jueves, 22 de septiembre de 2022

EL CASO ALASKA SANDERS

Jöel Dicker lo ha vuelto a conseguir. Nos guste más o menos su novela, terminamos hablando de ella, para bien o para mal, creemos, ingenuos, los lectores, porque en realidad siempre es para bien. Es difícil resistirse a sus macronovelas, esta última de casi 600 páginas. Y seiscientas dan para mucho, para leer tranquilo, para quedar perplejos, para pensar que vaya terminación, para asombrarse con el final… Es un genio.

En la última entrega de la trilogía, Marcus Goldman vuelve a escribir un libro para confundirse con el verdadero autor, Jöel Dicker, y su verdadera obra, El caso Alaska Sanders, que aparece como una historia real sucedida al escritor Goldman y al sargento Perry Gahalowood.

Trama enrevesada en la que personajes reales y ficticios conviven con historias ficticias y “reales” del pasado que vuelven al presente ante la sorpresa de los lectores.

Después de esta trilogía ¿Volveremos a saber de Marcus Goldman? Por ahora ha recuperado a Harry Quebert, de hecho las alusiones y apariciones de este escritor son constantes, así como su única obra escrita «Los orígenes del mal» «Estaba atónito: Harry Quebert había estado aquí ¿Cómo podía haberse enterado?». También el sargento Gahalowood podrá quedarse tranquilo tras lo sucedido 11 años atrás con su compañero Vance, al investigar el asesinato de Alaska. Y Goldman da la impresión de que ha encontrado su verdadero camino, aunque hay una puerta abierta por la que Dicker puede meternos en cualquier momento.

Está claro, los lectores ávidos de entretenimiento apostamos por las historias fragmentadas, casi constantemente, de este autor; giros imposibles que hacen del autor un mago, en el que no queda más remedio que destacar la técnica empleada: colocar las historias que, aunque narradas en pasado, se cuentan a modo de informe, algo que da la impresión de ocurrir en un presente inmediato. Los propios implicados en la investigación van dando sus testimonios diferentes, mientras los lectores encontramos coherente lo que afirman unos y otros. Todo es posible, «¿qué habría cambiado en mi vida, que ya estaba destrozada, de haberle contado a usted todo eso?».

Marcus y Gahalowood deberán investigar un caso ocurrido en 1999, la muerte de Alaska Sanders. Los asesinos fueron descubiertos, uno de ellos murió en los interrogatorios y el otro lleva once años en la cárcel cumpliendo cadena perpetua. Pero algo no terminó de cuadrar al sargento cuando se hizo cargo del caso aunque no pudo estar durante el interrogatorio en el que murieron su compañero Vance y el asesino confeso Walter Carrey. Perry se encontraba en el hospital asistiendo al nacimiento de su hija.

En 2020 contará con la ayuda de Marcus para establecer los hechos. El narrador es un experto en hacer aflorar diferentes hipótesis. Muchas. Vamos asistiendo a esos giros espaciotemporales y nos da igual si estamos en el pasado o en el presente porque nos sumergimos en una trama, a la que le vamos encontrando fallos hasta que el autor se aviene a aclararlos. Todos los personajes que aparecen tienen que ver con el caso y en cada uno de ellos descubrimos una perspectiva diferente para poder entenderlo. Dicker forma un caleidoscopio  con las voces de los distintos personajes y entre todos formarán una verdadera historia.

Con esta técnica narrativa múltiple, los lectores conocemos diferentes versiones y formaremos nuestra propia opinión sin tener en cuenta que estamos ante un maestro del engaño. Todas las revelaciones son importantes, las que se tuvieron en cuenta en su momento y las que no «Aseguraba que el día del accidente había visto un coche azul […] Al final el coche se fue y la vecina decidió no avisar a la policía. El clásico testimonio inútil, ya ve». Una vez que conocemos la verdad nos asombramos de la actitud que pueden llegar a tomar los inocentes cuando se ven acorralados por miedo a un sistema judicial deficiente que mantiene en sus cárceles y en el corredor de la muerte a muchos que no deberían estar allí.

En la novela conocemos el mundo de Alaska Sanders, una joven que debe enfrentarse a la ludopatía paterna, un juego que afecta a los personajes y a determinados resortes que alientan el viaje narrativo de Dicker. El padre de Alaska le traslada la ira y las heridas de un ludópata para conseguir una verdad literaria, el mundo limitado de una chica con grandes sueños que pertenecen, sin embargo, a un mundo falso de falsos destellos, en el que poco interviene el esfuerzo personal y mucho la envidia y la mentira. Alaska no estaba preparada para ese mundo, de ahí que las circunstancias la vayan acorralando hasta dejarla morir como un animal, sin saber de dónde viene tanto sufrimiento «Así fue como descubrimos que a Alaska no la amenazaba nadie».

A pesar de llevar 11 años muerta es fundamental porque casi todos sus actos han sido ejecutados según los movimientos de quienes la rodeaban. Los lectores nos sentimos emocionados y entristecidos por el carácter de Alaska. No debería morir un inocente «—Vengo por lo del empleo […] Terminó la frase con una sonrisa desconcertante. […] Lewis Jacob cedió en el acto al hechizo de aquella preciosa joven».

El caso Alaska Sanders se une a La verdad sobre el caso de Harry Quebert a través del libro de éste, «Los orígenes del mal». No hay un origen claro a no ser la codiciosa y envidiosa Eleanor, origen también de la resolución del caso de Alaska. Eleanor es la que juega con los sentimientos de los demás, es la asesinada y la causante de que una mente asesina opte por quitarla de en medio. ¿Por qué muere Alaska? Probablemente porque alguien antepone los intereses sociales al amor. Alaska se mueve en un mundo de falsas relaciones lésbicas por lo que vive en una constante huida hacia delante, no ha madurado, se deja llevar por relaciones que carecen de verdaderos conflictos emocionales y es incapaz de intuir que quien ella cree no es su verdadero amor.

El concurso de belleza al que opta, como lanzamiento al estrellato, tiene tintes del pasado; parece castigar a las chicas que, como Eleanor o Alaska, tienen como principal objetivo exhibir unos físicos bonitos. De hecho, hoy, en medio de la batalla contra la cosificación femenina, tiene poco sentido aplaudir un mercado de cuerpos vestidos de fiesta; el concurso de belleza es un ambiente vacío de verdaderos méritos por lo que las aspirantes no tienen una personalidad definida. Puede que por eso no lleguemos a empatizar con las víctimas aunque sintamos pena por ellas.

En realidad creo que este mundo de Alaska es la excusa para que brillen Gahalowood y, por supuesto, Marcus Goldman, alguien tan humano que podría ser el alter ego de Dicker.

Es entre ellos, entre los hombres, los protagonistas actuales y pasados, donde surge la verdadera amistad. Hay verdaderos lazos de afecto con fuerte carga emocional (no en las mujeres) que marca los cimientos sociales. Entre ellos se sienten seguros, acompañados y felices. Entre ellos hay respeto, lealtad y confianza porque su relación se ha fortalecido en momentos difíciles. Hay afinidad literaria entre Goldman y Quebert y afinidad investigadora entre Gahalowood y Goldman. Entre mujeres no existe esa verdadera amistad «Solo había una persona con quien me apetecía desahogarme: el sargento Perry Gahalowood».

Ojalá Dicker lo tenga en cuenta para sus próximas entregas.

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