jueves, 29 de octubre de 2020

CUANDO EL ORO APRIETA

Esta es la historia de Diego el Serranillo, un bandido sevillano que, por azares pesarosos, se queda solo en un pueblo remoto del salvaje oeste. Partió con la esperanza de encontrar oro y volver a España rico en dinero y experiencias pero, arruinado, permanecerá en Sinner Horn trabajando como ayudante en un taller de ataúdes. Circunstancia que lo llevará, acompañado del hijo del dueño del negocio, Bram Silk, a resolver una serie de adversidades que están asolando el lugar.

Pues un planteamiento que parece sencillo va enredándose con indios bromistas, un negro gigante que toca el piano en el saloom, el "chérif", su hijo adoptivo y su ayudante, de valentía dudosa, un médico incompetente, un viejo lisiado al que le va desapareciendo su ganado poco a poco, un mexicano redimido, antiguo miembro de la banda de los Barbudos… Un elenco de personajes que podría competir en número y características con los de las novelas tradicionales, que supone el despertar de la curiosidad en el lector, desde el principio, y constituye un claro homenaje a la literatura.

El narrador protagonista le relata, en forma de carta, a su amigo Lero —ingeniosa aféresis de “bandolero”— sus peripecias por el continente americano. Así, somos testigos de que nuestro bandido va evolucionando a detective, carpintero, enterrador, juez, abogado, hasta conformar una auténtica comedia de enredo a la que la vida le va entrando casi por casualidad; la riqueza que encuentra no es el oro que busca sino la alegría de la tribu india, la bondad del enterrador, la concordia de Revólver Dave y la sensatez del niño Bram.

Los caracteres quedan al descubierto, a veces con un aire casi escolar, porque Björn Blanca Van Goch tiene la capacidad de transformar en literatura cualquier observación o experiencia, «entre los seis tenían urdida una trama de confabulaciones con la que todos ellos, unos más y otros menos, sacaban partido de los cadáveres […] ¡colgadlos como a guirnaldas!».

Diego, en largas digresiones, explica sus problemas y preocupaciones, que pasan a ser reflexiones del propio lector porque de alguna manera reflejan el temperamento del autor quien, con un tono épico-lírico, expone una comedia mágica que aprovecha dos hechos históricos, la leyenda de Diego Corrientes, llevada al teatro en 1848, y la fiebre del oro de 1849, para recargarlos de gran imaginación. El estilo poético del autor queda englobado en otro esperpéntico, cercano a una parodia del género de aventuras, para presentarnos al protagonista, alguien sin mucho criterio que, cargado de optimismo y curiosidad, se deja llevar por el riesgo en un espacio alternativo, pues es evidente que, en Cuando el oro aprieta, Björn literaturiza el desierto americano, como hizo en Piel de hojalata con el interior del desván donde se desarrolla.

La literaturización resulta de varios factores, la unión contrastiva entre belleza y escatología, «fui dejando por el camino a todos mis compañeros, quienes, secos como la mojama, fueron cayendo […] todos ellos, de algún modo, volvieron a cabalgar de nuevo por aquellos vientos arenosos sobre las almas de sus caballos».

Asimismo, las secuencias paródicas que manipulan la historia permiten la incursión de citas literarias, bíblicas, o aproximaciones a personajes de talla universal, «Me hallaba en el poblado de una tribu de indios Kiowa, y aquel viejo mencionado en un principio era el chamán […] que me salvó la vida. Me revelaron que el anciano tenía más de ciento cincuenta años y que hasta dos veces, incluso más que nuestro Cristo, había resucitado».

El realismo de Cuando el oro aprieta es una mezcla entre el denotado desde una limitada perspectiva y el connotado que permanece en la sugestión de lo no dicho; de esta forma la narrativa alude tanto a lo divino como a lo humano dentro del mismo contexto. La visión pesimista de la Iglesia queda matizada con la ironía de las expresiones populares «se puso punto final al rosario de memeces que habían adornado aquel rito litúrgico, no sin antes acabar apostillando el mismo párroco que […] traerían una ración doble de hostias en la siguiente misa. Todas consagradas». También la hipérbole, realzada por la literatura popular de los refranes, modifica la precepción de lo expuesto y lo aleja del realismo, «Pero no quiero ir tan rápido. Tras haber cabalgado […] quise evitar toda disputa y liarme a troche y moche a trabucazo limpio con aquellos forajidos. Quien a hierro mata a hierro muere…».

Igualmente, los contrastes son habituales, escenas absurdas junto a otras pretendidamente fieles a la realidad, expresiones cultas de adecuado vocabulario técnico conviven junto a onomatopeyas irrisorias o expresiones populares «él no se corta un pelo y pone cara de alfaquí […] Jamalají, jamalajá […] vituperios en español y ambigüedades en enoquiano».

A lo largo de la novela planea el pastiche, que nos recuerda la perseverancia del detective sin nombre de Eduardo Mendoza, «A pesar de que mi convidante no había aparecido en todo el día,[…] comprobar también de primera mano cuál era la opinión general de los habitantes del pueblo: aquel hatajo de zopencos y papanatas tenía fe ciega en el relato del alguacil». Incluso hay guiños a personajes y situaciones de los clásicos; menciones o citas directas al Quijote, «Y dile también que no lea tantas porquerías […] solo sirven para llenarnos la cabeza de insensateces», conviven con el noventayochista Platero y el aurisecular Lazarillo hasta formar una creación independiente de intenso juego lúdico en el que la degradación de la parodia, con la que maneja espacios y acontecimientos, contribuye a ficcionar el salvaje oeste.

El borriquillo tenía los ojos duros como dos piedras y el pelaje parecía de algodón.

Recogí aquel cuadernillo, leí algunas frases y también me lo guardé. Se titulaba Cuando el oro aprieta.

La alusión literaria ejerce un papel fundamental en esta novela. Múltiples referencias veladas, y no tanto, a los hermanos Grimm, «aquel viejo andrajoso de los acertijos no tuvo tiempo de desatar su exasperante carcajeo», a Quevedo, a la Biblia y, por supuesto, al cine, se intuyen en una narración que, pese a ser escrita como divertimento y leída como tal, constituye un complejo sistema organizado en el que se muestra, estilizada, la base de la literatura. Es una novela redonda en todos los sentidos; formalmente posee una estructura cerrada que ya se advierte desde el principio, y el contenido recoge la tradición literaria para ofrecer una visión cómica, surrealista o absurda según haga uso del contraste, del refuerzo o la degradación.

Nuestro Diego el Serranillo es una parodia de Diego Corrientes, “el bandido generoso”, de José Mª Gutiérrez de Alba, que acabó en la horca a pesar de robar a los ricos para dárselo a los pobres. Pero Diego, el Español, no va a morir ahorcado, al menos por ahora (y a pesar del dibujo «a mano alzada» de José Mª Peña —por cierto maravilloso—), sino que seguirá echando de menos a su Andalucía en Sinner Horn pues, aun habiendo tenido ocasión de disponer de dinero, se ve en la necesidad de seguir trabajando en la funeraria del pueblo.

La novela se plantea, como el Lazarillo de Tormes, en forma de carta aunque este enfoque es en realidad una excusa para evitar la tercera persona, hecho que le confiere al texto la subjetividad necesaria para alejarse por completo de la realidad y ofrecernos una novela, con reminiscencias de cuento infantil, en la que los enredos de unos personajes irreales, cercanos a la locura, aportan un fondo paródico del que Blanca se vale para analizar el trasfondo de una sociedad que se basa en la fe y el engaño para subsistir. Es el funcionamiento del Lejano Oeste que a veces simula el del Próximo Este. Diego, vapuleado una y otra vez es el antihéroe de Cuando el oro aprieta. Sus despropósitos, en ocasiones contados por medio de analepsis o prolepsis, contienen la coherencia necesaria gracias a las cartas enviadas a su compinche Lero que, con falso tono de arrepentimiento, constituyen el principal mecanismo de cohesión de la novela.

El lector empatiza desde la primera línea con la situación desorbitada y la biografía de este, no tan malo, forajido que queda diseminada en digresiones perifrásticas por el argumento.

El estilo cabalga entre la sátira —ridiculiza con humor e ironía la hipocresía de algunas personas y situaciones— el esperpento y la transgresión para dibujar una condición universal del ser humano: la avaricia. Camufladas entre la sorna y el lenguaje mordaz aparecen la mentira, la envidia y la cobardía, tres aspectos consustanciales a la codicia. La mayor ironía es que estas características forman parte de un personaje, en principio marginal y absurdo, a quien no hemos de leer literalmente si no queremos caer en la confusión «Aclaré a mis dos amigos quién era quién. Desde ese momento decidimos hablar en español y que Bram se las apañase como pudiera». Nuestro bandido ha robado y mentido, ha vivido al margen de la ley y termina amparado por una sociedad que lo protege a pesar de sus negativas «Salvo por Bram y por su padre, desearía volver a mi tierra».

El humor fluye en la novela, un humor que oscila entre el absurdo y el surrealismo hasta que la ética se deshace de estereotipos. El antihéroe adopta, sin querer, una serie de valores que lo enaltecen, hasta que llega a admirar con tierno humor a Eugenio el Genio, «el preso era un hombre bueno de corazón y piel de hojalata». A través de esta autocita, se confirma al lector de Björn Blanca Van Goch, que dichos valores son una valiosa posesión que este creador traspasa a sus personajes.



martes, 20 de octubre de 2020

LA PRODIGIOSA FUGA DE CESIA

Todos podemos escaparnos y llegar, con mayor o menor dificultad, hasta donde lo ha hecho Cesia. Lo que solo está al alcance de unos pocos es conseguir la hazaña de P.L. Salvador, ponerlo por escrito de manera que algo sumamente complicado parezca sencillo. La fuga y la representación.

La prodigiosa fuga de Cesia está dividida formalmente en dos partes. La primera, tiene asimismo otras dos diferenciadas, una referente a 2010, en la que un narrador omnisciente cuenta la historia de Cesia, una psicóloga de 45 años, a la que la vida no le va demasiado bien. No le gusta su físico desde que, a causa de un accidente, «ya no es tan guapa encima cojea […] le cuesta asimilar este deterioro». En su tiempo libre escribe, pero tampoco obtiene el éxito social que le gustaría, «su novela Zigzag no tiene cabida en nuestro Programa Editorial». Algo desesperada, decide escribir una nueva novela inspirada en su propia madre y su hermano muertos.

Y así, la otra parte, de esta primera, es la propia novela de Cesia quien, a través de un narrador omnisciente relata, desde 1960, la historia de Jairo, a quien le asigna sus mismas características «Jairo nació el día que le extirparon las amígdalas […] su madre fue el dolor y su padre el miedo […] En aquel momento aprendió a sufrir».

Cesia trasmite a Jairo el amor que ella misma sintió hacia su madre. Paradójicamente, Eva, la madre angelical de Jairo, es prostituta. Aunque a Eva le gusta su vida decide estudiar enfermería para poder ejercer en un futuro. Cuando parece que lo tiene todo, termina la carrera, se enamora del sargento Santiago Serrano y deciden casarse, Eva muere a causa de las envidias que suscitaba entre las otras prostitutas, no sin antes haber puesto en el camino de la prostitución a una niña, Carla, y a su propio hijo Jairo, ambos de 16 años. La edad en la que Cesia también se vio sola.

Jairo mata a la asesina de su madre y a su chulo y se va, a una pedanía de Alcantarilla, en el coche de un cura —quien le hace ver que el cuerpo no es lo importante sino solo una herramienta «para purificar un alma impura»— con el fin de decirle a Santiago que su madre ha muerto. Este será su nuevo ángel protector.

Como si de un místico se tratara, Jairo pasa todo un calvario de penalidades en las que su cuerpo queda lacerado por las drogas, el alcohol y la cárcel hasta que se purifica y consigue tener, ya en prisión, su grupo de adeptos. Siguiendo los pasos de Eva aprende enfermería y ayuda a los presos. Antes ha debido sufrir la muerte de Carla, con la que tuvo una hija, Nina, a quien cría Lula, enamorada de Jairo que, a su vez, le da otro hijo. Pero Lula también es asesinada por un yonqui, por lo que los hijos de Jairo se quedan al cuidado de una buena amiga. Nina va creciendo y entrando en las drogas y la prostitución hasta que Jairo, al salir de la cárcel, decide salvarla.

El problema subyacente es que, según mueren, las protagonistas salen de la historia para enfrentarse a Cesia, su creadora; ellas no han podido decidir en su futuro, quieren regresar a su vida, habían encontrado con Jairo una felicidad total porque las había ayudado a conseguir lo que querían. Pero el tiempo ha ido pasando y Cesia no ve lógico que estas mujeres deban enfrentarse a un Jairo que las supera, ya con creces, en edad. Llegados a este punto, la autora determina dejar la novela sin acabar, ella es feliz viviendo con Eva, Carla y Lula, tres personajes que la llenan emocionalmente y la ayudan a tratar a su amiga Wanda, una actriz que pasa por malos momentos emocionales.

Pero estas tres mujeres ficticias tienen pensada otra solución para la autora.

Cesia, siguiendo sus deseos, se introduce en el mundo irreal de la Segunda Parte como personaje que ha absorbido a los otros tres. Ya no es escritora, solo psicóloga, amiga de la nueva protagonista, Wanda, a la que Jairo y Nina ayudarán a encontrarse a sí misma y ser feliz, antes de morir asesinada, y quien es responsable de que Cesia encuentre, finalmente, a Jairo.

Con este resumen tan largo, he querido resaltar la complejidad estructural de la novela y las dificultades existenciales a las que son sometidos los personajes, la pérdida de una madre o de otros seres queridos, la relativización de valores importantes, la necesidad de ayuda de los más débiles, la carencia de dinero, la falta de autoestima… Todas encarnadas en una misma persona, Cesia, capaz de forjar un mundo ideal en el que conceder importancia relativa a lo que nos rodea hasta forjar nuestra propia identidad.

La prodigiosa fuga de Cesia representa la escapada que debe realizar mientras interactúa con sus personajes hasta que se reconoce plenamente. A Cesia no le vale el modelo que predomina en la sociedad. Sus personajes buscan su propia familia (no la impuesta, que puede fallar por diversas causas) para ser felices en ella. Cesia, dentro del submundo de los inadaptados, encuentra un mundo utópico para Jairo y lo convierte en el nuevo mesías; un mundo donde la muerte es algo natural, forma parte de un proceso de regeneración en el que para que algo brille con todo su esplendor, ha debido extinguirse lo que no lo permitía. Eva muere para que Jairo, su hijo, pueda brillar con luz propia. Las mujeres que han estado con él han desaparecido al alcanzar lo que querían, Carla muere feliz al tener a su hija Nina, protegida hasta que la luz de Lula se apaga, para que Wanda siga dando sentido a su vida y a la de Jairo. Cuando Nina es consciente del proceso «ya está convencida, se ha convertido al jairismo». Eva, Carla y Lula han decidido sacrificarse, «Morir a la edad de Cristo. Tres mujeres que nacieron en diferentes momentos para perecer a la misma edad».

Las mujeres que han estado con Jairo se han formado según su filosofía, se trata de minimizar el pasado para que la vida adquiera sentido según un conjunto de valores inmateriales que lo representan ante el mundo: comunicación interpersonal, reflexión con uno mismo y estabilidad personal. Para Cesia el jairismo es una religión acorde con su concepto de la ética, que tiene un componente social en el que no importa la clase, raza o nacionalidad, un componente material que no nos aboque al consumismo y un componente cultural lo bastante fuerte para que no nos dejemos engañar. Cesia es consciente de haber sido capaz de crear un ser totalmente espiritual, feliz a pesar de las desgracias, por eso no le importa introducirse en la historia para imbuirse del espíritu de Jairo, que no es sino el suyo, un espíritu con el optimismo y madurez de Wanda, la sinceridad de Lula, la simpatía de Carla y la belleza natural de Eva. A cambio, Cesia le aporta, una vez que lo ha asumido, lo que la vida le ha dado, una leve cojera y alguna cicatriz en la cara, «me ha perforado el gemelo izquierdo. También me han hecho un agujero para el pendiente».

En La prodigiosa fuga de Cesia observamos algunas constantes de la obra de su autor. Mediante el acto metaliterario, la protagonista/autora impone una metonimia icónica del escritor, además constituye una técnica de acercamiento al lector, que lee con recelo la metaficción pues la intuye como un símil de la vida real de Cesia, es decir, es una técnica con la que P.L. Salvador aproxima la ficción a la realidad para que el lector empatice con este mundo irreal. Con la metaliteratura, la novela se sitúa entre una ilusión ficcional verosímil y la puesta en evidencia de esa ficción.

El libre albedrío es otra constante del autor quien, con sus personajes, como ya hiciera Unamuno, discute sobre el libre albedrío, ¿tenemos en realidad libertad de pensamiento o de acción o solo somos piezas de un sistema determinista regido por algo poderoso? P.L. Salvador se constituye, a través de Cesia, en una figura a medio camino entre literato y filósofo, «se siente intrusa en un universo irreal. Las personas caminan como autómatas […] comprende que no puede habitar dos mundos, que ha de elegir, que debe ir preparándose para el salto».

La duplicidad de personajes y actos que observamos en Nueve semanas llega a su punto álgido en esta novela, cuando Cesia y Jairo quedan unidos en su físico, sus recuerdos y sensaciones. Al principio Cesia maneja a los personajes a su antojo hasta que ellas no están de acuerdo y la obligan a reflexionar. No pretenden ser solo una compleja red de marionetas sino que quieren que Cesia se dé cuenta de lo que ha conseguido gracias a ellas, encontrar lo que estaba buscando, su propio yo, que no es sino «la actitud misma. Y no cabía duda: el espíritu se nutría de ella. Su filosofía era un canto a la actitud. Que repercutía en uno mismo».

Otra constante en la obra de Salvador es el concepto que tiene de la mujer. Sus personajes femeninos son decididos, arrasan en un mundo de hombres en el que su fuerza interior consigue que brillen con luz propia.

A través de sus novelas voy conociendo, creo, a P.L. Salvador, alguien apasionado del lenguaje, la literatura y la música, de costumbres sencillas y con un fuerte concepto de la amistad. Esto se refleja en su obra por lo que es un placer leerlo, pero en esta me he llevado además la grata sorpresa de encontrarme con un espacio que conozco: Alcantarilla, Javalí Nuevo, Cartagena o Murcia acompañan a Cesia en su anagnórisis.



miércoles, 14 de octubre de 2020

FALSTAFF


Debe ser fabuloso llegar casi a nonagenario con la mente tan lúcida como la de Harold Bloom, y más aún que este miembro de la Academia estadounidense de Artes y Letras dedicase sus últimos años a seguir investigando sobre una de sus pasiones, Shakespeare. Debe ser fabuloso disfrutar de la vida hasta el final; si tenemos en cuenta el subtítulo de este libro Lo mío es la vida, encontraremos el sentido a las comparaciones que el propio Bloom se hace con Falstaff, uno de los personajes con más personalidad que el bardo de Avon extrajo de su pluma.

Después de leer Falstaff queda claro que Harold Bloom, como excelente crítico, reclamó los valores que corresponden a la ficción literaria, entre ellos, aportar beneficios al ser humano pues, según qué personajes u obras pueden iluminar inseguridades al ofrecernos otra idea de la vida. La imaginación queda como la principal cualidad del hombre en general y del artista en particular, pues gracias a ella, los lectores en este caso, podemos reflexionar sobre el mundo real que nos rodea; y en esta reflexión llegamos a descubrir el alma de los autores. Ya en el primer capítulo de Falstaff encontraremos el concepto que este personaje, o Shakespeare, tenía del honor «¿Quién lo tiene? El que murió el otro día. ¿Lo siente? No […] ¿no vive con los vivos No ¿Por qué? Porque no lo permite la calumnia […] El honor es un blasón funerario, y aquí se acabó mi catecismo». Idea similar a la de Pedro Crespo, nuestro Alcalde de Zalamea cuando sentencia «El honor es patrimonio del alma y el alma solo es de Dios». Similar, aunque está claro que el inglés se burla de la fe, no admite deber la muerte a Dios. Falstaff es la imagen de la vida. En el capítulo 5, ¿De quién es Falstaff?, Bloom reclama para Shakespeare el invento del sketch satírico al recordarnos la escena entre Falstaff con el príncipe Hal mientras ensayan la entrevista que éste tendrá con su padre, Enrique IV, en la que mientras Hal descubre su aspecto malvado, Falstaff la toma como una diversión y se permite (como Enrique IV) recomendar a «uno de espléndida mirada y mucho cuerpo […] con él quédate y destierra a los demás». Bloom advierte de que este entretenimiento es, ante todo, emotivo pues encierra el deseo (vano) de Falstaff de convertirse en un padre para Enrique IV. Para nuestro crítico, ese ingenio de Shakespeare lo eleva a genio, capaz de conseguir que el mundo gire en torno a este personaje y se desdibuje ante él hasta parecer ficticio. Un genio con alma privilegiada, de gran inteligencia emocional y dotado de una imaginación superior.

Bloom, dedicado a reflexionar sobre la fantasía literaria, consiguió acercarnos a personajes que, como Falstaff, no tuvieron en principio un protagonismo principal, pero todo palidecía a su alrededor. El propio caballero inglés advierte al príncipe que si lo hiciera desaparecer solo quedaría en el mundo «política y violencia», aunque la envidia y la venganza de Hal no lo tienen en cuenta, «Pues lo hago; lo haré».

Harold Bloom fue otro genio, por eso reconforta leer sus conclusiones, aprender de unas interpretaciones que llegan a constituir otra obra de arte, otro reflejo mejor acabado de la realidad. No nos extraña el diagnóstico que nuestro crítico, también de alma privilegiada, hace del personaje al compararse con él, «yo lo valoro más, ya que no es fácil ser viejo y alegre».

No había leído Enrique IV, así que me he puesto al día cuando empecé a ver el estudio que Bloom lleva a cabo en Falstaff. Al principio este personaje nos recuerda al Miles gloriosus, un fanfarrón que solo dispone de ingenio para sacar del apuro a sus amigos, aunque estos se burlen de él, sin embargo, en la escena del reclutamiento, vemos que Falstaff no es cobarde aunque «se ríe de la teoría y práctica militares con el entusiasmo y la fruición que esperamos de la personalidad más pletórica de vida de todo Shakespeare». Por eso, sir John no mira la fuerza o apariencia de los soldados sino «el espíritu», es capaz de llevar por bandera la alegría y la amistad y, en su jocosidad, esconder como casi todos los divertidos una gran sensibilidad. Por eso a Bloom no le extraña que muera al verse traicionado por su antiguo amigo, el príncipe Hal. El crítico estadounidense se da cuenta de que con Falstaff, Shakespeare exploró la conciencia del ser humano: enérgico aunque perezoso, inteligente, por lo que cínico, íntimo y abandonado, tramposo aunque sensible. En esta moral del hombre se halla «La espinosa relación entre Hal y Falstaff» y representa «el centro de las dos partes de Enrique IV».

La ética de sir John es la de un hombre cualquiera que aspira a conquistar el afecto; ahí reside su riqueza, no quiere más, y si no lo consigue no le interesa seguir en el mundo.

En Falstaff encontramos afirmaciones decisivas, seguras, fruto de la experiencia como conocedor de Shakespeare. La investigación aflora constantemente en las páginas; aparecen argumentadas, en relación con la obra de 1597, citas bíblicas y pasajes como la parábola de Lázaro «si puede haber una resurrección secular, sería la de Falstaff levantándose de entre los muertos», obras cinematográficas como Campanadas a medianoche (1965) de Orson Welles, piezas musicales como la ópera de Verdi de 1893, o novelas «En Cumbres borrascosas, Catherine Earnshaw es la fragua turbulenta atrapada entre los mundos antitéticos de Heathcliff y Edgar Linton». Estas afirmaciones de Bloom van cubiertas por una sensibilidad tal que condiciona la forma en la que conoce a Falstaff y nos lo transmite como verdad universal.

Los juicios de Bloom se hacen necesarios para todos los que nos sentimos atraídos por Shakespeare, imprescindibles para interpretar correctamente las causas de la crítica subyacente en la obra teatral «La rimbombancia de Pistola se vuelve teatral cuando Shakespeare satiriza a los dramaturgos George Peele, Thomas Kyd y más llamativamente, a Christopher Marlowe». Los pareceres de Bloom se convierten en verdades razonadas que aportan el conocimiento necesario para relacionar las ideas que connotan algunos términos. Su crítica pasa a ser una matemática exacta, una objetividad que no plantea dudas porque él mismo es quien propone la discusión.

Falstaff supone, por lo tanto, un tratado sobre el mito de Shakespeare; un ser humano real que no se para en moralidades ni en posturas personales que lo desvíen de su ánimo sublime hacia el hecho literario «desconocemos la causa de su muerte. En Medida por medida, Troilo y Crésida y Timón de Atenas, así como en sus últimos sonetos, hay una creciente preocupación por la enfermedad venérea. En el tratamiento contra la sífilis entraba una amplia dosis de mercurio. ¿Fue eso lo que aceleró el fallecimiento de Shakespeare?». Shakespeare no tuvo interés en dosificar miserias ni en inducir en mayor o menor grado a la violencia en su obra.

Asimismo, Falstaff es un hombre que vuelca en la ficción delirios de grandeza, dudas, complejos, vergüenzas, hasta que se apropia de todas ellas, hasta que vemos en él al propio autor y somos incapaces de distinguir lo real de lo ficticio, «¡Loco mundo, locos reyes, loca alianza!». La confusión entre sueño-realidad es usual en las grandes tragedias y sin embargo extraña en los dramas históricos. Al leer Enrique IV surge la gran pregunta ¿Acaso la realidad no existe? Todos los personajes están basados en personas reales y, sin embargo, imbuidos de la frescura de la literatura en general y de la influencia del autor en particular, por lo que Bloom encuentra rasgos del brío y del verbo de Falstaff «en el bastardo Falconbrige», de El rey Juan.

Leer este tratado supone un privilegio pues uno de los hombres más cultos del mundo combina la crítica especializada con un estilo asequible, dirigido a todos, que acopla con total acierto lo sublime y lo humanizador que encontramos en la obra de arte.

Al leer Enrique IV podemos asegurar que hemos vibrado mientras aprendíamos algo de la historia de Inglaterra, aunque lógicamente con algunos cambios efectivos.

Después de leer Falstaff, queda en nosotros el beneficio de la duda que nos ofrece la literatura, pues no hay una lectura política, y la certeza de que queremos la vitalidad del personaje, el empuje de Harold Bloom y la concepción de la ficción de Shakespeare pues, no sólo el contenido de sus obras, sino su maestría en el lenguaje nos atraen. Bloom nos muestra cómo seducen los juegos homófonos «—ahí están tus señales —¿por qué, hijo mío, tantos te señalan?», las cosificaciones «¡Tú cállate, jarra! ¡Cállate, aguardiente!», las comparaciones sarcásticas «Estáis tan gordo, sir Juan, que a la fuerza estáis sin medida», los malapropismos «conmigo tiene infinitivas cuentas», los neologismos «¡ah, ruin hombricida! ¡sois un mataseres, un matahombres, un matahembras!», el humor polisémico «aquí no dejaré que te dispares. Pistola, descárgate de nuestra compañía» o las personificaciones, «No hables como una calavera. No me recuerdes mi fin».

Así pues, con el permiso de Harold Bloom, me apropio de sus palabras «Nunca he tenido claro cómo un profesor y crítico de Shakespeare puede evitar ser absorbido por él».




 

viernes, 9 de octubre de 2020

EUGENIO, MEMORIAS DE UN INFORMÁTICO

Al leer el subtítulo de este libro, 10 verdades que ocurren en los proyectos, entendí que era un manual para todo aquél que quisiera planificar un determinado asunto. He de confesar que no he leído nunca un libro de autoayuda, ni siquiera de ayuda en general. Me parecían manuales llenos de tópicos evidentes que no tenían por qué solucionar el posible problema. Además creo que todos podemos escribir sobre lo que conocemos, escribir basándonos en nuestras costumbres. Así que me enfrenté a Eugenio, memorias de un informático con ciertas reticencias que se esfumaron en la primera página. Está claro que los recuerdos del autor son claves, constituyen el punto de partida para una historia que va algo más allá, porque es un libro curioso, ameno; su estructura disipa cualquier rechazo que podamos tener a la persuasión de las falsas enseñanzas plagadas de elementos confusos.

Estructuralmente está dividido en tres partes:

La primera, un relato ficticio que muestra las peripecias de dos extrabajadores de una gran empresa que abandonan su trabajo para emprender su propio negocio.

La segunda parte es una recopilación de observaciones que uno de los personajes ha ido extrayendo de la experiencia y que quedan plasmadas como un decálogo que hay que tener en cuenta a la hora de enfrentarse a un proyecto informático.

Por último, Roland Durareli expone una serie de anexos que informan de metodologías de trabajo, técnicas para desarrollarlo, creación de medios para comunicarnos con las máquinas y pruebas necesarias o convenientes antes de poner en uso el resultado del nuevo proyecto.

Nos enfrentamos, pues, no a un mero manual. Como su título indica estamos ante unas memorias que constituyen un fragmento esencial de la vida del autor. Lo curioso es que está redactado como memoria y manual conjuntos. La primera parte rescata momentos y emociones vitales que se leen como una historia de ficción. La segunda invita a que los lectores nos identifiquemos con lo expuesto en la parte novelada y seamos capaces de afrontar nuestro propio reto.

Lógicamente la última parte contiene un lenguaje más específico de la informática, va dirigida a futuros creadores de proyectos «Sistemas como SAP bautizan sin complejos a estos registros temporales con el nombre de IDOC (Intermediate Document)». Pero todo el libro, puede servir de aliciente a cualquier persona que quiera abrir un negocio, no necesariamente de informática.

Aquí está la originalidad. Durareli escribe una novela corta, un relato en el que algunos capítulos terminan con un punto de misterio, que consigue nuestro interés por saber qué ocurrirá «Pero lo que no sabía Eugenio era dónde estaba a punto de meterse». Otros capítulos son verdaderas analepsis, que nos ponen en antecedentes de las circunstancias que obligaron a tomar distintas soluciones «Se encontraban sentados a la mesa del comedor principal […] cuando Carlos aprovechó un silencio». A veces hay digresiones sobre leyendas, reales o inventadas, que aportan, a modo de cuento, valiosos consejos para construir un negocio. Otras veces, los diálogos reflejan el estrés laboral que siempre termina pasando factura en la vida privada, «—No quiero discutir de nuevo. Estoy muy liado. Ya hablamos luego —y colgó sin despedirse».

La trama del relato nos va llevando por las peripecias de Eugenio y Martín desde que abandonaron Carnimática Consulting y fundaron su propia  empresa. Zancadillas de algunos colaboradores, de la competencia, de sus propios fallos… Todo lo han de soportar hasta que disponen de una idea que les permitirá libertad de acción sin que peligre su vida personal.

Memorias de un informático supone para todo lector una herramienta útil, porque no trata solo sobre cómo montar una empresa sino que las andanzas de sus personajes nos descubren cómo hacer frente a posibles dificultades personales, familiares o incluso laborales. El entretenimiento viene con el añadido de que el autor conoce el mundo del que escribe de manera que, en ocasiones, se transforma en el profesional indispensable que ayuda al principiante.

Roland Durareli, con un estilo claro y desenfadado, nos hace ver la difícil salida de una situación que puede experimentar un negocio. Eugenio y su compañero Martín son capaces de levantar la autoestima de quienes teman enfrentarse a algo nuevo, ignorando a personas tóxicas que se acercan por interés y sorteando las dificultades que van apareciendo en el proceso de puesta en marcha. En este relato el optimismo es fundamental, ya que los personajes idean estrategias para no abandonar sus sueños, para tener una vida laboral e íntima plenas, desterrando miedos al aceptar los problemas como tales, para ponerles remedio con la ayuda de quienes guardan un interés común.

El lenguaje es asequible a todos aunque, lógicamente, el lector ideal es el que tiene unas nociones, aunque sean mínimas, de informática.

De los diálogos podemos extraer ideas no solo para quienes desean montar su propio negocio sino también para quienes aspiren a mejorar en su trabajo «—Yo en eso soy muy claro. Siempre que puedo aplico mi filosofía de que para resolver los asuntos hay que ir por el camino que lleve el Mínimo Esfuerzo y te dé el Máximo Placer, o como lo llamo yo, MEMP». En general la lectura es válida para los que consideran la necesidad de superarse, de dejar de ver el trabajo como una carga impuesta irremediablemente, para empezar a afrontarlo como lo que hemos de incluir en nuestro modo de vida, algo necesario con lo que se puede disfrutar, que aporta herramientas que contribuyen al bienestar emocional.

El tema de Eugenio, memorias de un informático, va intrínsecamente unido a la motivación personal, por lo que es de total actualidad. Las peripecias de Eugenio hacen que mejoren la percepción que tiene de sí mismo y de la empresa que va a montar. Pero antes ha soportado largas ausencias de su hogar que aumentan la dureza y el estrés de su cometido y consiguen que se olvide de su vida personal hasta que se convierte en un adicto al trabajo o lo que es lo mismo, adicto al poder y al dinero. Algo que no le complace pues llega a deshumanizarlo, a conseguir que no disfrute de la existencia «—Pues hombre, con todas las horas que estamos trabajando, la verdad es que he visto poco de Salamanca». Asimismo la lectura del libro hará que nos sintamos mejor; en este sentido es una inspiración para llevar a cabo el cambio que todos pretendemos al complementar el tiempo laboral y de ocio, al añadir humanidad a la tecnología de manera que afrontemos la vida sin monotonía o sin depresión.

Eugenio llega a conocerse a sí mismo por lo que, primero, toma conciencia de quién es, de sus capacidades y posibilidades para, después, trabajar en el giro que quiere darle a su vida. En este sentido, el relato no es ficticio. El mensaje de Durareli es realista, ya que anima a los lectores a enfrentarse al presente con optimismo para no limitar las oportunidades que la vida nos ofrece.

El libro es una amena referencia que ayuda a reconducir ese aspecto de la vida tan importante, el trabajo, para que no sea una carga para nosotros sino una opción libre que nos enriquezca como personas.





lunes, 5 de octubre de 2020

LOS ASQUEROSOS

Una vez terminada la lectura de Los asquerosos llego a la conclusión de que la existencia es un absurdo, como absurdo es el estilo de la novela. Porque la vida no tiene un significado concreto, desde el momento en que las respuestas a las preguntas que nos hacemos no son iguales para todos. En la igualdad (o falta de ella) está la clave. Aunque el hombre es un ser social, puede dejar de serlo con facilidad si se siente apartado por cualquier circunstancia (y las del protagonista fueron bastantes). Asimismo tendemos a respetar fácilmente al otro siempre que su parecer u opinión esté en nuestra línea de pensamiento. Vivimos en grupos, no formando un grupo, distribuidos por la sociedad en la que lo que nos rodea es tolerable, intrascendente incluso, siempre que no nos afecte. Vivimos en una sociedad llena de “asquerosos”, gente estafadora, «Presintió que las reclamaciones se desoían aposta, y así hasta que el demandante se cansara», gente fraudulenta, «el casero estaba haciendo cosas raras con su industria […] se negó a domiciliaciones», gente que abusa de su poder, «La intimidad del portal acendró los ánimos del policía […] le iba a pegar porque sí», gente aferrada a modas incongruentes «Una que no salía sin las joyas llevaba en la camisa el circulito de los hippies», gente superficial, «vivían decididos a parecerse a la gente que sale en los anuncios». Consumidores excesivos, contaminadores acústicos «la sirena rasgaba el silencio […] el móvil […] un taladro doméstico […] la herramienta rompía más los nervios», contaminadores ambientales «Parecían negarse a ver que contribuían a un futuro sucio». “Asquerosos”, adoradores, en fin, del dinero.

Manuel, quien desde niño se ha visto solo en casa por el trabajo excesivo de sus padres, ante los compañeros porque lo veían raro, ante las chicas por su físico no del todo agraciado, es alguien bueno, deseoso de compartir experiencias con los demás, pero un infortunio con un policía desaprensivo, hace que deba huir de la ciudad. Su tío le da todo lo que tiene para que huya. Y llega a Zarzahuriel, pueblo deshabitado sin identificar, de Castilla. Allí se mete en una casa y recibe de su tío mensualmente una compra para subsistir. Además, todas las tardes hablarán por teléfono para comprobar que está bien. Poco a poco Manuel se va adaptando y va siendo feliz en pleno contacto con la naturaleza. Hasta que una familia se instala en la casa de al lado para ocuparla los fines de semana.

Y él, respetuoso con todo, con el medio ambiente y con los seres que lo rodeaban, siente de pronto el horror a la compañía humana. Su placidez peligra, por lo que, acostumbrado a inventar artilugios para sobrevivir, idea la forma de deshacerse de todos.

Con esta actitud promueve el estancamiento social. En principio parece un ser de moral superior; respeta el medio ambiente, de hecho vive casi como cualquier animal en su entorno, sin apenas aseo, ni alimento o ropa inútil, sin ganas de participar en ningún trato humano que desvirtúe su paz. Pero esta superioridad moral queda cuestionada al llegar “los Mochufas”, pues le hacen actuar con mayor inquina y premeditación hacia ellos que la que él pudiera sufrir en algún momento, además juega con la ventaja de que él es invisible a la familia vecina. No quiere mezclarse con el vulgo para mantener su virtuosismo (y su seguridad). Está claro que su infancia influyó sobremanera en su forma de ser; apartado de todos, el desconsuelo de Manuel fue dando paso a la soledad, y el desamparo al miedo que le hace huir, esconderse, autoexcluirse, ser dueño de sí mismo, alguien que no tiene que mostrar nada a los demás. Pero el miedo vuelve con los Mochufas, así que decide seguir siendo imperceptible para ellos hasta que ve la posibilidad de que sean los otros los invisibles. Es la igualdad dependiendo de las circunstancias de la que hablábamos antes.

Creo que Santiago Lorenzo ha construido un relato, en principio original, pero puede cansar un poco por la falta de trama y el exceso de modismos. Más que una novela es la reflexión del tío de Manuel, a quien intuyo como verdadero protagonista, como eje del relato. En su cavilación, nos ofrece las claves interpretativas del mundo. El lector puede reconstruir, a través del despliegue de lenguaje, el pensamiento del protagonista, incluso del autor, que deambulan en una polémica intelectual que se hace eco de la socialización pretendida. Desde una mirada superficial, transmite una honda preocupación por las relaciones personales y por la autorrelación que llegamos a mantener con nosotros mismos, «Con cada céntimo que dejaba de fabricar compraba un minuto de freática paz a estrenar. Le parecía muy barato».

Lorenzo incide en su crítica a la ostentación y reflexiona sobre qué hay tras ella, cómo no somos capaces de abandonar la ciudad sin las ventajas que nos ofrece ésta y que funcionan en realidad como incongruencias del progreso «instalaron un dispositivo para subir las persianas dándole a un botón. Otro, se trajeron unos extensores para ejercer los brazos como si los brazos no se ejercitaran subiendo persianas […] unos operarios bajaron una cinta de correr».

En Los asquerosos se especula sobre cómo el hombre ha llegado a carecer de personalidad, a ser un gregario sin ninguna intención de distinguirse sino de formar parte de la masa «Llamaban “cariño” a todo el mundo […] Hablaban muy adscritos a fórmulas predeterminadas […] Decían todo el tiempo “disfrutar”».

Santiago Lorenzo toma distancia y mira al grupo social desde el punto de vista de la naturaleza, una perspectiva desde la que no salimos bien parados «Salía mucho “calidad de vida”, la formulación con la que los desmigados se intentan convencer de que están contentos». Nos rodeamos de circunstancias paradójicas, de una forma de vida absurda que incide en nuestra degradación, a la que arrastramos, antes de tiempo, a los niños, quienes, al eliminarles las posibilidades de ser provechosos, «llegarían a adultos sin conocer la compleja receta del bocadillo de chorizo».

Los asquerosos supone también una llamada de atención para que nos demos cuenta de cómo la sociedad consumista nos anula la capacidad de autosuficiencia, de cómo, por seguir el desenfreno estresante de la ciudad estamos despoblando lugares en los que es fácil la tranquilidad, de cómo, con el tiempo se ha sobrevalorado el falso concepto que tenemos de socialización al ser incapaces de disfrutar en soledad.

En realidad Manuel hipervalora la soledad constante simplemente porque no tenía un objetivo claro, porque no le llenaba aquello que lo rodeaba, porque no había encajado en el grupo, porque era diferente, y esto se vuelve en su contra cuando alcanza su felicidad o, lo que es peor, en contra del único ser que lo ha ayudado. Manuel abandona a su tío, lo hace invisible para continuar él mismo con su propia invisibilidad.

Esta sociedad ansiosa que no está a gusto con nada queda reflejada en el lenguaje mordaz, irónico «Dicho esto se quedó tan jamonuda. De cuál de sus cerdos libros de autoayuda habría sacado una cosa tan bonita».

La crítica feroz se lleva a cabo con un tono desenfadado, ritmo rápido en el uso de palabras, expresiones coloquiales, soeces, burdas, neologismos, arcaísmos o profusión de sinónimos que inciden en el concepto penoso de lo que está refiriendo:

«Cagalera lacrimal, eso sufrí en riada serena»

«Era la suya la puta música para las alimañas del coño y del cojón»

«Una docena de omnívoros de los de genital tapado»

«empercutir», «falansterio», «despresencia»

«piso – camarote interior – viviendita de dimensión de despacho – cuchitril – cubículo – contenedorvivienda – chiscón».





jueves, 1 de octubre de 2020

LA OSCURIDAD QUE CONOCES


El género policial parece el idóneo para anclar el gran impacto cultural y humano al que ha llegado la violencia y La oscuridad que conoces afronta un lugar en el que no solo la violencia, también la memoria de esta quedan instaladas. La estructura de la novela transforma el contenido en materia de reflexión crítica para que seamos conscientes de que no podemos limpiar el pasado con la suciedad del presente. Encontramos dos capítulos que encuadran el argumento, relatados en tercera persona por un narrador omnisciente, y en disposición contraria al tiempo que sugieren. Así el primer capítulo, “El final” relata la muerte de dos preadolescentes, Izzy y Junie, asesinadas de forma brutal en el parque. El último capítulo, “El principio”, narra el nacimiento duro de Eve, la madre de Junie. El resto son 25 capítulos cortos, centrales, escritos en primera persona por Eve quien, a su vez, se desdobla a lo largo de la novela en víctima, verdugo e investigadora.

A veces Eve se desvía de los sucesos presentes y los asocia al pasado o a pensamientos relacionados con algo que el lector no sabe, «el vínculo que las unía (a las niñas) no había hecho más que fortalecerse. Y eso tampoco me gustaba. Odiaba pensar en lo que podía significar». Lógicamente esto aumenta la intriga del lector, que habrá de esperar a que la búsqueda siga su curso para enterarse. Otras veces, las digresiones nos van poniendo al tanto del lugar y los personajes, digresiones que también intensifican el misterio «mi actitud no estaba ayudando […] Pero no sabía cómo estar sentada frente al sheriff Land […] Nuestros papeles habían sido grabados a fuego mucho tiempo atrás».

Y en ocasiones, es la propia información incompleta la que nos despierta la curiosidad «—Jimmy Ray no es su padre —repliqué con voz dura—. Y no ha tenido nada que ver con esto. A pesar de todo tiene ciertos principios».

La historia de La oscuridad que conoces presenta algunas peculiaridades relacionadas con espacios políticos y culturales que funcionan como variables de una imaginaria Barbarie versus Civilización; una de esas distinciones es que da la impresión de que la civilización no existe, no ha llegado. Es la escritura de la marginalidad. Las palabras de Amy Engel contienen la característica del habla oral, por lo que se nos muestran a través de una escritura rápida, inmediata, capaz de formar imágenes objetivas cuya función no es sin embargo efímera, sino para que permanezca la infancia recordada. No hay recuerdos imprecisos. Eve mantiene en su memoria «un cielo negro» que cubría sus momentos dolorosos, pero estaban ahí, latentes, para salir en cualquier momento a golpearla de nuevo, una y otra vez, tras sufrir el peor golpe que puede soportar una madre. La insistencia anafórica y digresiva, el volver constantemente atrás es el testigo de su dolor.

La escritura rápida, el uso del habla coloquial, la narración pretendidamente objetiva, la abundancia de diálogos y la inclusión de escenas dinámicas y violentas participan de las convenciones de la novela negra. La originalidad que propone Engel es transformar a la víctima en investigadora atípica, pues no participa de la credibilidad intelectual ni social, por lo que debe actuar sola, a espaldas de una ley que ella sabe corrupta.

Sin embargo su intención no es denunciar la inmoralidad política, social o humana. Quiere vengarse de quien le arrebató a su hija de la forma más violenta y miserable posible. En un mundo salvaje, atroz, no hay cabida para la sensibilidad ni para la comprensión. A dos días de los asesinatos, atraídos como carroñeros, aparecen los periodistas, los medios de comunicación que, irónicamente intentan llevar la civilización a «una triste colección de edificios situados junto a la autovía […] con unos bosques tan espesos y frondosos que bastaban diez pasos para perderte en ellos». Un intento infructuoso pues se dan cuenta de que nada se puede hacer en ese pueblo, nada pueden conseguir con gente que se ha criado en un sitio duro, rodeada de mezquindad. Abandonan y dejan abierta la oportunidad de venganza para todas las mujeres maltratadas, «Porque te voy a encontrar, cabrón hijo de puta, y te voy a hacer pedazos».

No hay valores sociales para los habitantes de Barren Springs sino un fuerte sentimiento de desarraigo a un espacio hostil; que muestra un sistema que impide la adaptación a la realidad social.

El espacio adquiere, en la novela, una gran complejidad y participa de la consideración que se tiene de sus personajes. Es el mismo, aunque adopte diferentes interpretaciones según quién esté. El reducto de Jimmy Ray es parecido al de Lynette, y sin embargo Eve los sentirá como refugio o peligro, según estén o no ocupados, o según el momento en que Jimmy era su novio o ella decide que no permitirá que él la vuelva a tratar como un despojo. Incluso la casa de Eve, casi acogedora en vida de Junie, se transforma en algo frío y sucio a su muerte.

El pueblo de Barren Springs es el espacio real por el que circulan unos personajes y, sin embargo, en un momento de la trama se iguala al posible mundo ficticio que alberga leyendas de niñas maltratadas, desaparecidas, hasta que ambos universos quedan entrelazados, por lo que el real de la novela adopta la calidad difusa, engañosa de los sueños por donde deambulan seres irreales, «Ya estoy en el infierno».

El pueblo toma la entidad de la masa anónima que se adueña de la característica infernal propia de las novelas de terror, «Tenía tierra aferrada a la piel entre los dedos y debajo de las uñas […] Me tendió la mano y le di la pistola». Cualquiera encubre un secreto o es una amenaza. Los límites entre el orden público, el abuso, el maltrato y el crimen se borran. No hay diferencias entre el día y la noche. No hay un verdadero detective. Eve lleva cabo sola la investigación hasta dar con el culpable. Nadie le ofrece respuestas claras, ella es quien debe encontrar las relaciones ocultas que desencadenaron los crímenes. Eve se convierte en una extraña en su propio terreno, por eso, hasta que no se da cuenta de que debe tomar un punto de vista distanciado de lo que pasó, no descubre la verdad. Nada protege a nadie en un lugar en el que todo es sucio y peligroso, desde el sexo «yo pegada contra las paredes cubiertas de musgo y con Junie dormida en el coche», hasta la naturaleza «plantas de kudzu se me enganchaban en los tobillos y podía oír murciélagos aletear en el cielo cada vez más oscuro». El espacio es el lugar propicio para distanciarse desde el resentimiento y poder objetivar el suceso. Para ello necesita tener la mente despejada y no dejarse llevar por los sentimientos sino por su mente torturada llena de instantes monstruosos, de amenazas, víctimas y verdugos.

Eve disfraza su añoranza de cinismo y nos descubre a unos personajes que intentan infructuosamente recomponer los fragmentos de una identidad animalizada y que curiosamente han representado la autoridad para ella.

Junie no es más que la consecuencia de Eve, situadas en la línea divisoria, pretenden vivir en una sociedad tras haber sido maltratadas, separadas de la civilización. Frente a ellas la naturaleza sanguinaria amoral de la Barbarie las acecha implacable. Amy Engel expone una visión desencantada, determinista de un sistema que condena a los marginados a repetir el ciclo de horror y muerte.

En este entorno miserable, la madre de Eve, Lynette, se convierte en oráculo de sus vidas, «Lo que te golpea nunca es lo que esperabas» «No dejes que nadie te quite lo que es tuyo» «Se lo ha ganado a pulso». Lynette, Eve, Junie, incluso Jenny, madre de Izzy la otra niña asesinada, y ella misma, son mujeres duras forjadas en la miseria, víctimas de los malos tratos, los abusos, la violencia, el horror que solo entiende una norma «A quien hizo esto. Encuéntralo y házselo pagar».

Y eso hacen, las madres maltratadas encuentran al asesino y llevan a cabo su justicia en una vuelta de tuerca impresionante. Madres e hijas conforman un todo único que deja el espacio infernal sin vínculo con el mundo civilizado, «nuestro pasado siempre terminaba saliéndonos al encuentro». No hay descanso para ellas, no tienen salvación. Es demoledor.