El último libro de estas
vacaciones ha sido Madame Bovary. Ya lo había leído hace mucho tiempo, no recuerdo
cuántos años han pasado pero sí que me impactó porque lo encontré atrevido para
la época en la que Gustave Flaubert lo escribió, 1856. La protagonista me
pareció una avanzada de su tiempo, una mujer que no anteponía nada a su
felicidad o a sus intereses y que dejaba muy en entredicho el concepto
tradicional de madre-ama de casa. La impresión que tuve fue la de estar ante un
icono de la liberación de la mujer.

En la segunda parte se
mudan de Tostes a Yonville, allí tiene a su hija y allí se enamora del pasante
de notaría, León, pero éste se va a terminar sus estudios. Aparece Rodolphe, un
embaucador sin escrúpulos que pretende otro trofeo más con ella mientras que Emma
desea escaparse con él para tener una vida llena de aventuras. Lógicamente
Rodolphe la abandona y esto hace que de nuevo caiga en otra depresión, hasta
que su marido la lleva al teatro, en Rouen, y allí ve de nuevo a León quien,
ahora sí está dispuesto a conquistarla.
En la tercera parte Emma
aprende a mentir y consigue tener libertad para ir sola a la ciudad a verse con
su amante todas las semanas, hasta que se harta de esta nueva rutina. Sus
excesos van en aumento. Cuando es consciente de que el usurero Lheureux puede
llevarla a la cárcel, pues ya nadie está dispuesto a prestarle dinero, decide
quitarse la vida, y en el mismo almacén de la botica se toma el arsénico para
regresar después a su casa y morir de forma lenta y dolorosa.
Pero si no consigue una
vida y muerte de heroína romántica, su marido hace que tenga un entierro de
novela; la viste de novia, con el pelo suelto y en tres ataúdes, uno de roble
dentro de uno de caoba dentro de otro de plomo, cubierto a su vez por un paño
verde. Con el paso del tiempo, Charles encuentra las cartas de amor de
Rodolphe, aun así perdona a los dos y él muere de repente quedando su hija
desamparada.

No he podido remediarlo
pero me han venido a la mente otros personajes literarios, rompedores del orden
establecido que, al final pagan su atrevimiento, Celestina, Werther, son
castigados por su inadaptación; Don Quijote puede ser quien más se le parezca
desde el momento en que representa, como Emma, una actitud ante la vida (muy
distintas las dos pero ambas modelos míticos del idealismo). Y así entramos en
el mito de Madame Bovary, o en el bovarismo, que no es otra cosa que la
insatisfacción crónica de una persona que tiene ilusiones y aspiraciones
desproporcionadas a su realidad.
Y ahora podría
identificar en este mito a bastantes personas reales; pero no es el momento,
sino que es cierto que es un problema actual bastante común y podría ser motivo
de debate. Ahora es el momento de profundizar en Emma y en pensar por qué su
castigo no sólo le afecta a ella sino también a los que la quieren; da la
impresión de estar ante un determinismo fatalista en el que se sumergen su
marido y su hija y del que no saldrá ninguno de los dos.
Realmente creo que el
mito de Madame Bovary es la fatalidad, el destino aciago de los que pretenden
librarse de la realidad mediante sueños que toman por reales. Ahí reside el
paralelismo con Don Quijote, Flaubert fue un apasionado de los clásicos del
Siglo de Oro, Cervantes y Shakespeare a la cabeza, pero también leyó a Tirso y
hay indicios de comportamiento donjuanesco en Emma Bovary; ésa es la liberación
que enarbola. Una mujer que se comporta como un hombre, como un don Juan;
engaña a su marido y se engaña a sí misma al creerse feliz pero incluso llega a
hastiarse de su amante cuando la situación deja de suponer una novedad, porque
lo que quiere es ser el centro de atención, mimada, admirada, halagada y
sorprendida en todo momento, pero la realidad es más triste, monótona y
previsible, y Emma no tolera la previsión, quiere ir de sorpresa en sorpresa haciendo
lo que le apetece en ceda momento. Cuando se da cuenta de que no puede ser tan
caótica, de que lo que ha conseguido es la ruina, la decepción y el abandono de
quienes pensaba que la adoraban, se suicida. Sin pensarlo. Sin buscar una
posible solución porque ella es instintiva y caótica, de ahí que levante
pasiones, pero también que intimide.