sábado, 30 de marzo de 2019

EL SUEÑO DE LA RAZÓN



No cabe duda de que Berna González Harbour está consiguiendo el personaje redondo, perfecto. La profundidad psicológica con la que María Ruiz es tratada llega tan hondo que es ya como de la familia. Para lograrlo la autora utiliza una técnica que me parece totalmente acertada: dejar el final abierto; no en los casos que trata en la novela correspondiente, sino en la situación de esta comisaria. María Ruiz ha deambulado en diferentes entregas por Soria, Santander o Madrid para resolver, en cada una, el asunto que le mandan, como la muerte de un anciano a manos de su mujer, o el que se encuentra al visitar a un amigo y compañero del cuerpo. Precisamente será por actuaciones como la de Las lágrimas de Claire Jones, en las que al investigar saca a la luz la propia corrupción policial, por lo que la comisaria Ruiz está apartada del trabajo, suspendida, relegada en Madrid a la espera de su juicio. Pero a ella le da igual, no puede evitarlo, así al ser testigo de lo que parece un asesinato, decide investigar con los amigos que aún le quedan, porque intuye que no es un hecho aislado sino que tiene que ver con situaciones protagonizadas más por un demente que por una persona con mero instinto destructivo. Y así se introduce en El sueño de la razón con Luna y Nora, el antes y el ahora del periodismo, pero ambos igual de buenos y válidos, con sus compañeros Martín, Esteban y, aunque no lo sepa del todo, Tomás, y con Eloy, un okupa, menor de edad, amigo de Sara, la chica asesinada.

Entre todos refrescarán al lector, o pondrán en su conocimiento, datos sobre Goya, sobre sus Pinturas Negras, el porqué de su realización y, por supuesto, la consecuencia, el exilio del pintor, dejando en las paredes de la Quinta del Sordo las últimas de la serie.

María no puede investigar, está inhabilitada, sin placa, sin arma hasta que se celebre la vista de su juicio por desobediencia en el caso anterior, a pesar de resolverlo aun a costa de dejar en él casi su vida. Pero una detective como María no puede quedarse de brazos cruzados, así que en El sueño de la razón la veremos con vaqueros y camiseta y utilizando un medio de transporte que no le dará, en principio, ninguna ventaja, la bicicleta.

Sólo en bicicleta, desarmada, se enfrenta al asesino, un loco con ganas de figurar que se dedica a dar vida a los cuadros más famosos de las pinturas negras, para lo cual no le importa matar animales o personas y dejarlos en posiciones similares a las reflejadas en las obras.

Aunque todo se base en un pintor del siglo XIX, los conflictos que abordan las diferentes voces narrativas son totalmente actuales, la mala relación entre padres e hijos hasta el punto de que los menores se van de casa para vivir de okupas

Mientras se alejaba se preguntó cuántas veces habrían acompañado a Eloy ese padre directivo o esa madre ejecutiva y pija […] la vida tal vez se había convertido en una mierda para los niños especiales de Madrid.

El desprecio con que el gobierno (incluso el actual) trata a sus artistas, también es evidente, permitiendo que se vayan del país, es más, obligándolos a irse e intentando borrar cualquier vestigio de obras que son, o han podido resultar, inconvenientes pues hacen pensar al pueblo

En Londres alguien habría sacado brillo al sitio, habría puesto una taquilla y organizado recorridos y visitas infantiles en las que sumar estatuas a cambio de una estimulante puntuación final, pero en Madrid también podría haber sido peor.

El poder del pueblo, capaz de hundir a alguien basándose sólo en conjeturas sin profundizar o esperar a que los profesionales sean quienes juzguen, conformándose con lo dicho a los cuatro vientos por la prensa amarilla en programas de televisión, donde quienes participan en ellos no tienen la titulación o no ejercen su labor con rigor. Hay una crítica, un tanto velada, al sistema educativo «Los niños aquí se subían a los tanques en lugar de aprender historia imaginando fantasmas de la monarquía junto a un guía creativo, qué se le iba a hacer».

En El sueño de la razón también encontramos datos históricos, repartidos en pequeñas dosis que, no sólo no se hacen inapropiados en una novela negra sino que son fundamentales para conocer al asesino, su razón —o falta de ella— para actuar de esa manera, y para conocer algo más de esa época y la España que teníamos, «Fernando siempre había sido un insidioso, un felón, príncipe o rey, como Carlos IV había sido un tontorrón y su mujer, la reina María Luisa, una alegre manipuladora de formidable autoestima pese a su figura desgarbada y pronto avejentada» y aun aparecen críticas actuales, en las que quedan implicadas la monarquía, el gobierno y, sobre todo, los gobernantes ávidos de poder a costa de lo que sea: «A finales del XVIII […] los ilustrados propugnaban la verdad. Los Borbones y la Iglesia se aferraban al pasado. […] España volvía a quedar sumida en las sobras, era una historia repetida. Había ocurrido en 1814, en 1936 y a ratos volvían a refulgir señales desalentadoras en pleno siglo XXI».

Y, por supuesto, el tema del acomplejado por no ser igual al resto, el sentimiento de inferioridad que alguien, inválido por diferentes motivos, puede llegar a experimentar hasta el punto de desear romper con todos aquellos que le han mostrado cariño y que ahora pueden sentir pena. El miedo a desarrollar lástima en vez de amor puede llegar a anular a las personas, que se olvidan, o no, de lo que son capaces, a pesar de su invalidez porque en sociedad, en la pareja, “hay” que mantener una relación de igualdad «Que Tomás no quisiera verla a ella podría ser incluso comprensible, un hombre entero como él tan impedido en su cuerpo, y sobre todo en su amor propio».

Berna González no escatima a la hora de enlazar subtemas, todos importantes pues todos entroncan con el caso principal. De esta forma, cuando el asesino necesita esconderse en algún sitio, la autora no duda en elegir los túneles que recorren la M-30 actual y que sirvieron en el pasado para correrías de los Borbones y de Napoleón y hoy, aunque parezca increíble son utilizados como vivienda por los mendigos. Una probable llamada de atención a las autoridades para que solucionen los innumerables casos de pobreza que se dan en España en general y con mayor afluencia en las grandes ciudades, «ahí terminaba el túnel del que procedían, se ampliaba el espacio […] Debía ser una de las gigantescas cámaras de seguridad construidas en el subsuelo cuando se soterró la M-30 […] el suelo albergaba cartones amontonados sobre volúmenes indefinidos […] pequeñas moradas de seres que habían encontrado ahí, en el subsuelo, un hogar desvencijado».

Y hay aún otro tema, casi oculto pero al que no le hace falta exhibirse más; la envidia capaz de corromper a un país en el que el mediocre ansía los éxitos del que vale. Y no hay nada peor que un envidioso, porque nadie sabe hasta dónde puede llegar para que los demás no obtengan aquello que él no puede. «La universidad es el lugar más envenenado que puedas imaginar […] Cuando consigues una plaza te empiezan a odiar. Cuando publicas te siguen odiando. Cuando logras un contrato te hacen la vida imposible. Y ahora esto.»

Por último, los narradores van poniendo al tanto de las novelas anteriores, al menos para que el lector novel en los casos de la comisaria Ruiz sepa por qué actúa sola, por qué no puede ponerse en contacto con su equipo y a qué ha debido renunciar, como tantas mujeres, para ejercer bien su trabajo; de nuevo llamada de atención al gobierno para que la mujer no sea discriminada si quiere ser madre, ya que el hombre no tiene ese problema.

Fantástica novela que nos permite reflexionar sobre problemas actuales, problemas de los que mucha gente no es consciente porque cada vez se piensa menos, los jóvenes tienen menor capacidad de concentración y esfuerzo y se dejan llevar por los programas mediáticos que distraen con acrobacias, canciones o gritos —que no conversaciones—. Una pena porque, desde ese punto de vista, hemos avanzado poco desde la España crédula, supersticiosa e ignorante del siglo XIX.

Así pues, como toda buena novela policial, la realidad está presente y en ella aparece a modo de enigma, un horroroso crimen en el que el asesino es un terrible imitador de un célebre artista internacional, paradójicamente este artista fue humillado y denostado en su época, alguien no imitable. El conflicto se va complicando y el lector lo sigue a la perfección de la mano de la comisaria Ruiz. Nos vamos enterando al mismo tiempo que ella de las nuevas pistas, incluso en ocasiones nos hacemos las mismas preguntas antes de leerlas. La estructura de la novela es totalmente actual. Son cinco capítulos que comienzan con cinco entradas de un blog y que, cada una, contiene distintos apartados para que quedemos enterados de lo importante que rodea el caso: la casa de okupas La Dragona, el nuevo personaje Eloy, quien puede dar juego en otra novela dado su final abierto, el compañero y amigo Rodrigo Tesón, que testificará a favor de la comisaria Ruiz, el protagonista de los hechos, Yago y el final, su Casa de locos, donde entendemos las dudas que aún quedaban.

El argumento, la resolución de los crímenes y el por qué, son fundamentales, pero dado que los crímenes incluyen animales, personas de gran nivel cultural y otras de escaso entendimiento y recursos, las diferentes personas narrativas 1ª o 3ª ayudan a entender los hechos profundizando en el carácter de los personajes. El análisis psicológico está conseguido, incluso con escuetas descripciones o diálogos «Él siempre estaba silencioso y sereno en la cocina pelando patatas que había conseguido en algún desecho de supermercado […] por qué no vivía con esos padres y esa hermana —de los que, sin embargo, conservaba una foto desgastada en una pared de su habitación—».

Es curioso que en este caso sea precisamente la policía quien entorpezca la investigación de María, o no la llevan al mismo tiempo por la falta de comunicación requerida. No obstante, el equipo es eso, un equipo de amigos y todos estarán ahí para salvar a su jefa cuando ella lo requiera.

El lenguaje también es totalmente actual, coloquial, blog, okupa, twitter, whatsApp, en línea, gilipoyas. Aunque encontramos términos cultos, erróneos, voluptuosas, inhóspito, mentón, zozobra, felón. Léxico técnico, frescos, frenología, geolocalizar. Incluso americanismos: olor a chimbo.

La narración es muy buena, a veces mezcla pensamientos con los diálogos, consiguiendo una descripción anímica total del personaje. Otras veces pretende dar la misma importancia al contexto (fundamental en la novela) que a los personajes principales o al caso, para ello emplea con bastante fortuna paralelismos anafóricos:

Había un contexto.
Había una lección.
Había una inspiración.
Había un genio.

De esta forma el lugar, habitado por locos y mendigos se une a ese genio inspirador que terminó loco y arruinado y a los crímenes que se comenten en la actualidad, reflejo de los que Goya expuso en su arte.

Y en medio de tanto dolor, de tanta crueldad, el humor, la ironía, relajan, de cuando en cuando, la lectura, y nos sumergen en la sociedad actual con toda su diversificación:

“Todos somos Saramú. Abajo el heteropatriarcado” era la primera opción.
Y “Todos somos Saramú. Abajo el heteropatriarcado y la policía fascista” la segunda.

Aquello sí era nuevo. ¿Pelín machista? Creía que lo era entero, pero Nora tenía razón.

Tesón y Ruiz entraron en el primer sex-shop […] Había collares de terciopelo, otros de cuero con tachuelas e incluso de piel sintética para veganos.

Pues, no sé el resto de lectores, pero yo ya espero ansiosa la siguiente entrega.

No hay comentarios:

Publicar un comentario