Hace
algo más de tres años quedé atrapada en una de las tramas más complicadas e
inteligentes de la novela negra. El show de las marionetas consiguió
que superase la aversión que tengo al sufrimiento (propio y ajeno) para
engancharme completamente a una historia en la que incluso conocer quién era el
torturador y asesino no restó ni un ápice del interés por seguir leyendo; al
contrario, aumentó la intriga que M. W. Craven
supo imprimir al argumento.
Así pues llevaba altas expectativas al empezar Verano Negro. Ni siquiera cuando leí la macabra primera página, a modo de preámbulo, me intranquilicé; estaba segura de que antes o después leería por qué la persona que habla, derrotada, desaparece para dar paso al Capítulo 1 en el que in medias res nos enteramos de que Washington Poe ha sido detenido. Tranquilos. Como en una película, un cartel anuncia cómo hemos llegado a ese extremo. Así que, con el corazón encogido comenzamos a leer qué pasó dos semanas antes. Y lo sabemos día a día. Y de nuevo Craven consigue, con un estilo totalmente natural, sorprendernos, a pesar de saber que alguien está muriendo, o muerto; a pesar de ser conscientes de que el sargento de policía más carismático ha podido cometer un asesinato, «El agente de uniforme se arrodilló sobre su espalda y empujó su cabeza sobre las baldosas de piedra para esposarle».
Para
entender cómo llega Poe hasta aquí hemos de remontarnos seis años atrás, los
que lleva en la cárcel Jared Keaton cuando Washintong Poe investigó la
desaparición de su hija Elizabeth Keaton y resolvió que el propio padre la
había asesinado. Pero las cosas se ponen feas para el sargento al aparecer,
supuestamente, la propia Elizabeth asegurando que la han tenido secuestrada y
ha conseguido escapar. Mientras la policía intenta agilizar la libertad del
reputado chef Keaton, Elizabeth vuelve a desaparecer consiguiendo que todas las
sospechas de asesinato recaigan sobre el policía. Pero nuestro sargento cuenta
con dos mentes brillantes, la de la inspectora Stephanie Flynn y la empleada,
de altas capacidades, de la Agencia Nacional del Crimen, Tilly Bradshaw. No
solo son compañeras, son amigas en las que Poe confía plenamente para que lo
ayuden a salir de un embrollo que le puede costar la libertad y su trabajo.
El
planteamiento de Verano negro es
espectacular. El asesino posee una mente totalmente paranoica, de manera que
incluso estando en la cárcel logra implicar a todo el que haga falta para
llevar a cabo su plan: debe continuar siendo el mejor chef de Cumbria aunque
para ello tenga que eliminar a quien pueda impedirlo. Lo que ocurre es que
Keaton no se imagina que la mayor red mafiosa de Europa vaya a por él. Hasta
que no le quede claro, los lectores continuaremos leyendo en vilo.
La
investigación de Poe, Flynn y Tilly es inmejorable, épica, porque, además de
demostrar que estamos ante profesionales
inteligentes, como los grandes héroes enarbolan la lealtad, la confianza y la
amistad en los otros aun jugándose el puesto «Algo cambió en la mirada de Flynn […] —Pues cambiemos las reglas […]
¿y si no jugaban al juego de Keaton? ¿Y si jugaban al suyo propio?».
Creo
que la tercera entrega de Poe es El
procurador. Tengo que leerla porque además de esperar un nuevo ingenio
sangriento, que seguro queda resuelto por las mentes más agudas de la novela
negra, la evolución de los protagonistas promete cambios. A Poe se le puede
complicar algo su vida familiar, aunque en este segundo caso lo he encontrado
menos abrumado; también la inspectora Flynn guarda un as en la manga que ha
quedado sin desvelar; y Tilly ha aprendido a controlar sus emociones, aunque
nuestra científica preferida sea única y para dejarlo claro, Craven haya debido
inventar un término para definir su personalidad «Bradshaw no entendía el concepto de respetar el rango. No, cuando se
hablaba de ciencia. Soltó una pedorreta socarrona. […] A Van Zyl se le había
quedado la misma cara que a cualquiera después de ser bradshawado». Los
personajes han evolucionado y se nota, por lo que Verano negro tiene un plus añadido para los que leímos El show de las marionetas.
Me
gusta leer a Craven porque además de desarrollar tramas increíbles nos deja con
alguna que otra reflexión filosófica. En este caso, queda clara la diferencia
entre respeto al superior y miedo a las represalias; entre realizar un trabajo
porque es obligación o hacerlo porque queremos ayudar al que nos lo pide, «Ese era el problema de los jefes […], que
exigían una lealtad que no se habían ganado […] A la mínima oportunidad de
joderlos, lo hacían».
La
diferencia laboral existente entre hombres y mujeres también queda expuesta.
Poe cae en la cuenta y al hacerlo invita a los lectores a reflexionar sobre el
hecho de que, en unos trabajos más que en otros, la maternidad influye en la
carrera de casi todas las mujeres. «Sabía
que no estaba bien pero la discriminación en ese aspecto existía […] la
realidad era que las mujeres que se cogían la baja de maternidad quedaban
estadísticamente en desventaja […] se daba por hecho que tenían otras
prioridades».
Y,
por supuesto, también queda sobre el papel el poder de las redes sociales
cuando las manejan quienes las usan para algo más que subir “histories”; en el
fondo da algo de miedo porque parece que al final todos estamos controlados, «Ahora que Bradshaw ya tenía un nombre,
encontraría a Chloe Boxwich en las redes sociales».
En fin, una novela totalmente recomendable, tanto si se quiere profundizar como si lo que pretendemos es dejarnos llevar por una trama negra con sus momentos de humor regalados, por supuesto, por Tilly, «se enfrascaron en una de esas largas conversaciones unilaterales donde la única contribución de Poe era mantenerse despierto».
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