En
2018 vio la luz la primera novela de Cristina
Cassar Scalia y desde el primer momento se la ha considerado la sucesora de
Camilleri. Es cierto que, como su predecesor, empezó a publicar tardíamente, es
cierto que su protagonista, policía italiana como Montalbano, se está viendo
inmersa en una saga que ha impulsado la creación de una serie televisiva, es
cierto que la novela rezuma amor por Italia, a pesar de denunciar el tráfico
imposible y las acciones de la mafia, es cierto que, a los 39 años, la subcomisaria
Giovanna Garrasi continúa soltera, pero Vanina no es Salvo y Cassar no es
Camilleri.
Con Arena negra estamos ante las últimas tendencias de la novela negra italiana,
aunque sin demasiadas experimentaciones, algo que, para los que amamos la
novela negra tradicional, es de agradecer. La novela de Cristina Cassar es
única, tiene su propio sello, el humor penetra en las descripciones exhaustivas
más que en los diálogos, dato que ayuda al lector a conformar el carácter
optimista de la autora, «Alfio subió la
palanca de un interruptor negro antediluviano y soltó un suspiro de alivio por
haber sobrevivido una vez más al peligro de electrocutarse».
Camilleri
necesitaba pocas notas singulares para construir una novela modesta y genial al
mismo tiempo. Cassar es minuciosa con el paisaje, sobre todo con la naturaleza
de Catania, salvaje, milenaria como su volcán, donde las casas y sus habitantes
se acomodan a la perfección, sin alterarse unos a otros, aunque de vez en
cuando el Etna dé una llamada de atención para que todo vuelva a su lugar.
El
ambiente de Arena negra es rural, por
eso la mafia no está demasiado involucrada. Sin embargo la usura propia de los
terratenientes es fundamental en la historia y, lógicamente, donde hay usureros
hay mafiosos «Yo no maté a Tanino
Burrano, ni tampoco los Zinna».
Cassar
Scalia ha empezado arrasando porque Vanina es inteligente, decidida, libre de
prejuicios; no duda en abandonar el acomodado ambiente familiar «Federico Calderaro, el segundo marido de su
madre […] señora elegante del Palermo pijo» para adentrarse en un
territorio apartado que le permite reflexionar sobre el ser humano y su
condición, abandonar algo la preocupación por el aspecto físico y trabajar de
forma exhaustiva, ayudada por un equipo valioso con el que se lleva bien.
me
ha llamado la atención de Cristina Cassar que haya agrandado el panorama
literario italiano con una ideología feminista que se agradece. La subcomisaria
Vanina aún debe soportar que no la vean como jefa indiscutible aunque no podemos
culpar a los catanienses de esto; poco a poco nos acostumbraos a ver mujeres en
el poder
—Escuche
[…] Necesitamos que nos facilite cierta información
—Como
usté mande, señora
—Subcomisaria,
lo corrigió ella fulminándolo con la mirada […] cómo llamaban “comisario” a uno
de sus inspectores mientras que a ella la relegaban al grado de… señorita
La
narrativa de Cassar Scalia es relajada; intuimos el placer de contar historias
y la seguridad de estar creando una novela sólida, bien construida, en la que
el énfasis no se centra en el asesinato, esto es algo que ocurrió 57 años
atrás. Pero en el presente, el cadáver momificado de una mujer aparece en el
montacargas de una de las villas más importantes de Sciara. La subcomisaria
Giovana Garrasi cuenta con un equipo bastante completo, el inspector jefe
Carmelo Spanò, quien conoce todos los chismes de la zona, la joven inspectora marta Bonazzoli, eficiente y amiga de
la subcomisaria, el oficial Nunnari y el suboficial Fragapane. Todos saben lo
que llevan entre manos; También el agente Lo Faro que, si bien tiene ganas de
sobresalir ante los jefes y la prensa, su trabajo en oficinas es inmejorable.
Por si fuera poco, también se lleva bien con el forense Adriano Calí, con quien
Vanina comparte gustos cinematográficos. Pero a este curioso caso, casi imposible,
se une la historia sentimental de dos personas, la misteriosa muerte de una de
ellas y las no menos misteriosas desapariciones de la otra y su hija. Todo hace
que el equipo se encuentre ante asesinados que pertenecen a otro tiempo y
asesinos que probablemente, por edad, no se les pueda condenar. Sin embargo los
conocimientos del octogenario Biagio Patané, el subcomisario que llevó el caso
en su momento, y la intuición de Vanina serán cruciales.
Es
difícil trabajar con espectros, más cuando se mezclan con los seres vivos
uniendo tiempos pasados y presente, tan diferentes en unos aspectos y tan
parecidos en otros. Los muertos de Arena
negra se rebelan, como el Etna, ante su destino y con ayuda de la
naturaleza aportan restos bien conservados para que Vanina los presente al
lector en un juego de espejos. Así, continúan entre nosotros y aportan señales
que no supieron o pudieron ver años atrás, «El
comisario Patené, con un nudo en el estómago que no conseguía deshacer, encontró
el lugar tal y como lo recordaba […] Vanina no pudo resistir la tentación de
inclinarse y recoger una de aquellas fichas».
El
énfasis de Arena negra no está en el
crimen sino en el misterio de cómo pudo ocurrir y cómo el asesino eludió su
culpabilidad.
Es
cierto que en la novela se plantean incertidumbres que quedan sin aclarar, «Era una chiquilla preciosa. Yo era la única
que la conocía. La habían andado a no sé qué internado». Asimismo aparecen
personajes con expectativas relevantes pero desaparecen sin más, son meras
herramientas para que conozcamos la situación familiar, personal y profesional
de Vanina.
La
subcomisaria disecciona a conciencia a las dos protagonistas; la prostituta
María Cutó vivió el campo simbólico del sexo femenino, como mujer, como esclava
sexual, como madre, como trabajadora… Frente a ella, Teresa Burrano, una mujer
que desprecia todo cuanto la aparte de la cumbre y le impida seguir ordenando,
mancillando, aniquilando.
La
narración de Cristina Cassar no contiene violencia inmediata, sí testimonio de
ella, pero el estilo consigue transmitir las percepciones y pensamientos de
Giovanna Garrasi al exponer una íntima relación entre su mundo interior y lo
que la rodea; de ahí que vayamos conociendo a lo largo de la novela tanto sus
gustos como sus valores.
Para
nuestra protagonista la muerte de una mujer pasa a ser una preocupación ética
en tanto que una prostituta no tiene nada que hacer al enfrentarse a la clase
alta. Hay demasiados intereses en juego.
Pero utiliza el tiempo que, aunque lento, se alía con ellas y le brinda una voz a esa marginada para que la subcomisaria ponga las cosas en su sitio. No del todo, es cierto; no se trata de justicia inmediata.
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