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miércoles, 30 de agosto de 2023

BREVE ENSAYO SOBRE EL EXTERMINIO DE LAS FLORES

No se puede decir tanto en tan poco espacio y Björn Blanca van Goch lo hace. Breve ensayo sobre el exterminio de las flores es un canto a todos aquellos que han soportado los embates de la maldad humana, especialmente el pueblo judío. Un homenaje a los más débiles que por diversas circunstancias han sufrido, individualmente y como pueblo, acciones intensamente dañinas repetidas en el tiempo; repetidas porque quienes las infligían los consideraban prescindibles.

Hay que leer este poemario para ponernos en el lugar del agredido: no hay nadie irrelevante, nadie es accesorio; hasta la flor más débil, más pequeña, cumple su función y es bella. Todas lo son. Y, lo más importante: no son destructibles porque siempre nacerán otras.

Para entender esto hemos de hacer lo que el autor: mirar en nuestro interior, ahí donde residen los miedos, las frustraciones; enfrentarnos a ellos, asimilarlos hasta entender que no tienen sentido. Solo así podremos dejar de justificar aquellas acciones que atentan contra el otro y, por tanto, contra la propia sociedad en la que vivimos.

Breve ensayo sobre el exterminio de las flores está dividido en cuatro partes: Arbeit macht Frei, Vegetabilia, Líquidos y liquidaciones y Locus amoenus. En la primera parte Björn iguala el hombre a la naturaleza, los campos de exterminio son campos de flores y cada una de ellas un hombre judío. A pesar de ser arrastradas cuando ya no tienen vida, las flores, el pueblo judío, siguen luchando para permanecer «plantados en la tierra» (Tempestad).

El poeta consigue crear cierta tensión cuando descubre los sentimientos que despertaron esos campos, donde el trabajo no iba a ser una liberación para los hombres allí apresados. Para vergüenza de la humanidad, Blanca van Goch nos recuerda las matanzas a sangre fría con versos anafóricos que inciden en el odio sufrido, la angustia, el dolor, la tristeza, la tortura. Algo que podría haber sido evitado con la conexión necesaria para percibir los sentimientos del agredido


Siempre habría sido posible

sentir la primavera

(פרילינג)

Vegetabilia dota al pueblo judío de una cualidad natural: que tiene la posibilidad de crecer. Como cualquier vegetal que, además, a pesar de ser marcado como infame con el estigma de la tortura, posee el estigma de las flores «un símbolo de vida».

El pueblo judío, aun martirizado, permanece embellecido y poetizado, en los versos libres de Björn, con el refuerzo de la derivación:


Flores

con el alma

a flor de piel

(Saberes)

Como algo sagrado, estos tres versos conforman uno solo. En este verso, roto, las flores forman parte del ser humano; el alma permanece encerrada en la materia para ser junto a ella un mismo cuerpo; constituye la esencia, el centro del ser donde la muerte, como concepto, desaparece y solo queda la noción de morir, cuando el cuerpo trasciende lo material para que sea el alma la que perviva «…más allá / de la última frontera» (Riego).

En realidad, tanta barbarie no puede ser aceptada sino desde lo más íntimo, desde lo espiritual; sólo la palabra es capaz de cambiar esa crueldad. Y el poeta es un maestro de la palabra, por eso suprime las que no quiere, en Paisaje bucólico, hasta conformar otra verdad


Respirar aquel aire de las cámaras

 

era suficiente para elevar el alma

Formalmente, el verso elidido (arriba) sugiere en la mente del lector lo contrario de lo expresado en el último: el alma se eleva cuando ha quedado aplastado el cuerpo inocente.

Los cuerpos más inocentes permiten que sus almas sencillas florezcan con más energía, por eso los niños de Reino vegetal son declarados «…los reyes / de aquella monarquía».

El pueblo judío toma la fuerza que aporta la aliteración de la vibrante múltiple para apoderarse de raíces que lo dejan bajo tierra, mientras nos descubre una imagen renacentista de sí mismo como árbol enraizado al cielo que aspira a la eternidad; el cuerpo muerto no importa, porque si ha sido bello y luminoso será eterno


Las flores —sin colores—

brillan como las estrellas

(Sin color)

Esas flores, cada una diferente a la otra, consideradas como ramo para cometer uno de los peores genocidios, quedarán secas y esparcidas por la tierra, por eso la palabra de Blanca van Goch pasa del verso libre a la prosa cuando no encuentra belleza en el hecho ocurrido, hasta que, de nuevo, el pueblo judío resurge con cierto lirismo afligido, con el que nuestro ánimo se hunde


Es imposible… imposible cargar

con el peso de la tristeza de ese ramo

(Taxonomía Linneana)

Hay tristeza en los poemas, pero las imágenes sugestivas y las metáforas sinestésicas viven en los versos para convertir los rostros de ese pueblo lacerado en símbolo de pureza y amor


un poema sobre alambradas

que son rosales

llenos de rosas

(Espinas y espinos)

¿Puede un mismo elemento ser fuente de vida y destrucción? En Líquidos y liquidaciones la pluma de Björn se desliza implacable para dibujar palabras; a veces basta repetir un verso suprimiendo las comas para que el significado se ajuste a la libertad que anuncia la forma; otras, el apoyo de la rima iguala la vida a la poesía, el agua al renacer tras la destrucción, más evidente, si cabe, al ver el último verso quebrado: «lirismo-bautismo», «transparente-fuente»,


en esos campos fuiste solo

 

 

 

abismo

(Agua)

Los poemas tienen finales impactantes que en ocasiones resumen, con pareados anafóricos, el contraste implacable de los antónimos, unidos para conformar un todo «Obra viva y obra muerta» (Línea de flotación).

Otras veces, los versos van desapareciendo, con ayuda de síncopas «sufri  ento», omisiones completas o apócopes, «quebr  », para poner de manifiesto cómo fueron siendo vaciados los seres humanos.

En Cortar de raíz nuestro poeta malagueño-holandés expone la denuncia más efectiva de ese genocidio al sacralizar su recuerdo mediante un anatema de carácter científico


otra cosa es

que te gaseen en masa

con pesticida Zyklon B

(Cortar de raíz)

Un genocidio que supuso tronchar millones de vidas antes de completarse, por eso Björn en La siega corta el soneto por la mitad y deja solo las dos primeras estrofas. El poema es el propio pueblo judío, cercenado.

En Locus amoenus, la muerte de los judíos queda inmortalizada con la sustantivación de una forma no personal. El paso del tiempo, tan usual en la poesía del siglo XVII, y el desengaño metafísico de Quevedo reviven en nuestra memoria cuando leemos


Nací.

Mi muerte es gerundio

desde entonces.

Pero el pesimismo barroco queda relegado cuando Blanca van Goch se muestra vengativo en Hoja por hoja con aquellas palabras que le quitan el sueño, mientras él aspira a la quietud en Florecer.

Sin embargo, todos agradecemos que no deje de escribir, porque leyendo a Björn pensamos mejor, reflexionamos mejor e intentamos ser mejores personas.

jueves, 29 de octubre de 2020

CUANDO EL ORO APRIETA

Esta es la historia de Diego el Serranillo, un bandido sevillano que, por azares pesarosos, se queda solo en un pueblo remoto del salvaje oeste. Partió con la esperanza de encontrar oro y volver a España rico en dinero y experiencias pero, arruinado, permanecerá en Sinner Horn trabajando como ayudante en un taller de ataúdes. Circunstancia que lo llevará, acompañado del hijo del dueño del negocio, Bram Silk, a resolver una serie de adversidades que están asolando el lugar.

Pues un planteamiento que parece sencillo va enredándose con indios bromistas, un negro gigante que toca el piano en el saloom, el "chérif", su hijo adoptivo y su ayudante, de valentía dudosa, un médico incompetente, un viejo lisiado al que le va desapareciendo su ganado poco a poco, un mexicano redimido, antiguo miembro de la banda de los Barbudos… Un elenco de personajes que podría competir en número y características con los de las novelas tradicionales, que supone el despertar de la curiosidad en el lector, desde el principio, y constituye un claro homenaje a la literatura.

El narrador protagonista le relata, en forma de carta, a su amigo Lero —ingeniosa aféresis de “bandolero”— sus peripecias por el continente americano. Así, somos testigos de que nuestro bandido va evolucionando a detective, carpintero, enterrador, juez, abogado, hasta conformar una auténtica comedia de enredo a la que la vida le va entrando casi por casualidad; la riqueza que encuentra no es el oro que busca sino la alegría de la tribu india, la bondad del enterrador, la concordia de Revólver Dave y la sensatez del niño Bram.

Los caracteres quedan al descubierto, a veces con un aire casi escolar, porque Björn Blanca Van Goch tiene la capacidad de transformar en literatura cualquier observación o experiencia, «entre los seis tenían urdida una trama de confabulaciones con la que todos ellos, unos más y otros menos, sacaban partido de los cadáveres […] ¡colgadlos como a guirnaldas!».

Diego, en largas digresiones, explica sus problemas y preocupaciones, que pasan a ser reflexiones del propio lector porque de alguna manera reflejan el temperamento del autor quien, con un tono épico-lírico, expone una comedia mágica que aprovecha dos hechos históricos, la leyenda de Diego Corrientes, llevada al teatro en 1848, y la fiebre del oro de 1849, para recargarlos de gran imaginación. El estilo poético del autor queda englobado en otro esperpéntico, cercano a una parodia del género de aventuras, para presentarnos al protagonista, alguien sin mucho criterio que, cargado de optimismo y curiosidad, se deja llevar por el riesgo en un espacio alternativo, pues es evidente que, en Cuando el oro aprieta, Björn literaturiza el desierto americano, como hizo en Piel de hojalata con el interior del desván donde se desarrolla.

La literaturización resulta de varios factores, la unión contrastiva entre belleza y escatología, «fui dejando por el camino a todos mis compañeros, quienes, secos como la mojama, fueron cayendo […] todos ellos, de algún modo, volvieron a cabalgar de nuevo por aquellos vientos arenosos sobre las almas de sus caballos».

Asimismo, las secuencias paródicas que manipulan la historia permiten la incursión de citas literarias, bíblicas, o aproximaciones a personajes de talla universal, «Me hallaba en el poblado de una tribu de indios Kiowa, y aquel viejo mencionado en un principio era el chamán […] que me salvó la vida. Me revelaron que el anciano tenía más de ciento cincuenta años y que hasta dos veces, incluso más que nuestro Cristo, había resucitado».

El realismo de Cuando el oro aprieta es una mezcla entre el denotado desde una limitada perspectiva y el connotado que permanece en la sugestión de lo no dicho; de esta forma la narrativa alude tanto a lo divino como a lo humano dentro del mismo contexto. La visión pesimista de la Iglesia queda matizada con la ironía de las expresiones populares «se puso punto final al rosario de memeces que habían adornado aquel rito litúrgico, no sin antes acabar apostillando el mismo párroco que […] traerían una ración doble de hostias en la siguiente misa. Todas consagradas». También la hipérbole, realzada por la literatura popular de los refranes, modifica la precepción de lo expuesto y lo aleja del realismo, «Pero no quiero ir tan rápido. Tras haber cabalgado […] quise evitar toda disputa y liarme a troche y moche a trabucazo limpio con aquellos forajidos. Quien a hierro mata a hierro muere…».

Igualmente, los contrastes son habituales, escenas absurdas junto a otras pretendidamente fieles a la realidad, expresiones cultas de adecuado vocabulario técnico conviven junto a onomatopeyas irrisorias o expresiones populares «él no se corta un pelo y pone cara de alfaquí […] Jamalají, jamalajá […] vituperios en español y ambigüedades en enoquiano».

A lo largo de la novela planea el pastiche, que nos recuerda la perseverancia del detective sin nombre de Eduardo Mendoza, «A pesar de que mi convidante no había aparecido en todo el día,[…] comprobar también de primera mano cuál era la opinión general de los habitantes del pueblo: aquel hatajo de zopencos y papanatas tenía fe ciega en el relato del alguacil». Incluso hay guiños a personajes y situaciones de los clásicos; menciones o citas directas al Quijote, «Y dile también que no lea tantas porquerías […] solo sirven para llenarnos la cabeza de insensateces», conviven con el noventayochista Platero y el aurisecular Lazarillo hasta formar una creación independiente de intenso juego lúdico en el que la degradación de la parodia, con la que maneja espacios y acontecimientos, contribuye a ficcionar el salvaje oeste.

El borriquillo tenía los ojos duros como dos piedras y el pelaje parecía de algodón.

Recogí aquel cuadernillo, leí algunas frases y también me lo guardé. Se titulaba Cuando el oro aprieta.

La alusión literaria ejerce un papel fundamental en esta novela. Múltiples referencias veladas, y no tanto, a los hermanos Grimm, «aquel viejo andrajoso de los acertijos no tuvo tiempo de desatar su exasperante carcajeo», a Quevedo, a la Biblia y, por supuesto, al cine, se intuyen en una narración que, pese a ser escrita como divertimento y leída como tal, constituye un complejo sistema organizado en el que se muestra, estilizada, la base de la literatura. Es una novela redonda en todos los sentidos; formalmente posee una estructura cerrada que ya se advierte desde el principio, y el contenido recoge la tradición literaria para ofrecer una visión cómica, surrealista o absurda según haga uso del contraste, del refuerzo o la degradación.

Nuestro Diego el Serranillo es una parodia de Diego Corrientes, “el bandido generoso”, de José Mª Gutiérrez de Alba, que acabó en la horca a pesar de robar a los ricos para dárselo a los pobres. Pero Diego, el Español, no va a morir ahorcado, al menos por ahora (y a pesar del dibujo «a mano alzada» de José Mª Peña —por cierto maravilloso—), sino que seguirá echando de menos a su Andalucía en Sinner Horn pues, aun habiendo tenido ocasión de disponer de dinero, se ve en la necesidad de seguir trabajando en la funeraria del pueblo.

La novela se plantea, como el Lazarillo de Tormes, en forma de carta aunque este enfoque es en realidad una excusa para evitar la tercera persona, hecho que le confiere al texto la subjetividad necesaria para alejarse por completo de la realidad y ofrecernos una novela, con reminiscencias de cuento infantil, en la que los enredos de unos personajes irreales, cercanos a la locura, aportan un fondo paródico del que Blanca se vale para analizar el trasfondo de una sociedad que se basa en la fe y el engaño para subsistir. Es el funcionamiento del Lejano Oeste que a veces simula el del Próximo Este. Diego, vapuleado una y otra vez es el antihéroe de Cuando el oro aprieta. Sus despropósitos, en ocasiones contados por medio de analepsis o prolepsis, contienen la coherencia necesaria gracias a las cartas enviadas a su compinche Lero que, con falso tono de arrepentimiento, constituyen el principal mecanismo de cohesión de la novela.

El lector empatiza desde la primera línea con la situación desorbitada y la biografía de este, no tan malo, forajido que queda diseminada en digresiones perifrásticas por el argumento.

El estilo cabalga entre la sátira —ridiculiza con humor e ironía la hipocresía de algunas personas y situaciones— el esperpento y la transgresión para dibujar una condición universal del ser humano: la avaricia. Camufladas entre la sorna y el lenguaje mordaz aparecen la mentira, la envidia y la cobardía, tres aspectos consustanciales a la codicia. La mayor ironía es que estas características forman parte de un personaje, en principio marginal y absurdo, a quien no hemos de leer literalmente si no queremos caer en la confusión «Aclaré a mis dos amigos quién era quién. Desde ese momento decidimos hablar en español y que Bram se las apañase como pudiera». Nuestro bandido ha robado y mentido, ha vivido al margen de la ley y termina amparado por una sociedad que lo protege a pesar de sus negativas «Salvo por Bram y por su padre, desearía volver a mi tierra».

El humor fluye en la novela, un humor que oscila entre el absurdo y el surrealismo hasta que la ética se deshace de estereotipos. El antihéroe adopta, sin querer, una serie de valores que lo enaltecen, hasta que llega a admirar con tierno humor a Eugenio el Genio, «el preso era un hombre bueno de corazón y piel de hojalata». A través de esta autocita, se confirma al lector de Björn Blanca Van Goch, que dichos valores son una valiosa posesión que este creador traspasa a sus personajes.



domingo, 13 de septiembre de 2020

PIEL DE HOJALATA




Me siento en paz con el mundo cuando al leer un libro veo que detrás de él hay alguien bueno; solo los honestos pueden mostrar sus emociones, expresar la belleza en estado puro y conseguir que el resto del mundo se impresione. La literatura, como el arte en general es, paradójicamente, un refugio donde el artista se maneja libre. Cada uno exterioriza, con mayor o menor acierto, sus sensaciones. La ira, la frustración, la rabia, el dolor, los celos aparecen en obras llenando páginas de tensión, misterio, sosiego, ironía, humor incluso; trabajos fantásticos que llevan a cabo excelentes creadores. Pero reconforta leer una buena obra y sentir el alma buena de quien la ha escrito.

Pues eso me ha pasado con Piel de hojalata, un libro que no es poesía aunque los sentimientos del autor estén presentes en todo momento, aunque las metáforas se dejen ver en todas sus páginas, la simbología sea constante y los recursos fonéticos aporten el ritmo cadencioso de la lírica. Un libro que no es novela, aunque tenga un principio, un desarrollo y un final, aunque aparezcan varios personajes que conforman un argumento.

Un argumento muy sencillo: el protagonista, cuyo nombre no conocemos, tan poca es la importancia que se concede, construye en primavera un muñeco de hojalata con forma de robot. El muñeco lo acompaña siempre, durante el día, en sus paseos por el pueblo, por el monte o por la playa, donde va encontrando gente, animales y plantas diferentes que pueblan el lugar. Por la noche vela su sueño. Se convierte en el amigo en el que vierte sus reflexiones, sus recuerdos y sentimientos, hasta que, con la llegada del otoño se estropea el juguete.

Björn Blanca Van Goch ha conseguido narrar de manera que encontremos poesía en unas líneas que parecen versos, admiración indiscutible hacia los últimos románticos, «Silencioso gigante colosal; regio vigilante del horizonte, que con su luz distante, desde el monte, guía al navegante en el temporal. Acompaña galante, hasta el final, su alma jadeante, como Caronte»; en endecasílabos estructurados según el soneto, claro homenaje al siglo de oro

¿Dónde te escondes, perverso tirano,
para hacerme pasar la noche en vela?
En las horas oscuras la tutela
de mi cuerpo tienes; mas hoy, en vano.
[…]
No era el día ni la hora en su cuaderno
mas sus ojos ya no lograba abrir.
Al fin descansará en el sueño eterno.

Y en figuras retóricas propias del más estilizado modernismo, «ese repiqueteo celestial cesa, y con él, la incesante escabechina lunar».

En Piel de hojalata descubrimos toda la ternura que es capaz de sentir el ser humano, la inocencia infantil, la alegría de la juventud, las ansias de superación y, sobre todo, la certeza de que lo único eterno es el amor que recibimos y queda instalado en nosotros. Todos esos sentimientos son los que nos hace percibir Darwin, nombre simbólico para un robot creado una noche de lluvia en un desván, torre alegórica desde la que, encerrado, el creador dejará volar su imaginación, sus recuerdos hasta que el robot se desdoble en el alma del autor unida para siempre a la de su abuelo, «como ella ya, tú también eres eterno».

Paradójicamente, el autor necesita la incomunicación del desván para comunicarse consigo mismo y poder expresar su deseo de plenitud que, por momentos y por su condición, se le antoja irrealizable «¿Cómo se puede ser demasiado bueno […] nunca podrías ser un hombre, nunca podrías ser “alguien” que, innato, pone límites a su bondad».

La armonía que anhela se traslada al cuidadísimo lenguaje; la emoción intensa que transmite la vocal cerrada ayuda, con su aliteración, a que la afectividad quede remarcada en la repetición de la nasal «tintineante tamborileo». Así comienza este sueño, este mundo utópico que Björn Blanca va a crear con expresiones representativas de sus sensaciones internas, que se despertarán a través de los sentidos en forma de sinestesias olfativas, visuales o auditivas, «mar de negrura», «aroma de metal», «silencio que desentona, que chirría, que se suelta», acumulación de adjetivos “aquellos efimerísimos, diminutos puntos”, palabras onomatopéyicas, esdrújulas o especialmente sonoras, «repiqueteó», «chamánico», «cachivache». La insistencia de este lenguaje efectivo estimula nuestros sentidos, por eso no duda en crear términos nuevos, bien por semejanza, «se desgallita el gallo» o por alusión metafórica «mi tic-taqueante bebida». Las voces vienen motivadas por el estado de ánimo. 

Y a través del sentimiento profundiza en su interior, de ahí que el simbolismo sea fundamental en Piel de hojalata para confrontar su identidad con la del hombre universal. La gravedad de las Sagradas Escrituras se tiñe con la capa de inocencia que aporta el juego de palabras, «Y es que no es Noé, pero lo parece, un señor cuyo paraguas es indigno de tal apelativo. Sus barbas […] como una esponja, atrapan más lluvia que aquél que realmente debería hacerlo», «Hasta por tres veces se repite, y que a cualquier Pedro haría estremecer». La admiración por la literatura se transforma en ternura infantil «Burros, y por antonomasia, eran burros los dos, tanto el de Sancho como Platero, mas no ignorantes; ambos tenían […] sentimientos». El respeto hacia la cultura popular le permite jugar y proponer alternativas «El cielo está emborregado». Porque en realidad, al jugar con el lenguaje consigue que la literatura, el cine, los refranes, la mitología y expresiones populares queden arropados por la felicidad que nos han proporcionado, para ser asimilados y expuestos nuevamente con humor, «aunque el camino, es cierto, surge con el caminar, nosotros lo íbamos haciendo en bicicleta […] yo pedaleando, y Darwin, ensimismado como si fuese de otro mundo, delante, dentro de una gran caja de madera […] Alguien, quizá libre de pecado, interpuso en nuestro avance […] una primera piedra en el camino […] el hombre, ya se sabe […] tropezará otra vez con la misma piedra […] hasta mi compañero de metal […] se quedó… de piedra».

Lo más asombroso es que Blanca profundiza en sus sentimientos hasta llegar al interior del ser humano; la forma que sugieren las palabras ahondan en el simbolismo y confrontan la identidad del individuo con la suya propia, anuncian los grandes enigmas universales como algo consustancial al hombre, de ahí que las constantes filosóficas propias de la evolución sean las que se plantea el autor.

La percepción del tiempo va unida al movimiento que, en su insistencia, hace que distingamos algún cambio en lo que nos rodea, el paso del día a la noche, del verano al otoño, de lo nuevo a lo viejo… Todo tiene una caducidad excepto el recuerdo de aquello que queda instalado en nuestra memoria para siempre.

La noche, asociada a la luna, es otra constante en este libro. En la realidad ficticia creada por el autor, la noche deja de ser inquietante y se transforma en luz por efecto de la luna; su llegada evidencia la perfección del universo, acogido en el mundo de los sueños, y contrasta con el día, tiempo tangible en el que la luz del sol moldea las formas que aparecen ante nosotros de manera tan clara, que llegan a adquirir la consistencia quebradiza del cristal. Así pues, nuestro escritor aprovecha la fuerza de la naturaleza, el paso del tiempo, la lluvia, el viento para dejarse llevar hasta la noche, momento en el que se aleja la preocupación que siente por el mundo, porque Darwin brilla en la oscuridad, le aporta la luz que necesita para «verse» por dentro, para conocerse a sí mismo, para ser consciente de su parte intuitiva, irracional, subjetiva. Durante la noche es capaz de percibir solamente la belleza del universo, «pero más etérea, hecha con el alma de la nuestra».

Así como la luna es símbolo de trasformación, Piel de hojalata es una sugerencia a modificar nuestra conciencia individual en conciencia genérica del hombre como parte del mundo, un ser que, como la naturaleza que lo acoge, es capaz de intuir y ansiar belleza y libertad. Darwin es esa luna, el cambio innato a la existencia, el espejo que devuelve nuestra imagen interior. En este sentido aparece el cuervo en dos ocasiones, la primera como víctima de las cacerías del hombre, causa por la que Darwin «temblaba de miedo» y la segunda, como anunciador del paso del tiempo «advierte que el reino de las tinieblas está alzando su manto sobre este otro». En ambas, el cuervo es un reflejo de lo que debemos aprender de nosotros mismos, comportarnos con bondad para poder descansar en paz. Sin duda enseñanzas que Björn recibió de pequeño «¿de mi abuelo quizás…?» y que él ha plasmado en este libro consiguiendo incluso que algunos capítulos funcionen como deliciosos cuentos independientes: La rana, De gigantes y colosos, Los otros mundos, La vaca…podrían formar parte de las fábulas más famosas de la antigua Grecia, enseñándonos paciencia, humildad, sencillez o altruismo.

Pero quiero destacar una afirmación de Björn Blanca Van Goch con la que no estoy de acuerdo: «solo soy poeta de boquilla.»