sábado, 31 de diciembre de 2022

FELIZ 2023

Encaramos el nuevo año orgullosos del trabajo realizado en 2022, los Premios Yunque Literario han sido un bonito colofón al primer año de nuestra experiencia en la web El Yunque de Hefesto.

Hemos hecho nuevos amigos que nos dan ánimos para seguir en la brecha tratando de mejorar día a día, esperamos seguiros viendo a todos aquí en Aurisecular y El Yunque de Hefesto. Nosotros continuaremos leyendo, comentando y publicando vuestros relatos y poesías.

Este año homenajearemos al inigualable Javier Marías que ocupará nuestro rincón del recuerdo., Vamos a echar de menos sus libros.



viernes, 30 de diciembre de 2022

PELUQUERÍA Y LETRAS


A veces nos preguntamos si lo que ocurre a nuestro alrededor es real, de tan asombroso que nos parece. A veces pensamos que nuestra vida es rutinaria y anhelamos la que experimentan otros. A veces no somos conscientes de que la misma realidad puede ser vivida de muchas maneras. Otras veces, siempre, podemos transformar esa realidad con la imaginación y escribir un relato, una novela interesante o divertida o inteligente o delirante.

Esto es lo que consigue Juan Pablo Villalobos con Peluquería y letras, contar un día de su vida mientras reflexiona sobre el proceso de la escritura, sobre los miedos que nos invaden, sobre cómo nos comportamos ante imprevistos, sobre las posibilidades de las redes sociales o sobre la importancia que concedemos a asuntos tan banales que, como los grupos de whatsapp escolares, son capaces de afectar a nuestras obligaciones.

El mundo que nos rodea puede ser totalmente aburrido o convertirse en un loco disparate. El autor, además de hacernos reflexionar sobre las cuestiones significativas mencionadas antes, consigue que el lector pase un rato divertido con una novela de 100 páginas, perfectamente estructurada dentro del caos que supone su vida.

El protagonista, Juan Pablo Villalobos Alva, nos presenta veladamente a su familia, la brasileira, el adolescente y la niña; al mismo tiempo, narrador en primera persona, es capaz de escribir una historia excéntrica con solo observar su entorno, una novela experimental, igual que su vida: «¿Qué íbamos a hacer luego, cuando los estudios y la beca se terminaran? Como no teníamos ni idea, decidimos tener un hijo». El autor se decide en la realidad ante varias posibilidades y marca a su vez los límites de la autoficción que estarán, como bien apunta con humor, en la manera de presentar las palabras, incidiendo con esto en la importancia que adquiere la sintaxis: «voy a escribir sobre nosotros […] de una idea, de una forma, de la forma de una idea, de la idea de una forma, algo así».

Villalobos advierte en varias ocasiones de la importancia de tejer literatura y cotidianeidad en lo absurdo ficticio, por eso el lector debe estar atento al orden de las palabras, porque pueden decirnos más de lo que aparentan, para ello no faltan guiños a técnicas y a otros escritores, así, el autor se hace eco de lo que Hemingway expuso sobre lo que debería reflejar una historia, aunque él no olvida, por supuesto, la ironía, «por debajo de toda historia había una segunda historia […] la parte del iceberg que estaba debajo del agua […] pero por lo visto la literatura se encontró en todas partes, hasta en mi recto». Asimismo nos viene a la mente el efecto magdalena de Proust cuando encontramos la asociación cerebral que surge en Juan Pablo Villalobos al entrar en el restaurante, «poco a poco, con los primeros tragos de cerveza, el efecto endorfínico del aguacate […] me fui poniendo sentimental». Y no cabe duda de que el humor de Chejov está presente, con su cuento En la barbería, cuando el protagonista debe salir aprisa, con un corte de pelo a medias, de la nueva peluquería, «apareció mi expeluquero […] Se llevó la mano a la boca, como para simular sorpresa u ocultar su sonrisa».

En fin, creo que Peluquería y letras es metaliteratura de la buena; aunque no se nombren, sus reflexiones sobre literatura en general: «Me paré a buscar qué tono narrativo […] debería asumir en mi respuesta y dudé entre el cinismo, la perplejidad, la ofensa o el insulto», o la consideración particular sobre las diferentes historias que puede tener un suceso, nos acercan a algunas de las tesis sobre el cuento de Ricardo Piglia. Y, aunque no aluda a nuestro premio Miguel de Cervantes, los personajes secundarios disparatados que aparecen, como la peluquera, el ecuatoriano o las recepcionistas de la clínica de gastroentereología son dignos del más puro Eduardo Mendoza; también ayuda que todo suceda en Barcelona.

Al leer Peluquería y letras nos invade desde la primera página la felicidad; es raro encontrarnos con las vicisitudes diarias de una persona que es feliz, y la familia de Villalobos lo es, o al menos así lo percibe el narrador-autor; la relación que puede establecerse entre ellos es la contraria a la que critica, a la existente en ciertas revistas de moda «El viejo problema entre forma y fondo», porque Juan Pablo autor entabla con Juan Pablo protagonista una relación en la que la inteligencia de uno traslada al otro el sentido del humor y entre ambos aportan al lector cierta actividad neuronal que produce una predisposición a la felicidad, desde la primera página, necesaria para vivir; la felicidad no es un estado pero podemos encontrar «las condiciones de la felicidad», a pesar del miedo a las enfermedades o a la muerte, sacando siempre lo positivo de cualquier situación.

El positivismo del mexicano llega incluso a las redes sociales porque, sorpresivamente, le ayudan a mejorar su prestigio como escritor y su credibilidad como persona, aunque sea a causa de un malentendido.

La ironía es pensar que la sociedad global presta más atención a cualquier aplicación del móvil que al esfuerzo personal o al trabajo que un individuo viene ejecutando a diario, lo que despierta en nosotros otra reflexión, ¿hasta dónde podemos tomar en serio lo que consideramos éxito? ¿Quiénes son realmente famosos? ¿Hay méritos para obtener la fama?

Juan Pablo Villalobos lo deja claro en esta novela en la que la mezcla de realidad y literatura es tal que borra los límites de cada uno. Podemos jugar con la realidad para experimentar nuevas formas de escribir, también podemos jugar con la escritura para reflejar diferentes realidades «—Pasa pasa —me ordenó, enérgico y sin pausa, como si defendiera la ausencia de coma ante el corrector de estilo». Y, por supuesto, la vida y la literatura podrán tener diferentes finales pero hasta que no lleguen tendremos la posibilidad de afrontarlos con cierta fanfarronería.

En cien páginas, Villalobos ha escrito una novela corta y una obra mayor. Una obra en la que no hay necesidad de profundizar en las apreciaciones para que sean evidentes, una obra que nos transporta al conflicto sin que esté. Una obra en la que, ante todo, lo más importante es la familia como principal condicionante de la felicidad.

La novela comienza al principio del día, durante el desayuno y termina en la cena familiar. El resto del tiempo es magia, la que despliega el autor mientras «escribes de una cosa aunque en realidad estás hablando de otra». El resto del tiempo es literatura, y de la buena.

viernes, 23 de diciembre de 2022

FACENDERA

Los últimos años, extraños, están marcando un nuevo modo de entender la vida. Me da la impresión de que ahora la estabilidad no es tan importante, quizás porque nos hemos dado cuenta de que, en cualquier momento, todo puede cambiar. La primera novela del poeta Óscar García Sierra tiene los ingredientes necesarios para gustar a los jóvenes, a los no tanto también; la irreverencia general de la Generación Z se observa en Facendera, aunque esta característica quede modelada en aquellos lugares que, como los que aparecen en la novela, se conocen por pertenecer a la España vaciada, vaciada, que no vacía. Las condiciones externas la han ido vaciando; nadie puede vivir sin un trabajo que llene, que haga sentir que servimos para algo.

Los jóvenes de un pueblo de León, los que quedan, se encuentran en condiciones deprimentes, sin la mina de carbón, sin fábrica donde trabajar, con habitantes que se aburren y dejan pasar los días, iguales, resignados.

Algunos de estos chicos emigran con cierta ilusión a la ciudad, a estudiar, a formarse para trabajar en condiciones poco favorables, nada prometedoras. Uno de ellos deja los estudios de la universidad y regresa al pueblo, donde la situación existente lo sume en la depresión general que está hundiendo a la localidad.

El protagonista tiene necesidad de ser escuchado por la hija del de los piensos, en el pueblo, por Aguedita en Madrid. Su vida es desoladora, por eso, para hacer que Aguedita se fije en él, que lo quiera o simplemente que permanezca a su lado, le cuenta una historia en primera persona, con partes de verdad, que vivió su amigo Dioni. Tampoco lo tiene claro, puede que Dioni la inventase, o no; eso no es importante. Lo significativo es que él, el hijo de la que trabaja en el centro de discapacitados psíquicos, aprovecha la palabra para expresar sus sentimientos. García Sierra abre su alma al lector a través de sus protagonistas, dos perdedores con necesidad apremiante de ser escuchados, de ser comprendidos sin juicios.

Facendera tiene como protagonistas a dos representantes del sistema actual, dos jóvenes para los que no hay descanso; no hay salida para ellos, «Es más fácil recordar las cosas por las que no nos hemos peleado aún que aquellas por las que ya lo hemos hecho. Son mucho más nítidas las imágenes de las peleas futuras que los recuerdos de las peleas pasadas».

Facendera es la vida dura que arrastran los jóvenes instalados en una falsa comodidad, en una salida ficticia que les hace olvidar los problemas de forma momentánea, pero en ellos permanece el deterioro padecido, «Sentí que […] a base de mezclar mentiras con verdades y drogas legales con drogas ilegales, a base de […] habíamos recuperado la esencia de las facenderas […] me di cuenta de que todo es reemplazable excepto el dolor».

El autor escribe una novela con prosa poética que engancha rápidamente al lector. El protagonista cuenta sus sentimientos, en un monólogo interior, hacia la hija del de los piensos, la ansiedad por obtenerla, el malestar ante una relación falsa, la depresión por ser lo único a lo que puede aferrarse, el nerviosismo al ser consciente de que se está convirtiendo en un drogodependiente.

Al mismo tiempo, la historia se la cuenta a Aguedita con la intención de seducirla para tener a alguien con quien hablar, para socializar en un ambiente universitario en el que también son necesarias las drogas para evadirse, «Aguedita no solo no se había enfadado sino que me estaba esperando en el pasillo preocupada y algo colocada».

Óscar García conecta con facilidad con su generación, pero también con los milenials e incluso con los hijos del Baby Boom porque la lectura es sencilla a pesar de la gran cantidad de términos asturleoneses (cuete, coime, el mi padre, guajeces, la tu madre, se te amoló, temporadina…) los sacados de la jerga juvenil actual (ladrillo) o aquellos ya en decadencia por considerarse ofensivos, «pa un equipo de bujarras tampoco pongo yo dinero».

El autor empatiza con los problemas ajenos, temas como el desamor son fáciles para sentirse identificados, también los problemas del paro, el acorralamiento, la falta de expectativas en una sociedad en la que la cultura no es valorada como es debido «¿Y qué van a hacer en el sitio de lo de esta tarde? […] donde la térmica. Ah. Pues ni puta idea, la verdad. Harán un campo de fútbol, o qué […] Ojalá una discoteca. Es la única forma de salvar el pueblo, yo creo».

La novela es corta; acorde con la fugacidad con la que vivimos, no se recrea en acciones pero los lectores sabemos qué será de la hija del de los piensos y cómo el hijo de la del centro de discapacitados no retomará la universidad.

El humor del principio se va volviendo amargo conforme avanzamos la lectura. Sonreímos, incluso reímos con las andanzas del hijo de la farmacéutica aunque cierto desasosiego nos embarga e intuimos que la situación no va a mejorar.

El estilo directo, sin esquivar impresiones, sin suavizar circunstancias consigue plasmar las sensaciones del autor. Las anáforas constantes lo recuerdan:

Eran descripciones melancólicas de sentimientos que puede que no hubiese experimentado yo […] que hubiese leído en el libro […] que no había leído aún y solo usaba para pintarles rayas a mis amigos.

Eran descripciones melancólicas de cosas que…

Con los paralelismos iguala lo concreto y lo abstracto, no hay nada real en la vida de los protagonistas porque puede que hayan perdido la facultad de razonar por las drogas o puede que el mundo desapacible en el que viven los lleve a drogarse para crearse otro en su imaginación.

La palabra transforma la realidad, solo con nombrarla deja de ser referencial, pero la cuestión reside en si podemos incluir esa transformación en las mentiras. Las comparaciones, la concatenación de términos, las antítesis nos trasladan al mundo de la lírica, el que refleja la realidad que sentimos «…los billetes de autobús […] como si fuesen las entradas para un concierto de Estopa», «las cosas iban demasiado bien y me acordaba de las cosas que tendrían que ir mal».

La lectura de Facendera supone entrar en la realidad metafórica de algunos que no ven futuro a su existencia, porque eso es evidente, no es justa y no entra en la lógica de quienes tienen toda una vida por delante, porque para ellos «la historia no tenía final».

Facendera es un espejo donde podemos ver emociones que cada vez son más patentes en una sociedad individual y egoísta, que no se da cuenta de que está dejando su futuro desprotegido. Al leer la novela somos conscientes de que los jóvenes quieren sentirse comprendidos, arropados. Con la novela, Óscar García nos exhorta a encontrar soluciones, pero sobre todo expone la triste situación de aquellos que no han experimentado la verdadera inclusión social, aquellos que, más tarde, serán incapaces de sentir compasión por lo que les rodea. Esto es tremendo, los jóvenes acuciados por el paro no pueden construir su presente y cuando el ahora no existe, el futuro, que a su vez será el presente de otros, puede ser angustioso.

viernes, 16 de diciembre de 2022

CARCOMA

Hace tres años leí y comenté un libro de Dolores Reyes que me impactó sobremanera; desarrollado en la Argentina más profunda, Cometierra denuncia la violencia machista a través del poder de una niña que, al comer la tierra en la que está enterrada una víctima sufre lo mismo que ella, mientras desde el más allá le revela qué le ocurrió.

Ahora, he terminado de leer Carcoma y no he podido evitar la comparación. Son dos libros en los que la acción queda oculta en los sentimientos y la realidad queda enmascarada con la sensibilidad de mujeres capaces de comunicarse con sombras que, aunque pertenecen a otro mundo, se quedan con ellas para transmitirles su dolor.

Layla Martínez pertenece a una generación de escritoras, envidiable, que denuncia, sin aspavientos, con calma, toda la existencia de maltrato y humillación, venganza, odio y miedo hacia los débiles de la sociedad. Son ellos, a través de las mujeres, los que representan a los parias de una España que se comporta igual ahora que en el siglo pasado. Para los más miserables el tiempo no evoluciona, es un continuo que los aprisiona hasta hacerles doblar la espalda, bajar la cabeza y soportar lo que quieran los vencedores de una guerra cruel primero, los que se acercaron a quien pudiera favorecerlos después, los que han nacido, ahora, con la vida resuelta. Gente sin escrúpulos para los que la justicia es favorable hagan lo que hagan y que van generando en los débiles un continuo comezón de odio capaz de venganzas terribles, aunque en realidad la mayoría de ellas sea sinónimo de justicia.

La carcoma no es otra cosa que las larvas de un insecto capaces de dañar la madera al perforarla mientras la comen.

Carcoma es el conjunto de personas que perforan a otras hasta dejarlas dañadas y en un desamparo tal que pueden llegar a actuar como han sido tratadas, como animales.

Layla Martínez expone la vida de dos mujeres sin nombre, invisibles para la sociedad, una abuela y una nieta, generaciones diferentes pero con las mismas oportunidades y receptoras del mismo trato. Obligadas a vivir en la casa, verdadera protagonista, la que se convierte en guardiana, la que las defiende pero las hace prisioneras. No pueden salir de ella, no pueden aspirar a más. Esto nos lo advierte la nieta cuando empezamos a leer, «Cuando crucé el umbral, la casa se abalanzó sobre mí […] La mala sangre y un sitio para echarte a la noche, eso es lo único que puedes heredar en esta casa».

No leemos engañados, ya nos lo han advertido; lo duro es descubrir por qué esa mala sangre.

Las mujeres que habitan la casa están atormentadas por las sombras que se esconden en ella, sombras que pertenecieron a quienes quisieron escapar. La casa y sus moradoras son una misma cosa, sombras que recorren las habitaciones, se esconden en los armarios, debajo de las camas, en la cocina, en sus miradas para que hablen por ellas ya que no pudieron hacerlo cuando estaban vivas. Los vecinos del pueblo, a pesar del miedo que les causa, acuden a la casa por superstición, porque creen que sus propias sombras se comunican con las de la abuela y todos quieren saber qué pasó con un hijo, dónde está un padre… Supersticiones que no son sino la culpa que los embarga por su comportamiento.

La autora exterioriza la sensibilidad extrema de la mujer que se ha visto como desecho desde su nacimiento, que no ha tenido oportunidades de creer en el futuro porque está destinada a terminar como las que la precedieron, despreciada y utilizada, envidiada y temida por aquellos que ven peligrar su condición y por eso las utilizan a su antojo, sin piedad. Las mujeres de lo más bajo del escalafón social deben quedar en su círculo, sin pretender igualarse a nadie, alimentando el odio contra todos los que las han dañado, vengándose como pueden aun sabiendo que la represalia supondrá alargar su propia condena porque la culpa roe por dentro, «racarracarracarraca en el cerebro», hasta hacer desaparecer lo que queda de belleza y humanidad en cualquier persona.

Los personajes son reconocibles en cualquier pueblo, en barrios, en ciudades: ricos, de cualquier edad, que se piensan superiores a los pobres, pobres con ganas de tener su minuto de gloria sin saber que será efímera y ellos pueden ser los siguientes aplastados, semejantes a quienes la soledad y el desamparo convierten en animales «cada uno tenía su culpa y ninguno de los dos la había pagado. Los desgraciados siguieron con su vida como si mi hija no hubiese existido […] Como si yo no fuese a cobrarme la deuda».

El argumento es demoledor y creíble porque el tema fundamental, el odio de las habitantes de la casa, está en el aire, las envuelve en un realismo mágico tal que no puede ser sino real. El rencor ha sido el resultado de tantos años de maldiciones sufridas, de conjuraciones en su contra, de no verse socorridas por el prójimo, «los santos no me habían dicho un nombre porque daba igual cuál de los dos lo hubiese hecho».

La novela es devastadora porque la casa es la que se erige como verdadera protagonista, la heroína, la que aguanta intacta el paso de cuatro generaciones mientras engendra mujeres con carcoma incesante que las roe.

El lenguaje acompaña en todo momento los sentimientos obsesivos de los personajes, onomatopeyas que ayudan a perforar el interior de las mujeres «rarrarrarrarra hasta que te cava la fosa» «el dinero […] hace que nada chirríe que todo encaje en su sitio clicliclic» «ese cracracra se le metió en la cabeza porque en esta casa todo se te mete ahí dentro y te escarba y te escarba» «la escuchaba cracracracra escarbándome en el cerebro».

La obsesión se acrecienta con repeticiones polisindéticas que ahondan aún más en el vacío que sienten esas mujeres.

Mediante la función conativa, la protagonista toma contacto con el lector para que se implique en la trama y empatice con ella «Ya os lo he contado que la vigilé sin descanso mientras crecía».

A través de las acciones de la abuela, alienta a los desheredados de la tierra a que despierten, «el día que los pobres empezásemos a cobrar deudas muchos no iban a tener cochiquera donde esconderse».

El uso del lenguaje vulgar para definir a los desclasados consigue ensalzar el afán de protagonismo de los ricos, su forma de hacerse valer en la sociedad dejando siempre a los pobres por debajo, más incultos, menos posibilidades, más culpables «…ahí tan pija tan delgada tan joven tan bien maquillada y tan bien vestida […] sin ejques sin muchismo sin bonicos sin enca. Con todas las letras […] sin escándalos sin juramentos sin amenazas sin maldiciones». El asíndeton aporta rapidez a las actuaciones de los poderosos y las expresiones anafóricas paralelísticas contribuyen a que encontremos fácilmente cuáles son las amenazas veladas.

A lo largo de la historia encontramos párrafos enteros sin comas, no hay nada que separe la soledad que sienten; a este recurso efectivo se une, a veces, la repetición de palabras que inciden en el dolor, en la angustia incesante de la mujer. No hay pausas en su desconsuelo, la vida es un tormento continuo, «la que sentía el dolor la culpa el desgarro de romperse romperse porque el cuerpo de su hija seguía en algún zarzal en algún barranco en…». Asimismo a lo largo de la trama aparecen prolepsis anunciando la desgracia de la que no podrán escapar, «He oído el llanto del niño» y analepsis que retroceden a desdichas pasadas «La vieja me puso la mano en el brazo y a mí se me vino al cuerpo todo lo que había pasado». El miedo que sufren estas mujeres es infinito, no tiene principio ni fin.

Y como en toda historia de terror, las ironías, los rastros de humor también son negros pues reflejan situaciones duras en las que no hay comunicación ni acercamiento entre madre e hija. El día a día no contempla conversaciones, solo amenazas «me había encontrado tumbada en el suelo con la mirada perdida en el techo. Como te quedes idiota te regalo a las monjas, dijo mi madre».

Con estos recursos Layla Martínez expone, sin piedad, las barbaridades de la posguerra, la vida miserable de los pobres, la tristeza, la animalización que soportan, el maltrato físico y psicológico que la mujer viene sufriendo desde tiempos inmemoriales, la corrupción y mentira de la religión, corrupción e hipocresía de la Iglesia, la justicia social que solo es para algunos, el determinismo…

Hay que leer Carcoma, porque Layla Martínez nos exhorta a que nos queramos más.

sábado, 10 de diciembre de 2022

LOS ONCE. EL DELANTERO QUE VOLABA AL ATARDECER


¿Es posible que trescientas sesenta y cinco páginas se lean en dos tardes? Sí, si el libro que tienes delante es el de Roberto Santiago y Nacho Velmar: Los Once. El delantero que volaba al atardecer. Fabuloso. Gracias de nuevo a Babelio porque me está descubriendo verdaderas joyas literarias.

No me ha costado nada sentirme niña durante la lectura pues la aventura propuesta por el autor, Roberto Santiago, es tan mágica como las ilustraciones de Nacho Velmar. Los once es más que una novela de aventuras, es una mezcla de los tebeos clásicos, el cómic actual, la lírica atemporal y la fantasía que mezcla realidad, ficción, didactismo y diversión.

Ramón Naya, a punto de cumplir 11 años llega, con su familia, a un pueblo de Cuenca, Nakatomi, con el curso empezado; a su madre la han destinado allí para ejercer de jueza; el traslado no supone un problema en su familia pues su padre, diseñador gráfico, trabaja en casa. Desde que llega al pueblo, Ramón pasará a ser Rana, algo que, si al principio le molesta enormemente aunque lo acepta con resignación, al final le encanta ser el portador de dicho apelativo; este hecho llama la atención del lector sobre el trato ofensivo o elogioso de cualquier apodo, casi siempre depende de la intención con la que se diga.

En Nakatomi, Rana se encontrará con la disyuntiva de poder formar parte de dos equipos de fútbol: El Estrella Polar, nombre del colegio al que asiste o Los Hurones, compuesto por trece niños que sufrieron un accidente relacionado con la central nuclear situada en la frontera con París, pueblo colindante con Nakatomi. Estos niños tienen la característica de llevar implantes de titanio en las partes del cuerpo que se vieron afectadas por la radiación. El Estrella Polar tiene en su equipo diez niños, les falta el número 11, por eso convencen a Rana para que se una a ellos y jugar así un partido que tendrá lugar en pocos días, durante la inauguración de la nueva central reformada y la presentación de Ismael Rata como alcalde conjunto de París y Nakatomi. Hay intereses ocultos en todo el asunto, el alcalde posee acciones de la central y pretende tener el poder en los pueblos que la rodean; por otro lado, el Profeta advierte del peligro radiactivo, así que intenta convencer al pueblo —con amenazas— de que dicha fábrica no debe abrirse.

Pero nadie cuenta con el verdadero poder de los futbolistas. Al cumplir los 11 años adquieren poderes extrahumanos, cada uno el que quiere y durante el partido se convertirán en los verdaderos héroes salvadores.

Lo mejor de Los Once es la historia. Lo mejor de Los Once son las imágenes. Lo mejor de Los Once son los sentimientos que despierta al leerlo. Lo único que podemos reprochar a Los Once es que el final es abierto, faltan situaciones por cerrar y nos quedamos con las ganas de saber qué ocurre con determinados personajes, pero esto también es lo mejor porque nos aseguramos que podremos disfrutar de más entregas de Rana y sus amigos.

El manejo del tiempo de Roberto Santiago es espectacular. La trama comienza in extrema res para ganar la atención del lector, enganchándolo, haciendo que sienta curiosidad por cómo llegaron a esa situación. En el Capítulo 2, mediante una analepsis, volvemos sin dificultad al arranque de la historia para continuar con una narrativa clásica, donde el autor introduce ciertas anacronías derivadas de los poderes de los personajes.

Rana es el narrador en primera persona y advierte desde el principio

Tengo once años recién cumplidos […] todo empezó el 11 de marzo a las 11 en punto de la noche. El número 11 es muy importante en esta historia.

Conviene no olvidarlo.

Y no lo olvidamos. Los adultos observamos sin dificultad la simbología de este número. El 11 alerta sobre posibles cambios:

Despego los pies del suelo…

¡Y echo a volar!

El 11 representa, en la simbología, a los ángeles o a los guías que ayudan a la iluminación espiritual. Es un símbolo dual, en su esencia une lo masculino y lo femenino: 

Y ocurrió lo más increíble que me ha pasado jamás.

Me transformé.

¡En Ximena!

En el 11, el bien y el mal se dan la mano, también las fuerzas contrarias hasta que consiguen complementarse

Y así fue como, por primera vez, los once del Estrella Polar y los trece de Los Hurones unieron sus fuerzas.

Por un bien común

Los chicos de Los once desarrollan poderes telequinésicos y psíquicos con los que rompen las reglas físicas del mundo material. El universo del autor es mágico, igual que la fantasía infantil.

Los sentimientos de Rana, el narrador, fluyen a cada momento y somos capaces de percibirlos en la narración, pues puede relatar a tiempo real, consiguiendo que la exposición vaya más rápida que la realidad o que el tiempo de la novela se desarrolle más lento que el real:


5 segundos.

De nuevo tengo a los defensores de Los Hurones pisándome los talones.

Uno me golpea por detrás un tobillo.

La otra…

Me empujan…

Pero aguanto.

4 segundos

El paso del tiempo para Rana es subjetivo y el lector lo percibe con cierta tensión porque debe esperar para enterarse de lo que sucede exactamente hasta cuando el protagonista quiera. Los sentimientos de Rana fluyen asimismo en la forma narrativa, sin ahondar en lo que ocurre alrededor, solo sus emociones separadas del resto, del mundo real, con la misma función expresiva que se utiliza en la lírica, a veces con la misma forma de un poema.

La tensión del lector se acrecienta al final de cada capítulo. Todos son sorprendentes, algunos simplemente onomatopeyas que alargan el paso del tiempo o trasladan el nerviosismo de los personajes a los lectores «Tic-tac, tic-tac […] tic-tac, tic-tac, tic-tac, tic-tac».


¡PAM!

¡PAM!

¡PAM!

¡PAM!

Y…

¡REQUETEPAM!

No solo la tensión, el humor está presente en la aventura, entre los amigos, en su familia, con la profesora… está claro que Santiago sabe cómo influir en el estado de ánimo de los lectores: los disparates que dice Rober, el hermano pequeño de Rana, las ironías de Rosalía, su hermana mayor, la ingenuidad y bondad del padre consiguen que, a pesar del componente subjetivo del humor, inmediatamente intuyamos que esas situaciones son el contrapunto perfecto para la finalidad de la historia, valorar la amistad, la ayuda, el trabajo en equipo, el amor incondicional de la familia y la dedicación de los padres, sobre todo el esfuerzo que hacen por agradar a sus hijos aunque no siempre lo consigan «Me puse el traje y bajé a desayunar […] —el Tito es Ranamán— dijo Rober. Todos le rieron la ocurrencia […] lo que me faltaba. […] Encima, me habían regalado un traje un poco cutre con el que parecía una rana». Es evidente que el estilo humorístico, tenso, marcado por la acción y los diálogos o monólogos del protagonista, agiliza el ritmo.

Además, el contenido de la novela promueve en los lectores el reciclaje y la conservación del medio ambiente, alerta sobre los peligros de un entorno contaminante y evidencia, con ironía, aquellos intereses privados que algunos pretenden hacer pasar por sociales pero que, en ningún momento se ajustan al objetivo principal sino a las ambiciones de riqueza y poder de aquellos cuyo cinismo y desfachatez están por encima del bien común. «Dos pueblos, un alcalde. ¡Si quieres, puedes».

La historia es perfecta, no tiene ninguna fisura porque anima a los niños a que sepan que no todos somos iguales, a que comprueben que incluso de la desgracia podemos intentar ver el lado bueno. Roberto Santiago (y nosotros con él) está convencido de que ningún niño debería sufrir daños físicos o psicológicos fruto del acoso de otros niños «—No me gusta que me llames chino —dijo Huang» ,o de la violencia encubierta que los adultos podemos ejercer sobre ellos «—Hubo un accidente —dijo— Y estábamos dentro de la central». Por eso los convierte en superhéroes.

Y por supuesto, Los Once llega al nivel sublime con las ilustraciones de Nacho Velmar. Los dibujos son alegres, impactantes, divertidos, con elementos actuales, casi futuristas, hay niños con implantes de titanio en la cara, el hombro, la rodilla… que los hacen más interesantes pues tanto ellos como sus poderes se convierten en extraordinarios.

Los dibujos de Velmar crean lugares espaciados en los que la fábrica los preside, la intención es testimonial en estos casos; en otros, consigue con líneas de movimiento para golpes, caídas, enfado, carreras…, acrecentar la imaginación de los receptores. En las imágenes que ocupan una página, como la de la portada, las líneas diagonales ocupan nuestra atención para centrarnos, sin problemas, en la figura presidencial o la unidad que forma un grupo de niños; el resto no interesa, son manchas que contrastan en una gama cromática intensa, alegre, que nos atrae desde el primer momento.

Asimismo, la creatividad de este ilustrador se muestra en el uso intencional del color oscuro y cálido para Los Hurones: el rojo y negro convocan cierta fuerza que despierta también las simpatías de los lectores. Además, Nacho Velmar dirige nuestras miradas, con puntos de luz, hacia aquello que hace diferentes a los chicos: el implante de Umberto, el gorro de Rana, destacando con ellos el sufrimiento y la inocencia de los niños.

Los dibujos son mágicos, representan el movimiento de cuerpos desgarbados y ágiles de niños de 11 años. Con las ilustraciones, fijamos nuestra atención en las actitudes de los adultos, el gesto atemorizado o relajado de los padres, el movimiento servil de las manos y la espalda encorvada de El Frases contrasta con Rata, el alcalde-accionista de la central, cuya mano adopta un movimiento displicente; su postura erguida, la sonrisa enorme, el color intenso y el tamaño exagerado del pelo; todo habla de la personalidad de cada uno, de ahí las expresiones abiertas de Rata frente a las cerradas de El Frases. Sabemos quién manda.

Y, cada cierto tiempo, Velmar nos regala unas páginas maravillosas al más puro estilo del cómic de superhéroes que aumentan la rapidez con la que ocurre todo.

No soy experta en literatura juvenil, pero creo que esta colección merece un estudio en profundidad. ¡Fantástica!


sábado, 3 de diciembre de 2022

LA CIUDAD


En el siglo XVIII, Thomas Hobbes se refirió al estado natural del hombre, en El Leviatán, como Homo hominis lupus, locución latina extraída de Asinaria, de Plauto: Lupus est homo homini. Esto he sentido al leer La ciudad. Me ha resultado muy difícil digerir lo que les sucede a las protagonistas, a todas, porque en general se confirma que el hombre (masculino) es malo por naturaleza, que privilegia su propio bien por encima del de los demás, aunque en este caso sea por encima de la mujer, Homo lupus est mulier. ¿Dónde queda la libertad? ¿Dónde la humanidad? ¿Cómo es posible asistir a un terror desatado, a horribles atrocidades sin sentirnos cómplices? Porque lo somos. Cuando la degradación no nos toca de lleno simplemente la vemos pasar. El problema viene cuando nos roza.

En el siglo XXI, la compañía de teatro Ron Lalá apuntó en Crimen y telón, «Cada vez estamos más conectados. Cada vez nos sentimos más solos». Esto es lo que he sentido al leer la novela de Lara Moreno. Vivimos rodeados de gente, muchos en grandes ciudades y sin embargo hay pocas personas de las que estamos seguros que nos ayudarían llegado el caso.

La ciudad es una novela densa. A un edificio del centro de Madrid, en el que hay diferentes tipos de viviendas, según las posibilidades económicas de sus residentes, van llegando, por diferentes razones, tres mujeres muy distintas: Oliva, española, está alquilada en una de las casas pequeñas, sin apenas luz natural, con su hija de seis años, Irena; pronto se sumará Max, el novio de Oliva, diez años más joven que ella y con grandes problemas de autoestima que desembocan en malos tratos psicológicos —y físicos— hacia su pareja que, a pesar de sentirse acosada, horrorizada, temerosa por Irena, mantiene en su casa a Max. «Oliva siempre había tenido lo que suele llamarse un carácter fuerte. Pero hasta las lobas saben cuándo no tienen más remedio que ser corderos. Se quejó, ni siquiera en voz alta […] Y lo siguiente fue una galaxia que estalla por primera vez, una constelación de metralla formándose en las paredes, en el techo, en los azulejos del baño y de la cocina […] El aullido fue atronador. Oliva sintió en sus huesos el impacto del sonido».

Al edificio llega Damaris, después de que un terremoto en Armenia le tirara su casa encima. Su marido falleció al instante. El pueblo, Salento, quedó sepultado por la tierra. Damaris dejó en Colombia a su madre y a sus dos hijos con su hermana y vino a Madrid, como cuidadora de unos gemelos que veían poco a sus padres «Los gemelos la llaman Dama, y a veces, por descuido o por vileza, la llaman mamá […] ha recogido la cocina […] y ha tenido tiempo de sentarse en un taburete a morder un par de patatas cocidas y una manzana […] Le pincha el lumbago cuando consigue sacarlos de la bañera».

Y después de una travesía horrible desde Tánger, después de ser tratada como un animal en el campo de Málaga, después de ser violada por el conductor que la lleva a Madrid, Horía consigue, ¡por recomendación!, un trabajo de portera en el mismo edificio. Solo quiere encontrar a su hijo de 14 años que huyó del cuidado de su abuela para venir también a España, a una vida mejor. «También es bueno no estar gorda, porque las gordas no pueden agacharse bien y no les sirven. Luego, cuando vengan a seleccionarnos los empresarios españoles, será distinto. Ahí sí tenemos que estar bonitas, como el ganado en las ferias».

En La ciudad se exponen con dureza los diferentes tipos de trabajo para los diferentes tipos de inmigrantes. Pero ellas ya vienen a España tras salir de su propio infierno dejando lo que más quieren, a sus hijos, para que ellos puedan aspirar al sueño que no se les hará realidad en la miseria en la que viven. Lo soportarán todo con tal de ahorrar unas migajas que enviarán a sus casas.

La escritura de la novela no es lineal; con analepsis va entrando en el pasado de las tres protagonistas para desvelar cómo llegaron a la situación que, in medias res da comienzo a la trama.

La soledad de esas mujeres que conviven en un mismo edificio es letal. El maltrato sufrido por Oliva afecta a la convivencia con los vecinos, a la convivencia con sus propios amigos, a la vida de su hija, a la propia maltratada que no entiende la actitud de un hombre que la desprecia mientras ella, incomprensiblemente, lo ama. «Habrá distancia, el hombre tumbado en el sofá, cerrado por dentro y por fuera, ejerciendo un castigo que Oliva no asume pero ha de soportar. No vienes a la cama. No me apetece».

El diálogo es en estilo indirecto libre, algo que consigue tensar aún más el ambiente, y asfixia no solo a las protagonistas, también al lector, a quien no permite ni un segundo de relajación, porque Lara Moreno saca a la luz la realidad que tapa la propia sociedad, que solo ve la cara amable de la violencia silenciada, el trato correcto pero implacable de los jefes de Damaris, las buenas maneras, aunque frías, que Max deja ver, la ayuda externa que superficialmente recibe Horía. Las tres están sobreexplotadas y lo saben y lo aguantan porque no tienen otro remedio.

La prosa de Moreno es visceral, relata escenarios turbulentos desde el punto de vista de nuestra sociedad actual, disculpando a los humilladores, a los maltratadores de esas mujeres; relata violencias justificadas por las propias violentadas «Max está haciendo un esfuerzo». Violencias tan implacables que desembocan en diferentes autolesiones, a propósito, por parte de Oliva, machacando su cuerpo en espera de una posible ayuda, por parte de Horía, o descuidando la propia salud para no perder el trabajo, por parte de Damaris. Las tres son víctimas de actos criminales, inhumanos, que los diferentes dueños de su suerte o cuerpo ejecutan contra ellas, porque son mujeres que han nacido en el lugar equivocado, donde no existe la suerte, tampoco la recompensa ni la justicia.

A pesar de estar en un lugar multitudinario, todos los días van siendo relegadas, van quedando más solas y nadie hace nada por evitarlo, ni siquiera ellas mismas.

La ciudad presenta lo más asqueroso del ser humano. Gente que viola cuerpos, mentes, derechos sin piedad, sin cesar. Leer La ciudad es algo parecido a la tortura que le imponen a Alex DeLarge (personaje interpretado magistralmente por Malcolm Mc Dowell en La naranja mecánica): ver violencia hasta que no puedas más, hasta que, a pesar de que eres violento, la desprecies. ¿Dará resultado? No lo sé. Es cierto que son 319 páginas densas, eternas, de mujeres y atropello, mujeres y acoso, mujeres y pobreza, mujeres y amenazas, mujeres y dolor.

Lo más triste es que Lara Moreno no las enclava en una sociedad distópica. Este es nuestro espacio, un lugar en el que la condición humana va quedando relegada a animal, un lugar en el que unos son culpables por hecho y derecho y otros, muchos, somos culpables pasivos. Podemos identificar tras las máscaras de Oliva, Damaris, Horía e Irene a personas reales. Es un desafío para cualquier crítica delimitar la ficción de la novela pues el edificio de La ciudad no es sino el testimonio de una urbe con distintas clases sociales y económicas, donde tenemos la impresión de vivir en una época pretérita en la que los derechos no eran para todos. La ausencia del diálogo directo acorta el espacio-tiempo hasta reducirlo a un cronotopo 0 en el que la voz de la autora intercambia una y otra vez la información con el lector, «Horía no oye el murmullo de las terrazas llenándose, las cañas de cerveza, los boquerones en vinagre […] Solo el ruido del ascensor subiendo y bajando por los rieles […] Las posibilidades la debilitan, la dejan rota […] Nada. Esperar».

Lara Moreno localiza su novela en una ciudad con nombre y apellidos, Madrid siglo XXI, pero igual podría ser Huelva siglo XX, Francia siglo XIX, Europa siglo XVI. Con esto se aleja de cualquier tópico o estereotipo para señalar directamente al ser humano. A la deshumanización del hombre «Las estanterías, completamente vacías, como justo antes del fin del mundo».