No
cabe duda de que Berna González Harbour
está consiguiendo el personaje redondo, perfecto. La profundidad psicológica
con la que María Ruiz es tratada llega tan hondo que es ya como de la familia.
Para lograrlo la autora utiliza una técnica que me parece totalmente acertada:
dejar el final abierto; no en los casos que trata en la novela correspondiente,
sino en la situación de esta comisaria. María Ruiz ha deambulado en diferentes
entregas por Soria, Santander o Madrid para resolver, en cada una, el asunto
que le mandan, como la muerte de un anciano a manos de su mujer, o el que se encuentra
al visitar a un amigo y compañero del cuerpo. Precisamente será por actuaciones
como la de Las lágrimas de Claire Jones, en las que al investigar saca a
la luz la propia corrupción policial, por lo que la comisaria Ruiz está
apartada del trabajo, suspendida, relegada en Madrid a la espera de su juicio.
Pero a ella le da igual, no puede evitarlo, así al ser testigo de lo que parece
un asesinato, decide investigar con los amigos que aún le quedan, porque intuye
que no es un hecho aislado sino que tiene que ver con situaciones
protagonizadas más por un demente que por una persona con mero instinto
destructivo. Y así se introduce en El sueño de la razón con Luna y
Nora, el antes y el ahora del periodismo, pero ambos igual de buenos y válidos,
con sus compañeros Martín, Esteban y, aunque no lo sepa del todo, Tomás, y con
Eloy, un okupa, menor de edad, amigo de Sara, la chica asesinada.
Entre
todos refrescarán al lector, o pondrán en su conocimiento, datos sobre Goya, sobre sus Pinturas Negras, el
porqué de su realización y, por supuesto, la consecuencia, el exilio del
pintor, dejando en las paredes de la Quinta del Sordo las últimas de la serie.
María
no puede investigar, está inhabilitada, sin placa, sin arma hasta que se
celebre la vista de su juicio por desobediencia en el caso anterior, a pesar de
resolverlo aun a costa de dejar en él casi su vida. Pero una detective como
María no puede quedarse de brazos cruzados, así que en El sueño de la razón la veremos con vaqueros y camiseta y
utilizando un medio de transporte que no le dará, en principio, ninguna
ventaja, la bicicleta.
Sólo
en bicicleta, desarmada, se enfrenta al asesino, un loco con ganas de figurar
que se dedica a dar vida a los cuadros más famosos de las pinturas negras, para
lo cual no le importa matar animales o personas y dejarlos en posiciones
similares a las reflejadas en las obras.
Aunque
todo se base en un pintor del siglo XIX, los conflictos que abordan las
diferentes voces narrativas son totalmente actuales, la mala relación entre
padres e hijos hasta el punto de que los menores se van de casa para vivir de
okupas
Mientras
se alejaba se preguntó cuántas veces habrían acompañado a Eloy ese padre
directivo o esa madre ejecutiva y pija […] la vida tal vez se había convertido
en una mierda para los niños especiales de Madrid.
El
desprecio con que el gobierno (incluso el actual) trata a sus artistas, también
es evidente, permitiendo que se vayan del país, es más, obligándolos a irse e
intentando borrar cualquier vestigio de obras que son, o han podido resultar,
inconvenientes pues hacen pensar al pueblo
En
Londres alguien habría sacado brillo al sitio, habría puesto una taquilla y
organizado recorridos y visitas infantiles en las que sumar estatuas a cambio
de una estimulante puntuación final, pero en Madrid también podría haber sido
peor.
El
poder del pueblo, capaz de hundir a alguien basándose sólo en conjeturas sin
profundizar o esperar a que los profesionales sean quienes juzguen,
conformándose con lo dicho a los cuatro vientos por la prensa amarilla en
programas de televisión, donde quienes participan en ellos no tienen la
titulación o no ejercen su labor con rigor. Hay una crítica, un tanto velada,
al sistema educativo «Los niños aquí se
subían a los tanques en lugar de aprender historia imaginando fantasmas de la
monarquía junto a un guía creativo, qué se le iba a hacer».
En El sueño de la razón también encontramos
datos históricos, repartidos en pequeñas dosis que, no sólo no se hacen
inapropiados en una novela negra sino que son fundamentales para conocer al
asesino, su razón —o falta de ella— para actuar de esa manera, y para conocer
algo más de esa época y la España que teníamos, «Fernando siempre había sido un insidioso, un felón, príncipe o rey,
como Carlos IV había sido un tontorrón y su mujer, la reina María Luisa, una
alegre manipuladora de formidable autoestima pese a su figura desgarbada y
pronto avejentada» y aun aparecen críticas actuales, en las que quedan
implicadas la monarquía, el gobierno y, sobre todo, los gobernantes ávidos de
poder a costa de lo que sea: «A finales
del XVIII […] los ilustrados propugnaban la verdad. Los Borbones y la Iglesia
se aferraban al pasado. […] España volvía a quedar sumida en las sobras, era
una historia repetida. Había ocurrido en 1814, en 1936 y a ratos volvían a
refulgir señales desalentadoras en pleno siglo XXI».
Y,
por supuesto, el tema del acomplejado por no ser igual al resto, el sentimiento
de inferioridad que alguien, inválido por diferentes motivos, puede llegar a
experimentar hasta el punto de desear romper con todos aquellos que le han
mostrado cariño y que ahora pueden sentir pena. El miedo a desarrollar lástima
en vez de amor puede llegar a anular a las personas, que se olvidan, o no, de
lo que son capaces, a pesar de su invalidez porque en sociedad, en la pareja,
“hay” que mantener una relación de igualdad «Que
Tomás no quisiera verla a ella podría ser incluso comprensible, un hombre
entero como él tan impedido en su cuerpo, y sobre todo en su amor propio».
Berna
González no escatima a la hora de enlazar subtemas, todos importantes pues
todos entroncan con el caso principal. De esta forma, cuando el asesino
necesita esconderse en algún sitio, la autora no duda en elegir los túneles que
recorren la M-30 actual y que sirvieron en el pasado para correrías de los
Borbones y de Napoleón y hoy, aunque parezca increíble son utilizados como
vivienda por los mendigos. Una probable llamada de atención a las autoridades
para que solucionen los innumerables casos de pobreza que se dan en España en
general y con mayor afluencia en las grandes ciudades, «ahí terminaba el túnel del que procedían, se ampliaba el espacio […]
Debía ser una de las gigantescas cámaras de seguridad construidas en el
subsuelo cuando se soterró la M-30 […] el suelo albergaba cartones amontonados
sobre volúmenes indefinidos […] pequeñas moradas de seres que habían encontrado
ahí, en el subsuelo, un hogar desvencijado».
Y
hay aún otro tema, casi oculto pero al que no le hace falta exhibirse más; la
envidia capaz de corromper a un país en el que el mediocre ansía los éxitos del
que vale. Y no hay nada peor que un envidioso, porque nadie sabe hasta dónde
puede llegar para que los demás no obtengan aquello que él no puede. «La universidad es el lugar más envenenado
que puedas imaginar […] Cuando consigues una plaza te empiezan a odiar. Cuando
publicas te siguen odiando. Cuando logras un contrato te hacen la vida
imposible. Y ahora esto.»
Por
último, los narradores van poniendo al tanto de las novelas anteriores, al
menos para que el lector novel en los casos de la comisaria Ruiz sepa por qué
actúa sola, por qué no puede ponerse en contacto con su equipo y a qué ha
debido renunciar, como tantas mujeres, para ejercer bien su trabajo; de nuevo
llamada de atención al gobierno para que la mujer no sea discriminada si quiere
ser madre, ya que el hombre no tiene ese problema.
Fantástica
novela que nos permite reflexionar sobre problemas actuales, problemas de los
que mucha gente no es consciente porque cada vez se piensa menos, los jóvenes
tienen menor capacidad de concentración y esfuerzo y se dejan llevar por los
programas mediáticos que distraen con acrobacias, canciones o gritos —que no
conversaciones—. Una pena porque, desde ese punto de vista, hemos avanzado poco
desde la España crédula, supersticiosa e ignorante del siglo XIX.
Así
pues, como toda buena novela policial, la realidad está presente y en ella
aparece a modo de enigma, un horroroso crimen en el que el asesino es un
terrible imitador de un célebre artista internacional, paradójicamente este
artista fue humillado y denostado en su época, alguien no imitable. El
conflicto se va complicando y el lector lo sigue a la perfección de la mano de
la comisaria Ruiz. Nos vamos enterando al mismo tiempo que ella de las nuevas
pistas, incluso en ocasiones nos hacemos las mismas preguntas antes de leerlas.
La estructura de la novela es totalmente actual. Son cinco capítulos que
comienzan con cinco entradas de un blog y que, cada una, contiene distintos
apartados para que quedemos enterados de lo importante que rodea el caso: la
casa de okupas La Dragona, el nuevo
personaje Eloy, quien puede dar juego en otra novela dado su final abierto, el
compañero y amigo Rodrigo Tesón, que testificará a favor de la comisaria Ruiz,
el protagonista de los hechos, Yago y el final, su Casa de locos, donde entendemos las dudas que aún quedaban.
El
argumento, la resolución de los crímenes y el por qué, son fundamentales, pero
dado que los crímenes incluyen animales, personas de gran nivel cultural y
otras de escaso entendimiento y recursos, las diferentes personas narrativas 1ª
o 3ª ayudan a entender los hechos profundizando en el carácter de los
personajes. El análisis psicológico está conseguido, incluso con escuetas
descripciones o diálogos «Él siempre
estaba silencioso y sereno en la cocina pelando patatas que había conseguido en
algún desecho de supermercado […] por qué no vivía con esos padres y esa
hermana —de los que, sin embargo, conservaba una foto desgastada en una pared
de su habitación—».
Es
curioso que en este caso sea precisamente la policía quien entorpezca la
investigación de María, o no la llevan al mismo tiempo por la falta de
comunicación requerida. No obstante, el equipo es eso, un equipo de amigos y
todos estarán ahí para salvar a su jefa cuando ella lo requiera.
El
lenguaje también es totalmente actual, coloquial, blog, okupa, twitter, whatsApp, en línea, gilipoyas. Aunque
encontramos términos cultos, erróneos,
voluptuosas, inhóspito, mentón, zozobra, felón. Léxico técnico, frescos, frenología, geolocalizar. Incluso
americanismos: olor a chimbo.
La
narración es muy buena, a veces mezcla pensamientos con los diálogos,
consiguiendo una descripción anímica total del personaje. Otras veces pretende
dar la misma importancia al contexto (fundamental en la novela) que a los
personajes principales o al caso, para ello emplea con bastante fortuna
paralelismos anafóricos:
Había
un contexto.
Había
una lección.
Había
una inspiración.
Había
un genio.
De
esta forma el lugar, habitado por locos y mendigos se une a ese genio
inspirador que terminó loco y arruinado y a los crímenes que se comenten en la
actualidad, reflejo de los que Goya expuso en su arte.
Y en
medio de tanto dolor, de tanta crueldad, el humor, la ironía, relajan, de
cuando en cuando, la lectura, y nos sumergen en la sociedad actual con toda su
diversificación:
“Todos
somos Saramú. Abajo el heteropatriarcado” era la primera opción.
Y
“Todos somos Saramú. Abajo el heteropatriarcado y la policía fascista” la
segunda.
Aquello
sí era nuevo. ¿Pelín machista? Creía que lo era entero, pero Nora tenía razón.
Tesón
y Ruiz entraron en el primer sex-shop […] Había collares de terciopelo, otros
de cuero con tachuelas e incluso de piel sintética para veganos.
Pues,
no sé el resto de lectores, pero yo ya espero ansiosa la siguiente entrega.
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