viernes, 17 de mayo de 2024

CAJA 19

Al terminar este libro me he dado cuenta de que, probablemente, no todos estén dispuestos a leerlo. Tiene muy buenas críticas pero el estilo es algo elevado y, si no se presta la debida atención, hay momentos en los que no sabes muy bien de qué está hablando, si es algo real o imaginado; si la autora es la propia protagonista o esta es un personaje inventado. En realidad no importa, hay que dejarse llevar por la lectura y encontraremos diferentes historias, la de la relación con Dale —real— o la de Tarquin —inventada—. O puede que sea justo al revés. Lo que importa en Caja 19 es que muestra una realidad con la que podemos objetivar nuestra voz interna, conocernos mejor, tal es la reflexión constante a la que nos obliga Claire-Louise Bennett.

Creo que lo que más me ha impactado ha sido leer la época universitaria de la protagonista. En ella recuerda cómo debió trabajar en la caja 19 de un supermercado para pagar sus estudios y la estancia en Londres. Mientras ocupaba su puesto podía fantasear con los clientes en sus relatos, aportándoles una forma de ser que no era la real sino la que a ella le sugería.

La relación con su novio de aquel entonces, Dale, sale a la luz y ella se replantea su actitud, la posición que se le suponía a la mujer en la pareja quien, de manera natural, podía soportar (y hasta no hace mucho) cierto maltrato psicológico, sexual o físico, porque todo quedaba encubierto en el carácter del hombre que, ya se sabe, podía enfurecerse —y con razón, porque había bebido o cualquier otra excusa— hasta provocar cualquier desastre. Como consecuencia, la mujer adoptaba el papel pasivo que en la relación se consideraba normal y, sumisa, permitía que su no se transformase en sí porque, en realidad, ella no debía hacer mucho. Esta relación íntima, violación, es la que con el paso del tiempo se ha percatado de haber vivido. La sumisión ha sido la norma habitual para la mujer, precisamente porque quienes forjaron socialmente la idea de cómo era una mujer eran hombres; por eso, cuando convenía la mujer era fuerte y capaz, «Usé tampones […] difícilmente obstaculizarían todas las actividades a las que según la publicidad se entregaban las chicas que menstruaban […] ni sueñes con salvarte de Educación Física […] sé productiva, no decepciones a nadie»; cuando interesaba, la mujer debía mantener su posición marginal «a una profesora se le volvería en contra en el acto» o aceptar socialmente que no era libre sino propiedad de un hombre «después de dos años llamándola señora Hurly […] tuvieron que llamarla señorita Selby […] El nombre de él nunca cambiaría». Y sobre todo, la mujer era un escaparate en el que todos veían su apariencia unida a su inteligencia y forma de ser «Quién lo diría al verla (a Marilyn Monroe), pero siempre tenía la cabeza metida en un libro». La mujer, con tanta presuposición y obligación, «se le niegan una autonomía y unos ingresos […] si sexualmente está en tinieblas […] pasa horas y horas sola con tres niños…» terminaba algo desequilibrada; de ahí que hubo un tiempo en el que los hospitales psiquiátricos estaban a rebosar de mujeres.

La protagonista recuerda su época con Dale y es consciente de que «quería vigilarme […] detesta que me apoye las gafas de sol en la cabeza […] cree que siempre he elegido mal a los hombres […] necesito protección». Y reflexiona sobre la necesidad de inventar otra realidad. Ahí entra el proceso de la escritura. La memoria de Bennett viaja sin orden para traerle escenas de cuando ella empezó a escribir garabateando los cuadernos escolares, haciendo que los dibujos cobrasen vida para que, una vez en la universidad, intentase escribir una novela.

Comenzó contando las aventuras vividas por unos personajes que, a fuerza de retomarlos a diario, cobraron vida, pero esta obra quedó destruida por su novio «Cuando esa tarde abrí la puerta […] vi de inmediato una pila de papeles rotos en el suelo […] e hice una mueca de dolor…».

La destrucción de libros representa un elemento de censura normalmente por oposición religiosa o política. La autora recuerda cómo los estudiantes alemanes, el 10 de mayo de 1933 arrojaron al fuego libros que podían ser focos de corrupción y atentar contra la moral, la decencia, la familia y el estado nazi. Claire Bennet lo expone claramente en Caja 19, como un adelanto de la barbarie semita y a nuestra memoria acuden las quemas de libros en plena calle durante la dictadura de Franco. Quemar obras tiene que ver con el temor a que sean leídas, a que la gente cambie la opinión impuesta. En el caso del novio de la protagonista, cuando destruye la novela “Tarquin Superbus”, quiere destruir el miedo que siente ante la mujer, su inseguridad su complejo de inferioridad.

Caja 19 es una autorreflexión literaria; la literatura ha formado parte de la vida de la autora, de forma tan íntima que se adentra en la metaliteratura, algo que le permite seguir soñando con historias y descubrir en ellas la posibilidad de otras nuevas que pueden desarrollarse en la realidad o en el sueño, lugar en el que la imaginación trabaja al máximo porque libera las funciones del cerebro para que cuente emociones que le gustaría experimentar. Es literatura en la literatura, «mete las manos con hoyuelos en el agua, las sacude alegre, sus manos son estrellas de mar […] Se ve a sí mismo. Tarquin Superbus levantándose de esa cama digna de un rey…».

En esta autorreflexión literaria encontramos cómo se desarrolla el proceso de la escritura y las consecuencias de la lectura: Recuerdos que creíamos ocultos y aparecen en flash back, creencias de haber vivido lo que estamos leyendo, conexiones extrañas que nos trae la lectura con el tiempo «Y eso es todo lo que logro recordar del libro».

Asimismo experimentamos o deseamos diferentes vivencias personales que cambian a su vez con las diferentes lecturas «La historia se desarrollaba con mucha más rapidez de lo que yo recordaba». Y no cabe duda de que la imaginación se despierta antes incluso de empezar a leer, «pensábamos sin parar en los tipos de palabras que podrían contener».

Puede que Caja 19 no tenga una lectura fácil en cuanto a continuidad de la historia pero es innegable que conectamos con la autora, así que uno de los objetivos de Bennett, al menos, queda cumplido «Escribir podía lograr eso. Era una forma de llegar hasta otra persona».

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