En
Ginebra saltan las alarmas cuando atracan una joyería y se llevan un importante
botín. La policía se pone manos a la obra pero las pistas, que en principio
apuntaban a los sospechosos, circulan por caminos sorprendentes. Por otro lado
el perfecto matrimonio Braun verá resquebrajada su armonía familiar que, al
menos desde que viven en un cubo enorme de cristal en medio del bosque, es
bastante superficial. La exposición inconsciente de su intimidad, hace que
Sophie Braun provoque los celos desatados de su vecina Karine y el deseo
obsesivo de su vecino Greg, «Al amanecer,
se instalaba allí y observaba a Sophie a través de las cristaleras […] Tras
beberse el café, Sophie subió a la planta de arriba y entró en el dormitorio
principal. Se desvistió y se deslizó desnuda en la cama donde su marido aún
dormía […] Tenía que largarse, volver a casa antes de que Karine y los niños se
despertasen». También siente celos Arpad Braun, cuando es consciente de que
nada es lo que parece en la vida que pensaba había construido.
En
realidad nada es lo que parece en Un animal salvaje, excepto el
tatuaje de una pantera que Sophie se mandó hacer en el muslo. Ella es un animal
salvaje por lo que, aunque lo intenta, no puede vivir encerrada.
La
última novela de Joël Dicker no es
una novela negra, en todo caso podría pertenecer al género policial, aunque los
protagonistas son los ladrones y la policía, implicada como tal al final del
argumento, no esclarece nada. Es cierto que hay un robo (el último de una
cadena que no lleva visos de terminar) y también lo es que hay un asesinato,
pero nada se resuelve. Hay un implicado que, sorprendentemente, queda sin
castigo judicial; es su mujer la que decide castigarlo, aunque es más un premio
para ella que otra cosa.
En
fin, soy consciente de que debería argumentar más mis afirmaciones pero no
quiero desvelar nada, y realmente, ya hay pocas sorpresas en la novela porque,
en esta ocasión, Dicker no deja que imaginemos, nos va revelando constantemente
lo ocurrido en un pasado, lejano o inmediato.
Esta
última obra del suizo me ha dado la impresión de que está escrita con prisa.
Hay una trama, bastante simple, al estilo de la que podríamos ver en cualquier
película “romántica”, protagonizada por una alta sociedad que vive para
impresionar. Y aunque Joël Dicker lo que hace, muy bien, es ir dando saltos
atrás en el tiempo para que nos enteremos por qué los protagonistas han llegado
a este punto «Estaba angustiado […] Ya
era hora de confesárselo todo a Sophie. De terminar con esa farsa», en Un animal salvaje las analepsis son tan
constantes que no dejan tiempo para que nos metamos en el engaño y recibir de
sopetón una sorpresa que nos desmonte la teoría.
Creo
sinceramente que son demasiadas páginas y demasiados saltos porque al final
viene a decirnos lo maravillosa que es esta vida falaz. Una vida que solo
pueden llevar los que pertenecen a la clase alta. Está claro; son los únicos
que salen indemnes. Los plebeyos reciben su castigo, unos más duro que otros.
En fin, los personajes son bastante planos, y ya es difícil que a lo largo de
446 páginas no evolucionen. Es cierto que Arpad muestra dudas, se contradice,
pero termina actuando de la misma manera. Igual ocurre con Sophie, lo mismo
pasa con Greg y de forma semejante Fiera mantiene su comportamiento.
Dicker
ha construido la personalidad de cada uno en base a un rasgo determinado y así
nos encontramos al típico machista que no soporta ser menos que su mujer, que
no soporta que sea ella la más inteligente, la más guapa, la más rica, la que
brille más… Sabe que sin ella no es nada, por lo que no le importa humillarse
para que, cara a la galería, sea él el cabeza de familia, rodeado de gente que
lo admira y lo envidia.
Nos
encontramos con la clásica niña rica que lo ha tenido todo sin esfuerzo,
belleza, dinero, inteligencia, contactos… y le falta experimentar la excitación
que el resto de mortales siente en su día a día para encontrar un trabajo o
conseguir lo que se propone. No le importa mentir o saltarse la ley con tal de
percibir una subida de adrenalina. Por supuesto, contando siempre con el apoyo
familiar incondicional.
Nos
encontramos con el típico hombre que ha perdido el deseo por su mujer, porque
se siente atraído hacia cualquier novedad que se le presente. Sabe que lo que
tiene en casa seguirá ahí para ofrecerle un hogar en el que refugiarse cuando
esté cansado de probar las innovaciones sexuales que su mujer no tolera, «Greg pensó que hacía mucho tiempo que
Karine no lo recibía así. […] —Me apetece hacerlo aquí —dijo sacándose unas
esposas del bolsillo de atrás del pantalón».
Nada
es lo que parece en Un animal salvaje,
pero en realidad pocas cosas sorprenden, aun con tantos cambios, tantas las
idas y vueltas. Incluso los diálogos no están a la altura de lo que nos tiene
acostumbrados el autor; demasiado lenguaje coloquial.
He
echado en falta la metaliteratura de El caso de Alaska Sanders. La
narrativa fraccionada de Dicker es su constante, y sin embargo esta vez no he
encontrado giros sorprendentes, sí hay sorpresas pero en mi opinión no de la
talla de La verdad sobre el caso de Harry Quebert.
La
narrativa múltiple a la que nos tiene acostumbrados ha dejado paso a un narrador
omnisciente que, de manera testimonial, va contando los hechos ocurridos en
diferentes espacios: Londres, Génova, Saint Tropez, y en distintas épocas.
Si
en Elenigma de la habitación 622 encontré alusiones al suspense de Alfred Hitchcock,
en este argumento, totalmente visual, como es usual en el autor, pueden quedar
reflejadas imágenes de cualquier película pretendidamente romántica. No
hallamos el sentido de la amistad que rodea sus otras novelas, hay engaño,
mentira y un ambiente de falsedad con el que no nos es posible identificarnos.
Un ambiente que saca lo peor del género humano: el egoísmo.
Aun así, es Joël Dicker, y espero ilusionada su próxima novela.
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