluso entre las piedras, me parece que es un regalo que no sabemos apreciar.

Creo que le debemos a la naturaleza estar vivos y siento que no le compensamos todo lo que ella hace por nosotros. Al contrario, estamos tratándola de una manera cruel y despiadada; una forma en la que no permitiríamos que nadie nos tratara a nosotros. Pero creemos que somos impunes a ese maltrato y ya estamos pagando las consecuencias. 

P. Además de escribir impartes clases de escritura en la Universidad de Castellón. En ellas, ¿apuestas por la flexibilidad o marcas el ritmo? ¿Te entregan sus proyectos los alumnos? ¿Tienes alguna anécdota que puedas compartir?

R. La oportunidad de dar clases de escritura ha sido también un aprendizaje para mí. Como yo soy tan indisciplinada… les marco el ritmo; y, en general, cumplen las tareas. Me interesa la escritura espontánea, así que casi siempre hacemos una actividad para que se suelten. A partir de lo que construyen, dialogamos, analizamos y reflexionamos sobre los procesos. Alguna vez hay escritos que no aportan nada, pero siempre hay un punto de partida con el que construir algo hermoso. Lo que siempre les transmito es que para ser escritora hay que escribir, hay que hacer un entrenamiento que te lleve a mejorar. Por eso intento que escriban todos los días, les animo a que presenten algún escrito, y cuando ya tengo confianza, les aseguro que deberían dejar de hacerme caso e ir por su cuenta. La directora del curso me escuchó un día decirles: “debéis, estáis en la obligación de saltaros las reglas, al menos las que yo os doy” y se reía. Pero después les apostilló: “diga lo que diga Rosa, intentad ser disciplinados”. Nos reímos mucho con esa anécdota. Las caras de los alumnos cuando les decía, “haced lo que os parezca, debéis arriesgaros, aprended las reglas y después, funcionad como mejor creáis”, eran impagables. Supongo que estamos acostumbrados a que nos digan lo que tenemos que hacer, y en ese sentido siempre he sido muy rebelde. Creo que es necesario cometer errores, aprender de ellos y seguir adelante. Y escribir es eso. Nadie nace escritor, así que cada novela, cada texto que escribimos es una enseñanza, y para aprender hay que equivocarse. No sirve que te cojan de la mano y te lleven por un camino. Hay que desviarse. Quizá en el otro extremo, haya algo mucho más interesante.  

P. Además de Machado, ¿a qué otros autores admiras y qué obras en concreto?

R. Admiro a muchísimos escritores. Cuando me siento a leer pienso, ojalá algún día yo sea capaz de escribir esta frase tan maravillosa. Hay genios en el oficio de los que tenemos que aprender. Machado llegó a mí de pura casualidad y lo cierto es que le debo mucho de lo que soy (como escritora y como persona), pero hay también otras escritoras y escritores a los que admiro. Una de ellas es Almudena Grandes. Tenía una pluma exquisita y como escritora fue haciéndose grande. Quizá la obra que más me gusta sea El corazón helado, aunque Atlas de geografía humana (que leí no hace mucho) me enamoró. Me gusta también la escritura de Rosa Montero, Juan José Millás, Maruja Torres, Stephen King o Julien Barthes. Cada uno tiene un estilo, pero de todos se aprende. Y por supuesto, no quieras imaginar la de autores y autoras que he conocido por Instagram, que no figuran en las listas de “escritores” y que merecen ser leídos.

P. ¿Hay algún libro que, a pesar de ser famoso y reconocido como obra maestra, no hayas podido terminar de leer?

R. Creo que no, la verdad. Seguro que si empezamos a nombrar habrá alguno que me costó más o que me gustó menos, incluso que no haya leído, pero dejar a medias una obra maestra, me parece que no. También es verdad que hay textos que en su momento fueron un fracaso y que ahora las tenemos como magníficas. Siempre pienso en los hermanos Machado. Tienen una obra de teatro titulada Juan de Mañara que fue éxito rotundo cuando se estrenó en Madrid. En esos días se estrenaba una obra de Azorín (también ocurrió con Unamuno), que fue vapuleada por público y crítica. Hoy entenderíamos mejor y diríamos que son mucho mejores las obras de Azorín o Unamuno que la de los hermanos Machado.

Pero volviendo a tu pregunta, no creo que fuera capaz de dejarme una obra maestra sin acabar. Si siguen vigentes es por alguna razón y como escritora debo aprender de ellos.

P. ¿Hay algún personaje literario, clásico o moderno, al que te gustaría parecerte?

R. Qué difícil esta pregunta. No sabría decirte, la verdad. Hay vidas de personajes que no me gustaría vivir, pero que narradas son maravillosas; pongo por caso Madame Bovary, Ana Karenina, Ana Frank, o Raquel Fernández (la protagonista de El corazón helado). Son personajes increíbles, cuya historia es tan dura que por nada del mundo quisiera estar en su piel. Así que, puestos a elegir, me quedo con Alicia (la protagonista de Lewis Carroll), pues estoy segura de que me lo pasaría fenomenal en su mundo. El sombrerero loco es mi personaje preferido. Por eso me gusta celebrar más los no cumpleaños que el aniversario en sí, porque me aseguro un pastel y un celebrar la vida todos los días.

P. ¿Consideras que a estas alturas vas cumpliendo tus objetivos o ha quedado alguno por el camino? ¿Qué te gustaría experimentar?

R. Más que cumplir objetivos, lo que he conseguido es avanzar. Sé que hay muchas personas que se ponen metas a corto o largo plazo y con ellas se motivan. A mí me parece horrible tener que decidir. Cuando me preguntan qué objetivos te propones cumplir con este proyecto, me quedo bloqueada. La mayoría de veces no tengo ni idea. Surgen las cosas y algunas las tomo y otras las dejo, depende del momento. Es una premisa que me ha traído la edad (envejecer tiene su lado bueno). Cuando era adolescente hacía muchísimos planes; en ocasiones no se cumplían y yo me frustraba tanto, que era capaz de enfadarme durante días (conmigo y con quien estuviera a mi lado). Aprendí que no importan demasiado los planes que una persona haga, la vida va a lo suyo y no cuenta contigo para eso. Podríamos decir que no tengo un plan. Ahora mismo estoy concentrada en escribir (cosa que no imaginé que pasaría hace siete años), dentro de unos meses, días, años, igual este camino se acaba y he de coger otro. Lo único que intento hacer en cada proceso es poner el alma y aceptar que las cosas no son siempre como uno quiere.

P. Para terminar te pido unas respuestas rápidas, casi sin pensar. Imagina que vas a emprender un largo viaje y debes llenar tu maleta con:

Una película............................ Pequeñas mentiras sin importancia, de Guillaume Canet
Una canción.................. Ahora mismo What's up, de 4 Non Blondes (ya sabes por qué)
Un libro............................................................................................................... El Quijote
Un cuadro....................................................................................................... El Guernica
Una palabra............................................................................................................. Suerte
Un sabor................................................................................................ Frutos del bosque
Un olor...................................................................................................................... Limón
Un color................................................................................................................. Naranja
Una estación del año............................................................................................. Verano
Una prenda de vestir............................................................................................. Vestido
Un consejo para ti misma y para todos........................................................ Sed felices

Muchas gracias Rosa por tu amabilidad y por esa grieta a través de la que, en todos tus libros, nos inoculas una dosis de felicidad. Seguro que Un brindis por el desamor te deparará grandes alegrías.




sábado, 9 de abril de 2022

SOL DE MAYO

En la cuarta historia de Rocco Schiavone, la trama está unida a la de Una primavera de perros. De hecho, en Sol de mayo han pasado solo dos semanas desde la liberación de Chiara Berguet. Dos semanas desde que Loba está con Rocco y parece que se conocen de toda la vida, «Estoy aquí porque me he quedado sin casa. Pero en cuanto encuentre una, me largo. Sobre todo por ella —Señaló a Loba— Esto se le queda pequeño». Dos semanas desde que Adele fue acribillada a balazos; por eso en esta entrega, el subjefe de policía está viviendo en una pensión, desconectado totalmente de lo que ocurre en la comisaría hasta que Marina le ayuda, como siempre, a tomar una decisión «—¡Haz algo ya, por Dios! —estalla, y desaparece tras la puerta».

Probablemente el causante del atentado de Adele ha salido de la cárcel en los últimos meses. Así pues, Rocco se multiplica esta vez para que Antonio Manzini convierta esta entrega en una trama rizomática que le da al subjefe la oportunidad de evadirse de su desgracia; es lo que tiene el trabajo intensivo.

Uno de los secuestradores de Chiara, Corrado Pizzuti, trabaja en un bar de Francavilla al Mare; a pesar de llevar una vida decente, es aniquilado. En la cárcel de Varallo, aprovechando una reyerta, el que fuera mano derecha de Berguet para luego venderlo y dejarlo casi en la ruina, Mimmo Cuntrera, también es asesinado de forma misteriosa con un veneno difícil de conseguir «Abrió la caja: dentro había tres ampollas de cristal. Con la misma etiqueta: “etilcarbamato”. Etiluretano».

Mientras tanto, Berguet, sin adjudicaciones para sus negocios, sospecha de Turrini, el nuevo empresario al que le han concedido todos los privilegios. En esta ocasión Rocco contará, en Aosta, con la ayuda inestimable de los hijos de los capitalistas, Chiara y Max «—Vamos a hacer una cosa, Chiara. Yo me llevo esto al juzgado. No digo nada ni de ti ni de Max y tú a cambio haces algo por mí […] —Vivir».

En Roma, el agente De Silvestri, fiel a Rocco, continúa buscando a recién salidos de la cárcel, también sus amigos Brizio, Furio y Seba se mantienen alertas para encontrar al asesino de Adele «—Seba… está convencido de que como encuentres tú al asesino acaba delante del juez. Y a él, en cambio, le gustaría tener antes una pequeña charla...».

Las diferentes investigaciones llegan a un punto muerto en el que Schiavone decide introducirse en la cárcel para descubrir al asesino de Cuntrera; de esta forma el lector que se enfrenta por primera vez a las entregas del subjefe Rocco Schiavone, no tiene dificultad para entender los sucesos anteriores y enlazarlos al de Sol de Mayo


—…Y ahora le ruego la máxima discreción

—¡Qué coño se cree Schiavone! —gritó Costa— ¡Que soy el jefe superior, no la portera!

—Perdone, tiene razón […]

—…Pero es posible que esté relacionado también con la historia de los Berguet y la licitación

Y a estos casos de asesinato y corrupción se le añaden a Rocco el tener que ayudar a Chiara a vencer el trauma que le ocasionó el encierro donde casi muere, ayudar a Italo Pierron en su relación imposible con Caterina, ayudarse a sí mismo diciendo adiós ¿definitivo? a Marina y buscar una nueva casa en Aosta para dejar la pensión.

Rocco Schiavone es rotundamente un héroe humanizado por su mal humor, sus deslices en las relaciones interpersonales, su visión algo retorcida de la situación en la que se encuentra y el sarcasmo con el que afronta la vida. Todo esto será una ventaja para dar con la verdad y poder solucionar los casos. Es cierto que, el principal objetivo no está conseguido, tendremos que continuar la serie; pero también lo es que, al buscar el origen de la culpa, encuentra las causas de sus propios rencores. De ahí la seducción-rechazo hacia Anna, el freno que se impone ante la atracción que siente por Caterina y la resolución, aunque forzosa, de dejar marchar a Marina.

Entendemos a este héroe humano y somos capaces de asumir la realidad en la que vive porque también en la nuestra oscilan lo sórdido del ambiente y lo escabroso de situaciones en las que se desata el mal sin control, de pronto, en una sociedad que afecta tanto a los más necesitados como a los poderosos, aunque por desgracia estos consigan salir mejor parados, a pesar de que lo más mezquino se prepare en las altas esferas.

Antonio Manzini escribe una novela de tendencia thriller en la que combina el negro con la corrupción. Los personajes depravados, sacados de una realidad que no hace falta imaginar, se mueven en una trama de suspense en la que lo de menos son los homicidios, porque lo más negro es lo que ocurre alrededor.

Sol de mayo puede leerse de forma autónoma, independiente, pero no es una lectura cerrada si tenemos en cuenta que tanto la sociología como la psicología tienen diferentes perspectivas. Por eso los lectores descubrimos, a través de la ironía, el humor (mal humor) y el sarcasmo del subjefe, las diferentes transformaciones que pueden aparecer en la estructura mental del hombre. Y gracias a la estancia de Rocco en la cárcel somos conscientes de que la base de una sociedad puede tambalearse hasta transformarse en otra estructura socioeconómica que es políticamente incorrecta.

La moral de Schiavone es ambigua, el subjefe se mueve bien en el submundo que pertenece a otros aunque él mantenga su vida y costumbres inamovibles. Esto puede deberse a su principal característica: la tenacidad, tanto si se mueve por amor, venganza, odio o dinero: «a las relaciones hay que darles tiempo para madurar, ¿no lo sabes?».

Pues creo que también los lectores debemos ser tenaces como Rocco y continuar leyendo las siguientes entregas. La intriga está asegurada, el humor también, así que mejor seguir sus pasos, «El subjefe estaba siguiendo una tertulia política en televisión. Sin volumen. Los participantes parecían peces en un acuario». 

sábado, 2 de abril de 2022

EL CASTILLO DE BARBAZUL


Creo que José María Pozuelo Yvancos es uno de los mejores críticos literarios que hay actualmente en España, sus libros sobre Teoría Literaria han representado la base de mi formación. Por eso lamento profundamente no estar de acuerdo con su afirmación sobre Independencia, «El mejor Javier Cercas. Una formidable novela. Léanla sin prejuicios». No creo que el mejor Cercas esté en Independencia. Mucho menos en El castillo de Barbazul, donde da la impresión de que ha querido mantener el juego personaje-autor, que puso en marcha con su novela anterior, para confundir los límites entre realidad y ficción al utilizarse él mismo como un escritor famoso. Un escritor de historias reales sobre Melchor Marín al que todos leen excepto el propio Melchor. Eso es lo que afirma el protagonista, sin embargo algo debe haber leído porque tacha de embustero a Javier Cercas. No sabemos con exactitud qué cuenta Cercas de Marín, pero quienes aseguran haberlo leído coinciden con lo relatado en la primera y segunda novelas de la trilogía Terra Alta, «—Leí la segunda porque Vero me dijo que salía yo –explica Vázquez —Independencia se titula… Luego leí la primera […] Que no están mal. Por lo menos son entretenidas, no como otros rollos macabeos […] ese cabrón se ha informado bastante…».

Poco a poco el argumento va quedando intrincado en la trilogía y nos confirma quién es en realidad Melchor Marín. Si en las anteriores no tiene problema para saltarse la ley y tomarse la justicia por su mano, en El castillo de Barbazul arrastra a todos sus amigos policías a llevar a cabo un asalto a la residencia de uno de los hombres más ricos y corruptos del mundo. Y así, lo que no han conseguido las fuerzas internacionales del orden más capacitadas, lo logran siete policías, algunos fuera del cuerpo desde hace años, en menos de siete minutos.

La novela vuelve sobre sí misma para exponerse como algo artificial en donde se enfatiza el conflicto, destacando la relación entre realidad y ficción, entre literatura y vida. Este es uno de los temas de El castillo de Barbazul, la confrontación del texto con la realidad; otro tema es, qué duda cabe, la falta de identidad entre autor y escritor. Cercas quiere confundir los límites y para ello se utiliza como escritor de historias reales (las que verdaderamente lo llevaron a la fama) que escribe pues, sobre un personaje real, Melchor Marín.

Es una novela anafórica donde se alude constantemente al pasado ficticio, que aparece en esta como consecuencia de la nueva aventura. Melchor Marín protagoniza una metaficción historiográfica en la que el ejercer ahora de bibliotecario es la excusa para que aflore el desconcierto de su hija y él se afirme como lector de Javier Cercas, el inventor de esa realidad ficcional, el que lleva a cabo la hazaña de la escritura en la que transmite la falta de dignidad de quienes viven cara a la sociedad, la falta de empatía de los poderosos y el daño irremediable que pueden causar

En fin, en Independencia, Marín decidió abandonar el cuerpo de los Mossos d'Esquadra y presentarse a las oposiciones de bibliotecario de Terra Alta. En esta entrega retoma su labor policial, aunque ya no lo sea, y deja de lado al bibliotecario que, creo, nunca ha llevado dentro.

La originalidad que supuso, en el siglo XIX, la reivindicación del autor en el plano literario, llevándola a cabo al desdoblar su persona real y la imagen proyectada en su obra, ha dado un paso más. Cercas es quien maneja a sus protagonistas, sobre todo a Melchor Marín y lo coloca en situaciones extremas para que denuncie diversas corruptelas en el ambiente políticosocial español. La lamentable situación de la prostitución, la no menos lamentable corrupción por el poder y ahora, la indignante trata de blancas que aún llevan a cabo, en silencio, arropados, los más poderosos del mundo.

En los medios de comunicación saltan de vez en cuando noticias sobre famosos denunciados por violación, abusos, maltrato… Cercas intenta traer esta verdad a la novela, pero en ningún momento estamos preocupados por Mattson. No hay tensión. La hija de Melchor, Cossette, se entera de que su madre fue asesinada y, enfadada con su padre por no haber sido sincero con ella, se va a Mallorca. Allí desaparece; todo apunta a que está retenida en casa de Mattson. Pero nadie hace nada, ni la policía ni los jueces. Cossette aparece después, a los dos días, en unas circunstancias traumáticas psicológicamente. Así que nuevamente es Melchor quien adopta el papel de policía (o más bien de justiciero) para, con ayuda, poder desmantelar el dispositivo que llevaba entre manos el magnate, «El jefe del Equipo de la Policía Judicial se ha puesto lívido […] Atraídos por el escándalo, los agentes que trabajan en la sala contigua acaban de irrumpir en el despacho del sargento. De pie frente a este, Melchor no se vuelve hacia ellos. —¿Hace falta que te diga lo que puedes hacer con esto?».

La novela está estructurada en cuatro partes, cada una comienza con un narrador externo que cuenta el pasado de Cossette, su infancia, la muerte de Olga, su madre, su niñez con su padre y amigos de este, la adolescencia, cuando la decepciona su padre, cuando desaparece… La historia inicial, en letra cursiva da paso a la historia actual, en la que otro narrador en tercera persona va presentando los hechos siguiendo la línea temporal. El juego entre narradores, autor, personaje se acrecienta con esta técnica, lo que eleva su calidad literaria. Sin embargo al caso, amargo, le falta angustia, tensión, apenas hay detalles del proceder de los implicados en la red y apenas hay minuciosidad en lo que ocurre después. Cercas carga más las tintas en la recopilación de la historia de Melchor desde su primera aparición en Terra Alta que en los entresijos del caso.

Por otro lado, el Epílogo, parece un cierre a la trilogía, en el que en apenas 27 páginas cuenta cómo apresaron al magnate filántropo Rafael Mattson, cómo quedó cercado sin posibilidad de redención, cómo dejan fuera de juego a algunos policías y jueces implicados en la red de abusos, cómo los amigos de Melchor resuelven las desavenencias arrastradas de las novelas anteriores, cómo Cossette es capaz de sobreponerse al trauma vivido, cómo algunos periodistas arriesgan buscando la verdad, cómo Melchor rehace su vida junto a Rosa Adell…

En fin, como novela negra se me ha quedado demasiado ajustada, no encuentro el humor ni la ironía de algunos detectives, ni siquiera el odio o la amargura de otros. En este sentido, Melchor se comporta como un padre en apuros capaz de arriesgar lo que sea para salvar a su hija, sin embargo, del Epílogo sí podría salir otra novela completa en la que se denunciase la actuación de muchos lobos disfrazados de corderos.