lunes, 26 de agosto de 2019

EL PERRO DE TERRACOTA



Dicen que no hay dos sin tres, así que leeré el tercer libro del detective más humano (probablemente) que se haya creado. En la segunda entrega, El perro de terracota, Salvo Montalbano se ha ido perfilando en cada página, con sus actos, su palabra, su pensamiento (al que hemos tenido acceso gracias a las habilidades del narrador), hasta mostrarnos un retrato completo, auténtico, sin complejos, tan sencillo que, si no fuera porque en una investigación casi imposible todo le va encajando de manera increíble, parece real.

El caso es que, real o ficticio, Montalbano cae bien, aunque se salte las reglas según considere, aunque no sirva para trabajar en grupo, aunque no esté preparado para una relación de pareja. También es cierto que Livia, su novia casi invisible, no tiene apenas protagonismo; aparece en los sueños o en la realidad de Salvo cuando éste necesita un poco de cariño… poco tiempo, el suficiente para coger aire y seguir con sus pesquisas, lo que de verdad le acapara de forma entusiasta todo el tiempo.

Y no es de extrañar, pues nuestro detective se mueve en un mundo casi idílico. Andrea Camilleri ha conseguido, con Vigata, un reducto en el que predomina la buena vida, la camaradería, la ayuda, a pesar de todas las interferencias tóxicas que se cruzan en el camino de sus habitantes. Y son bastantes. El autor no duda en criticar una sociedad, de finales del XX, que ha cambiado muy poco respecto de la que nos encontramos. Seguimos teniendo problemas (ahora agravados) con la inmigración, con la mafia, con abusos sexuales en el seno de las familias, con la expoliación… En fin, que nadie piense que va a leer una novela desfasada.

El argumento no es simple, aunque en manos del mago Camilleri todo parezca natural. Un mafioso arrepentido decide vengarse de otro y, aprovechando que está a las puertas de la muerte, le da un soplo a Montalbano para que pueda incautar un alijo de armas importante. Hasta aquí todo bien, al menos sencillo, pero el robo a un supermercado en el que, misteriosamente no roban nada sino que el dueño asegura que, al hallarse la furgoneta llena con la mercancía sustraída, ha debido tratarse de una broma, y la aparición de una segunda cueva (tras aquélla en la que encontraron las armas) ocupada por una pareja de jóvenes asesinados cincuenta años atrás, escoltados por una vasija con agua, otra con monedas y un perro de terracota, va enredando la trama de tal manera que incluso Montalbano necesitará de algún que otro golpe de buena suerte para conseguir un final espectacular.

No voy a desvelar nada, pero me gustaría incidir en que, a pesar de que la traducción no es excelente, la maestría de Camilleri es evidente en el uso de repeticiones para aclarar lo infausto de aquello a lo que se enfrentará el personaje, «se sumió en unas negras reflexiones que se volvieron todavía más negras, de ser ello posible…», para constatar lo raro de la situación «la cabina estaba milagrosamente en su sitio, el teléfono milagrosamente funcionaba», para dar una orden en la que es necesario que obedezcan escrupulosamente, «Llama enseguida a Tortorella y dile… Dile que tú no puedes ir… No, diles más bien… Mejor todavía, llama y dile que avise…», para reforzar la situación humorística, «permanecía de pie con los brazos en alto, a la espera de que las fuerzas del orden pusieran un poco de orden en todo el follón que estaban armando». Repeticiones, en fin, que funcionan como ningún otro recurso cuando se quiere describir a alguien con sarcasmo haciendo hincapié en lo feo «Bajito, con bigotito de rabo de ratón, sonrisita antipática […] zapatos marrones, pantalones marrones, camisa marrón, corbata marrón, todo él una pesadilla en marrón».

Pero no sólo disfrutamos con ellas, el humor aparece en las costumbres supersticiosas

—Mire que tenemos que cumplir la promesa de las cincuenta mil liras por barba a San Calogero
[…]
—…San Calogero es, ¿cómo diría?, un tipo que no está para puñetas
—¿Bromea usted?
[…]
—… se le hace una promesa al santo y después no la cumple […] le ocurre otro accidente y, como mínimo, pierde las piernas ¿me he explicado?

Las descripciones hiperbólicas son dignas de la literatura del Siglo de Oro «El que hablaba era un esqueleto. Jamás en su vida había visto Montalbano una persona tan flaca. O mejor dicho, las había visto en su lecho de muerte, resecas y consumidas por la enfermedad».

Los diálogos ágiles, ricos, sugerentes son lo mejor de la novela, y está llena de ellos… ya comenté en La forma del agua que la novela es como un guion. De hecho en El perro de terracota, felizmente aparece Catarella para deleitarnos con sus incongruencias, al ser «corto de entendederas y lento de reflejos»; despropósitos tan acertados que es imposible olvidarlos, tanto que uno de ellos que aparece en esta novela, me recordó claramente a la escena que se expuso en la serie de televisión, en la que el susodicho Catarella recibe una carta “personal” para Montalbano; le da la noticia pero no la carta, porque «era personal, se tenía que entregar a la persona […] Está donde tiene que estar. Donde la persona vive personalmente». Realmente, aunque Catarella ingresase «en el cuerpo de policía por ser pariente lejano del exonmipotente honorable Cusumano», nos hace pasar buenos ratos con sus escasas intervenciones. Otro toque humorístico.

La pincelada melancólica corre a cargo del guiño constante al padre de la novela negra española, «Se duchó, leyó unas cuantas páginas del libro de Montalbán casi sin enterarse» «Pensó que, en cuestión de gustos, estaba más próximo a Maigret que a Pepe Carvalho…» «Acababa de recordar que había terminado la novela de Montalbán y no tenía nada más para leer». Asimismo aparecen, de una u otra forma, autores estimados por Camilleri, como Faulkner, Shakespeare, Umberto Eco, Jorge Luis Borges, de quien uno de los personajes toma su apariencia «el comisario comprendió dónde había visto al anciano» y, por supuesto, la gran maestra del estructuralismo, Julia Kristeva, porque Camilleri es un apasionado del lenguaje, por lo que no duda en jugar con él para extraer todas sus posibilidades: «me extraña que usted que sabe leer y escribir, no comprenda que las palabras no son iguales. Hago que me detengan, no me entrego».

De ahí que los coloquialismos sean usuales en el narrador «el kilo largo de mostachones que se había zampado», incluso tacos, a los que son todos aficionados en la comisaría «los dos sargentos o como coño los llamaran ahora» «—Coño, sí señor», o expresiones relajadas «—¡Hoy no saldrá bien una mierda!». Asimismo la polisemia es bastante útil para que surja la imagen precisa en el lector «Llegó al aprisco a las cinco […] los amantes, los adúlteros y los novios, abandonaban el lugar y desmontaban (“no solo la tienda”, pensó Montalbano)», y por supuesto los refranes y dichos populares también son rentables en ocasiones «Cuando se arma jaleo y se revuelve el agua, el pez se escapa».

En realidad la opinión de los personajes se funde con la del narrador, o la de éste con las personas sencillas de Vigata, así Camilleri establece una crítica social desde diferentes puntos de vista. Con ironía reclama, desde nuestro lector Montalbano, más cultura «a pesar de sus buenas lecturas, seguía siendo un lince de mucho cuidado», desde la propia prensa, más pertinencia «Un comisario identifica un perro de terracota muerto hace 50 años», y desde la propia mafia, más honradez, «que era un hombre de honor en la época en la que la palabra honor significaba algo».

Es una pena, pues nuestro siciliano murió, como todo hombre coherente, pidiendo un mundo sin fronteras, pacífico «la vasija de barro, que pertenece por tanto a la leyenda cristiana, puede convivir con el perro, que pertenece a la invención poética del Corán, sólo si uno tiene una visión global de todas las variantes que las distintas culturas le han aportado». No lo hemos logrado, pero podemos intentarlo si llegamos a valorar a un Montalbano que ya en esta entrega se nos muestra más emotivo, aunque interesado, más solo e individualista aunque melancólico, más débil en sus convicciones sexuales-amorosas aunque con fuerte determinación para ayudar a quienes lo necesitan, más gastrónomo y más lector, probablemente por eso no tema reírse de sí mismo cuando la ocasión lo requiere «el comisario se dio cuenta de que había dejado de ser un héroe de película de gánsters para convertirse en un personaje de una película de Bud Abbott y Lou Costello».

Es bueno leer a gente buena. Te deja en paz con el mundo.

miércoles, 21 de agosto de 2019

EL DÍA QUE SE PERDIÓ LA CORDURA



Si alguien pensaba, al leer el título, que era una alegoría de un estado sublime, una metáfora de algún sentimiento, noble o despiadado, o una alusión a cualquier suceso clave para la humanidad, está equivocado. Es mejor que no siga leyendo. El título lo dice todo; bueno, no, porque las consecuencias de haber perdido la razón, o más bien de no haberla tenido nunca, son un cúmulo de disparates que ni el más tierno infante sería capaz de creer.

El día que se perdió la cordura es un despropósito. O puede que haya leído una maravilla, una nueva forma de hacer literatura y no haya sabido entenderla. Lo siento. La historia no se sostiene. A saber, una señora empieza a soñar con nombres de chicas y fechas de nacimiento y considera —o lo ve en el sueño— que dichas mujeres son nefastas para el mundo, así que si queremos seguir viviendo en él hay que sacrificarlas. Como son de diversas partes del planeta, enseguida se hace (la vidente onírica) con una red de hombres fuertes y creyentes que, por la fe que depositan en esta supermujer, buscan, raptan y cortan la cabeza de aquella desgraciada cuyo número ha salido en la lotería surrealista. Todo ello, por supuesto siguiendo un ritual al más propio estilo del Ku Klux Klan. En fin, que esta loca no lo está tanto desde que ve que sale el nombre y la fecha de nacimiento de su propia hija en el sueño, así que hipnotiza a su marido, doctor en psicología, para que cambie a su hija por otra chica. Además recluta al padre de esta víctima, para que esté a su servicio durante diecisiete años a cambio de devolvérsela una vez pase dicho tiempo, no sé muy bien por qué, creo que era una mentira.

Como la vidente posesa, Laura, es muy lista, consigue mantener esta ola de crímenes durante 17 años y ni su marido ni el padre de la secuestrada, ni el novio (por un día) son capaces de recordar contacto alguno con Laura y sus secuaces, aunque cada uno por su parte vaya actuando de forma que todos se den cita, pasado el tiempo convenido, en el pueblo donde empezó el calvario para ellos y consigan recordar quiénes son, por qué están ahí, y creer que todo ha terminado. Digo creer porque la historia tiene un final abierto que amenaza con continuar.

Este es aproximadamente la historia; no quiero desvelar nada importante, pero sí me gustaría argumentar por qué no es creíble esta novela, por qué raya en la ciencia ficción, por qué de tan inverosímil, Javier Castillo ha conseguido que el lector no sienta miedo, tensión, suspense o simplemente curiosidad por saber lo que pasa.

Ya al comienzo somos testigos de diálogos sin chispa, sin gracia (aunque lo pretendan) e imposibles de suceder a una familia normal, que llega al lugar de vacaciones, toma un taxi para que la lleve a la casa alquilada y se produce la siguiente plática:

—¿El número 35 me dijo, señor? —preguntó el taxista.
—El 36, corrigió Steven.
—Exacto, el 36. Quería ponerlo a prueba —bromeó el taxista.
—¡Risas, risas! gritó Carla a su padre al ver que no se reía mientras estiraba con las manos una sonrisa en sus labios.
—Carla, por favor, compórtate.
—Sólo quería que sonrieras, papá —respondió Carla.
—Carla, cariño, ya sabes que a tu padre no le gusta demasiado bromear —aclaró su madre.

Pues yo releí este diálogo por si debía acordarme de algo en el futuro del argumento, no sé, que el taxista es un asesino, o el padre y la madre se volverán locos al ver la niña imprudente que les ha tocado en suerte. Ninguna niña de 7 años le dice eso a su padre, sobre todo tras algo que comenta un desconocido y que no tiene gracia. De hecho, ningún taxista gasta ese tipo de “broma”. Pues los diálogos son todos por el estilo, así que tampoco es el ingenio de los personajes lo que hemos de resaltar.

La narración menos aún. Demasiado extensa (a lo mejor hay determinadas novelas que requieren 500 páginas para que parezcan grandes novelas); con la mitad de palabras nos hubiéramos enterado igual. De hecho algunas, no sólo se pueden eliminar sino que debería hacerse para no caer en la obviedad o la repetición. Si decimos que son las 3 es conveniente aclarar si de la mañana o la tarde, pero si decimos «a las 15» lo único que podemos añadir es “horas”, porque ya implica que es por la tarde, no pueden ser las 15 de la mañana; no obstante el narrador lo aclara «A las 15 de la tarde estaba prevista una rueda de prensa». No sólo es en los horarios, también la lógica hace que podamos ahorrar palabras para evitar el aburrimiento. Si hablamos de dos hermanas «que no compartían ningún interés en común», rechina algo en nuestra mente porque si se trata de compartir ya implica que va a quedar —lo compartido— en común. Además de palabras innecesarias, hay bastantes ocasiones en las que la repetición se convierte en un arma cargada para provocar hastío en la lectura, «se preparó mentalmente para la entrevista a solas con el prisionero. Repasó mentalmente…», «Era un momento en el que se había modificado el estándar […] la modificación…».

Las repeticiones no sólo se dan en el momento sino que hay acciones que quedan como epítetos épicos, caracterizadores de alguien en particular «se escuchó un pequeño terremoto de minipasos» «un terremoto de diminutos pasos se aproximó», o de un sexo en general:

Stella se acercó y lo abrazó (al director), rodeándolo con sus delgados brazos.

rodeándolo con sus delgados brazos (Laura al director).

lo abrazó con sus delgados brazos (Susan a Steven).

Sus delgados brazos lo rodearon (los de Amanda a Steven).

El autor ha dejado claro que las acciones de las chicas tienen que ver con la poca fuerza que denotan sus extremidades, lo “mejor” es que las de los chicos están relacionadas con la debilidad sentimental:

Los portentosos ojos azules de Jacob dejaron entrever unas lágrimas.

Sus ojos vidriosos comenzaron a llorar.

Nunca podré volver, Kate —dijo con la voz entrecortada por el llanto.

Si todo este cúmulo de circunstancias, además de reacciones impensables como que un psicólogo trate de “amigo” a un psicópata, o que una secuestrada que tiene una arma delante de su captor, la baje y lo abrace compadeciéndolo y ofreciéndose para ayudarlo sin dar tiempo a que haga efecto el Síndrome de Estocolmo, hacen de esta historia algo inadmisible, los personajes tampoco son demasiado creíbles: El doctor en psicología, que tiene delante por primera vez a un posible asesino, loco, comienza su toma de contacto con una lección de manual barato «—Creo que tienes mucho que contar. Las motivaciones, muchas veces infravaloradas, son el motor de la conducta humana». Está claro que para que el “loco” hable habrá de venir otra persona.

Asimismo ningunos padres normales, creo, dan por supuesto que su hija se finge aterrorizada para no estar con ellos, y se inventa una historia de persecuciones el primer día de vacaciones, y es capaz de hacer un asterisco gigantesco en el garaje de la casa de alquiler y sólo aceptan creerla si va al psicólogo esa misma tarde. ¿En serio?

El chico que se enamora de la protagonista es el típico superhéroe. Sólo la ve un momento y ya fantasea con la que será su mujer. Luego está con ella un rato, durante el cual son perseguidos por los que quieren raptarla y él sueña —literalmente— con vida en común, hijos… No sé, estamos hablando de adolescentes, por eso se admite que, en plena persecución, se duerman, pero por eso mismo es improbable que este chico pase diecisiete años buscando a su media naranja, sin tener claro si está muerta o no.

No voy a hablar, de nuevo, de la niña de siete años que, tras un accidente queda en coma en el hospital, lugar del que, pese a la vigilancia, desaparece en un visto y no visto «cuando todos entraron en la habitación y se agolparon en la puerta, se quedaron petrificados. La cama estaba vacía y Carla había desaparecido». Yo tengo la teoría de que hay seres de otra galaxia, que no salen pero están preparados para la siguiente entrega porque tanta desaparición sin que la policía pueda hacer nada no es de este mundo.

Además, tampoco es de este siglo que la mala malísima, la que lo urde todo, porque su mente está más fuera que dentro de su cabeza, es verdad, es una mujer; ella es la que corrompe a los hombres porque necesita su fuerza para llevar a cabo el descabellado plan salvador. Lo siento, pero lo de Eva-serpiente tentando-hipnotizando a Adán es otro tópico inadmisible.

Me gustaría que alguien me argumentara que la novela es buena. A veces empiezas mal una lectura y estás condicionada. Todo puede ser.

martes, 13 de agosto de 2019

CUENTOS CON WALKMAN


 
He leído este libro de cuentos dejándome llevar por el último que terminé de Sergio Gómez, Buenas noches a todos.

Cuentos con walkman está escrito por numerosos escritores; es una recopilación editada por Sergio Gómez y Alberto Fuguet, así que suponía un acierto. El libro tiene tres partes: la primera, firmada por los editores, es la presentación de una literatura que supone «el fin de una etapa y el comienzo de otra». Nos informa de que todas las narraciones están escritas por autores noveles formados en los talleres literarios de Zona de Contacto, un suplemento de el diario El Mercurio, así que hay diferentes estilos aunque tienen un punto en común, todos se dirigen al interior del ser humano, a la reflexión sobre el amor, la amistad, el matrimonio, las drogas, la libertad… Son cuentos actuales y por lo tanto algo efímeros si tenemos en cuenta que aparecen situaciones muy concretas de una época (finales del siglo XX); sin embargo al ser intimistas, algunos de ellos pueden tener la categoría de universales.

La segunda parte está formada por veintisiete relatos muy cortos, de dos o tres páginas la mayoría, sacados precisamente del suplemento donde fueron publicados. El lenguaje es cotidiano, con bastantes expresiones coloquiales «turbulencias de mierda», ironías «¿cómo va Aquamán?» (referido a un auxiliar de vuelo que utiliza los viajes para transportar cocaína en una tabla de surf), marcas comerciales «Renata no tomaba ni Coca Cola para no meterse cuestiones químicas en el cuerpo», anglicismos «—¡She’s my girlfiend! —dije casi gritando», tecnicismos «tarros de neoprén» o coloquialismos «volado» «fome». Todo ello hace de estos relatos algo fresco, ágil, representativo de una sociedad que mira al futuro. Los protagonistas son jóvenes que viven al límite, «Hace poco condenaron a un chileno a cadena perpetua por sólo medio kilo más. Seguro que no sabías». Jóvenes que se burlan de aquellos que pertenecen a un sistema intocable y piden a su manera que cambien las normas, para no caer, a veces en el despropósito. La hipérbole es perfecta para esto y, por supuesto, el soltar las amarras de la moralidad. Por eso, el día que un sargento segundo salta de un avión es perfecto, también, para hacer un chiste «bajó del avión mucho antes que el resto, y su actitud, que en otras circunstancias no había causado mayor impacto en la tropa, en esta sí lo hizo: al momento de bajarse volábamos a unos ocho mil metros de altura»; no hay problemas al repetir expresiones para criticarlas «los propios vietnamitas», «esos sucios y malolientes pigmeos amarillos», no hay problemas en reseñar la falta de humanidad «Más allá de la polémica surgida por la trágica suerte de una familia completa de orientales que pereció a raíz del impacto».

Lo que importa es burlarse de las ínfulas de algunos colectivos «el escuadrón B-16, llamado también ”Las Águilas Patéticas”». Importa burlarse de la falsa moral que rodea a determinadas clases «No aceptaron en un principio, la teoría del suicidio o de la abierta estupidez de Witburn, y nos acusaron de haberlo empujado al vacío». Importa criticar, de forma abierta, la xenofobia encubierta hacia los propios compañeros «El “sucio y despreciable sudaca” como le decíamos con cariño los miembros del escuadrón».

Los cuentos atacan, o no, a cualquier sociedad y a cualquier persona, porque todos tenemos ciertos demonios dentro que no nos dejan ver la realidad e insistimos en aferrarnos a ella cuando no tiene sentido, hasta hacernos daño «terminar un pololeo no necesariamente significa terminar una amistad, ¿cierto? Y sin embargo lo dijo. Qué extraño. No se tiene que haber dado cuenta». Otras veces queremos huir pero las relaciones tóxicas no nos dejan, no envían una señal bastante clara «Me miras igual que anoche, como si no me vieras, y de repente, apenas, siento que me estás apretando demasiado fuerte. Pero me sueltas antes de que pueda decir nada», y otras huimos para siempre con tal de no hacer daño a los que nos rodean «Cerró los ojos con fuerza pensando en lo que pasaría. Tomó la caja de pastillas para dormir».

En la zona de relatos sentimos que lo importante es descargar adrenalina, pues vivimos sin verdaderos alicientes, atrapados en una familia desestructurada; atrapados paradójicamente entre padres separados, la salida está en la televisión o el cine: «la televisión está encendida en el Channel Plus y transmite una película porno de la Seka» «Creo que David se ha aburrido a pesar del Euro Disney, de los hoteles de lujo y de las tardes en el sex-shop».

Se pueden leer, y releer los relatos pues, aunque no todos tienen, obviamente, la misma calidad, en casi todos podemos sentir reflejada una parte de nosotros mismos hasta darnos cuenta de que estamos hechos de retazos de inconsciencia, de alegría, de amistad, de dolor, de amor, de rencor y de culpa «Pero cuando llegué de nuevo a la casa, toqué el timbre, y mi hermano apareció para abrirme, me sentí canalla».

La tercera parte del libro está formada por nueve narraciones más largas, que forman la zona de cuentos. Protagonizadas por jóvenes cosmopolitas, representan una juventud que quiere salir del encasillamiento tradicional e integrarse en el mundo que le rodea; lógicamente su mundo más cercano es el de Norteamérica. Los Estados Unidos están presentes en forma de música, literatura, cine o televisión, aunque no abandonan su cultura; por eso el vocabulario está plagado de expresiones locales: «dice que le gustan los REM. Lo dice tal cual, como se lee […] —Ar-I-Em —digo —¿Qué —me pregunta —Ar-I-Em —repito—. Así se pronuncia en inglés. —Pavadas —dice, y tras estar un instante callada, vuelve a decir: —Rem».

Las señas de identidad residen en el léxico «no voy a cachar a nadie», a veces expresado en forma literal «engrupido», metafórica «vendepatria» o humorista «—Argentinos maricones, les quitaron las Malvinas por huevones».

Está claro que los protagonistas, como cualquier joven del mundo, se dejan influir por la telebasura «como una vez le oí decir a un sicólogo en uno de esos programas…» y empiezan a tener opiniones propias que, aunque a veces pequen de tópicos «ver el estreno de una obra supuestamente vanguardista y que, como todo lo vanguardista resultó ser un asco», otras, reflejan sus preferencias, sus gustos; sin imponérselos a nadie, con humor, como algo vivido con naturalidad, pero haciendo ver que intentan una sociedad actual diferente; quieren un futuro mejor «lo conozco y sé que ésta es otra obsesión que se le va a pasar luego, como esa vez que estuvo convencido de irse a vivir a Argelia después de leer El extranjero. Por suerte todavía no lee El almuerzo desnudo».

Me ha gustado Cuentos con walkman; si no para leerlos con walkman, porque no lo utilizo, sí para leer de vez en cuando alguno antes de dormir.




sábado, 10 de agosto de 2019

BUENAS NOCHES A TODOS


Buenas noches a todos es un libro de cuentos, doce, divididos en tres partes, de diferente extensión y ubicación.

La primera parte está formada por cuentos escritos en 1997. El espacio donde se desarrollan es Santa Familia, lugar inexistente aunque podría tratarse de Sagrada Familia, un municipio de la provincia de Curicó, en la zona centro de Chile. Los argumentos de los seis cuentos tienen que ver en su mayoría con el deporte; los objetivos y la pasión del fútbol o del boxeo se llevan al plano intimista. Pero la vida no es un juego, o sí, porque si uno no pone todo su empeño al hacer lo que le gusta, difícilmente podrá lidiar con los sinsabores de la existencia. En estos cuentos, Sergio Gómez consigue que reflexionemos sobre el amor, y hasta dónde puede un hombre luchar por él «Belmar frente a Mario Romero, Romerito, cara a cara. Recordó la bicicleta en que llegaba a reunirse con Silvia. El hotel con su aviso de latón». Sobre la amistad relacionada con el amor, la atracción y el interés que, cuando se mete por en medio, transforma hasta el más puro sentimiento en derrota «Nunca supe y nunca sabré si Ray no pudo o no quiso responder a esos golpes terribles». Sobre el falso amor «a todas sin excepción, las he querido bien», aquél encubierto de bravuconería, de racismo y embustes. El autor atrapa estas situaciones y las presenta, como la vida misma, envueltas en justicia (aunque sea poética) «todos los hermanos y primos de Sonju. Me esperaban. Dos meses en el hospital, inmovilizado y enyesado, ese fue el resultado» y en humor (aunque sea negro) «Samudio intentó decir algo entre los tubos, émbolos y tinajas, pero sólo alcanzó a susurrar aire».

El gusto de Sergio Gómez por el juego con el lenguaje lo traslada a algún personaje en forma de obsesión por la literalidad; aparecen entonces momentos humorísticos que compensan, en la literatura, las contrariedades que se adivinan en la realidad «¿Llevarnos? —se exasperó Cabrela— Pero de dónde inventa esos términos, Cipolletti. Use el español. No nos soportamos». Y esto hace Sergio Gómez, usa el español como pocos, es un auténtico maestro en el uso del vocabulario, consiguiendo un relato asombroso con expresiones denigrantes «La sonrisa idiota rayada en la cara», localismos «mosquearon», «reculiado», expresiones amenazadoras «Repito: te saco la madre», «¿Eres sordo además de pico enano?», tecnicismos «el vestón del uniforme», insultos «bolas de buey», coloquialismos soeces del lenguaje oral, con frases inacabadas «hasta el fondo, que fondo creo que no tengo para tu sable tan grande y gordo, muy, muy, papito».

En la narración de hechos concretos, suele haber intermitencias que, además de alargar el relato aportan otro punto de vista a la forma de ser de los personajes. A veces es el propio narrador el que con su opinión valida su voz ante la del protagonista, por eso, por mucho que se enfade Nacho Cabrela y despotrique de todo y de todos, en el fondo sabemos que lo que le persigue es la soledad y la angustia provocada por ella. «—El nombre es lo griego, nada más. También era griego el nombre de Erecteo, el que propuse para mi nieto, pero ellos dos prefirieron Salvador Armando —la voz de Nacho se hizo tristísima».

Otro rasgo narrativo es que todos los cuentos empiezan in medias res, esto permite jugar con saltos en el relato; las analepsis y prolepsis conforman una visión general de la narración. Primero nos enteramos del conflicto que preside la historia, así el comienzo se hace más dramático puesto que vemos al protagonista metido en problemas «A Octavio le juraron sobre la sagrada concha de su madre dejarlo paralítico, choño y maltratado por hablar más de la cuenta». Esta cirscunstancia obliga a retroceder hasta dejar claro quién es el personaje y qué sucedió para que se diera la situación expuesta. Asimismo la introducción de alguna prolepsis en forma de predicción permite al narrador colocarse en un futuro posible, de ahí el uso del subjuntivo o del condicional que, pese a todo, consigue generar más expectativas en el lector según la información adicional que aporta «cuando por este pasillo de hospital entre a buscarme esa dama delgada y huesuda […] la voy a recibir como si la conociera desde hace tiempo».

La riqueza narrativa es evidente. El argumento de los cuentos se elabora según una trama más o menos compleja que, además de imponer la estructura, retrata un mundo amplio, compuesto de personajes que se interrelacionan e historias que emergen de la principal para cambiar la localización y conseguir un enfoque más objetivo; nada es absoluto en las consecuencias vividas por los protagonistas, toda una red de situaciones ha dado lugar a lo que son en el presente «Te molesta si nos sentamos […] Ray Aguilera ahora vive en Buenos Aires […] tenía condiciones innatas para el boxeo […] Cuando hablo mucho se me seca la boca […] en realidad uno se acostumbra a todo […] Me hiciste acordar de Ray […] El barrio lo apoyaba porque nos representaba […] Siempre es lo mismo la última semana de diciembre, es el anuncio exagerado de que llega el verano. Después no es tanto […] El 61 fue un año decisivo. Las peleas se hicieron selectivas para no reventarlo».

La segunda parte la componen cinco cuentos en los que el espacio en donde se desarrollan ha cambiado. Son los que ocurren en Vertiente Baquedano, lugar imaginario que, como ya probaron otros autores, recordemos a Vetusta o Macondo, facilita el movimiento de los personajes, que no están constreñidos a la realidad. Sin embargo en Vertiente Baquedano sí ocurren hechos históricos, o basados en la historia. De forma metafórica aparece la mafia «Limpiaron la habitación. El brasileño quedó muerto, con el pecho abierto, como si lo hubiera atacado un león africano», aparece el holocausto judío «La Gestapo allanó mi consultorio en 1937» y, sobre todo aparece el propio interés del ser humano, porque «En Vertiente Baquedano nada pasaba. Era el invierno del 61». Y en ese espacio inventado salen a la luz los sentimientos más reales del hombre, la tristeza y la soledad de quienes han tenido una vida sin ambiciones, de quienes no han luchado por lo que querían, de quienes han visto, solamente, pasar la vida, mientras la vida sucedía «Dos inviernos después seguía en Vertiente en la misma habitación del Cutter, al final del pasillo en el segundo piso».

Especialmente humorístico resulta el modo en el que el Mosquita, protagonista de Señora con turbante, hermano de Danilo, quien quería ser escritor pero no permite que se editen sus relatos «porque decía que los escribía para él», observa el paso del tiempo «deseándole que su salud se encuentre muy fresca y repuesta de dolencias propias de los inviernos», «El que escribe la saluda deseándole muy sinceramente encontrarla repuesta de virtuales dolencias de la primavera»… Y es que las cartas que manda el Mosquita a una posible conocida de su niñez y que por supuesto no son contestadas, van dirigidas a él mismo, a repasar con conformismo el paso monótono de su vida triste y penosa.

El último cuento, que da el título al libro, forma la tercera parte y se une a la primera en el espacio «bajaba al extremo de Santa Familia», es estremecedor. El vocabulario se endurece, las acciones también y el final, por supuesto, corre la misma suerte.

La historia de Chile está reflejada en la de Marito Marco, violado «el cura se acercó, le besó el cuello y le mordisqueó una oreja. Marito Marco no dijo nada», violador «Marito Marco olía muy mal, se acercó a su lado y la abrazó. Ella intentó resistirse […] No dijo nada», víctima «cuando los soldados comenzaron a golpearlos», verdugo «Marito Marco se sintió satisfecho con el dinero de Díaz Pacheco», acosado «Un compañero de trabajo denunció a Marito Marco. Lo escucharon pronunciar un encendido discurso en la celebración del 1 de mayo», y acosador «Días después encontró en el mismo bar a Víctor, un estudiante de arte», defensor «visitaba a Camilo San Martín en la enfermería de la cárcel» y atacante «Marito Marco le descargó los listones de madera de la silla en la frente».

Las expresiones acompañan a todo este horror que llega a ser surrealista: «estaba delgado y huesudo, feo, demacrado y enfermo». El sexo es violento y sucio «Se allegó al centro de sus piernas merodeó por los pelos y le sobó con los labios los testículos colgantes […] Un pedazo de piel se desprendió y la sangre comenzó a derramarse sin control». Llegado este punto, su padre, del que vamos obteniendo información de forma simultánea, profesor de instituto, expulsado por ayudar a una compañera, conforme con su pobreza e integridad, deberá decidir qué hace con el hijo que crió, en qué se convirtió. En realidad los dos han recorrido un descenso en la vida que los ha ido dejando en el más absoluto desamparo: «Peter (tomó) […] la decisión de regresar a su país. […] sus amigos de la Coordinadora Cultural de la Villa lo evitaban»

Fabulosa narrativa, ágil, entretenida, con toques nostálgicos, humorísticos, trágicos… El chileno Sergio Gómez aprovecha todas las posibilidades del lenguaje para exponer una crítica social que, aunque se intuye local, va más allá de cualquier frontera. Con ella nos conmina a despertar de la apatía, a luchar por los derechos conseguidos y los que quedan por alcanzar.

sábado, 3 de agosto de 2019

LA FORMA DEL AGUA



Tengo que leer El perro de terracota, y luego El ladrón de meriendas, y así hasta terminar con la serie de Salvo Montalbano. Creo que me ha pasado algo similar a lo que sentí cuando era pequeña y leí el primer libro del internado Santa Clara, de Enyd Blyton. Entonces en mi cabeza no entraba que pudiera haber otros escritores. Ahora sí, y soy fiel a muchos de ellos, cada vez a más, pero Camilleri tiene algo especial. Vi la serie que pasaron por televisión del Comisario Montalbano. Me encantó. El ambiente de la Italia de mediados del XX, un pueblecito a orillas del mar, donde todo se solucionaba sin prisas, sin demasiada violencia y de forma eficaz. Los que ocupaban la comisaría eran totalmente atípicos, o más bien cada uno prototipo distinto de las fuerzas del orden, todos perfectamente identificables, el de pocas luces pero con mucho empeño, el seductor de todo lo que llevase falda pero muy bueno en su trabajo, el que acaba de empezar y es trabajador hasta decir basta… y el comisario Montalbano. No se olvida fácilmente a Luca Zingaretti porque bordó el papel, con una novia eterna que vive en otra ciudad, con más de 40 años, con un físico bastante normal, es capaz de conseguir que muchas caigan rendidas a sus encantos, que todo el pueblo confíe en él y lo considere amigo. En fin, la serie terminó, o dejaron de emitirla en TVE, ya se sabe, la 2 no es muy popular, y a mí me dio mucha pena.

Con motivo de la muerte de Andrea Camilleri, Antonio tuvo a bien buscar el primer libro de la saga, hubo que pedirlo a la editorial, y me lo regaló. ¡Me ha durado dos días! No descarto volver a leerlo porque a lo largo de la historia flota en el ambiente la bondad, la inocencia propia de las pequeñas localidades del siglo pasado. La comisaría es como la segunda casa de los que allí trabajan. Todos forman una gran familia, se conocen y confían entre ellos; incluso saben lo que deben decir a cada uno para tener el resultado previsto «la trampa había funcionado a la perfección […] ¿Cómo se las arreglaba Jacomuzzi para que todos se enteraran de aquello de lo que no todos se tenían que enterar».

Indudablemente la estrella es Salvo Montalbano; de ideas liberales, su objetivo es hacer el bien al ser humano aun por encima, o a costa, de saltarse las leyes, que normalmente interpreta a su manera, siempre en beneficio de las buenas personas, porque en realidad él es buena persona, por eso es amigo de casi todos y por eso todos saben que pueden confiar en él. «La idea de acudir a los carabineros ni se les pasó por la antesala del cerebro, pues los mandaba un teniente milanés. En cambio, el comisario era de Catania, se llamaba Salvo Montalbano y, cuando quería entender una cosa, la entendía»

La forma del agua, como bien afirma un personaje «toma la forma que le dan». Y eso ocurre en la novela, hay varios puntos de vista desde los que afrontar el caso. Depende de cómo se mire llegaremos a una u otra solución, la verdadera o la falsa, la ética o no tanto según el implicado.

Durante el amanecer, dos basureros se afanan por limpiar los alrededores del aprisco, conocido lugar para tener, por la noche, todos los contactos con las prostitutas diversas que trabajan para Gegé en Vigàta. Mientras llevan a cabo la tarea ven algo que llama su atención. Hay un coche estrellado contra un matorral en una posición en la que no tenía sentido circular. No hay nadie en el lugar del conductor, y en el del copiloto está, muerto, uno de los políticos del partido Popular italiano más famosos del momento, el ingeniero Silvio Luparello. No hay sangre ni signos de violencia. El muerto llevaba 2 bye pass, por lo que todo apunta a que tuvo un ataque al corazón mientras estaba con una prostituta. Dadas las condiciones y de quién se trata, urge cerrar el caso, pero ni Montalbano lo tiene claro ni la viuda del político tampoco. Así que el comisario inspecciona y llega a una conclusión sorprendente, sobre todo porque no todos se enterarán del verdadero resultado.

En el proceso de investigación van apareciendo el hijo, el sobrino y la viuda del fallecido, Gegé y sus prostitutas del aprisco, Pino y Saro, los basureros, el maestro Contino llevando a cabo probablemente uno de los primeros casos de violencia de género en la literatura, antes de reflexionar que era violencia machista, en la época en que era algo normal abofetear a la mujer porque sí o matarla porque “era mía”, «El maestro Contino yacía en un sillón, con una pequeña mancha de sangre a la altura del corazón […] La mujer, por su parte, estaba tendida en la cama, también con una pequeña mancha de sangre a la altura del corazón y un rosario en las manos […] Montalbano pensó que […] allí la muerte había encontrado su dignidad» (Es cierto que no hay muertes dignas pero estoy de acuerdo en que las asesinadas de forma machista adquieren dignidad suprema tras la muerte, dejando en la más absoluta deshonra a sus asesinos). En la trama van apareciendo también aquellos que chocaron con Luparello, como Cardamome, que ahora asumía la secretaría del partido con el propio Rizzo como abogado, antes mediador de Luparello; el hijo de Cardamome, el inútil señorito Giacomo y su mujer, Ingrid Sjostrom, que mantenía relaciones sexuales con quien quisiera, entre otros, con el difunto Luparello, y, por supuesto, tratándose de Italia no podía faltar la mafia ¿implicada? en el asesinato del propio Rizzo.

Así pues, un montón de interferencias se van cruzando en el caso y no hacen más que aportarle interés, emoción; el lector está deseando saber qué ha pasado y al mismo tiempo no quiere llegar al final pues es una delicia la lectura. El narrador, omnisciente, se encarga de aportarnos todos los datos necesarios, descripciones detalladas, comparaciones efectivas «se movió con rigidez para contrarrestar el efecto de las piernas que se le habían quedado tan blandas como el requesón» y, sobre todo, ironías hacia los políticos mediante despectivos «caterva de diputados regionales», denuncias a los policías corruptos «Perdería lo que tú le sueltas bajo mano» y acusaciones a la iglesia cuando se mueve por intereses económicos «inauguraba un pequeño orfelinato […] los chiquillos entonaban […] Qué bueno y qué bello / el ingeniero Luparello».

Abundan las metáforas hiperbólicas, que ayudan a introducirnos en el ambiente «un sol capaz de partir las piedras» y algunos oxímoron «aquellos rascacielos enanos» refuerzan la personalidad de los gobernantes de los pueblos pequeños, «Vigàta […] como una caricatura de Manhattan a escala reducida.»

Por otro lado, hay capítulos completos en los que el narrador no es necesario. Se nota en ellos la mano del guionista Camilleri; fantástico cómo Montalbano va hablando por teléfono con unos y con otros, ¡hasta once interlocutores distintos tiene el capítulo cuatro!, de manera eficiente, ágil, para que, en pocas páginas, el lector se entere de todos los movimientos del comisario; los diálogos son brillantes, podemos intuir la cara impasible de Montalbano mientras va perdiendo la paciencia y nosotros no dejamos de reír.

Todo está distribuido a la perfección. Montalbano va atando cabos con agudeza, siguiendo sus instintos, a veces solo, otras con los compañeros, hasta dar con la solución.

El humor está presente desde la primera página hasta la última; lo encontramos en todas sus variantes:

·      En el nombre de la empresa de limpieza donde trabajan los basureros «Splendor».

·      En imágenes artísticas «Un muro por encima del cual asomaban todavía las estructuras corroídas por la intemperie, la desidia y la sal marina, cada vez más parecidas a la arquitectura de un Gaudí bajo los efectos de los alucinógenos».

·      En el analfabetismo de los que triunfan «Pecorilla era el jefe que se encargaba del reparto de los lugares que había que limpiar, y era evidente que odiaba con toda su alma a cualquiera que tuviera estudios, él, que a los cuarenta años sólo había conseguido aprobar el tercer curso de enseñanza primaria…»

·      En la admiración por lo estadounidense «Al llegar al cruce de Vía Lincoln con Viale Kennedy (en Vigàta también había un patio Eisenhower y un callejón Roosevelt)». Si esto es un pensamiento del narrador, el de Montalbano, en más de una ocasión, también va dirigido a ridiculizar la excesiva influencia de la cultura norteamericana, «Abrió de una patada la puerta del cuarto de baño e hizo lo mismo con las demás, sintiéndose, en clave cómica, un héroe.

·      En la manera en que se toman los acontecimientos, si se trata de muerte, con humor negro «Montalbano introdujo la cabeza en el vehículo, que parecía un horno (en aquel caso en concreto crematorio)».

·      En los apodos que, con imaginación, pone el pueblo «…en casa del barón Filó di Bancina, el barón rojo —millonario, pero comunista—».

·      Humor incisivo hacia quienes nunca se han esforzado en nada y nada les ha faltado «jamás quiso estudiar ni entregarse a otra cosa que no fuera el precoz análisis del coño y, sin embargo, siempre aprobó con las más altas calificaciones gracias a la intervención del Padre Eterno (o mejor dicho, de su padre)».

Creo que queda confirmada la necesidad de leer a Montalbano, ahí está Camilleri, eterno.