miércoles, 20 de septiembre de 2023

LA GRAN SERPIENTE

Conocí a Pierre Lemaitre con Irene y quedé maravillada con la forma de contar de este autor francés y con la capacidad de su protagonista, el inspector Camile Verhoeven, para asumir su diferencia; esto hizo que, página a página me fuera encariñando con él, por lo que me costó tanto asumir su desgracia que juré que no volvería a leer nada de la saga de ese policía. Y tengo los libros.

Al final, tras muchos meses, o años, me he decidido por La gran serpiente, la primera novela negra escrita por Lemaitre (ajena a la saga Verhoeven) y la última en ser publicada en España.

Pues sí, este parisino ya apuntaba maneras desde el principio. La gran serpiente es una novela dura pero se lee con facilidad; entre otras cosas, la maestría del autor a la hora de contar ya aparece en su primera novela. Además, el humor consigue que el ritmo vaya creciendo hasta llegar a un trepidante final, que estamos deseando para ver si cumple nuestras expectativas.

Con esta entrega no hay que llevarse a engaño. El autor afirma en el prólogo que se despedía del noir con la primera novela que escribió y, después de leerla, no me parece que La gran serpiente sea novela negra. Es verdad que comienza con un crimen, pero no se resuelve; de hecho, la asesina, a la que conocemos desde el principio, continúa matando una y otra vez por razones diversas, la más importante es que sufre de cierta locura, que no es transitoria y que tampoco debe de estar relacionada con la demencia senil. Es una protagonista diferente. Esta podría ser una característica en la novela de Lemaitre, sus personajes no se adaptan a la norma: «Mathilde tiene diecinueve años, es preciosa. Nada que ver con el tonel mofletudo en el que se ha convertido», «Tiene cincuenta y cuatro años. No busquemos matices para describirlo: es un retaco».

Puede que la parte negra de La gran serpiente es la que permite al lector canalizar y dar rienda suelta a su lado más oscuro. El lector no puede poner en marcha su cerebro para analizar las pistas y encontrar al asesino, simplemente se deja llevar por su locura; en este sentido estamos a merced del autor y de la protagonista, Mathilde Perrin, una sexagenaria, heroína de la resistencia francesa, que lleva treinta años trabajando con éxito para el Servicio de Inteligencia. Ella debe limitarse a estar informada del objetivo que debe liquidar, pedir un arma en Suministros, llevar a cabo la misión y deshacerse del arma tirándola por alguno de los puentes del río. Sin embargo, no ha resultado ser tan disciplinada y, con la edad, además de incumplir alguna que otra norma, olvida detalles fundamentales para llevar a cabo la misión con éxito.

La viuda Perrin, madre de una hija a la que ve poco por considerarla imbécil, pasó de matar nazis a liquidar lo que sea, «su hija no es que se diga una lumbrera, o no se habría casado con semejante gilipollas. Y encima norteamericano. Pero sobre todo, gilipollas. Norteamericano, vaya». Estar a su lado es un peligro y sin embargo, nadie sospecha de una anciana entrada en carnes que respira con dificultad y va arreglada desde que se levanta hasta que se acuesta, porque tampoco ella tiene el don de la cordialidad, no se relaciona apenas excepto con Ludo, un dálmata tranquilo y obediente, o Coockie, un cachorro de cocker, con el que piensa pasar sus días de jubilación. Parece que hubo otros perros en su vida, pero nunca más de uno a la vez. «Es un dálmata de un año con una mirada estúpida pero cariñoso […] es un perro sociable, de los que se encariñan con su ama y ya no cambian de opinión, ni siquiera los días malos».

Hay otro personaje clave para la protagonista: Henri Latournelle, el comandante por el que Mathilde siente cariño, o admiración; el caso es que se llevan bien. Henri es quien la avisa de los trabajos que debe llevar a cabo y, por miedo a estropear su relación, ninguno da un paso para intimar. En realidad ambos se conocen, saben que son asesinos y saben que no pueden confiar en el otro.

La gran serpiente no es tampoco una novela policíaca; aquí no hay enigmas que resolver excepto para la policía, que no atina en el porqué de los crímenes mientras estos se le acumulan con los de las bandas del barrio, que no hacen sino alejarla de la verdadera asesina.

En realidad, la novela es la historia de Mathilde Perrin. Esa sí que es negra, oscura; es una historia espeluznante de una asesina sin piedad, resolutiva, sin ningún tipo de empatía con nadie hasta que su cabeza empieza a jugarle malas pasadas y tiene graves despistes que traerán unas consecuencias demoledoras.

La novela se lee con facilidad. Llama la atención la descripción acertada de los personajes aun sin decir mucho de ellos. La economía de lenguaje, no cabe duda, consigue que el argumento se nos presente atractivo en todo momento, «La señora Quentin parece una viuda de toda la vida más que una viuda reciente»

La trama está escrita en presente, algo que le aporta actualidad. Da igual que las analepsis de Mathilde, en sus recuerdos, la lleven al pasado lejano o inmediato; da igual que el narrador intente referirse a un futuro o al pasado, el lector lo lee en presente, todo se cuenta desde el momento en que están ocurriendo los hechos «En cuando vea a la chica, arrancará, se dirigirá hacia ella […] A partir de ese momento, las cosas van a ir muy deprisa…»; la narración se renueva en cada frase, todo nos lleva al ahora porque incluso, el narrador, que da la impresión de ser omnisciente, cambia de perspectiva según el personaje que actúa, de manera que para él es una intriga total todo lo que no se refiera a sus propios actos. Y los lectores así lo leemos, nos enteramos de ciertos hechos cuando es el turno de un personaje determinado; es como si un testigo distinto contase lo que ve en cada momento.

En La gran serpiente no vamos a encontrar esa línea difuminada entre buenos y malos que aporta a la novela negra cierta ambigüedad moral. Aquí está claro quiénes son los buenos, por eso respiramos cuando cierta justicia poética hace su aparición. Y aun sin haber podido poner a prueba nuestra capacidad deductiva, porque la que deduce en todo momento es Mathilde, unas veces con más acierto que otras, no cabe duda de que quedamos fascinados con el final. Un final que, intuimos, hará imposible que la policía pueda atar todos los cabos. Como en la realidad. «En este tipo de asuntos, más frecuentes de lo que se cree, a menudo hay que esperar mucho tiempo antes de descubrir, por casualidad, un indicio».

La novedad de La gran serpiente es que en esta novela, dura, de estilo incisivo, de humor irónico, cáustico, sarcástico, es Mathilde la absoluta protagonista, la mordaz, la inteligente, la desequilibrada, la criminal, la que investiga el misterio, la que persigue, la que envuelve sus conversaciones con un halo, inquietante para el lector, que los personajes no saben cómo asumir.

Esta novela ingeniosa, atípica, en la que no estamos seguros de qué va a ocurrir es, más que novela negra, una comedia negra. Una trama que apena más, porque ahonda sin piedad en la decadencia humana, en lo horroroso de una vida en la que, siempre pendientes de un hilo, vivimos ajenos al destino. Es una vida que no es ficticia, que pertenece a una realidad más surrealista de lo que pensamos los que dejamos el bienestar de nuestra existencia en manos de los encargados del orden, sin tener en cuenta que son humanos, como nosotros. «Por el momento, la pista más sólida es la de los hermanos Tan».

En fin, la prosa de Lemaitre ha conseguido que le dé otra oportunidad a Camile Verhoeven.

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