El
16 de septiembre de 1851 nació en La Coruña Emilia Pardo Bazán y falleció en Madrid el 12 de mayo de 1921. Se
cumple pues el centenario de su muerte, por lo que este año desde
Aurisecular la recordaremos dedicándole nuestro rincón de la memoria y por ello
me apetecía que la primera crítica literaria de este 2021 fuese de una de sus
novelas. He dudado con Los pazos de Ulloa que además, después del escándalo
protagonizado por los Franco con otro pazo, resuelto favorablemente para el
pueblo gallego, venía como anillo al dedo, pero no puedo resistirme a LaTribuna. Amparo ha sido mi debilidad desde que la leí de manera
obligada para un trabajo de la Universidad. Vi en ella un reflejo de su autora
pues ambas, a pesar de las adversidades de la época, supieron hacerse un hueco
importante. Pardo Bazán no cabe duda de que ocupa uno de los lugares
fundamentales en las letras universales. Demostró en todo momento que la mujer
es capaz de hacer lo mismo que el hombre incluso en circunstancias hostiles,
impensables para el género masculino. De hecho a los 14 años lee a Víctor Hugo
quien le abre un mundo diferente. A los 16 se casa y tras tener hijos se separa.
Funda la Biblioteca de la mujer. Es profesora de universidad, consejera de
Instrucción pública. A pesar de todo, su situación en el ámbito cultural fue
triste, despreciada por sus propios compañeros escritores que vieron en ella un
peligro para su hombría.
Leí La Tribuna y vi en su autora a una intelectual
moderna, así que la he releído y, si bien es cierto que algunos pasajes han
quedado un tanto anticuados, en general la obra podría seguir ostentando el
honor de representar al feminismo y a la mujer trabajadora. Un feminismo
entendido desde la igualdad porque las cigarreras de la fábrica en la que
trabaja Amparo solo exigen mejores condiciones laborales, tal y como ya vienen
disfrutando los hombres.
Además,
La Tribuna supone la primera novela
en la que, en España, se utiliza la técnica naturalista. También Pardo Bazán es
pionera en ir más allá del Realismo y convierte a su protagonista en una guía
para que el lector descubra el entorno miserable de los suburbios frente a los
lugares propios de la buena sociedad. Entre esos dos ambientes contrapuestos se
levanta la fábrica de tabacos, un espacio totalmente cerrado que, también por
contraste, supone una liberación para las cigarreras desde el momento en que se
valoran como parte productiva de la sociedad.
Este
trabajo y la relación amorosa que mantendrá con un militar hacen que la Tribuna
crea que su suerte ha cambiado, que podrá formar parte de la burguesía y vivir
con su enamorado para siempre. Sin embargo la sombra determinista planea sobre
ella, así que engañada y traicionada no le queda otro recurso que convencerse
de que el amor no iguala las clases sociales y la superación social es
imposible.
El
argumento se cuenta en tercera persona por un narrador omnisciente que relata
la historia de Amparo, hija del barquillero Rosendo y una ex cigarrera, inválida,
cuyas vidas se desarrollan, embrutecidas, en la más absoluta miseria «Ni miró la muchacha al señor Rosendo ni le
dio los buenos días […] y mientras el barquillero encendía estrepitosamente los
fósforos y los aplicaba a las virutas, la chiquilla se puso a frotar con una
piel de gamuza el enorme cañuto de hojalata donde se almacenaban los
barquillos».
La
suerte de Amparo cambia cuando, entre el teniente Baltasar Sobrado y el capitán
Borren, consiguen que entre a trabajar en la fábrica de tabacos. Al estallar la
Revolución, Amparo insta a sus compañeras a apoyar la causa con tal pasión y
eficacia que, por sus dotes de oradora, llega a ser conocida como «la Tribuna del pueblo». Enamorada de
Baltasar y este atraído por ella, comienzan un noviazgo. Relación difícil pues
no es bien vista en el barrio pobre y poco a poco el militar se va cansando de
ella hasta que, cuando queda embarazada, la deja. Avergonzada, se vuelca en su
quehacer político promoviendo con éxito una huelga en la fábrica. Con la
llegada de La República decide, esperanzada, sacar a su hijo adelante.
Lo
más importante de la novela es la crítica social «la mayor parte de los pobres no van a la escuela, solo aprenden a
leer». Estamos en una sociedad que acepta las habladurías, que trata a la clase
pobre como animales, que tolera las diferencias entre sexos, que deja para la
mujer los asuntos religiosos mientras que la política es cosa de hombres, que
no se plantea una igualdad entre clases sociales, o al menos un acercamiento,
que el estamento militar es una institución que coarta la libertad de acción o
palabra «soldado reenganchado calló
primero por obediencia, luego por fatalismo y después por costumbre».
Emilia
Pardo Bazán incluyó en La Tribuna toda
una serie de técnicas literarias para reforzar su reprobación: El protagonismo
obrero nos acerca a las condiciones de vida precarias suburbanas que se van
agrandando con procedimientos naturalistas, recursos de los que se vale
igualmente para establecer un paralelismo entre la apariencia física y el
estatus social, «hijo de una lavandera de
las cercanías. Jacinto, o Chinto, tenía facciones abultadas e irregulares, piel
de un moreno terroso, ojos pequeños y a flor de cara; en resumen, la fealdad
tosca de un villano feudal».
A
través del naturalismo, la autora traza una sociología de la pobreza que se nos
presenta animalizada y deforme: «Un
elefancíaco enseñaba su rostro bulboso […] lleno de pústulas…».
La Tribuna, sin embargo, no es una novela social
porque se preocupa más del retrato de los personajes que del problema. Mediante
la técnica de la degradación en los datos físicos establece el carácter y puede
ridiculizar o denunciar determinadas costumbres: «indirectas y burletas, subrayadas por la risa de sus labios flacos,
por el fruncimiento de su hocico de roedor […] daba pie a la Comadreja para
crucificarle a puras chanzas, para clavarle mil alfileres, para abrasarle».
Sin
embargo la novela es un testimonio de la vida de las cigarreras y del pueblo
humilde de Marineda (espacio ficticio de La Coruña) donde las operarias son
cosificadas, con el objetivo principal de rebajarlas como seres humanos, hasta
que ni siquiera gozan de individualismo pues todas forman «una enorme ensalada humana». Asimismo encontramos escenas cargadas
de descripciones minuciosas que, aun resultando fruto de una documentada
observación, recuerdan lo pintoresco del costumbrismo, «diríase que era la detonación de algún vergonzante petardo […] las
tocatas de la banda de música, hecha pedazos de puro soplar himnos y más himnos
patrióticos, se empequeñecían en el libre y anchuroso espacio, hasta semejarse
al estallido de una docena de buñuelos al caer en el aceite hirviendo».
Es
cierto que la novela refleja costumbres y personajes costumbristas,
tipificados, pero por eso sobresale la manera en la que doña Emilia profundiza
en la psique humana a través de Amparo. Su sistema de valores choca con los de
su entorno, de ahí que percibamos en Amparo un reflejo de su autora. La Tribuna adquiere a lo largo de la
trama un talante ético diferente que la dota de modernidad y la aleja de los
arquetipos tradicionales. Amparo reclama el amparo para una clase social
deprimida y para un sexo obligado por intereses masculinos. Amparo es el
símbolo de toda una época, que alude a la independencia y justicia añoradas, y
las reclama con orgullo y de manera constante, como Pardo Bazán reclamó en su
momento lo que era de rigor para ella y para la mujer en general, «Pronta como un rayo, y con fuerzas que
duplicaba la cólera, Amparo desbarató la encuadernada Biblia, hizo añicos las
hojas volantes y lo disparó todo a la cara afilada del catequista».
En
realidad la protagonista se siente atraída por la burguesía, quiere escalar
socialmente, por eso en cuanto empieza a trabajar y luego a salir con Baltasar,
los contactos con su familia son esporádicos. Va tomando seguridad en ella
misma al sentirse valorada por un colectivo, logra una solidaridad en la
fábrica inusual anteriormente, y consigue atraer con sus palabras a sus
compañeras, «El taller entero se embelesaba
escuchándola y compartía sus afectos y sus odios». El factor educacional
queda relegado al razonamiento por eso la clase pobre debe leer, para pensar
por sí misma y hacer frente a la dureza de la burguesía.
Lo
que resaltamos aún hoy de La Tribuna
es la importancia de la educación en la sociedad, una educación igual para
todos. Pardo Bazán hizo desde esta novela un llamamiento al Estado para que
asentara una serie de principios en la Educación, única vía posible para la
igualdad y el desarrollo.
Más de cien años después y aún tantos problemas con la educación estatal… Algunos deberían madurar esta idea. O leer La Tribuna.
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