La
imaginación de Vicente Muñoz Puelles
se pone en marcha (no cesa) desde que una biografía, una obra literaria o un
hecho relevante se cruzan en su camino. Entonces, como si los estuviera
observando, los traslada al lector convertidos en sueños. No nos relajemos, los
sueños no solo son tranquilos, de serenidad absoluta, los hay que vienen
cargados de escatología mórbida y necrofilia.
Encontramos
afirmaciones tan perturbadoras como algunos finales de Allan Poe: «La letra había cambiado. Era como si se hubiera
expandido y redondeado, y parecía la letra de otra persona». La utilización
de símiles, las personificaciones, la atención por el detalle en un ambiente
donde el realismo se encadena a la ficción es una marca de Muñoz Puelles, con
la que nos recuerda, con terror a veces con humor otras, que el mayor tesoro
que puede existir para el hombre es un libro, «Como siempre he confundido la latitud con la longitud, no puedo dar la
posición exacta de la Isla de los Libros, pese a que vivo en ella desde hace
varios años». De hecho, el protagonista de Book Island teme estar convirtiéndose en uno de ellos «lenta, imperceptiblemente, me estoy
transformando en libro. Quizá, sin saberlo, soy ya uno de ellos».
Y,
efectivamente en el siguiente relato que da título a este volumen El
deseo de ser leído, el narrador, en primera persona, es el libro de
Samaniego, al que «Algunos me llaman
Fábulas a secas».
Vicente
Muñoz nos ayuda a comprender que todos llevamos un libro dentro. Es nuestra
historia; está formado por lo que decimos, lo que pensamos, lo que hacemos… No
todos estamos dotados para escribirlo pero la vida es interesante y cuando
creemos que constituye algo normal, incluso aburrido, nos demuestra que con
algo de imaginación todo puede cambiar.
El
autor lo advierte al comienzo de El deseo
de ser leído «mi tema son los hábitos
humanos, sus debilidades, sus vicios». Y eso es lo que nos presenta,
veintidós relatos que nos recuerdan el estilo de algunos autores consagrados,
autores que han conseguido la intención que Jorge Manrique llevó al escribir
las Coplas a la muerte de mi padre:
obtener la vida de la Fama. Una vida que, no cabe duda, dota de inmortalidad.
Muñoz
Puelles nos invita a impregnarnos del elixir de la inmortalidad en un viaje que
dura desde el siglo IV a.C., con el bajorrelieve de Gradiva, hasta Freud en el
siglo XX. Las aventuras de personajes imaginarios se mezclan con las andanzas de
aquellos que, por sus libros, se han convertido en inmortales en un mundo
idóneo para experimentar que ni siquiera la muerte es segura porque, si se
esquiva mientras nos recuerdan, los escritores tendrán vida eterna a través de
sus libros. El error es intentar perpetuar la vida terrenal porque, como
comprueba Carl Von Cosel, la materia de la que estamos hechos se pudre.
Sin
embargo podremos debatir con Andersen sentados en un banco de Málaga porque
nuestras mentes se permitirán ser, si queremos, las de niños que viven la
realidad como si de algo mágico se tratase «—Anda,
Andersen —le decían a mi compañero—, échame una firmilla en la frente».
Y no
cabe duda de que algunos son elegidos para vivir eternamente gracias a la magia
de sus escritos. Cervantes, Dickens, Balzac, Singer… han conseguido perdurar
más allá de los límites naturales reclamando en sus fabulaciones un mundo más
justo «Cuando salió a la calle, bandadas
de palomas surgieron de todas partes».
En El deseo de ser leído encontramos un
estilo que juega con el humor, el terror, la sensibilidad o la escatología,
según el relato al que nos enfrentemos. A través de la metaliteratura,
recordamos obras teatrales de otros autores como El sueño de la razón, de Buero Vallejo, o cuentos como Blancanieves, de los hermanos Grimm, «Cada mañana, Stalin consultaba a su espejo,
le preguntaba cuál era el bigote más famoso de la Unión Soviética y se enfadaba
mucho, porque el espejo le respondía […] el de Gorki».
Y
así, pasando de la risa al miedo somos conscientes del juego mantenido, en
relación con la inmortalidad, entre Vicente Muñoz y tantos otros: si Dante se
pasea, por el cielo de su Divina Comedia,
de la mano de su amada y llega a ver (sólo él) a Dios, en El gran rechazo, Muñoz Puelles aprieta otra tuerca mucho más actual
y divertida para conseguir que Beatriz se lo impida, «le amonesta repetidamente con un índice marfileño y pasa de largo».
Allan
Poe desafía las leyes naturales (o incide en la culpa humana) en El corazón delator para que nuestro
autor confirme que Poe seguirá
latiendo en cada uno de sus libros; sólo hemos de abrirlos para sentirlo.
Por
supuesto, la invisibilidad supone para quien la alcanza una suerte de inmortalidad si, como Griffin, el protagonista de
Wells, no consigue volver a ser visible. Al no figurar entre los mortales pero
sí ser consciente de estar en el mundo, puede considerarse inmortal, al menos
por un tiempo. El problema es que la mente humana no está preparada para no ser
ante los demás y probablemente termine sufriendo de demencia, por eso Vicente
Muñoz trata el tema de forma más precavida e inquietante, al más puro estilo de
Hitchock, ofreciéndonos una invisibilidad como reflejo de las relaciones
tóxicas. «La invisibilidad es un asunto
demasiado peligroso para dejarlo en manos de cualquiera. ¿Y quién me asegura
que no voy a necesitar hacer uso de ella algún día?».
La
doble vida es también una suerte de inmortalidad, al menos de doble mortalidad,
algo con lo que Stevenson no debió distraerse para no recibir su propia
medicina de la pluma de Muñoz «Stevenson
bajó a la bodega […] Su rostro tomó un color negruzco, sus rasgos se
confundieron y alteraron, como los del ominoso señor Hyde — ¿o era más bien el
atildado doctor Jekyll?».
Y es
que, en ocasiones, resulta imposible discernir lo que es real de lo ficticio.
Esta confusión se lleva sin ningún tipo de problema a la literatura. ¿Estaría
Lérmontov convencido de que podría convertirse en personaje literario y vencer
a la muerte? No lo sabemos pero Muñoz le adjudica, en la violencia de cualquier
duelo, una muerte poética.
No
cabe duda de que el autor recurre a la memoria para mostrarnos los entresijos
de la escritura, qué llevó a diferentes genios de la literatura a escribir y
qué lo mueve a él. La memoria de Puelles está presente, sus lecturas e
investigaciones también, y entre todas aparecen sus relatos curiosos,
divertidos, conmovedores, turbadores… basados en la reescritura de obras o en
los creadores de esas obras. En todos los cuentos destaca la capacidad
narrativa y el manejo del tiempo; Vicente Muñoz trae el ambiente del siglo XIX
a la actualidad para que el lector, complacido, disfrute con la amenidad de un
relato que en ocasiones puede parecer un ejercicio de escritura creativa. Solo
así podemos entender que El bigote de
Rilke sea motivo temático de un cuento. Y lo es. Por supuesto no falta el
humor, el título ya apunta, «Bigote y
perilla tenían la consistencia de las algas», aunque tampoco desaparece el
dolor «Hasta los seis años, mucho antes
de llevar bigote, Rilke hubo de vestir de niña» ni las consecuencias
traumáticas que el entorno pudo ejercer en su vida (y en la de otros
escritores) de adulto.
Y es que, ante la dureza de la existencia, los libros están escritos para hacer realidad los sueños, por eso se acomodan a según qué preferencias, por eso nos estimulan a la lectura de otros, por eso «Todo libro ha de estar a disposición de cualquier lector», por eso deben ser escritos con absoluta libertad de expresión «No sólo somos libros sino también libres». Coincidimos con Vicente Muñoz y la importancia que le concede a la literatura en El decálogo de los libros al hacerse eco de lo que dijo Platón, porque «Los seres humanos pasan, pero los libros que han leído o escrito los sobreviven, incluso cuando las bibliotecas se queman o dispersan».
No hay comentarios:
Publicar un comentario