miércoles, 1 de mayo de 2024

UN ANIMAL SALVAJE

En Ginebra saltan las alarmas cuando atracan una joyería y se llevan un importante botín. La policía se pone manos a la obra pero las pistas, que en principio apuntaban a los sospechosos, circulan por caminos sorprendentes. Por otro lado el perfecto matrimonio Braun verá resquebrajada su armonía familiar que, al menos desde que viven en un cubo enorme de cristal en medio del bosque, es bastante superficial. La exposición inconsciente de su intimidad, hace que Sophie Braun provoque los celos desatados de su vecina Karine y el deseo obsesivo de su vecino Greg, «Al amanecer, se instalaba allí y observaba a Sophie a través de las cristaleras […] Tras beberse el café, Sophie subió a la planta de arriba y entró en el dormitorio principal. Se desvistió y se deslizó desnuda en la cama donde su marido aún dormía […] Tenía que largarse, volver a casa antes de que Karine y los niños se despertasen». También siente celos Arpad Braun, cuando es consciente de que nada es lo que parece en la vida que pensaba había construido.

En realidad nada es lo que parece en Un animal salvaje, excepto el tatuaje de una pantera que Sophie se mandó hacer en el muslo. Ella es un animal salvaje por lo que, aunque lo intenta, no puede vivir encerrada.

La última novela de Joël Dicker no es una novela negra, en todo caso podría pertenecer al género policial, aunque los protagonistas son los ladrones y la policía, implicada como tal al final del argumento, no esclarece nada. Es cierto que hay un robo (el último de una cadena que no lleva visos de terminar) y también lo es que hay un asesinato, pero nada se resuelve. Hay un implicado que, sorprendentemente, queda sin castigo judicial; es su mujer la que decide castigarlo, aunque es más un premio para ella que otra cosa.

En fin, soy consciente de que debería argumentar más mis afirmaciones pero no quiero desvelar nada, y realmente, ya hay pocas sorpresas en la novela porque, en esta ocasión, Dicker no deja que imaginemos, nos va revelando constantemente lo ocurrido en un pasado, lejano o inmediato.

Esta última obra del suizo me ha dado la impresión de que está escrita con prisa. Hay una trama, bastante simple, al estilo de la que podríamos ver en cualquier película “romántica”, protagonizada por una alta sociedad que vive para impresionar. Y aunque Joël Dicker lo que hace, muy bien, es ir dando saltos atrás en el tiempo para que nos enteremos por qué los protagonistas han llegado a este punto «Estaba angustiado […] Ya era hora de confesárselo todo a Sophie. De terminar con esa farsa», en Un animal salvaje las analepsis son tan constantes que no dejan tiempo para que nos metamos en el engaño y recibir de sopetón una sorpresa que nos desmonte la teoría.

Creo sinceramente que son demasiadas páginas y demasiados saltos porque al final viene a decirnos lo maravillosa que es esta vida falaz. Una vida que solo pueden llevar los que pertenecen a la clase alta. Está claro; son los únicos que salen indemnes. Los plebeyos reciben su castigo, unos más duro que otros. En fin, los personajes son bastante planos, y ya es difícil que a lo largo de 446 páginas no evolucionen. Es cierto que Arpad muestra dudas, se contradice, pero termina actuando de la misma manera. Igual ocurre con Sophie, lo mismo pasa con Greg y de forma semejante Fiera mantiene su comportamiento.

Dicker ha construido la personalidad de cada uno en base a un rasgo determinado y así nos encontramos al típico machista que no soporta ser menos que su mujer, que no soporta que sea ella la más inteligente, la más guapa, la más rica, la que brille más… Sabe que sin ella no es nada, por lo que no le importa humillarse para que, cara a la galería, sea él el cabeza de familia, rodeado de gente que lo admira y lo envidia.

Nos encontramos con la clásica niña rica que lo ha tenido todo sin esfuerzo, belleza, dinero, inteligencia, contactos… y le falta experimentar la excitación que el resto de mortales siente en su día a día para encontrar un trabajo o conseguir lo que se propone. No le importa mentir o saltarse la ley con tal de percibir una subida de adrenalina. Por supuesto, contando siempre con el apoyo familiar incondicional.

Nos encontramos con el típico hombre que ha perdido el deseo por su mujer, porque se siente atraído hacia cualquier novedad que se le presente. Sabe que lo que tiene en casa seguirá ahí para ofrecerle un hogar en el que refugiarse cuando esté cansado de probar las innovaciones sexuales que su mujer no tolera, «Greg pensó que hacía mucho tiempo que Karine no lo recibía así. […] —Me apetece hacerlo aquí —dijo sacándose unas esposas del bolsillo de atrás del pantalón».

Nada es lo que parece en Un animal salvaje, pero en realidad pocas cosas sorprenden, aun con tantos cambios, tantas las idas y vueltas. Incluso los diálogos no están a la altura de lo que nos tiene acostumbrados el autor; demasiado lenguaje coloquial.

He echado en falta la metaliteratura de El caso de Alaska Sanders. La narrativa fraccionada de Dicker es su constante, y sin embargo esta vez no he encontrado giros sorprendentes, sí hay sorpresas pero en mi opinión no de la talla de La verdad sobre el caso de Harry Quebert.

La narrativa múltiple a la que nos tiene acostumbrados ha dejado paso a un narrador omnisciente que, de manera testimonial, va contando los hechos ocurridos en diferentes espacios: Londres, Génova, Saint Tropez, y en distintas épocas.

Si en Elenigma de la habitación 622 encontré alusiones al suspense de Alfred Hitchcock, en este argumento, totalmente visual, como es usual en el autor, pueden quedar reflejadas imágenes de cualquier película pretendidamente romántica. No hallamos el sentido de la amistad que rodea sus otras novelas, hay engaño, mentira y un ambiente de falsedad con el que no nos es posible identificarnos. Un ambiente que saca lo peor del género humano: el egoísmo.

Aun así, es Joël Dicker, y espero ilusionada su próxima novela.

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