viernes, 1 de enero de 2021

LA TRIBUNA

El 16 de septiembre de 1851 nació en La Coruña Emilia Pardo Bazán y falleció en Madrid el 12 de mayo de 1921. Se cumple pues el centenario de su muerte, por lo que este año desde Aurisecular la recordaremos dedicándole nuestro rincón de la memoria y por ello me apetecía que la primera crítica literaria de este 2021 fuese de una de sus novelas. He dudado con Los pazos de Ulloa que además, después del escándalo protagonizado por los Franco con otro pazo, resuelto favorablemente para el pueblo gallego, venía como anillo al dedo, pero no puedo resistirme a LaTribuna. Amparo ha sido mi debilidad desde que la leí de manera obligada para un trabajo de la Universidad. Vi en ella un reflejo de su autora pues ambas, a pesar de las adversidades de la época, supieron hacerse un hueco importante. Pardo Bazán no cabe duda de que ocupa uno de los lugares fundamentales en las letras universales. Demostró en todo momento que la mujer es capaz de hacer lo mismo que el hombre incluso en circunstancias hostiles, impensables para el género masculino. De hecho a los 14 años lee a Víctor Hugo quien le abre un mundo diferente. A los 16 se casa y tras tener hijos se separa. Funda la Biblioteca de la mujer. Es profesora de universidad, consejera de Instrucción pública. A pesar de todo, su situación en el ámbito cultural fue triste, despreciada por sus propios compañeros escritores que vieron en ella un peligro para su hombría.

Leí La Tribuna y vi en su autora a una intelectual moderna, así que la he releído y, si bien es cierto que algunos pasajes han quedado un tanto anticuados, en general la obra podría seguir ostentando el honor de representar al feminismo y a la mujer trabajadora. Un feminismo entendido desde la igualdad porque las cigarreras de la fábrica en la que trabaja Amparo solo exigen mejores condiciones laborales, tal y como ya vienen disfrutando los hombres.

Además, La Tribuna supone la primera novela en la que, en España, se utiliza la técnica naturalista. También Pardo Bazán es pionera en ir más allá del Realismo y convierte a su protagonista en una guía para que el lector descubra el entorno miserable de los suburbios frente a los lugares propios de la buena sociedad. Entre esos dos ambientes contrapuestos se levanta la fábrica de tabacos, un espacio totalmente cerrado que, también por contraste, supone una liberación para las cigarreras desde el momento en que se valoran como parte productiva de la sociedad.

Este trabajo y la relación amorosa que mantendrá con un militar hacen que la Tribuna crea que su suerte ha cambiado, que podrá formar parte de la burguesía y vivir con su enamorado para siempre. Sin embargo la sombra determinista planea sobre ella, así que engañada y traicionada no le queda otro recurso que convencerse de que el amor no iguala las clases sociales y la superación social es imposible.

El argumento se cuenta en tercera persona por un narrador omnisciente que relata la historia de Amparo, hija del barquillero Rosendo y una ex cigarrera, inválida, cuyas vidas se desarrollan, embrutecidas, en la más absoluta miseria «Ni miró la muchacha al señor Rosendo ni le dio los buenos días […] y mientras el barquillero encendía estrepitosamente los fósforos y los aplicaba a las virutas, la chiquilla se puso a frotar con una piel de gamuza el enorme cañuto de hojalata donde se almacenaban los barquillos».

La suerte de Amparo cambia cuando, entre el teniente Baltasar Sobrado y el capitán Borren, consiguen que entre a trabajar en la fábrica de tabacos. Al estallar la Revolución, Amparo insta a sus compañeras a apoyar la causa con tal pasión y eficacia que, por sus dotes de oradora, llega a ser conocida como «la Tribuna del pueblo». Enamorada de Baltasar y este atraído por ella, comienzan un noviazgo. Relación difícil pues no es bien vista en el barrio pobre y poco a poco el militar se va cansando de ella hasta que, cuando queda embarazada, la deja. Avergonzada, se vuelca en su quehacer político promoviendo con éxito una huelga en la fábrica. Con la llegada de La República decide, esperanzada, sacar a su hijo adelante.

Lo más importante de la novela es la crítica social «la mayor parte de los pobres no van a la escuela, solo aprenden a leer». Estamos en una sociedad que acepta las habladurías, que trata a la clase pobre como animales, que tolera las diferencias entre sexos, que deja para la mujer los asuntos religiosos mientras que la política es cosa de hombres, que no se plantea una igualdad entre clases sociales, o al menos un acercamiento, que el estamento militar es una institución que coarta la libertad de acción o palabra «soldado reenganchado calló primero por obediencia, luego por fatalismo y después por costumbre».

Emilia Pardo Bazán incluyó en La Tribuna toda una serie de técnicas literarias para reforzar su reprobación: El protagonismo obrero nos acerca a las condiciones de vida precarias suburbanas que se van agrandando con procedimientos naturalistas, recursos de los que se vale igualmente para establecer un paralelismo entre la apariencia física y el estatus social, «hijo de una lavandera de las cercanías. Jacinto, o Chinto, tenía facciones abultadas e irregulares, piel de un moreno terroso, ojos pequeños y a flor de cara; en resumen, la fealdad tosca de un villano feudal».

A través del naturalismo, la autora traza una sociología de la pobreza que se nos presenta animalizada y deforme: «Un elefancíaco enseñaba su rostro bulboso […] lleno de pústulas…».

La Tribuna, sin embargo, no es una novela social porque se preocupa más del retrato de los personajes que del problema. Mediante la técnica de la degradación en los datos físicos establece el carácter y puede ridiculizar o denunciar determinadas costumbres: «indirectas y burletas, subrayadas por la risa de sus labios flacos, por el fruncimiento de su hocico de roedor […] daba pie a la Comadreja para crucificarle a puras chanzas, para clavarle mil alfileres, para abrasarle».

Sin embargo la novela es un testimonio de la vida de las cigarreras y del pueblo humilde de Marineda (espacio ficticio de La Coruña) donde las operarias son cosificadas, con el objetivo principal de rebajarlas como seres humanos, hasta que ni siquiera gozan de individualismo pues todas forman «una enorme ensalada humana». Asimismo encontramos escenas cargadas de descripciones minuciosas que, aun resultando fruto de una documentada observación, recuerdan lo pintoresco del costumbrismo, «diríase que era la detonación de algún vergonzante petardo […] las tocatas de la banda de música, hecha pedazos de puro soplar himnos y más himnos patrióticos, se empequeñecían en el libre y anchuroso espacio, hasta semejarse al estallido de una docena de buñuelos al caer en el aceite hirviendo».

Es cierto que la novela refleja costumbres y personajes costumbristas, tipificados, pero por eso sobresale la manera en la que doña Emilia profundiza en la psique humana a través de Amparo. Su sistema de valores choca con los de su entorno, de ahí que percibamos en Amparo un reflejo de su autora. La Tribuna adquiere a lo largo de la trama un talante ético diferente que la dota de modernidad y la aleja de los arquetipos tradicionales. Amparo reclama el amparo para una clase social deprimida y para un sexo obligado por intereses masculinos. Amparo es el símbolo de toda una época, que alude a la independencia y justicia añoradas, y las reclama con orgullo y de manera constante, como Pardo Bazán reclamó en su momento lo que era de rigor para ella y para la mujer en general, «Pronta como un rayo, y con fuerzas que duplicaba la cólera, Amparo desbarató la encuadernada Biblia, hizo añicos las hojas volantes y lo disparó todo a la cara afilada del catequista».

En realidad la protagonista se siente atraída por la burguesía, quiere escalar socialmente, por eso en cuanto empieza a trabajar y luego a salir con Baltasar, los contactos con su familia son esporádicos. Va tomando seguridad en ella misma al sentirse valorada por un colectivo, logra una solidaridad en la fábrica inusual anteriormente, y consigue atraer con sus palabras a sus compañeras, «El taller entero se embelesaba escuchándola y compartía sus afectos y sus odios». El factor educacional queda relegado al razonamiento por eso la clase pobre debe leer, para pensar por sí misma y hacer frente a la dureza de la burguesía.

Lo que resaltamos aún hoy de La Tribuna es la importancia de la educación en la sociedad, una educación igual para todos. Pardo Bazán hizo desde esta novela un llamamiento al Estado para que asentara una serie de principios en la Educación, única vía posible para la igualdad y el desarrollo.

Más de cien años después y aún tantos problemas con la educación estatal… Algunos deberían madurar esta idea. O leer La Tribuna.

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